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5.7
22,398
9
30 de enero de 2023
30 de enero de 2023
5 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Parece que esta película nos ha engañado a muchos. En sus entrañas esconde mucho más de lo que aparenta. De eso trata. No voy a dármelas de sabiondo, porque seguramente hay bastantes cosas que todavía se me escapan y porque yo también me equivoqué con ella (la primera vez que la vi le puse un 5). Pero es justo reconocerlo y escuchar a los que saben más (y siempre han sabido más... Aquellos que tienen una visión antigua de la vida de la que siempre se puede aprender).
Por lo menos, hay dos interpretaciones posibles para esta película y las dos son perfectamente compatibles. Una social y otra en el terreno de lo psicológico y personal.
La primera es un poco más obvia. Nos recuerda a los olvidados, personas y grupos sociales económicamente deprimidos que en nuestro mundo no viven bajo tierra pero que desde luego no queremos ver. Trata de la terrible injusticia de esa ideología imperante hoy llamada "meritocracia", utilizada para justificar lo injustificable. Y es que somos quienes somos no por nuestros talentos, esfuerzos y logros personales, como nos han hecho creer; sino, de una forma mucho más radical, por nuestro entorno, por las oportunidades que hemos tenido, las personas con las que nos hemos relacionado, los increíbles privilegios de los que unos hemos disfrutado y otros no. No hace falta explicar por qué los de arriba y los de abajo están atados: nos estamos comiendo el pedazo del planeta de los que apenas tienen qué comer (tan sólo conejos blancos).
Por lo menos, hay dos interpretaciones posibles para esta película y las dos son perfectamente compatibles. Una social y otra en el terreno de lo psicológico y personal.
La primera es un poco más obvia. Nos recuerda a los olvidados, personas y grupos sociales económicamente deprimidos que en nuestro mundo no viven bajo tierra pero que desde luego no queremos ver. Trata de la terrible injusticia de esa ideología imperante hoy llamada "meritocracia", utilizada para justificar lo injustificable. Y es que somos quienes somos no por nuestros talentos, esfuerzos y logros personales, como nos han hecho creer; sino, de una forma mucho más radical, por nuestro entorno, por las oportunidades que hemos tenido, las personas con las que nos hemos relacionado, los increíbles privilegios de los que unos hemos disfrutado y otros no. No hace falta explicar por qué los de arriba y los de abajo están atados: nos estamos comiendo el pedazo del planeta de los que apenas tienen qué comer (tan sólo conejos blancos).
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Por eso, la niña del subsuelo, nuestra pequeña Alicia, al ser criada en un entorno que la apoya y la escucha puede llegar a hablar. Cuando le son ofrecidas oportunidades para desarrollarse las aprovecha y se convierte en una mujer de bien según los cánones de nuestra sociedad. En "Us", ha llegado el momento de que los desheredados recuperen la tierra.
En la segunda interpretación, la psicológica, tenemos una visión de las relaciones humanas en la que el maltrato que nos infligimos los unos a los otros queda atrapado y se acumula en nosotros hasta hacernos sentir, en ocasiones, como monstruos. "Quien hace daño es porque sufre." Y esta cadena es muy difícil de romper. Para poder hacerlo hay que cambiar, verse desde fuera, haber atravesado el espejo. La redención es posible, pero sólo a través de la conciencia. El arte es una vía fantástica para ello; por ejemplo, en el caso de nuestra protagonista, gracias a la danza.
Todos tenemos un lado oscuro y sólo podemos matarlo siendo conscientes de él, o, mejor dicho, al ser conscientes, empezamos a liberarnos. Esto es una revolución. Pero el lado oscuro nunca desaparecerá del todo, lo dice la expresión de la protagonista al matar a su doble. Al acabar con ella se convierten en una sola. Y es que hay un vínculo muy positivo entre el ideal y la parte monstruosa: el aprendizaje y la liberación. Las enseñanzas, las viejas historias y el disfrute del arte: las conexiones que siempre existirán entre nosotros.
