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Críticas 7
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
8
13 de agosto de 2021
74 de 91 usuarios han encontrado esta crítica útil
Existen obras que trascienden a la propia industria a la que pertenecen. "Neon Genesis Evangelion" (1995) es una de ellas. Durante más de veinticinco años la serie de televisión y sus películas continuadoras se han mantenido como un fenómeno de masas que va más allá del anime. Tras múltiples retrasos desde su fecha prevista original en 2014, y con su lanzamiento definitivo confirmado para 2020 retrasado a causa de la pandemia de COVID-19, finalmente "Evangelion 3.0+1.0" llega a Occidente meses después de su estreno en Japón y, como no podía ser de otra forma observando la dinámica actual de grandes estrenos, a través de una plataforma digital, en este caso Amazon Prime.

La saga “Rebuild” que se inició en 2007 con el estreno de “Evangelion 1.0” ha tardado catorce años en completarse. Se dice pronto, y más teniendo en cuenta que entre el estreno de "Evangelion 3.33" (2012) y su continuación, punto final de la saga y quién sabe si de la franquicia, han pasado nueve años. Como referencia, más tiempo que entre el estreno de “The End of Evangelion” (1997) y el anuncio de su reboot. La pregunta a resolver resulta entonces obvia: ¿Está el film a la altura de su espera? Difícil respuesta, y más cuando se trata de una sombra tan alargada como la de la obra insignia de Hideaki Anno, pero defintivamente hay que inclinarse por un sí.

"Evangelion 3.0+1.0" cumple sobradamente con las expectativas de lo que pueda esperarse como final. ¿Es la mejor película de Evangelion? No, "The End of Evangelion", en la que esta intenta fijarse y mucho, mantiene un valor cinematográfico al que se aspira pero que no se alcanza. ¿Es entonces la mejor del Rebuild? En aspectos técnicos, 3.0+1.0 resulta una obra maestra de la animación, aunque en un compendio general y a título personal 2.0 siga siendo el clímax de este arco. Por otro lado, todo lo que hace única a 3.0+1.0, especialmente en el tratamiento de los personajes tanto en la primera hora de la película como en su final, es remarcable. ¿Dónde falla entonces? En un caos narrativo que solo puede leerse en la zona spoiler.

Como se dijo, la película es una delicia visual. Una experiencia obligatoria para cualquier amante del cine de animación. Fotografía cuidada, armónica y de impacto, un diseño de escenarios excepcional y un gran trabajo de animación, expresiva y detallista. En el apartado sonoro, la OST de Shiro Sagisu aporta a la película gran parte de su alma. Tanto en los temas nuevos como en las rearmonizaciones de clásicos, el compositor desarrolla un trabajo fantástico desde los créditos, con pistas variadas que van desde los icónicos solos de piano hasta las piezas orquestrales llenas de fuerza, coros y percusión. Mención especial a Hikaru Utada y el tema de los créditos, "One Last Kiss".

Sin embargo, y a pesar de la señalada como excelente animación, es importante también reseñar como se han diseñado y propuesto las escenas de acción. El CGI permite secuencias espectaculares, que desafían la física y que niega constantemente las leyes de la gravedad. Si bien el resultado es vistoso, entretenido y, aunque con excepciones, fácil de seguir sin perder la vista en un mar de explosiones y giros vertiginosos, como pudiera ocurrir en 3.33, es imposible no realizar comparaciones con la animación tradicional del NGE original y la propuesta de las dos primeras películas del Rebuild. El excelso combate entre la Unidad 02 y los EVA Series en “The End of Evangelion”, o la batalla final de 2.0, siguen siendo, incluso después de este estreno, ampliamente superiores, y es que aunque las ideas de los combates son muy buenas, el uso de la animación 3D en los EVAs llega en muchas ocasiones a romper visualmente con el resto del escenario, dando una extraña sensación de tosquedad o bajada de calidad. Quizá, a título personal, hubiera sido más interesante apostar por combates menos ambiciosos pero mejor integrados estéticamente.

El plano argumental será quizá donde la película sin duda levantará más debate y división. Evangelion siempre ha funcionado en dos planos: Uno construido alrededor de las idiosincrasias de los impactos, su funcionamiento, rituales y motivaciones de sus impulsores, y otro centrado en el desarrollo psicológico de sus personajes y las relaciones humanas entre sí. El primer marco sigue la dinámica habitual de la franquicia, planteando un misterioro puzzle lleno de símbolos y pistas falsas que los fans más acérrimos se encargarán de armar durante los meses o años venideros, donde encontraremos más preguntas que respuestas. De poco sirve profundizar ahora aquí, pues terminar la película con la sensación de no haber comprendido nada es parte del juego, y parece que no podría ser de otra forma. Sin embargo, se hubiera agradecido una mayor claridad tratándose del último episodio, y observándose como, aún así, se han propuesto enigmas nuevos prácticamente irresolubles.

