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Críticas 32
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
9
28 de marzo de 2014
19 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
En esta película, junto con la superior "La heredera", Olivia de Havilland demuestra sus grandes aptitudes como actriz, en un papel que, tanto en ésta como en la otra película, es doble. En este caso, esa duplicidad es tanto más evidente cuanto que se trata de dos gemelas, tan idénticas que la justicia y la policía no pueden hacer nada cuando, a pesar de saber a ciencia cierta que una de las dos ha cometido un asesinato en la persona de un hombre con el que mantenía una relación, ambas se unen en una conspiración de silencio para ocultar la identidad de esa gemela.

"A través del espejo" es un estupendo thriller, muy propio de su época, una en la que la sociedad occidental vivía inmersa en el pesimismo y en el trauma de la II. Guerra Mundial y EEUU se había visto forzada a salir de su cascarón de optimismo e inocencia, sobre todo después de los bombardeos sobre Hiroshima y Nagasaki, justo el año anterior al estreno de este filme. Las nociones de bien y mal como entidades contrapuestas pero, sin embargo, muy similares entre sí -tanto que resulta casi imposible distinguirlas- estaban presentes en el subconsciente de la sociedad, y esa nueva consciencia se manifestaba en la cultura, como sucede en este filme. No hay que obviar, además, el hecho de que el director, Robert Siodmak, fuera alemán. En fin, resulta obvio que "A través del espejo" es algo más que un entretenido y tenso thriller, si bien también es esto último.

La sociedad norteamericana y su mentalidad e idiosincrasia se ven también representadas en la figura del teniente de policía empeñado en no dejar el crimen impune y perseguir a la gemela malvada aunque para ello deba recurrir a métodos poco ortodoxos, como es convencer a un psiquiatra especializado en el estudio de gemelos y mellizos (Lew Ayres) a someter a ambas hermanas a entrevistas y exámenes psicológicos para dilucidar cuál de ellas es la malvada. Este inspector no goza de muchos minutos a lo largo del filme (comparece en los compases iniciales para aparecer sólo ocasionalmente después y reaparecer al final, para impartir justicia). El teniente está genialmente interpretado por un gran actor secundario, Thomas Mitchell, que no obstante lo escatimado de sus escenas, tiene suficiente con ellas para poner al público de su lado. Es, además, el personaje más netamente norteamericano del filme: un hombre práctico, socarrón, idealista y humano.

Sin embargo, la palma se la lleva una magnífica Olivia de Havilland, que logra el milagro de crear dos personas completamente diferentes -y diferenciables al poco de empezar a revelarse la verdadera naturaleza de cada una- a partir de un mismo cuerpo y una apariencia evidentemente idéntica: Terry y Ruth, hermanas gemelas que son tan distintas por dentro como calcadas por fuera. La interpretación de De Havilland es tan inspirada y tan llena de arte y de gracia, que logra hacernos caer en la ilusión de que son en realidad dos personas, quizá dos actrices. A medida que transcurre el metraje y vamos adentrándonos en los pliegues de la mente y el alma de cada una de las gemelas, incluso sus rasgos faciales comienzan a parecernos diferentes. Es absolutamente maravilloso y admirable lo que esta actriz consiguió en el filme.

"A través del espejo" seguramente no sorprenderá ya a ningún avezado espectador de thrillers, pero eso no quita para que merezca ser visto al menos una vez.
14 de diciembre de 2013
21 de 29 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Contracted" no es para todo el mundo, ni siquiera para todos los fans del cine de terror, pero se eleva por encima de la media de calidad de este género, y es de aplaudir el esfuerzo que ha hecho el realizador Eric England por construir, con lo que a la vista está que han sido modestos recursos económicos, una metáfora sobre muchos de los males de esta sociedad que hemos construido: el egocentrismo, la superficialidad, el consumismo que se ha extendido a las relaciones personales, la dependencia de la mirada ajena para erigir nuestra propia autoestima y lo vulnerables que nos hemos hecho al rechazo y a la falta de lazos interpersonales sólidos.

La historia es muy sencilla: la joven y guapa Samantha, camarera y aspirante a florista, está pasando un bache en su relación con su novia Nikki. Una noche, va a una fiesta que da su amiga Alice, y se encuentra con un desconocido. Tras emborracharse, hay un breve episodio de sexo entre los dos, en un coche. A la mañana siguiente comienza la verdadera pesadilla, a medida que afloran preocupantes síntomas físicos de una infección muy rápida que amenaza con destruir la salud y todo el mundo de Samantha.

Esta pequeña fábula, muy sencilla en su historia y en su desarrollo, con fuertes componentes simbólicos -el desconocido que infecta a la protagonista nunca nos es mostrado claramente, y la virulenta infección que sufre es tan plástica en sus manifestaciones somáticas como expresamente alusiva al VIH y el sida-, nos ofrece varios subgéneros en uno: el terror médico sobre misteriosas infecciones sin aparente cura, el horror tipo gore con sangre, vísceras, putrefacción y gusanitos en lugares donde no deberían estar, y, en lo más profundo, el terror existencial latente en todos nosotros a perder la vida, la cordura y todo lo que da sentido a nuestra existencia, pero, también, a sentirnos incomprendidos, a que nadie vea ni quiera ver lo que está a ojos vistas. Así, Samantha habrá de bregar, además de con un cuerpo que se le está rebelando, con la cortedad de miras de amantes, supuestos amigos, médicos, compañeros de trabajo, jefes y hasta de una madre que sólo ve en ella a una drogadicta que ha recaído en su antiguo vicio.