El encuentro nos ha transformado y ha cambiado de esta manera nuestros mundos.
En la segunda interpretación, la psicológica, tenemos una visión de las relaciones humanas en la que el maltrato que nos infligimos los unos a los otros queda atrapado y se acumula en nosotros hasta hacernos sentir, en ocasiones, como monstruos. "Quien hace daño es porque sufre." Y esta cadena es muy difícil de romper. Para poder hacerlo hay que cambiar, verse desde fuera, haber atravesado el espejo. La redención es posible, pero sólo a través de la conciencia. El arte es una vía fantástica para ello; por ejemplo, en el caso de nuestra protagonista, gracias a la danza.
Todos tenemos un lado oscuro y sólo podemos matarlo siendo conscientes de él, o, mejor dicho, al ser conscientes, empezamos a liberarnos. Esto es una revolución. Pero el lado oscuro nunca desaparecerá del todo, lo dice la expresión de la protagonista al matar a su doble. Al acabar con ella se convierten en una sola. Y es que hay un vínculo muy positivo entre el ideal y la parte monstruosa: el aprendizaje y la liberación. Las enseñanzas, las viejas historias y el disfrute del arte: las conexiones que siempre existirán entre nosotros.
El encuentro nos ha transformado y ha cambiado de esta manera nuestros mundos.

7.9
133,369
8
12 de noviembre de 2023
12 de noviembre de 2023
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Todos los seres humanos construimos relatos. A medida que pasan los años y la vida se acumula sobre nuestras espaldas, uno ha de ser realmente fuerte para no vencer bajo su peso o dejar de negar y falsear lo vivido. Los relatos nos ayudan a resistir el peso de nuestras propias vidas. Todos los seres humanos construimos relatos, pero pocos logran ver sus vidas como algo extraordinario. A pesar de que todas las vidas humanas son extraordinarias, es sólo gracias a una extraña mirada -a la que podríamos llamar “la mirada de lo extraordinario”-, que la vida se revela para esas personas en toda su complejidad, en toda su magia, misterio y grandeza. Y esa perspectiva influye directamente en cómo tales individuos viven sus vidas, haciéndolas aún más extraordinarias, en oposición a lo que se esperaba de ellas. Los dos protagonistas de esta película, padre e hijo, tienen esta cualidad. Y no sólo eso, son capaces de transmitir esa mirada de lo extraordinario a los demás: son cuentacuentos.
Pero las diferencias entre el padre y el hijo se ponen de manifiesto desde el comienzo. Mientras que el padre es un narrador oral, intuitivo y carismático, con un profundo sentido de lo mítico; el hijo, apegado a lo terrenal, trabaja como periodista y todavía no ha descubierto todo su potencial. Entre ambos, hay una profunda herida.
La muerte del padre, como en los antiguos relatos, será el ritual de iniciación del hijo. Será la fuerza imparable que vuelva a unirlos y a enfrentarlos con sus destinos. La insofocable sed de atención y de amor del padre, que constituye la fuente de sus relatos, no deja sitio para su hijo, nunca lo hizo. Y Big Fish habla, casi sin quererlo, del daño que este tipo de padres hacen a su descendencia; por su inseguridad, por su insensibilidad y por su brutalidad; por su radical egocentrismo; por el vacío tan inmenso que tienen dentro que no son capaces de llenar. La metáfora del pez es muy acertada, pues son criaturas frías y escurridizas. Cuando tu padre es un gilipollas intentar cambiarlo no es una opción, así que el hijo tiene que salir corriendo. Sólo la enfermedad y la muerte volverán a unirlos. Lidiar con un padre emocional y físicamente ausente le ha cambiado la vida, pero ahora que él mismo va a ser padre, el hijo, no puede seguir eludiendo su realidad. Hay una profunda tristeza en el trasfondo de esta película que ni siquiera el tono infantil y amanerado de Burton logra maquillar, y que supongo proviene del libro original.
