Son pocas las veces en el año que estoy inquieto, ansioso diría yo, ante un próximo estreno, y he de confesar que "El renacido" desencadenó esa extraña reacción química en mi interior desde el mismo día en que vi las primeras imágenes. A priori, la película de Iñárritu reunía todos los ingredientes que suelen conformar los platos que considero más suculentos, pero las muchas decepciones pasadas ante similares expectativas, me hicieron mantener un cierto nivel de cautela que sólo disiparía en el momento del visionado.
"Eureka", que dirían los buscadores de oro, la peli no me defraudó, y de hecho tanto me encantó, que ha pasado a ser una más entre las pocas obras que flanquean el camino que lleva al altar de mis más memorables recuerdos cinéfilos. No aporto nada nuevo al mencionar la innegable evocación que esta película me supuso de mi muy querida "Las aventuras de Jeremiah Johnson", cinta icónica, y recurrente a lo largo de mi vida, en la que Pollack, y por supuesto Redford, lograron crear uno de los personajes que cautivaron mi niñez, deambularon por mi adolescencia y busqué en algunos momentos de mi madurez. Como en la película del director de origen judio, en "The revenant" se nos presenta una de esas contadas ocasiones en las que no son necesarios diálogos elocuentes para mantener nuestro interés. Estamos ante un film intimista, en el que un hombre y sus circunstancias son capaces por sí solos de conmovernos, empequeñecernos y hacernos apreciar lo afortunados que somos por el mero hecho de no sufrir. Iñárritu consigue, como ya lo hizo Pollack con diferentes matices, que nos traslademos nitidamente a una época, unos lugares, en los que vivir consistía simplemente en sobrevivir. La fotografía (perfecta), los exteriores (inconmensurables) y la ambientación son tan crudos, tan carentes de artificios, que hacen inevitable un proceso de abstracción de todo cuanto nos rodea. He de confesar que desde que ví "El renacido" no he vuelto a sentir de igual modo el frio, tal ha sido la manera en que la recreación de las andanzas del Sr. Glass logró calar en mi interior.
No se puede dejar de hacer una alusión especial al ritmo del film. He leido en varias críticas que le sobra metraje, que en algunos pasajes es excesivamente lento, etc. y aunque confieso que en ciertos momentos, muy breves, me pareció que la tensión narrativa decaía, a medida que pasa el tiempo, me doy cuenta de que para Iñárritu era importante contarnos los dilemas, el conflicto, los sentimientos y las elucubraciones, que permitieron a este personaje real sobreponerse a unas dificultades que semejaban ir mucho más allá de lo que se suponía que un hombre normal podría llegar nunca a soportar. En este sentido es inevitable no percatarse como, de algún modo, la menospreciada en algunos foros " El nuevo mundo", de Terrence Malick, ha podido inspirar, al menos en parte, al director mejicano. El film del 2005 también es poético e intimista y no le faltan minutos, como a "The revenant" en que los bosques, montañas y humedales se hacen tan cercanos que terminan por meterse más en el espectador de lo que éste se llega a meter en ellos.
En definitiva, los románticos, los nostálgicos de las grandes aventuras y descubrimientos, los amantes de la naturaleza virgen y de poner a prueba los límites de la naturaleza humana, los solitarios, los naturalistas y los buscadores de iconos, estamos de suerte, hay una nueva película para nuestra vitrina de gala. Ya existe un nuevo personaje, un referente, al que recurrir cuando la cosas vengan mal dadas, uno de esos regalos de los que podremos tirar cada vez que un lluvioso día de invierno se haga demasiado tedioso.