La metáfora de England va más allá, pues, si no hay peor ciego que el que no quiere ver, aquí la mayor ciega es la propia Samantha, que parece empecinada en negar lo evidente y en hacer para sí misma el paripé de que "estoy bien, no me pasa nada" o "son sólo calambres de la regla", para luego encerrarse en el cuarto de baño y no tener más remedio que enfrentarse a la verdad. Samantha es una buena personificación de nuestros defectos y fallos como sociedad que da más importancia a una apariencia pulcra, aséptica y triunfante sobre cualquier tipo de adversidad que a la honestidad de quien reconoce que no se encuentra bien y que necesita ayuda -aunque en la película no aparece ningún paladín de la autoayuda, ¿no es cierto que hay mucho que echar en cara a esta cultura de la autosuficiencia y el eterno optimismo aunque caigan chuzos de punta?

En "Contracted" quedan cabos sueltos y muchas pistas o sugerencias de historias que no se cuentan. Por ejemplo, el rechazo que sufre Samantha por ser una lesbiana que se ha acostado con un hombre, o las alusiones a su pasado de drogadicción, así como sus evidentes problemas de autoestima. No es casualidad que se haya elegido la ciudad de Los Ángeles como escenario de esta historia, lugar-icono de la cultura de la belleza, la frivolidad y la diversión a toda costa.

No puedo imaginar a nadie para quien "Contracted" se convierta en su película favorita. Sin embargo, hay mucho en esta pequeña obra que da, o debería dar que pensar.
29 de diciembre de 2013
13 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me encanta "Trampa para turistas". Es de 1979; para muchos de los espectadores del cine de terror de hoy en día, algo así como los años más oscuros de la Edad Media, allí donde no había efectos digitales y los efectos que había para los cineastas no eran casi ni "especiales". Ni falta que le hacían a los perpetradores de esta genial, delirante, pesadillesca, ingeniosa y agobiantísima peliculaza, que atesora algunos de los momentos más genuina y primitivamente horroríficos que ha ofrecido el cine de terror desde "Nosferatu".

"Trampa para turistas" pivota y se nutre del repelús que a todo bicho viviente inspiran los maniquíes y los muñecos de blanquísima y perfecta tez, ésa que no tocaríamos ni con pinzas, no vaya a ser que descubramos una textura que nos recuerda un poco demasiado a la piel humana. No se pueden describir algunas de las más escalofriantes escenas de "Trampa para turistas", protagonizadas por los susodichos turistas, en el papel de indefensas víctimas, y por uno o más maniquíes o muñecos, sin cometer grave injusticia contra esta película. Es de esos filmes que no se deben contar, a riesgo de degradar su enorme potencial; si se cuenta de pe a pa la historia y se describen sus escenas más fuertes, sobre todo la escena maestra, la última, uno corre el riesgo de sonar a chiste y de provocar cualquier cosa menos miedo. Es una película que debe ser vista, experimentada, sentida; y a fe que hace sentir miedo, cuando se ve así, dejando de lado nuestra parte racional. Sencillamente siéntense, apaguen todas las luces y atrévanse a mirar a los ojos a esa muñeca vestida de novia, osen ustedes rozar su piel, y díganme luego si no sienten el escalofrío. Tengan los redaños de mirar fijamente ese espejo y no apartar la mirada ni un segundo.

Además del terror elemental, el de sentirse vulnerable y a merced de un depredador oculto pero cercano, me encanta "Trampa para turistas" porque es una de las películas de este género más transgresoras que recuerdo haber visto. Así, como quien no quiere la cosa, "Trampa para turistas" subvierte las reglas a las que durante gran parte del metraje finge ajustarse y, cuando más confiado está el espectador, precisamente en ese momento es cuando enseña sus bien afilados dientes y pega la dentellada, en una maniobra capaz de sorprender a espectadores que tienen en su haber muchas películas supuestamente cargadas de impactantes revelaciones. Sí, señores: en 1979, David Schmoeller hizo una película que, aun siendo, a ojos vistas, modesta y con la desventaja de ser posterior a otras que ya habían calado hondo, supera en surrealismo, originalidad, descaro y transgresión a producciones de mayor nombradía. Después de ver "Trampa para turistas" y alucinar con su casi insoportable clímax, me quedó claro por qué es, o ha sido, al menos, la película favorita de Stephen King.

Recomendable de todas, todas, y de visión obligada para todos los fans del terror.
24 de noviembre de 2013
18 de 26 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con lo flojo que suele ser el panorama del cine de terror, es una auténtica gozada encontrarse con una película como "La casa del diablo", del irregular pero muy interesante Ti West, quien da muestras de apreciar el tempo lento, el placer del terror que se va cociendo a fuego lento y que, normalmente, es el que proporciona platos con el sabor óptimo para los sufridos amantes del cine de este género.

