Final previsible y post-final que se ajusta a esa sensación de que Gale no era del todo inocente y que, amén de la lista de descuidos, convierte la película en algo simplemente inverosímil dentro de un típico, pero torpe en este caso, ahora todo encaja. Un triunfador inteligente como David Gale jamás haría lo que nos muestran. Le sobran recursos para sobreponerse a la adversidad y no es tan estúpido como para no darse cuenta de que engañando al sistema de forma puntual lo máximo que va a conseguir es que unos pocos puedan cambiar de postura. Un precio a pagar demasiado alto para algo que requiere tiempo y paciencia y no artificiosos trucos de magia. Está muy bien cuando descubrimos que David hizo lo que hizo porque era su decisión y libre para hacerlo (la llave de mi libertad), pero el problema es que eso que hizo ni tiene sentido, ni sirve para casi nada y además es excesivamente rebuscado para ajustarse a un burdo me suicidio porque me has abandonado y ahí te queda eso.


Descuidos:
- Autoservicio de televisores en moteles.
- Si hubiera sido un coche propio o de empresa se entendería lo del chivato, pero un coche de alquiler... por favor, que te lo cambian sólo con pasar por la oficina más próxima y más cuando ya has tenido un calentón del motor y al meritorio le sobra tiempo para hacerlo.
- En la época de los taxis, los teléfonos móviles, el pide ayuda en la casa más próxima, ...; la chica se empeña en correr el maratón.

Una de SuperJiros, sin un solo superjiro. Tampoco le falta su paradoga particular.

Hay un par de escenas cortadas por la censura franquista que se han quedado sin doblaje en español. En la segunda María (Ava Gradner) cuenta a Harry (Humphrey Bogart) sus planes para buscar un arreglo que podría salvar su matrimonio con el conde, y otorgarles una situación de imperfecta felicidad. Como implicaban un adulterio de por medio, la tijera fue inmisericorde.