Siendo las tribulaciones del hijo tratadas sólo como detonante para conocer la historia de la vida del padre, el edulcoramiento de Burton no deja ni un resquicio para el dolor de la madre y nos la pinta como un abnegado ser de luz, en la tradición más rancia; volcada en su matrimonio y familia que se supone deben llenar su vida, entendemos que ha sido feliz al lado de este hombre; sus padeceres pocas veces son exteriorizados en nuestra cultura.
“Dicen que cuando conoces al amor de tu vida el tiempo se para”. Burton aprovecha aquí para presentarnos un amor de los de toda la vida, de esos que harían vomitar arcoiris a un unicornio y pondrían en cuarentena una central nuclear por sus elevados niveles de toxicidad. “Oh, I'll build you a kingdom in that house on the hill”, diría Buckingham. El amor en esta historia, como en tantas otras desde el principio de los tiempos, es sólo el combustible para la hoguera del relato. No es una aventura en sí mismo. Los anillos que unen a las parejas protagonistas se ponen y se quitan tal cliché social, como la conquista del otro, sin un atisbo de comprensión del significado. Y hay un mensaje transmitido literalmente desde el comienzo, un mensaje tradicional y machista: “el pez más grande del río es el que no se deja pescar”. Aquel que vive su vida a su aire recibe la mayor de las recompensas: una vida bien vivida. Pues, a pesar de luchar y de conseguir al amor de su vida que con tanta añeja galantería nos vende (síntoma de que no se lo cree), el padre, se la pasa huyendo de él. Porque, según esta historia, las aventuras que merecen la pena ocurren siempre lejos de casa; “the chase is better than the catch”, diría Kilmister. Era este un “privilegio” entonces reservado sólo a los hombres. Seres que, por muy lejos que vayan y por muy grandes aventuras que vivan, jamás conocerán el Reino de la Soledad, pues siempre tendrán a alguien esperándolos en casa. No se puede imaginar el autor, que la pareja, la verdadera pareja, la que no tiene nada que ver con anillos y matrimonios, es aquella con la que se pueden compartir las aventuras. Pero la arquetípica madre de nuestro cuento, por muy angelical que parezca, tampoco carece de responsabilidad en los sufrimientos del hijo ni en los suyos propios. En el mejor de los casos, su inconsciencia, su aquiescencia, su aplauso, la convierten indudablemente en cómplice del padre. Y ni todo el amor del mundo, ni toda la generosidad y dulzura, pueden salvar a los hijos de sus padres.
La obsesión por el tamaño de los peces y de los humanos quizás tiene que ver con el ego de los creadores, imprescindible para poder crear, destructivo a la hora de conservar lo creado. El ego del padre que estrangula al hijo construye gigantes descomunales, pero dóciles y tontos. En otros cuentos la variedad en el tamaño de los personajes ejemplificaba la magia del relativismo: eso que tanto teme la Iglesia Católica y con razón, pues es el principio de una mejor comprensión del universo y de unas relaciones más equitativas. Pero Big Fish no es Alicia y la brutal capacidad subversiva que puede tener la fantasía es desaprovechada por completo; trabajando, muy al contrario, en pos de la conservación del sistema. El cuentacuentos de Big Fish solamente quiere el aplauso. Nada de cambiar nada, nada de entender nada. Apenas existe provocación o discordia en sus relatos.
Pero las diferencias entre el padre y el hijo se ponen de manifiesto desde el comienzo. Mientras que el padre es un narrador oral, intuitivo y carismático, con un profundo sentido de lo mítico; el hijo, apegado a lo terrenal, trabaja como periodista y todavía no ha descubierto todo su potencial. Entre ambos, hay una profunda herida.