El segundo plano, que es el que para muchos/as hace verdaderamente memorable el universo de Evangelion, resultará en esta ocasión mucho más directo y cerrado que en anteriores capítulos, consiguiendo mantener el equilibrio entre la profundidad de la psique de personajes con profundos traumas adquiridos durante un lapso de catorce años, y las limitaciones de cerrar sus historias en apenas dos horas y media. Lo consigue de forma bastante solvente. Indagar más sería caer en spoilers, pero todos los personajes importantes de la obra disponen de su momento de gloria, donde los espectadores podrán entender, o al menos intuir, qué rasgos de su personalidad se mantuvieron o evolucionaron durante el salto temporal que divide las dos primeras y las dos últimas películas de Rebuild. En spoilers, más sobre esto.

En definitiva, un gran final para Evangelion que satisfará a todo tipo de fans. O, al menos, les hará soltar alguna lágrima producto de la nostalgia y de un mensaje final que, sin duda, resulta incluso más edificante y positivo que el que tuviéramos hace 26 años en "The End". Muy recomendable.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Uno de los puntos que elevan indudablemente el valor de 3.0+1.0 dentro de la franquicia es su genial trabajo ampliando el mundo de Evangelion. Mientras que la serie original, “The End of Evangelion” y las tres primeras películas de este Rebuild reducían prácticamente sus escenarios a la base de NERV en Tokyo-3, esta última película finalmente decide mostrar algo más del mundo. La sede de EuroNERV en París, el Pueblo 3 o la base de NERV en la antigua Antártida, consiguen abrir los espacios de la serie, al contrario de lo que ocurría en 3.33, donde el mundo se planteaba vacío y muerto salvo por los personajes principales de la obra, que parecieran los únicos habitantes del planeta.

Mención especial al pueblo de refugiados y la presentación de la vida de aquellos que sobreviven en un mundo post-impacto, donde se desarrolla una primera hora completamente diferente a la que muchos hubiéramos esperado recibir de esta película final tras 3.33, pero que sin duda resulta fantástica para el desarrollo de Rei 6 y de Asuka Shikinami (que no Langley).

Sin embargo, la cruz la encontramos en el tramo final de la película, que complica las cosas sobremanera. Si de por sí Rebuild nos planteaba innumerables dudas, ahora se nos introducen una serie de conceptos completamente ignorados durante las entregas anteriores que cobran una importancia mayúscula y que, como tantas otras cosas en Evangelion, no reciben ni una mínima explicación.

Uno llega a preguntarse si para contar, tras nueve años de espera, el desenlace de una historia sobre el amor más allá de la muerte, la búsqueda de una misión en el mundo y la identidad, las relaciones entre seres traumatizados o como el tiempo afecta a las mismas, era necesario introducir en la última hora de película conceptos de “worldbuilding" como el antiuniverso, el Evangelion Imaginario o el Objeto Gólgota. Si bien esta nunca ha sido una serie con un mundo sencillo de entender, la explicación se quedaba en lo complejo, no en lo casi imposible.

Las referencias a “The End of Evangelion” resultan esperables aunque francamente descafeinadas. La presencia de Rei gigante, donde podemos decir sin mucho miedo a equivocarnos que aparece prácticamente de la nada, no alcanza ni de lejos el simbolismo o significación que tenía en el Tercer Impacto original. Las cosas ocurren de una forma tan rápida y confusa que al espectador no le da tiempo a asimilar lo que está pasando.

Sin embargo, el último viaje al mundo interior de los personajes, en especial a un Gendo que brilla como nunca lo había hecho hasta ahora, lo compensan con creces. Esto es realmente una constante en toda la película, y sin duda lo más interesante de la misma. Nos encontraremos con una Rei 6 que busca su propia identidad, una Misato que se debate entre la responsabilidad y el afecto, o una Asuka Shikinami que ha crecido y madurado frente a un Shinji detenido en el tiempo, y que resulta guardar un origen que la acerca más a Rei que a su homólogo de la NGE original.

Nos encontramos también ante el Shinji Ikari que más aprende y madura de toda la saga. De su depresión absoluta al que posiblemente sea su momento más memorable, lo encontremos aquí confrontando finalmente a su padre en un melodramático encuentro rodeado del escenario (literal) de su imaginación y sus recuerdos.

