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Críticas 5
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
7
12 de agosto de 2011
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las artes marciales, como género cinematográfico parece ser uno tan basto que nunca agota sus recursos. Se ha hecho de todo, con todo tipo de cosas. Se han realizado desde las coreografías más insólitas, hasta ángulos de toma imposibles; desde las Wuxia -películas de artes marciales con ingredientes más fantásticos- hasta los films de piña y patada más terrenales. Pinkaew parece haber bebido más los de este tipo. Aunque no por eso deje de ser menos espectacular.
Debo decir que no vi la anterior de este cineasta tailandés (Ong Bak: Muay Thai Warrior), salvo por Tom Yum Goong (2005), genial film anterior de Prachya que contenía un espectacular plano secuencia de aproximadamente 12 minutos, con la promesa del género Tony Jaa al frente. Así que después de todo, este no sería mi primer acercamiento a el como espectador. Sin embargo, Chocolate fue exibida en el BAFICI (Festival de Cine Independiente de Buenos Aires), en la edición del 2010, y no pude verla.
Dije que Chocolate estaba más cercana a las películas de la dédada de 1970. Si, pero con una exclusividad: su protagonista es femenina. Particularidad que la acerca al Wuxia, y que no tenían aquellas que eran protagonizadas por Bruce Lee y Sonny Chiba. En los momentos iniciales del primer acto, Chocolate se muestra como un drama más a la Kim KI-duk, pero al poco tiempo abandona eso cuando se desata el conflicto y se embroma todo. Y si bien tiene drama, ya no vuelve atrás.
Pinkaew demuestra haber visto -que no es lo mismo que haber mirado- mucho de ese cine hecho en Asia con maestría a partir de los años 60. Si bien dije que a esta obra la emparento con otras de "Templo Shaolin" y no tanto con las películas del estilo "Ópera de Pekín", el caso es que, como dije antes, hay una mujer. Y eso me hace recordar el nombre de King Hu. En una crítica que leí, un periodista argentino en su crítica asoció el film que nos compete con Dragon Inn. Y tenía razón en lo que escribía, sobre todo en lo de la protagonista femenina. Pero, en mi parte, la veo más próxima a Come Drink Me. Si bien en la primera citada el rol de la mujer es completamente central, es en Come Drink Me, la otra obra del maestro Hu donde veo más aproximación romántica para con las mujeres, punto que comparte de manera directa con la película de Pinkaew. Y ahí es cuando Chocolate se acerca, aún en su simpleza, al mote de una película muy buena. Y aunque solo lo haga en momentos, estos pueden ser las formidables secuencias de lucha que pululan en la cinta. Y eso, por supuesto, tiene que ver con la increíble utilización del espacio que maneja este director, que como dije sabe "ver" cine en términos cinematográficos, pero también sabe hacerlo con elementos como los de la televisión, o porque no, de los videojuegos. Y lo hace este realizador, que de prejuicios tiene poco, pero de ideas, mucho.
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spoiler:
Zin y Masashi son una pareja de mafiosos que trabajan para Nº 8, villano de película. Ambos tienen un problema con el (complicación que se podría resumir como un amor no correspondido de Zin para con Nº8, ya que ama a Masashi, un yakuza al que el malo no soporta), y deben escapar. Para evitar más problemas, Masashi parte a su Japón natal, pero a Zin, el jefe mafioso, invadido por una ira de venganza, le cercena el dedo de una pierna. Acá no termina, y esta es la verdadera razón de que la película despunte y vaya para otro lado. La pareja, antes de separarse, ya había engendrado a alguien. Ese alguien es Zen, el resultado del amor de sus padres. De todos modos, Zin no la tiene nada fácil. Zen no es como las otas niñas. Tiene una condición que la hace especial, pero también un sentido de los reflejos bien desarrollados. Es por eso que su primo Mom la lleva como atracción por el barrio para que ella haga su espectáculo (atrapar pelotas que la gente le arroja a toda velocidad), y así recolectar algo de dinero que necesitan para la madre de la joven, que sufre de una severa enfermedad. Aunque claro, la chica todavía no lo sabe. El dinero que recogen para el tratamiento no alcanza, y Mom, hurgando entre papeles viejos -mientras Zen ve films de artes marciales- descubre que varias personas deben dinero a los padres de la niña por trabajos terminados. Lotería. Es el momento ideal para probar las cualidades físicas de nuestra niña. Los mejores momentos de una película fresca y rejuvenecedora aparecen de ahora en adelante.
