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5
12 de octubre de 2024
12 de octubre de 2024
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si bien una gran virtud de esta película es que resulta ser prácticamente un tratado de teología, no tiene mucho más interés a partir de ahí.
El primer problema es la apuesta por suprimir cualquier ambigüedad sobre la presunta posesión demoníaca que sufre Edward. Ya en la primera escena, cuando el cuadro se ladea tras el suicidio de la primera persona que vemos en pantalla, se da a entender que alguna clase de "entidad incorpórea", ha influido en dicho suicidio. Este y un par de detalles más durante la película no permiten una ambigüedad en torno a la presunta posesión demoníaca que enriquecerían enormemente al film. Lo que podría haber sido una película donde el espectador puede interpretar y elegir si creer o no que Edward está poseído o simplemente sufre de un trastorno de la personalidad, termina por ser una trama donde no te dejan opción a pensar otra cosa que no sea la posesión demoníaca. Una auténtica pena a mi parecer.
Por otra parte, el psiquiatra se comporta de manera completamente infantil durante la mayor parte del largometraje, a un punto que resulta desesperante e incomprensible que un psiquiatra tan supuestamente condecorado termine quebrándose a la primera que le sacan temas personales. Se supone que la primera regla del psiquiatra debería ser no involucrarse en el juego del presunto enfermo psiquiátrico, te hable de tu vida privada o te hable del clima.
Aún así, ha de valorarse muy positivamente la actuación Sean Patrick Flanery, la cual es absolutamente brillante en todo momento, pues resulta atrapante desde el primer segundo hasta el último en el que aparece en pantalla.
Por último, y dejando de lado discusiones políticas infantiles que no deberían entrar en juego a la hora de valorar seriamente un film (como el decir que esta película es un horror porque transmite ideas tradicionalistas, que resultaría el equivalente a decir que el cine de Eisenstein es aberrante por ser propaganda soviética, ignorando así el valor objetivo de la película en base a su montaje, guión, actuaciones, etc), de aquí se pueden extraer muchas reflexiones profundamente interesantes.
Una de ellas son las implicaciones éticas a las que te conduce esta película. Resulta que en el caso de exorcismos y posesiones demoníacas, curiosamente, se termina por justificar asesinatos y todo tipo de actos terribles en tanto estos actos estarían motivados por Satanás, el cual, poseyendo el cuerpo del asesino (Edward), ejercería dichos actos, desposeyendo a la otra persona de su propio cuerpo, estando así "fuera de sí", y, por tanto, no sería él quien ejerece dichos actos, sino que se trataría de Satanás. Por tanto, desde una perspectiva cristiano-católica, resultaría que actos despreciables como lo son el asesinato múltiple injustificado, estarían perdonados porque el asesino no sería ya Edward, sino Satanás, el poseedor de su cuerpo. Esto, desde una perspectiva atea materialista, es aberrante, porque evidentemente la existencia de Satanás o de la posibilidad de las posesiones demoníacas es nula, lo que implica que el asesino es, o un impostor, o un loco (en ambos casos, también desde una ética materialista, la mejor respuesta jurídica debiera ser la ejecución capital, sin tapujos).
En palabras de Benito Feijoo en el tomo octavo y discurso sexto de su Teatro Crítico Universal: "Considérese, que un Energúmeno fingido, el cual persuade al Pueblo, que realmente lo es, es un sujeto, que sin riesgo suyo goza una amplísima libertad para cometer cuantos delitos le dicte su antojo. Puede matar, quitar honras, cometer hurtos, incendiar Pueblos, y mieses; en fin, arrojarse a cuantas violencias quisiere, indemne de que por ello le toquen en el pelo de la ropa, porque para todo va cubierto con la imaginación de que el Diablo lo hizo todo, sirviéndose, como de instrumento involuntario, de aquella mísera criatura. ¿Puede haber especie de gente más perniciosa en el Mundo? En verdad, que ni los Príncipes Soberanos pueden arrogarse tanta libertad, sin gran peligro suyo; pues lo más, y aun casi todos los que quisieron tomársela, perdieron por ello, no sólo la Corona, pero la vida."