La muerte del padre, como en los antiguos relatos, será el ritual de iniciación del hijo. Será la fuerza imparable que vuelva a unirlos y a enfrentarlos con sus destinos. La insofocable sed de atención y de amor del padre, que constituye la fuente de sus relatos, no deja sitio para su hijo, nunca lo hizo. Y Big Fish habla, casi sin quererlo, del daño que este tipo de padres hacen a su descendencia; por su inseguridad, por su insensibilidad y por su brutalidad; por su radical egocentrismo; por el vacío tan inmenso que tienen dentro que no son capaces de llenar. La metáfora del pez es muy acertada, pues son criaturas frías y escurridizas. Cuando tu padre es un gilipollas intentar cambiarlo no es una opción, así que el hijo tiene que salir corriendo. Sólo la enfermedad y la muerte volverán a unirlos. Lidiar con un padre emocional y físicamente ausente le ha cambiado la vida, pero ahora que él mismo va a ser padre, el hijo, no puede seguir eludiendo su realidad. Hay una profunda tristeza en el trasfondo de esta película que ni siquiera el tono infantil y amanerado de Burton logra maquillar, y que supongo proviene del libro original.
Siendo las tribulaciones del hijo tratadas sólo como detonante para conocer la historia de la vida del padre, el edulcoramiento de Burton no deja ni un resquicio para el dolor de la madre y nos la pinta como un abnegado ser de luz, en la tradición más rancia; volcada en su matrimonio y familia que se supone deben llenar su vida, entendemos que ha sido feliz al lado de este hombre; sus padeceres pocas veces son exteriorizados en nuestra cultura.
“Dicen que cuando conoces al amor de tu vida el tiempo se para”. Burton aprovecha aquí para presentarnos un amor de los de toda la vida, de esos que harían vomitar arcoiris a un unicornio y pondrían en cuarentena una central nuclear por sus elevados niveles de toxicidad. “Oh, I'll build you a kingdom in that house on the hill”, diría Buckingham. El amor en esta historia, como en tantas otras desde el principio de los tiempos, es sólo el combustible para la hoguera del relato. No es una aventura en sí mismo. Los anillos que unen a las parejas protagonistas se ponen y se quitan tal cliché social, como la conquista del otro, sin un atisbo de comprensión del significado. Y hay un mensaje transmitido literalmente desde el comienzo, un mensaje tradicional y machista: “el pez más grande del río es el que no se deja pescar”. Aquel que vive su vida a su aire recibe la mayor de las recompensas: una vida bien vivida. Pues, a pesar de luchar y de conseguir al amor de su vida que con tanta añeja galantería nos vende (síntoma de que no se lo cree), el padre, se la pasa huyendo de él. Porque, según esta historia, las aventuras que merecen la pena ocurren siempre lejos de casa; “the chase is better than the catch”, diría Kilmister. Era este un “privilegio” entonces reservado sólo a los hombres. Seres que, por muy lejos que vayan y por muy grandes aventuras que vivan, jamás conocerán el Reino de la Soledad, pues siempre tendrán a alguien esperándolos en casa. No se puede imaginar el autor, que la pareja, la verdadera pareja, la que no tiene nada que ver con anillos y matrimonios, es aquella con la que se pueden compartir las aventuras. Pero la arquetípica madre de nuestro cuento, por muy angelical que parezca, tampoco carece de responsabilidad en los sufrimientos del hijo ni en los suyos propios. En el mejor de los casos, su inconsciencia, su aquiescencia, su aplauso, la convierten indudablemente en cómplice del padre. Y ni todo el amor del mundo, ni toda la generosidad y dulzura, pueden salvar a los hijos de sus padres.
