Resume como pocas las miserias y frustraciones de una generación, cuya doble personalidad (la real y la imaginaria, que no es más que una proyección publicitaria) y el choque de trenes constante entre ambas hacen de nosotros la perfecta paradoja: proletarios que se creen bon vivants. Mendigos sin dios ni patria que viven a todo trapo para calmar la ansiedad que les produce una existencia que tan poco se parece a la vida de sonrisas enlatadas de anuncios de Coca-Cola. Un quiero y no puedo. Carne de cañón que hipotecará hasta el alma por un poco de falsa felicidad envuelta en papel de regalo.

Puede que la odies porque pocas veces se nos ofrecen muestras de verdad, y ninguna o casi ninguna en que todo el guión esté compuesto de verdades como puños, sin las medias tintas que lo políticamente correcto nos obliga a utilizar. Y prefiero esta "gilipollez" - como dice el señor Boyero de El Mundo - que toda la sarta de pajas mentales que oigo cada día.

Edward Norton y Brad Pitt, están inmensos. Imprescindible.