Mejores momentos que tienen que ver con las ya citatdas secuencias: la primera, en la que Zen lucha con sus adversarios dentro de una cámara y con barras de hielo, como escenario y como armas; la segunda, rodeada de cajas y con coreografías casi imposibles. Y la tercera, más violenta, y dentro de una pesadería. Sobre el final, formidable secuencia que funciona además como desenlace de la historia, en la que logra que su heroína pelee dentro de una sala, pero también debajo de escenarios tan complicados como tuberías o carteles de publicidad, todo hecho a pura coreografía, sin nada de efectos especiales (ver luego en los créditos finales, el Making Of donde muestran las tortuosas jornadas de filmación que tuvieron que soportar los actores, que bien hace recordar al mismo esquema de las películas que se hacían con Jackie Chan).
11 de agosto de 2011 3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta magnífica película a simple vista podría parecer un muy buen producto deribado del cyberpunk, pergeñado con una elevada tecnología, y con unos perfectos efectos especiales. Pero en realidad, no se trata solo de eso. Sino de mucho más. Los hermanos Wachowski (Bound), no solo bebieron de los relatos de Wlliam Gibson, de películas anteriores como Dark City (Alex Proyas, 1996), y de piezas fundamentales del anime como Akira y Ghost in the Shell, también tomaron mucho del manga japonés, la dirección de animación de dicho país, la línea de acción que se lleva a cabo en Hong Kong, además de invertir el tiempo leyendo mucha filosofía y de haber mirado cientos de films.
Pero a pesar de haber sido influído en gran parte, lo importante de que Matrix también haya sido un trabajo realmente influyente, no es que solo pareciera una película de animación japonesa, sino de crear una obra propia: lograr un tipo de dirección, fotografía y un excelente manejo de la edición, y por medio de imágenes creadas por ordenador y acción en vivo, poder crear un híbrido. El hecho de que pareciera que animaran a sus actores con esa técnica utilizada, logrando un resultado estupendo, fue sencillamente extraordinario. Todo eso, entramándolo con una narrativa compleja, jamás esquiva, y creando un mundo realmente fantástico, aparte de una nueva era cinematográfica (al menos en lo que a técnica se refiere).
Así que ya sabes, toma la indicada de las píldoras que Morfeo te ofrece, y súmate a "Neo en el país de las maravillas" , y cree lo que tú quieras creer.
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La premisa sería que el mundo en el que vivimos es real. Pero en realidad, todo lo que vemos y sentimos es lisa y llanamente una simulación. Una serie de tubos son implantados en el cuerpo de las personas, y estas mismas se encuentran encerrradas en esferas donde son controladas por una poderosa inteligencia artificial, liderados por el malvado agente Smith. Pero por suerte, los pocos que quedan sin ser alimento de las supermáquinas, entre ellos Morfeo y Trinity, son los que no se cansan de buscar al elegido para que los guíe hacia la salvación de la raza humana. Claro que en el medio deberán enfrentarse a los poderosos centinelas, numerosos agentes, traiciones, etc.
14 de junio de 2011 2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo primero que pasa por mi cabeza mientras estoy viendo Un Profeta (A Prophet, 2009), es el posible nuevo enfoque dentro de la escena francesa màs industrial, o de autor. Un enfoque renovador. Algo que no pasa demasiado seguido en el cine galo.