La obsesión por el tamaño de los peces y de los humanos quizás tiene que ver con el ego de los creadores, imprescindible para poder crear, destructivo a la hora de conservar lo creado. El ego del padre que estrangula al hijo construye gigantes descomunales, pero dóciles y tontos. En otros cuentos la variedad en el tamaño de los personajes ejemplificaba la magia del relativismo: eso que tanto teme la Iglesia Católica y con razón, pues es el principio de una mejor comprensión del universo y de unas relaciones más equitativas. Pero Big Fish no es Alicia y la brutal capacidad subversiva que puede tener la fantasía es desaprovechada por completo; trabajando, muy al contrario, en pos de la conservación del sistema. El cuentacuentos de Big Fish solamente quiere el aplauso. Nada de cambiar nada, nada de entender nada. Apenas existe provocación o discordia en sus relatos.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Y es que todas las historias que conocemos desde niños guardan mensajes profundos que edifican nuestras vidas. Las historias que este padre cuenta esconden detrás la posición tradicional de la mujer, la defensa de la patria y sus valores: capitalismo, familia, guerra, hombría... Y lo peor de Tim Burton como cuentacuentos no es que no sea consciente de sus rancios mensajes -seguramente lo sea-, lo peor son la obviedad y la autoexplicación con los que los transmite; la poca confianza que tiene en su público. Sin embargo, Big Fish no deja de tener magia.
Nos habla de la capacidad de la ficción para acercarse a la realidad más que ninguna ciencia. El cómo la poesía, los cuentos, las leyendas, extraen de la vida una esencia que no puede ser manifestada de otra manera. Sobre la muerte y el único poder humano para hacerle frente: las palabras. Trata de la búsqueda del amor… De la seducción de esas palabras que es la mayor fuerza que existe y el arte más sublime. En un tiempo en que los mitos se han acabado; cuando es fácil adivinar qué estará haciendo en este preciso momento el amor de tu vida: mirar el selular; cuando, a pesar de los avances tecnológicos, la luna está cada vez más lejos de nosotros; los relatos aún conservan su capacidad de mostrarnos nuestras vidas como reflejadas en el ojo de una bruja, de sanar corazones rotos por padres ausentes o demostrarnos que la sirena nunca llegó a querernos de verdad.
Los buenos relatos, los que bucean en aguas profundas, nos dicen que debemos amar a las personas sin llegar a conocerlas nunca del todo. Ahí está la complejidad y la calidad del relato que no tiene por qué ser comprendido totalmente ni siquiera por su propio cuentacuentos. Muchas veces, vivimos así por siempre jamás. "Yo te creía" le dice el hijo al padre con los ojos inundados. Las mentiras son la base de nuestras vidas y por esto mismo se tornan verdad. Ese patriarcado, tan inocente e inintencionadamente bien expuesto por Burton, resulta ser la mayor mentira y el peor enemigo de los hombres. Pero el padre se irá a su cielo personal entre los aplausos de todos -incluidos los del director y los espectadores-, sin haber entendido nada, ni su verdadero papel en las vidas de los que lo apreciaron, ni mucho menos el daño causado.
Sin embargo, la muerte literal y simbólica del padre representa el momento de la revelación del hijo de sí mismo y de quiénes eran en verdad sus padres. A través de este proceso de autoconciencia el hijo se reconcilia también con su padre y con lo que los une: su arte y su vida, irremediablemente unidos. Y este perdón será el clímax, pues sólo de la comprensión de la propia vida puede llegar la comprensión de la vida de los demás. El objetivo de esta transformación individual es poder construir una vida sin las taras ancestrales, sin reproches; ser el protagonista de su propia historia y no cometer los mismos errores que cometieron con él. “Don't waste your time always searching for those wasted years. Face up, make your stand. Realize you're living in the golden years”, diría Harris. El hijo, por fin, se convierte en padre; pero en uno de verdad, en una barrera de contención que protegerá de las más siniestras leyendas a su propio hijo y a los hijos de su hijo. El auténtico prodigio de la construcción del relato y de su comprensión íntima será que el hijo no se convierta en lo mismo que el padre. Aunque, en las profundidades de su piscina, siempre rondará un enorme pez negro.
