David Lynch consigue mantener al espectador en vilo con una muestra de puro cine y de calidad incuestionable. Posee algunas escenas de enorme impacto audiovisual y unos actores que están al nivel de la película, todo ello acompañado de una cuidada banda sonora guiada magistralmente (una vez más) por Angelo Badalamenti.

David Lynch nos ofrece algo nuevo en un mundo cinematográfico falto de originalidad y no la típica película donde todo se presenta mascado. El espectador debe poner de su parte y hacer un esfuerzo para comprender e interpretar aquello que sus sentidos captan. El desconcertante argumento no hace más que engrandecer esta obra.

En general los detractores de este filme se basan en el desconcierto general en el que parece apoyarse el argumento principal aparentemente sin sentido y montado por escenas inconexas. Pienso que cualquier obra de arte termina atrayéndonos por la forma en la que su autor oculta la auténtica realidad y por la motivación que nos supone intentar por nosotros mismos llegar a descubrir la verdad que directamente somos capaces de ver (así ocurre en la lírica, pintura, escultura, etc).

Parece que en el mundo de hoy día si no entendemos algo nos parece aburrido y malo, cuando la realidad es que nos encontramos ante una grandiosa joya moderna. Con esta película David Lynch llega a la cumbre de su exitosa carrera.