El mensaje final de la película, que reproduce en líneas generales lo que ya planteaban los episodios 25 y 26 de la serie original, se envuelve entre visiones y metáforas e invita a los espectadores a dar un paso adelante, enfrentarse al mundo real, y despedir el miedo a los otros y a uno mismo. Todo mientras también sirve de despedida de Hideaki Anno a la franquicia y a los seguidores de Evangelion. Un final redondo.

Quizá en un tiempo, con un revisionado y con los enigmas resueltos al alcance de la explicación en un click, esta 3.0+1.0 resulte una experiencia mucho más sencilla para el público. Aún así, el resultado tras la larga espera es más que satisfactorio.
11 de febrero de 2020
6 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una buena película debe tener tres cualidades: Contar realmente una historia; que esa historia, por pequeña que sea, sea bien contada y sin tomar al espectador por estúpido; y que se haga disfrutable a la vista y el oído. Todo lo demás son aderezos y gustos personales, independientes en cada persona.

“Gisaengchung” (Bong Joon-Ho, 2019), o “Parásitos”, lo consigue a niveles que han justificado convertirla en la primera película de habla no inglesa en conseguir un Oscar a Mejor Película. Y es curioso porque, en la superficie, se trata de un film nada grandilocuente, con una premisa sencilla que podríamos ver en cualquier comedia de situación, pero que en sus capas más profundas decide señalar directamente a la propia naturaleza humana.
Los grandes logros de esta película vienen precedidos por su fusión de géneros. “Parásitos” es un drama familiar y un thriller psicológico que decide esconderse en su narrativa, conviertiendose en una ingeniosa comedia negra. Todo mientras se logra dar una nueva vuelta de tuerca al tropos clásico del “hombre pobre/hombre rico”, y plasmando una historia cotidiana, que retrata las relaciones cordiales de hipocresía en las que se fundamentan nuestras interacciones sociales en la actualidad.

Bong Joon-Ho introduce con subliminal maestría todo el sustrato social de la cinta, que parte del clasismo imperante en la sociedad surcoreana como premisa. La película, y es de agradecer, nunca nos escupirá este mensaje a la cara, sino que bajo la aparente armonía y paz entre los personajes principales se encierran estos aspectos tan naturalizados para ellos hasta un punto que ni siquiera se cuestionan, solo se asumen y se disfrazan de respeto y cordialidad, tal y como la película se disfraza de simpática comedia. No hay diálogo al que no se le puedan apreciar dos o incluso tres capas, siendo frecuente la premonición o incluso la maldición en las palabras de los personajes.

Poco más se puede decir de la trama y el mensaje central de “Gisaengchung” sin entrar en el “spoiler”, pero tampoco es necesario. Cuanto menos se sabe de ella antes de verla, mejor.

El control absoluto de los espacios y la fotografía realza el valor técnico de “Parásitos”. Bong Joon-Ho contrasta con habilidad planos armónicos, proporcionados, casi minimalistas, llenos de orden, con otros que transmiten la idea absoluta del caos, en aquellos momentos en los que la trama se entrega al mismo sin más opción. El símbolo y la metáfora está presente en muchos momentos, y la poesía visual es capaz de reflejarse hasta en un inodoro expulsando heces (literal). Sin duda es este montaje, acompañado de un gran ritmo en las escenas y el guión, el que hace que a pesar de durar más de dos horas esta se haga liviana e incluso corta.

Obra maestra del director que ya ha pasado a la historia por el reconocimiento internacional que esta ha tenido, pero que esta vez, tiene valor más allá de lo que los gafapastas con ínfulas de Hollywood puedan querer hacernos creer.
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En “Parásitos” no hay buenas ni malas personas. A pesar de que en todo momento se nos plantean unos personajes simpáticos y en buenos términos entre sí, toda la acción rezuma un distanciamiento intrínseco, siendo el Sr. Park quién más hincapié y evidencia hace de esta idea a través de sus conceptos de la “línea roja” y el “olor” del pobre. Puede que la familia de “parásitos” sea una reunión de charlatanes y oportunistas, pero en la ficción que ellos mismos se han encargado de producir no dejan de ser eficientes trabajadores con grandes talentos, y aun así, aunque recibidos con educación y buen trato por sus empleadores, no dejan de ser substancialmente despreciados.

Los pobres, aunque son presentados como tramposos, mentirosos, caraduras y aprovechados, terminan por dar una sensación de haberse visto obligados a esta vida a causa de las propias limitaciones económicas derivadas de su clase. No son ni mucho menos estúpidos, o irresponsables, y de hecho, como se nos dejó ver en los primeros minutos, la única limitación que algunos de ellos tuvieron para desempeñar grandes carreras fue meramente económica. Y sin embargo, a pesar de sus esfuerzos, de esconderse tras avatares con mejor sino y actuar con diligencia, respeto y cierta responsabilidad con sus empleadores, no pueden limpiarse de su “olor”.

