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6.9
8,766
8
20 de abril de 2019
20 de abril de 2019
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Muere otro día. El último rayo de luz apenas calienta. O es, más bien, un calor tibio, residual, apagado. Tal vez, ese último rescoldo de luz sea en realidad una brisa, un soplo ligero aprisionado ya de oscuridad. Como lo es la danza de la chica protagonista en un momento de la película.
Digamos que ‘Burning’ no es una película donde la historia lance su premisa al cabo de veinte minutos. Los personajes se irán revelando, sí. Pero la cosa requerirá su tiempo. Una puesta en escena donde prima lo visual. El trascurrir de la vida en la ciudad dobla voluntades y deviene un thriller urbano bajo las luces de neón. Las sospechas se suceden. Sin embargo, no alcanzan para resolver lo que de verdad ocurrió. Son esquivas y, al final, la violencia se abre paso. Atrás queda un reguero de resentimiento de clase, un vacío de soledad, sobre los terrenos yermos del extrarradio, donde se juega la rivalidad entre la ciudad y el campo, entre la lujosa modernidad y el legado de la tradición.
De ahí nace el conflicto en esta cinta coreana donde se habla de los bosquimanos del Kalahari. Es raro, ¿verdad? Al parecer esta tribu africana distingue dos clases de personas con hambre. No solo existe el impulso físico que nos reclama la ingesta de alimentos. También está una conciencia insaciable por el sentido de la vida. Ese fuego eterno que, una vez iniciado, no se apaga con nada. Un calor vivo tan distinto del que roza nuestro rostro cuando el sol se pone tras las montañas. Tal vez porque, al igual que muere otro día, todos seremos, tarde o temprano, un puñado de polvo que una brisa arrastrará hacia la oscuridad.
Más cine para una isla desierta: https://cineparaunaisladesierta.home.blog/
Digamos que ‘Burning’ no es una película donde la historia lance su premisa al cabo de veinte minutos. Los personajes se irán revelando, sí. Pero la cosa requerirá su tiempo. Una puesta en escena donde prima lo visual. El trascurrir de la vida en la ciudad dobla voluntades y deviene un thriller urbano bajo las luces de neón. Las sospechas se suceden. Sin embargo, no alcanzan para resolver lo que de verdad ocurrió. Son esquivas y, al final, la violencia se abre paso. Atrás queda un reguero de resentimiento de clase, un vacío de soledad, sobre los terrenos yermos del extrarradio, donde se juega la rivalidad entre la ciudad y el campo, entre la lujosa modernidad y el legado de la tradición.
De ahí nace el conflicto en esta cinta coreana donde se habla de los bosquimanos del Kalahari. Es raro, ¿verdad? Al parecer esta tribu africana distingue dos clases de personas con hambre. No solo existe el impulso físico que nos reclama la ingesta de alimentos. También está una conciencia insaciable por el sentido de la vida. Ese fuego eterno que, una vez iniciado, no se apaga con nada. Un calor vivo tan distinto del que roza nuestro rostro cuando el sol se pone tras las montañas. Tal vez porque, al igual que muere otro día, todos seremos, tarde o temprano, un puñado de polvo que una brisa arrastrará hacia la oscuridad.
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