Nos habla de la capacidad de la ficción para acercarse a la realidad más que ninguna ciencia. El cómo la poesía, los cuentos, las leyendas, extraen de la vida una esencia que no puede ser manifestada de otra manera. Sobre la muerte y el único poder humano para hacerle frente: las palabras. Trata de la búsqueda del amor… De la seducción de esas palabras que es la mayor fuerza que existe y el arte más sublime. En un tiempo en que los mitos se han acabado; cuando es fácil adivinar qué estará haciendo en este preciso momento el amor de tu vida: mirar el selular; cuando, a pesar de los avances tecnológicos, la luna está cada vez más lejos de nosotros; los relatos aún conservan su capacidad de mostrarnos nuestras vidas como reflejadas en el ojo de una bruja, de sanar corazones rotos por padres ausentes o demostrarnos que la sirena nunca llegó a querernos de verdad.
Los buenos relatos, los que bucean en aguas profundas, nos dicen que debemos amar a las personas sin llegar a conocerlas nunca del todo. Ahí está la complejidad y la calidad del relato que no tiene por qué ser comprendido totalmente ni siquiera por su propio cuentacuentos. Muchas veces, vivimos así por siempre jamás. "Yo te creía" le dice el hijo al padre con los ojos inundados. Las mentiras son la base de nuestras vidas y por esto mismo se tornan verdad. Ese patriarcado, tan inocente e inintencionadamente bien expuesto por Burton, resulta ser la mayor mentira y el peor enemigo de los hombres. Pero el padre se irá a su cielo personal entre los aplausos de todos -incluidos los del director y los espectadores-, sin haber entendido nada, ni su verdadero papel en las vidas de los que lo apreciaron, ni mucho menos el daño causado.
Sin embargo, la muerte literal y simbólica del padre representa el momento de la revelación del hijo de sí mismo y de quiénes eran en verdad sus padres. A través de este proceso de autoconciencia el hijo se reconcilia también con su padre y con lo que los une: su arte y su vida, irremediablemente unidos. Y este perdón será el clímax, pues sólo de la comprensión de la propia vida puede llegar la comprensión de la vida de los demás. El objetivo de esta transformación individual es poder construir una vida sin las taras ancestrales, sin reproches; ser el protagonista de su propia historia y no cometer los mismos errores que cometieron con él. “Don't waste your time always searching for those wasted years. Face up, make your stand. Realize you're living in the golden years”, diría Harris. El hijo, por fin, se convierte en padre; pero en uno de verdad, en una barrera de contención que protegerá de las más siniestras leyendas a su propio hijo y a los hijos de su hijo. El auténtico prodigio de la construcción del relato y de su comprensión íntima será que el hijo no se convierta en lo mismo que el padre. Aunque, en las profundidades de su piscina, siempre rondará un enorme pez negro.

5.8
6,302
7
26 de junio de 2023
26 de junio de 2023
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Una película que puede verse cerrando los ojos, como un viejo programa de radio, que con muy poca producción consigue envolvernos y atraparnos.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Habla de amor. Del amor en un pequeño pueblo en el que todos conocen las historias de todos, repetidas una y otra vez hasta la saciedad. Hay dos chicos especiales, de mucho talento, que no están conformes con sus vidas, necesitan algo más y quieren salir de allí. Todavía no se han dado cuenta de que ese algo más está dentro de cada uno de ellos y de la otra persona que los mira fascinada. Porque aquellas conversaciones interminables eran como la noche cargada de estrellas, de misterios, inmortal. Los diferentes, los derrotados, los solitarios, los perdidos son los únicos capaces de escuchar en su inmensidad mientras el resto del pueblo asiste al partido de baloncesto.
Pioneros del podcast, hechiceros de la radio y las palabras, los dos jóvenes tendrán que aprender un nuevo lenguaje para encontrarse, el lenguaje del amor, que acabará por fin arrastrándoles consigo.
Pioneros del podcast, hechiceros de la radio y las palabras, los dos jóvenes tendrán que aprender un nuevo lenguaje para encontrarse, el lenguaje del amor, que acabará por fin arrastrándoles consigo.
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