El desprecio de la familia rica sobre cualquier “inferior” aparece de maneras inesperadas. Un ejemplo, pese a que Yeon-kyo (la esposa rica) mantenga un trato cercano con el servicio en su rol de administradora del hogar, también es el mismo personaje que asume que la supuesta novia del primer chófer es una consumidora habitual de drogas simplemente por llevar ropa interior barata, la cual en realidad pertenece a Ki-Jeong, la hija mayor de la familia “parásita”.

El clasismo se manifiesta incluso en quienes más inocentes parecen, en la preocupante manifestación de la inconsciencia. El pequeño Da-song es el primer personaje en hacer mención a ese “olor” del hombre pobre, que resulta compartir todo el servicio de la casa. Un dato que en ese momento de la película aparece como anecdótico y que aparenta querer dar pie a un gag cómico, en realidad esconde una realidad clara: Cuando ese niño crezca será igual que su padre.

A pesar del desenlace sangriento, la película se había desarrollado pacíficamente. Dos familias que se quieren, con padres orgullosos de sus hijos, hermanos que se respetan, matrimonios que se aman e incluso una familia que se emborracha junta para celebrar que las cosas les empiezan a ir bien, tras ayudarse los unos a los otros, por supuesto a su pícara manera. Dos familias que a pesar de las distancias ya comentadas conviven en una simbiosis de tolerancia e incluso respeto y hasta atracción.

¿Cómo estalla entonces el conflicto? Pues, y ahí reside lo más triste y la más dura crítica, cuando dos grupos de parásitos necesitan del mismo huésped para sobrevivir y prosperar. La segunda mitad de la película es una concatenación de sucesos a partir de la revelación de la existencia del hombre del sótano, que idolatra al Sr. Park mientras este ignora su existencia, pero del que se nutre a escondidas.

Ki-Taek mata a su organismo “huésped” porque asume el desprecio y el asco que realmente imperan en la relación de su familia con la de los Park. En una crisis como la que se produce en la escena de la fiesta de cumpleaños, la hecatombe final se convierte en una reacción casi instintiva de alguien que se ha cansado de ser un parásito y pretende recuperar su condición humana tras ver morir a su hija en sus brazos.

Y por si fuera poco con esto la única esperanza para los Ki de reunirse pasará porque Ki-woo consiga hacerse rico y comprar la casa en la que Ki-Taek se esconde. Esperanza que, viendo la última escena de la película, parece entenderse como una fantasía imposible de creer hasta para el propio Ki-woo
14 de octubre de 2019 3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
El cine basado en personajes del cómic norteamericano de superhéroes lleva diez años dominando las salas, y algún tiempo más con una presencia notable en las mismas. Convertido ya casi en el equivalente actual del “western” clásico, este género vive un evidente momento álgido ligado de forma absoluta al género de acción y aventuras. Por primera vez, una historia ambientada en el universo de la capa y el antifaz llega de manera tan cruda, sin guiños a la acción y con un planteamiento de thriller en el que la psicología de los personajes prima sobre las acciones. Es imposible negar que la propia naturaleza de la franquicia Batman y su más carismático antagonista permite este tipo de experimentos, como ya pudimos ver ligeramente en la archiconocida trilogía dirigida por Cristopher Nolan entre 2005 y 2012. Sin embargo, de nada sirve esa posibilidad si no se concreta con un producto excelente como el que nos encontramos aquí.

La propuesta de “Joker” (2019) no es del todo arriesgada, pero sí como decíamos antes, muy novedosa dentro del género con el que se le podía encasillar. Ya en el pasado se rumoreo con personajes del cómic dando el salto a géneros alejados del blockbuster palomitero, como “Venom”, pero finalmente ha sido Todd Phillips quien se ha atrevido a que su Joker tenga algo más que ofrecer que explosiones, momentos de epicidad desenfrenada y efectos especiales.

La escenografía de "Joker", realmente, no introduce ningún elemento nuevo. Juega con una atmósfera oscura utilizada en múltiples ocasiones. Todd Phillips sabe los trucos clásicos para crear un ambiente maduro y serio a través de los planos, encuadres y sonoridad, y lo consigue sin especiales florituras. Y esa es parte de la genialidad del film, el saber perfectamente que resultados quiere conseguir y que ingredientes va a usar para ello, sin abandonar en ningún momento el tono que persigue. Gotham se ve realista y enrarecida por los eventos recientes, pero sin resultar tétrica o pomposamente ennegrecida como en anteriores ocasiones se ha reflejado sin éxito. Y esto, más que un punto en negativo, como reseñarían algunos "especialistas", se convierte en un punto a favor, pues innovador no es siempre sinónimo de bueno.