Està bien, usted me dirà que esta es una pelìcula de manual sobre presos. No se trata de Alcatraz (Don Siegel, 1971). Si bien toma cosas de esta obra maestra, la encontrarìa màs cercana a la maravillosa Un condenado a muerte se escapa, de Robert Bresson.
El cineasta parisino (seguidor de Scorsese), que cuatro años atràs nos habìa sorprendido con su ùltimo film -nueva versiòn de Fingers, obra de los años setenta de James Tobak- ahora trabaja con el gènero carcelario (con sus sìmbolos de amistad, sus planos cenitales, la càmara puesta en bambalinas), y hace algo bien distinto. Su acercamiento al gènero -y al cine dicho sea de paso-, en lo formal, es más bien estadounidense, y en lo narrativo, me recuerda al cine que se hacìa en la època del mencionado film de Tobak. Pero en la aproximaciòn hacia sus personajes y en el modo de dirigirlos, ahì si que se acerca al cine de su paìs.
El director toma el gènero, y roza sus tòpicos -las citadas lealtades- pero hace algo de veras interesante. Tambièn se mete con los tìtulos de gànsters, con sus còdigos, y muestra los ya sabidos procederes de èstos, pero lo hace de una manera tan original y ùnica, que es allì creo donde produce su encanto.
El profeta Audiard lo hizo, y lo hizo muy bien. Aunque en esta realidad -la nuestra- no se trate de una predicciòn, sino de un verdadero talento. Una pena que se haya puesto a dirigir hace poco tiempo.
Mientras tanto, esperamos otra genialidad.
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Audiard nos acerca la historia de Malik (extraordinario Tahar Rahim en su interpretaciòn), un muchacho de 19 años que acaba de ingresar a la càrcel. No sabemos demasiado sobre èl, ni de como llegò allì, solo que al ingresar està solo y desprotegido. Malik no sabe leer en francès (es de ascendencia àrabe, pero casi no conociò a sus padres), igual Ryad, un àrabe del que se hace amigo, lo ayudarà. No obstante, no todas son buenas para nuestro chico, ya que tiene que enfrentar todos los malos sucesos que a cualquiera le puedan suceder dentro de una prisiòn. Primero (como a todos) le quieren hacer pagar el derecho de piso. Despuès, la banda que tiene màs poder en esa seccional, los corsa, liderada por el capo mafia Cèsar Luciani, le ofrecen un negocio que no puede rechazar: matar a un moro soplòn.
Dije que no se puede resistir. Bueno, pongàmoslo asì; o hace lo que le dicen, o lo asesinan a èl.
Trata de zafar de la misiòn, pero le hacen notar que eso no le conviene. De ahì en adelante comienza su relaciòn con Luciani (Niels Arestrup, que ya en De battre mon coeur s´est arreêtè -pelìcula anterior de Audiard- habìa mostrado su enorme caràcter). Malik, con el tiempo, escala posiciones. Luego, màs valiente, se convierte en el protegido del jefe. Se gana su respeto y el de los demàs. Pero el joven emprendedor no se queda ahì, tratarà de hacer negocios por su parte, y bueno, el asunto se tiene que pudrir. Se abren nuevas tramas secundarias, nuevos conflictos, en los que se logran amistades, lealtades, traiciones y otras cosas màs.
Jacques nos regala secuencias de montaje de transiciòn (musicalizadas con canciones norteamericanas -chequeen la muy buena banda sonora-, que no suenan siempre en las pelìculas francesas), con otros momentos casi onìricos (como la maravillosa escena de la colisión con los venados, o las otras en las que hace su presencia fantasmal el hombre al que Malik le quitò la vida, y aunque no hace su representaciòn como un espectro negativo -el joven tampoco lo percibe asì-, de todos modos, a uno le produce una extrañeza mientras esta viendo el film. Y lo hace tambièn con elementos tan simples como palabras sobreimpresas en la imagen, o con gesticulaciones de nuestro hèroe -como el fragmento del asalto a la camioneta blindada- que lo muestran como en un estado de gracia.