El primer problema es la apuesta por suprimir cualquier ambigüedad sobre la presunta posesión demoníaca que sufre Edward. Ya en la primera escena, cuando el cuadro se ladea tras el suicidio de la primera persona que vemos en pantalla, se da a entender que alguna clase de "entidad incorpórea", ha influido en dicho suicidio. Este y un par de detalles más durante la película no permiten una ambigüedad en torno a la presunta posesión demoníaca que enriquecerían enormemente al film. Lo que podría haber sido una película donde el espectador puede interpretar y elegir si creer o no que Edward está poseído o simplemente sufre de un trastorno de la personalidad, termina por ser una trama donde no te dejan opción a pensar otra cosa que no sea la posesión demoníaca. Una auténtica pena a mi parecer.
Por otra parte, el psiquiatra se comporta de manera completamente infantil durante la mayor parte del largometraje, a un punto que resulta desesperante e incomprensible que un psiquiatra tan supuestamente condecorado termine quebrándose a la primera que le sacan temas personales. Se supone que la primera regla del psiquiatra debería ser no involucrarse en el juego del presunto enfermo psiquiátrico, te hable de tu vida privada o te hable del clima.
Aún así, ha de valorarse muy positivamente la actuación Sean Patrick Flanery, la cual es absolutamente brillante en todo momento, pues resulta atrapante desde el primer segundo hasta el último en el que aparece en pantalla.
Por último, y dejando de lado discusiones políticas infantiles que no deberían entrar en juego a la hora de valorar seriamente un film (como el decir que esta película es un horror porque transmite ideas tradicionalistas, que resultaría el equivalente a decir que el cine de Eisenstein es aberrante por ser propaganda soviética, ignorando así el valor objetivo de la película en base a su montaje, guión, actuaciones, etc), de aquí se pueden extraer muchas reflexiones profundamente interesantes.
Una de ellas son las implicaciones éticas a las que te conduce esta película. Resulta que en el caso de exorcismos y posesiones demoníacas, curiosamente, se termina por justificar asesinatos y todo tipo de actos terribles en tanto estos actos estarían motivados por Satanás, el cual, poseyendo el cuerpo del asesino (Edward), ejercería dichos actos, desposeyendo a la otra persona de su propio cuerpo, estando así "fuera de sí", y, por tanto, no sería él quien ejerece dichos actos, sino que se trataría de Satanás. Por tanto, desde una perspectiva cristiano-católica, resultaría que actos despreciables como lo son el asesinato múltiple injustificado, estarían perdonados porque el asesino no sería ya Edward, sino Satanás, el poseedor de su cuerpo. Esto, desde una perspectiva atea materialista, es aberrante, porque evidentemente la existencia de Satanás o de la posibilidad de las posesiones demoníacas es nula, lo que implica que el asesino es, o un impostor, o un loco (en ambos casos, también desde una ética materialista, la mejor respuesta jurídica debiera ser la ejecución capital, sin tapujos).
En palabras de Benito Feijoo en el tomo octavo y discurso sexto de su Teatro Crítico Universal: "Considérese, que un Energúmeno fingido, el cual persuade al Pueblo, que realmente lo es, es un sujeto, que sin riesgo suyo goza una amplísima libertad para cometer cuantos delitos le dicte su antojo. Puede matar, quitar honras, cometer hurtos, incendiar Pueblos, y mieses; en fin, arrojarse a cuantas violencias quisiere, indemne de que por ello le toquen en el pelo de la ropa, porque para todo va cubierto con la imaginación de que el Diablo lo hizo todo, sirviéndose, como de instrumento involuntario, de aquella mísera criatura. ¿Puede haber especie de gente más perniciosa en el Mundo? En verdad, que ni los Príncipes Soberanos pueden arrogarse tanta libertad, sin gran peligro suyo; pues lo más, y aun casi todos los que quisieron tomársela, perdieron por ello, no sólo la Corona, pero la vida."