En lo que refiere a las interpretaciones, que Joaquin Phoenix es el ganador del Oscar a Mejor Actor en la próxima edición de los premios es una apuesta segura. Repetitivas y manidas serían todas las alabanzas que se puedan a hacer a una muy notable caracterización, capaz de enternecer, tensar, incomodar y hasta aterrar en pocos movimientos. Un Joker que traslada su locura a un espectador incapaz de discernir con seguridad si se encuentra ante una víctima o un verdugo, y que es participe del juego de roles en el que nos sumerge el claro trastorno de personalidad del personaje. Notable también el resto del elenco, con mención especial a un muy correcto Robert DeNiro que encarna perfectamente al clásico presentador de late night norteamericano lleno de gestualidad y verborrea.

La banda sonora es correcta, pero sin que contemos con momentos verdaderamente memorables. Quizá la introducción del clásico “Send the Clowns” de Frank Sinatra en una de las escenas sea la más destacada, pero otros temas como el “Rock N Roll” de Gary Glitter quedan bastante descafeinados y usados para dar una sensación de “cool” que realmente no consiguen, pese a que la escena que acompañen sea buena, ya que se trata de temas sustituibles por cualquier otro. El resto de la BSO resulta genérica para el suspense, y aunque no va a destacar, cumple su función.

Como último apunte, antes de pasar a los “spoilers”, es reseñable que un punto a favor de la película va a estar indudablemente en su cualidad de poder ser visionada varias veces para descubrir nuevos detalles. “Joker” solo trata como estúpido al espectador en una ocasión, que sin embargo sirve para introducir el concepto de la alucinación y la irrealidad, lo que genera preguntas, debate, teoría y, en definitiva, gran material para motivar uno o varios visionados más.

“Joker” cuenta tres catábasis: La de Arthur Fleck, la de Gotham y, en un plano secundario pero fundamental, la de la familia Wayne.

Surge la polémica de si este Joker respeta el legado del personaje y si no nos encontramos ante una historia que utiliza al icónico villano únicamente como reclamo, desarrollando una trama que podría ser perfectamente relatada involucrando a otros personajes. El Joker era hasta ahora siempre introducido como un agente del caos con origen confuso, si no inexistente, cuya principal motivación venía dada por el mero placer hedonista y un psicópata sentido del humor. ¿Cumple esta versión con esa percepción del personaje? Definitivamente sí. Veamos como.
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El descenso a los infiernos de Fleck se plantea en la película como íntimamente ligado a la enfermedad mental, pese a que son una concatenación de sucesos traumáticos, más que la ausencia del tratamiento médico, los que provocan su definitiva conversión en el alter ego.

La historia del Joker es la historia de como el enfermo Arthur asume que su sentido del humor no está hecho para agradar al resto, así que cuando esa visión de la risa se mezcle con una falta absoluta de preocupación por su enfermedad y el resentimiento producido por los traumas interiorizado, nacerá el monstruo que se despoja de su antigua personalidad y asume la nueva. El personaje se acepta a sí mismo dentro de su enfermedad y la hace suya, y querrá agradarse a sí mismo antes que al resto, que tantas veces lo despreció a pesar de sus intentos. Ya no añorará el amor del público, de un padre o de una vecina amable. Por ende, hará desaparecer también sus visiones fantasiosas llenas de anhelos, y eso le llevará a la absoluta felicidad que vemos en la escena del baile en las escaleras. Desde esta perspectiva, podemos incluso entender esta película como una retorcida historia de superación personal. Una apuesta arriesgada, pero bien comprendida, muy acertada para el origen de un malvado.

Como fallo, la ausencia absoluta de una referencia clara al origen del nombre, Joker, más que una mera elección cuya motivación no resulta del todo convincente (Tú me llamaste payaso), y sin ninguna alusión a la figura del comodín de la baraja francesa. Por otro lado, que no nos encontremos en este punto de la historia a un genio del crimen como muchos reclaman no quiere decir que no llegue a serlo en ningún momento, teniendo en cuenta que las grandes tramas del personaje llegarán décadas más tarde.