27 de mayo de 2021 1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Me alumbraba pura estrella y no precise farol, tenía más luz en el alma que diez mil años de sol”
José Larralde.

El sol y las estrellas. La Pampa, la libertad. Los adjetivos, en ocasiones, están de sobra. Este caso, en particular, jamás alcanzaría. La materia absorbe, se lleva todo; lágrimas, oxígeno, amor. Así, no se puede y no habrá corazón que aguante. No se trata meramente de algo físico –aunque, en cierta manera, si–, es como un cosmos que uno quisiera controlar y estuviera a punto de estallar. La suerte está echada dirían, pero se busca el destino. Entonces, si es así, no habría tanto destino, porque el camino lo va construyendo el propio mortal. Inconvenientemente, mortal es, después de todo. Es decir, si no hay destino, algo hay. La hoja en blanco esta para llenarla, pero la hoja en blanco está. El preámbulo no intenta desplegar rabietas filosóficas, pero vuelvo a insistir; la hoja está ahí, esperando, alguien la puso en su lugar. No sé bien si se trata de una conciencia, pero el papel ahí se encuentra. Vamos a llenarlo.
Otra vez, las estrellas. Ahora, el sol. La llanura pampeana.

Más quel mundo data del 2004. Este cortometraje escrito y realizado por Lautaro Nuñez de Arco debió significar el síntoma paradigmático para la Argentina y su cine. Si, lee bien, me refiero al país. Pasadas décadas, Leonardo Favio construyó una posible epopeya que erigió para y por el cine argentino, pero este último no pudo o supo alargar o mantener, al menos, en alguna tradición. Por su parte, Hugo Santiago Muchnik propuso un arrabal noir que pudo haber sido continuado. Si bien es cierto, en esto último estamos señalando la construcción de una cultura urbana.
Es indudable que Historias Breves –recopilación de cortos nacionales, de los que forma parte Más quel mundo, en su cuarta edición– contribuyó en buena parte para lo que luego se llamó nuevo cine argentino, tanto en el plano formal y narrativo. En este momento, se plantea el problema; eso no alcanza para generar la costumbre que necesita la Argentina y su cine, rico pero falto de valores propios. Adolfo Aristarain, con sus herramientas intentó marcar el rumbo también; una lástima que los talentosos nuevos realizadores de las noventa no hayan acompañado ese “lugar en el mundo”.
Una vez más, el muchacho y el perro, el mundo más que casi todo, pero no más que negro, su mascota. La pradera, un camino y la tentación, en este caso, buena y pura. La inocencia pre-sexual. A la sazón, por eso mi reflexión tiene sentido. Que derive en una danza autóctona lo refuerza aún más. El (no) lirismo de un cierto baile que une a dos cuerpos, razón por la cual enlaza a un duelo con la misma consecuencia que bien nos ha sabido contar Eduardo Gutiérrez en sus folletines.
La epístola escrita a puño y letra por Marito –la textura de los sentidos que logra imprimir el realizador en la escena me resulta, sinceramente, vital– alcanza a un destinatario que no necesita leerla, más bien sentirla. En ocasiones, para entender o escuchar, solo hay que oír. Esta no es una cavilación ordinaria, más cuando la lectura de esa carta potencia lo cristalino de ese “algo” cinematográfico que todavía no logro comprender, pero se encuentra repleto de una intensa humanidad. Algo que ni John Ford hubiera podido estampar filmando los monumentales Apalaches de América del norte. Obstante lo cual, esto remite al epílogo de The Three Burials of Melquíades Estrada (2005), la obra maestra que dirigió y protagonizó Tommy Lee Jones en plena escuela fordiana. Este último, como director, posee una filmografía casi inexistente. Aun así, utiliza las herramientas cinematográficas formales y narrativas (tardío western existencialista escrito por Guillermo Arriaga), le agrega su propia nobleza y cimenta un paralelismo que lo relaciona con la conclusión de Más quel mundo. El silbido de Larralde (Detrás del tiempo) infecta con vida a un plano general –esa espiritual idea tarkovskiana de insuflar–, y nos señala lo que pudo haber sido, hace varias décadas, un locro western autóctono, pero no. A pesar de todo, ese bellísimo plano final podría ser la refundación, está en su lugar para ser mirado. Háganlo.