"La casa del diablo" es una auténtica joya que probablemente aburrirá a muchos -sobre todo a aquellos que se han educado en este género con productos tipo "Hostel" o incluso la misma "Scream" o, sin ir más lejos, a aquellos que se han acostumbrado al cine de impacto continuo, cámara poco menos que epiléptica y estética videoclipera- pero gustará mucho a aquellos a quienes va dirigida.

Es un filme de atmósfera, que juega con lo que el público ya sabe, por haberlo visto en muchas otras películas. Busca a un espectador que conoce las reglas de este subgénero y que ha visto cine de terror de los 80 y los 70. De hecho, está ambientada en algún momento de hace varias décadas, digamos a finales de los 70, cuando las chicas llevaban aquellos cardados tipo Farrah Fawcett, escuchaban música con un walkman, sólo había dos o tres cadenas de televisión (o un par más, depende del país) y, por supuesto, no se podía llamar a la policía por móvil en caso de apuro. En tales circunstancias nos encontramos con la dulce e inocente -muy inocente- Sam, que acaba de mudarse a su propia casa y necesita liquidez. (También es la época en que uno podía llamar respondiendo a un anuncio de trabajo y confiar en ser el primero; por eso Sam llama en respuesta a un anuncio donde piden una niñera, y la cogen). Todos sabemos que no debería aceptar ese trabajo, sobre todo después de ver la casa en cuestión (la casa del diablo, queremos gritarle a la pobre Sam) y a sus moradores, y que debería hacerle caso a su amiga Megan, mucho más espabilada, y a su propia intuición, a la que, sin embargo, desoye olímpicamente.

A partir de aquí empieza la verdadera diversión para nosotros, a medida que Sam vaga por la casa -al creador de estos decorados deberían darle un premio a la casa encantada más siniestra que haya conocido pantalla- y todos los elementos y acciones cotidianos se tiñen de amenaza. No debería haber nada que temer de un rollo de papel higiénico, ni de un jarrón, por horrible que sea, ni de una puerta que no se abre, ni de una luz apagada, ni de un pizzero con voz un poco rara y habla un poco demasiado amistosa, pero sabemos que debemos tener miedo, mucho miedo; tanto más miedo cuanto menos prevenida está Sam, a quien queremos decir que salga corriendo lo más aprisa que pueda en lugar de quedarse en esa casa del diablo.

Lo mejor de "La casa del diablo", y se trata de algo que he visto en poquísimas películas de terror, es la habilidad -podemos llamarlo arte- con que Ti West combina lo cotidiano con lo pesadillesco. Por fea y siniestra que sea la casa, nada concreto nos hace presagiar el horror. Vemos a Sam caminar por la casa, comer, ir al servicio, escuchar música, ver la tele, mirar por la ventana, hablar por teléfono, y sabemos que no hay nada racional ni objetivo que deba hacernos temer, y la única razón por la que tenemos miedo es porque sabemos que estamos viendo una película de terror; pero, ¿y si no fuera una película de terror, titulada "La casa del diablo"? ¿Podemos culpar a Sam por no salir de allí cortando el viento? ¿Qué haríamos nosotros, aunque estuviéramos en una casa así de cutre y con tan mal rollo, dado que somos personas inteligentes y racionales? Pues, seguramente, lo mismo que ella.

Por eso, cuando el horror llega y lo hace del modo en que lo hace en esta película, por eso nos quedamos tan noqueados. Porque no hay solución de continuidad, pero porque es así como pasan las cosas en la vida real. No hay nada que nos advierta de que algo malo va a pasar. En un momento estamos viendo "Gran hermano" en la tele y al momento siguiente suena el teléfono, o salta la alarma en algún sitio, u oímos los gritos de "¡Fuego, fuego!" Es así como pasa en la vida real. Por eso, "La casa del diablo" es una de las mejores películas de terror que haya visto jamás. Porque es justo como la vida misma, personajes grotescos aparte.
2 de diciembre de 2013
11 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
No entiendo por qué "El asesino de Rosemary" (por cierto, por una vez la libérrima traducción o, mejor, la no-traducción del título al español es más sugerente que el título original) está considerado un slasher de obligado visionado para los fans de este subgénero, entre los cuales me cuento. Vale que fuera uno de los primeros de este género posteriormente tan explotado, y su hilo argumental o punto de arranque no deja de tener encanto y cierta originalidad -una joven rompe, por carta, la relación con su novio enviado al frente como soldado-, pero todo eso no justifica el valor de un filme cuyos defectos no son achacables a la obsolescencia lógica en un filme de más de treinta años de antigüedad.

"El asesino de Rosemary" fue para mí una decepción. Si hubiera visto esta película sin haber oído hablar de ella ni haberla visto en la lista del decálogo de mejores slashers de la historia, seguramente la habría disfrutado mucho más y habría encontrado encantadores sus defectos, sus carencias, su mal ritmo y su incapacidad para mantener mi interés.

Eso sí, el colofón final no tiene desperdicio alguno.
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