La transformación de Gotham, por otro lado, se va a reducir a un pobre conflicto entre grupos tan ambiguos como “ricos” y “pobres”, sin mayor profundidad añadida más que los recortes en asistencia sanitaria a los enfermos mentales. Un altercado en el metro sin mayor carga social latente convierte en un símbolo revolucionario a un hombre vestido de payaso, por el simple hecho de que los tres muertos pertenecen a un grupo social determinado, pese a que no se conozca en ningún momento la identidad ni motivaciones del agresor. Todo esto solo va a servir para reforzar la conversión de Arthur en el Joker, pues su lado más egomaniaco se manifiesta aquí. Por primera vez en su vida se siente parte fundamental de algo. No le interesa el conflicto provocado, sino su rol como protagonista invisible. Si para ser alguien debe abandonar a Arthur Fleck y asumir la identidad del payaso al que las masas enajenadas de Gotham veneran, como en la escena de la sonrisa de sangre, pues así será.

En lo que refiere a los Wayne, su caída viene dada de forma circunstancial, y sirve para dar una de las versiones más interesantes y coherentes de la muerte de los padres de Bruce, que liga directamente al joven Batman con el Joker, como evidencia la última escena de la película.

Finalmente, “Joker” cuenta con una gran cantidad de detalles ocultos y pequeños guiños a las historias originales de Batman, que muchos fans del personaje clásico disfrutarán y que solo añaden profundidad a la historia, más que cargarla o convertirla en un festival de referencias.

Una buena historia cuyas aparentes incongruencias y vacíos ocultan realmente una perspectiva que debe ser adquirida y meditada a través de la observación atenta del film. “Joker” no es, ni mucho menos, para todos los públicos. Y es que conseguir que una sala de cine se ría a carcajadas de como una persona con enanismo no puede abrir una puerta y necesita que el hombre disfrazado de payaso recubierto de sangre que acaba de matar a su amigo le abra, solo puede darse cuando contagias a la audiencia de una sensación de entender al demente. ¿Acaso no tendremos todos un poco del Joker?
9 de junio de 2018
7 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
La nueva saga jurásica ha logrado en dos entregas posicionarse como una más que digna secuela para “Jurassic Park” (1993). Si en “Jurassic World” (2015) nos encontrábamos una propuesta que servía tanto de continuación para los nostálgicos como de remake o reboot para las nuevas generaciones, es ahora en “Jurassic World: The Fallen Kingdom”, cuando encontramos un verdadero punto de inflexión que lleva la saga a otros marcos argumentales.

Si bien las reminiscencias de “The Lost World: Jurassic Park” (1997) son imposibles de discutir, esta nueva entrega no le debe tanto como si lo hacía “Jurassic World” a “Jurassic Park”. Funciona en este sentido y como secuela, de una forma mejor y mucho más natural.

Nos encontramos ante un blockbuster de manual sin mayores pretensiones que las de hacer pasar un buen rato al espectador con acción y aventuras, algo que cumple sin problemas, pero que sin embargo también se atreve con introducir ecologismo y crítica al capitalismo al ya clásico debate en la saga sobre esta legitimado el ser humano para jugar a ser dios. Lo hace, por supuesto, de una manera superficial y para sostener el sustrato del film, pero es indudable que añade una capa más a una película que podría haber aspirado a mucho menos.

Técnicamente, J.A. Bayona realiza un trabajo sobresaliente, en el que nos deja algunos destellos de brillantez en algunas escenas, incluido un breve pero impactante plano secuencia. La película, como ya hiciera la original “Jurassic Park”, marca bien los ritmos durante sus dos horas y diez minutos, siendo capaz de intercalar un tono oscuro, terrorífico y casi sádico en algunos momentos, con la colorida y familiar propuesta general. Una lástima que esta entrega carezca de una banda sonora que pueda acompañar con identidad propia lo que vemos en pantalla, más allá de las ocasiones en las que las clásicas fanfarrias de la franquicia dejan caer su leit motiv para que confundamos nostalgia con impacto.

En lo que refiere a la interpretación, es indudable destacar la actuación del dúo protagonista. Chris Pratt y Bryce Dallas Howard mejoran sin ninguna duda en sus respectivos roles, y hacen imposible pensar en una tercera entrega sin uno de ellos. Quizá esto se deba a la menor caricaturización de sus personajes, que responden menos a clichés tópicos del cine palomitero y mantienen un papel más comedido y realista. Desgraciadamente, no puede decirse lo mismo de los villanos del largometraje, quienes pasan sin pena ni gloria y sirven exclusivamente, y como puede uno imaginarse, para ser poéticamente ajusticiados por los saurios y su hambre voraz, tal y como viene siendo normativo en la saga.