7.6
700
9
12 de octubre de 2024
12 de octubre de 2024
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta película resulta fascinante desde una perspectiva histórico-político-sociológica. Publicada en 1931, este film tiene ya 93 años, y trata temas políticos y sociales que son completamente vigentes hoy día.
De forma muy espontánea, sencilla y a pie de calle, cada personaje transmite los problemas de la clase obrera de aquellos años, acompañados por pensamientos políticos que, curiosamente, no han cambiado en absoluto 93 años después en la población.
Hay personajes que expresan los fundamentos del pensamiento tradicionalista, otros del pensamiento marxista, etc., y ello expuesto no de manera pedante e insufrible, sino de forma excepcionalmente sencilla, a nivel de "conversación de bar".
Incluso pequeñas discusiones, como quién descubrió América, si Cristóbal Colón o Leif Erikson, cosa que aún se debate hoy día, partiendo cada uno de su partidismo particular, exponen la maravillosa y marcada tónica sociológica de la película (habría que destacar que, siendo rigurosos con el concepto "descubrir América", la respuesta sería que ninguno de los dos, en tanto ni Leif Erikson ni Cristóbal Colón sabían que estaban en un continente nuevo. Más bien, la respuesta correcta sería que el Imperio Español, a través de múltiples personalidades, fue quien, poco a poco, descubrió América, cartografiando el continente según lo exploraban, dejando por escrito las características de la fauna, la flora y las poblaciones de allí, etc., pues "descubrir" no es simplemente "llegar ahí", sino que implica saber donde se está).
Las conversaciones entre los vecinos, el cotilleo entre ellos, el juicio constante de unos personajes sobre otros... todo esto contribuye a una película que transmite, ante todo, espontaneidad callejera. Es un espejo pulido y nítido de la vida del "ciudadano de a pie" de aquella época, que, curiosamente, no dista mucho de la vida de cualquiera de nosotros hoy día, aunque el plano callejero se haya transmutado hacia el plano de las redes sociales.
De forma muy espontánea, sencilla y a pie de calle, cada personaje transmite los problemas de la clase obrera de aquellos años, acompañados por pensamientos políticos que, curiosamente, no han cambiado en absoluto 93 años después en la población.
Hay personajes que expresan los fundamentos del pensamiento tradicionalista, otros del pensamiento marxista, etc., y ello expuesto no de manera pedante e insufrible, sino de forma excepcionalmente sencilla, a nivel de "conversación de bar".
Incluso pequeñas discusiones, como quién descubrió América, si Cristóbal Colón o Leif Erikson, cosa que aún se debate hoy día, partiendo cada uno de su partidismo particular, exponen la maravillosa y marcada tónica sociológica de la película (habría que destacar que, siendo rigurosos con el concepto "descubrir América", la respuesta sería que ninguno de los dos, en tanto ni Leif Erikson ni Cristóbal Colón sabían que estaban en un continente nuevo. Más bien, la respuesta correcta sería que el Imperio Español, a través de múltiples personalidades, fue quien, poco a poco, descubrió América, cartografiando el continente según lo exploraban, dejando por escrito las características de la fauna, la flora y las poblaciones de allí, etc., pues "descubrir" no es simplemente "llegar ahí", sino que implica saber donde se está).
Las conversaciones entre los vecinos, el cotilleo entre ellos, el juicio constante de unos personajes sobre otros... todo esto contribuye a una película que transmite, ante todo, espontaneidad callejera. Es un espejo pulido y nítido de la vida del "ciudadano de a pie" de aquella época, que, curiosamente, no dista mucho de la vida de cualquiera de nosotros hoy día, aunque el plano callejero se haya transmutado hacia el plano de las redes sociales.
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