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Humanamente se entrelazan el “¿vas a estar bien?” de Barry Pepper con “quiero que seas libre y hagas lo que quieras” de José Luis Nuñez. No se puede pedir más caballería. El negro salta la tranquera y nosotros nos deshacemos con la viva sensibilidad que posee este film corto.
1 de junio de 2021 Sé el primero en valorar esta crítica
“Yo nací pa´ andar durando”.
Juan Moreira.

Juan Moreira (1973) se halla en ese lugar donde no hay solamente espacio para las genialidades estilísticas. Quiero decir, es eso y unas cuantas cosas más. Leonardo Favio –que Dios te tenga en la gloria– toma la fuerza del cine argentino y le agrega épica –en una ocasión, este director recuerda que al ver por vez primera Rashomon (Akira Kurosawa, 1950) se quedó mudo una semana; sino, recordar solo los afiches de estreno de ambas obras y se notará la influencia–, prestada en modelos de tradición. El gaucho matrero es un ronin.
Eduardo Gutierrez lo habría apreciado y valorado; el Juan del siglo XIX habría vuelto a sentir amor. Aquel folletín que derivaba de un “espíritu”, le insufla vida –te agradezco ruso Andrei– a un realizador mendocino que sobrevive incluso a su obra. Este introduce amor en cada rendija de los planos que filma con Juan Carlos Desanzo, su director de fotografía. Favio ya había escrito el honor del personaje en el guión manuscrito con Jorge Zuhair Jury, su hermano.
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El cuarto de una hostería con forma de estancia es la morada de un hombre que se encuentra en su punto de quiebre. Ha llegado su hora.
Parece ser uno de esos amaneceres típicos en la provincia de Buenos Aires. El sol radiante avizora la penumbra, conceptualmente hablando o escribiendo. El escenario de una ejecución inevitable rodeado de “empleados de tiendas que vienen a buscar la factura”. La clásica galería lateral del recinto colmado está pidiendo por él. La opacidad –del sol– le espera.
Contrariamente de lo que Rodolfo Beban –gracias, vos sos Juan– recita en algún momento, eso de “con este sol”, confronta con mi idea de la oscuridad al amanecer. Pero hay un punto en común: para ellos dos es terrible abandonar este mundo con la alborada. Desde ya, la conexión se da en el ejemplo, no en el concepto. Moreira adora la luz del alba –observada por una pequeña ventana del aguantadero y con los llantos de su compañera de cuarto como sonido de música real– y se entristece con el momento, casi que lo derrumba. Expresión –no dé– y dolor de alguien que ha amado, sufrido, luchado, nacido.

El clímax es ineludible, y la salida de Moreira por la galería de la estancia derribando perros obedientes –componiendo una fuga que no lo es; esa incierta evasión pudo haber terminado de cualquier forma, no lo sabremos, sin embargo, este hombre genuino embiste en vez de huir– nos dice que ni el sol va a poder impedir que llegue al castillo que ni Kafka hubiera imaginado en su preámbulo, pero ahí está Chirino para meter la bayoneta y realizar su ingreso tristemente célebre. De todas formas, los alaridos de este último no pueden cubrir las harmoniosas emanaciones sonoras que Luis María Serra –por siempre– le extiende a Juan –con él, su postremo rebencazo, así como Brando pega el chicle de su último tango en París, puesto que esa goma masticable fuera la última huella que dejara en este mundo, evitando el vacío con su póstuma voluntad– para que esa melodía se convierta en ardor de vitalidad. Y ahí está Juan Moreira, <vago y mal entretenido, ladrón y homicida peligroso. Edad, entre lo treinta y cuarenta años, pelo negro, a veces usa barba, es de a caballo>.
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