De ellos, las bestias jurásicas, que son el principal reclamo de la cinta, poco en contra puede decirse. La recuperación de los animatrónicos en ciertas secuencias es acertada, y aunque a nivel relativo el CGI de 1993 sigue envejeciendo mucho mejor de cómo lo hará el de esta segunda etapa de la franquicia, el realismo de las bestias y su interacción con los actores de carne y hueso apenas tiene puntos flojos. Sin duda se trata de un ejemplo de cómo utilizar correctamente los efectos especiales, sin necesidad de sobrecargar al espectador.

Con todo lo dicho en mente, “The Fallen Kingdom”, aun tratándose de una quinta entrega, puede fácilmente ser considerada la secuela merecida que llega justo en un momento donde un paso en falso con un capítulo mediocre habría supuesto de forma casi indudable la condena a la extinción del parque jurásico cinematográfico. Renueva la saga y la hace crecer, más allá de aprovechar un legado de oro y limitarse a exprimirlo. Una película para divertirse en el cine que entretiene y mucho, y que desde luego no incomodará al más fanático ni decepcionará al incondicional.

El subtítulo “El reino caído” pudiera, en este sentido, hacer más referencia a la ruptura con el formato tradicional de las películas precedentes, más centradas en ser episodios en cierto modo auto-conclusivos y con una estructura repetida, que a la propia trama planteada. Si en “The Lost World” la solución para volver a contarnos una historia sobre dinosaurios revividos genéticamente pasaba por trasladar la acción a un nuevo espacio, Isla Sorna, en “The Fallen Kingdom” todo comienza con la alerta de la más que inminente destrucción por causas naturales de Isla Nublar. Una desaparición irreversible y para siempre. El mensaje es captado con facilidad: Ya nada será lo mismo a partir de este momento, la saga, como la vida, se abre camino.
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Sin duda, para el espectador resulta extraño que un personaje al que se le pretende dar un papel y rol tan relevante en la trama de la saga como Benjamin Lockwood no aparezca en la misma hasta la quinta entrega, como si todo lo que tuviera que ver con el proyecto jurásico durante las décadas anteriores hubiera sido intrascendente para él. No es creíble y se trata de un punto importante en el argumento, pues es su papel en esta historia sobre el que se levanta todo el peso argumental de la película. La sombra de John Hammond está continuamente presente tras un personaje forzadamente trascendente.

Una vez aceptada esta licencia de introducir elementos nuevos a destiempo, nos encontramos con una película cargada de simbolismos, como la propia destrucción de isla Nublar, las intervenciones de Ian Malcolm en un cameo muy bien introducido y que da un cierto transfondo filosófico a la trama, o la imponente presencia final de la longeva T-Rex, que independientemente de la nueva monstruosidad diseñada por los genetistas, siempre acaba demostrando quien es la verdadera reina de las bestias.

El argumento de la siguiente entrega es todo un misterio, pues aunque en los compases finales de la película se nos deja entrever un nuevo mundo plagado de criaturas provenientes del pasado, apenas una veintena de criaturas sin pareja reproductiva son las que llegan a escapar de la mansión Lockwood. Por cierto, para ser las últimas en su especie, el precio a pagar es realmente barato en la subasta.

El próximo paso puede pasar por la captura de estas criaturas, o apuntar de forma arriesgada a materializar la bizarra idea de los dinosaurios como armas de guerra, lo cual sacaría, de producirse, a más de uno del cine por pasarse de estrambótico. Sea lo que tenga que ser, lo comprobaremos en un futuro próximo.
12 de septiembre de 2020 1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay ocasiones en las que, tristemente, una película que en otro contexto sería valorada con tibieza, o incluso positivamente, se ve arrastrada por polémicas fuera de la pantalla o contextos desafortunados para el estreno y recibimiento de la misma. "Mulán" (Niki Caro, 2020), ya ha entrado a formar parte de la historia del cine, pero no por los motivos deseados.

A esta “Mulán” se le recordará como la obra de cine experimental más cara de la historia, con doscientos millones de dólares invertidos. Experimental, sí, pero en el sentido más empresarial, mercantilista y capitalista de la palabara. Concebida originalmente como el primer gran intento de Disney en China, mercado ya reconocido como imprescindible y necesario para la industria del entretenimiento, "Mulán" parece sobre el papel una apuesta segura, pero alguien tenía que haber pensando en si realmente China esta por la labor de que venga Disney a contarles su propio cuento. Además, tras el retraso forzado del estreno a causa de la pandemia mundial de Covid-19, a “Mulán” se le añade la carga de ser también conejillo de indias para la propia Disney en occidente, al considerar su lanzamiento en Disney+ una forma de testear si los espectadores abandonarían en esta época de crisis sanitaria el molesto intermediario de las salas de cine (molesto para Disney y su recaudación millonaria, por supuesto) y, ya de paso, hasta cuanto estarían dispuestos a desembolsar por sus productos audiovisuales de estreno usando este servicio.

Que “Mulán” ha sido un fracaso en todas las previsiones de Disney no es ninguna noticia, pero no nos confundamos. Que el movimiento relativo a Disney+ era una jugada arriesgada casi segura de caer en pérdidas no debe ser una sorpresa para ellos. Donde reside el gran fracaso de la compañía del ratón es en la poca o nula buena recepción de esta “Mulán” en el gigante asiático. Desembarcar en China y conquistarla, motivo principal por el cual esta película fue planteada en primer momento, ha sido imposible. ¿Por qué? Porque, aunque entretenida e incluso disfrutable para una tarde en casa, esta película es un intento de contar una versión occidentalizada de un cuento chino a los propios chinos, que conocen su historia de sobra y que además cuentan con decenas de versiones, revisiones y secuelas diferentes, originales y mejores, que la que ahora le quieren volver a contar. La última, este mismo año, de la mano de Lin Yi.

"Mulán" carece de identidad debido, irónicamente, a su intento de contentar a todo el mundo. Quiere triunfar con los niños que ya no somos tan niños y recordamos la primera de Disney, la de 1998, que es posiblemente de los mejores trabajos realizados en sus estudios. Listón muy alto. Pero 1998 fue hace 22 años, cuando las dudosas sombras éticas de la apropiación cultural todavía no estaban tan extendidas, y China ya no es un exótico país en el que plantear una película de animación infantil, sino un dragón despierto, con un tesoro en su cueva cada vez mayor y con 1.000.000 de consumidores potenciales. El esfuerzo por dirigir la película ahora también a este público, hace que "Mulán" renuncie a todo lo que hacía tan carismática y entrañable a la primera, mecionando especialmente a los personajes exagerados y caricaturescos como fueran la abuela de Mulán, el consejero Chi-Fu, el grillo Cri-Kee o el absoluto co-protagonista Mushu. Estos se añoran tanto como la música, que a su vez ha sido tan deshonrada como la vaca. Se sustituyen estos elementos con combates de artes marciales típicos del género wuxia, o, como muchos lo conocerán en Occidente, estilo "Tigre y Dragón” (2000), un género que, aunque interesante, podemos reconocer que es bastante de nicho en este lado del mundo. Y eso último Disney también lo sabe, porque lejos de reconocerse como una película del mismo, lo cual daría para un debate bastante más extenso y profundo, se decide que las increíbles acrobacias y combates se deban a un poder místico llamado “chi”. Terrible decisión, mucho, convertir a Mulán en una heroína de anime shonen por no querer ir al ciento por ciento con el “wuxia”, curiosamente en una película donde el aceptarse como lo que uno o una es forma parte del mensaje principal.

Por lo demás, buenas actuaciones, a destacar Liu Yifei, Donnie Yen, y la gran Gong Li. Una ambientación y fotografía irregulares que a veces resultan magistrales y otras restan y estropean cualquier tipo de epicidad, algo grave en una historia que debería exudarla. Las escenas de acción realmente estéticas y bien conseguidas, siendo el único momento donde de verdad parece que esta película pueda costar doscientos millones de dólares. Los personajes, aunque planos muchos de ellos, competentes.

Y por supuesto, mundo aparte, la OST. Tan importante en otra época para Disney, ahora reducida a un atentado infame hacia la grandeza de la original. Absolutamente descafeinada, reducida a música ambiental que esporádicamente cuenta con algunas reminiscencias de esas canciones de la animada que no se han atrevido a poner en su justo lugar.

¿Veredicto final? Una película visualmente interesante, con buenas actuaciones, escenarios, ambientación y acción, pero, increíblemente, sosa. Muy sosa.

“Mulán” no es mala, sino mediocre. Podemos decir que es una opción para pasar la tarde o la noche, cuando no hay otra idea sobre la mesa. Añadido el hecho de que existan infinitas versiones de la misma historia mucho más emocionantes y recordadas, esta película pasará sin pena ni gloria. Un intento pobre y caro de Disney por aprovechar el filón de uno de sus grandes clásicos, sin éxito. Si realmente tan importante era esta película para Disney, muchas de las decisiones tomadas no se entienden y uno no puede evitar pensar que son estas prioridades corporativas las que han condenado a un producto con potencial de obra maestra a un irremediable fiasco.

En definitiva, una absoluta ironía que la lealtad, la sinceridad y el valor sean los tres temas centrales de "Mulán".
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