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Críticas ordenadas por utilidad
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6.8
15,745
8
9 de abril de 2017
9 de abril de 2017
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Jarmusch es, sin duda, un gran autor. Sus películas tienen su sello, su distintivo personal. Es el director del "no pasa nada", de la cotidianidad, de las situaciones, de esos momentos que nos hacen personas. Y Paterson es un jarmuschiano canto a la cotidianidad, una hermosa oda a la rutina.
Situaciones y personajes se conjugan en clave Jarmusch para mostrarnos a un "simple" chofer de autobuses, aficionado a la poesía, vivir su día a día a lo largo de una semana. Básicamente, conocemos su rutina. Se levanta, trabaja, escribe, llega a su casa, habla con su novia, saca a pasear al perro, va al bar, se acuesta. Aparentemente, solo esto le pasa siempre. Pero, en realidad, le pasan otras cosas a través de todas esas acciones: escucha las historias de sus pasajeros, conoce a una poetisa de 10 años que le recita uno de sus poemas, contempla la cascada de su ciudad, mira con atención su cajita de fósforos, siente, piensa, y todo esto termina siendo lo realmente importante detrás de ese encierro rutinario. La capacidad de ser íntimamente afectados por lo que nos rodea, no depende de si nos dedicamos a conducir autobuses o a escribir libros. Como humanos, somos receptores de algo inexplicable al mirar o tocar las cosas, todos poseemos la misma sensibilidad de un poeta, porque la vida misma es poética.
Jarmusch refleja el patetismo de los personajes, como el indio de la estación o el tipo enamorado del bar, poniéndolos en situaciones normales de las que se limitan a quejarse. No se dan cuenta que en esas situaciones está la materia prima del intrincado laberinto de la existencia. Se nos muestra que todos estamos pegados, adheridos, inherentemente unidos a una rutina, estamos obligados a realizar acciones, estamos destinados a que "nos pasen cosas" pero también que entendamos que nos pasa todo esto, que seamos conscientes nos va a permitir tomar toda esta maraña como el medio para simplemente ser personas, así sin más, y decidir intentar ver las cosas más claras o ser como ese bulldog inglés, que por su naturaleza, solo ve pasar todo de forma neutral e inexpresiva.
La película puede parecer aburrida o hasta pretenciosa en su planteo pero es muy Jarmusch y eso es lo importante, no que sea perfecta o redonda. Obra que nos invita a pensar, a sentir, a aprovechar nuestra existencia, desde cualquier lugar que nos toque. Gracias, querido Jim, por al menos intentar, en tiempos como los que corren, que miremos distinto nuestro día a día. Nos tomemos, entonces, tiempos para reflexionar aun observando las cosas más simples y "aburridas" o ¿acaso preferiríamos ser un pez?
Situaciones y personajes se conjugan en clave Jarmusch para mostrarnos a un "simple" chofer de autobuses, aficionado a la poesía, vivir su día a día a lo largo de una semana. Básicamente, conocemos su rutina. Se levanta, trabaja, escribe, llega a su casa, habla con su novia, saca a pasear al perro, va al bar, se acuesta. Aparentemente, solo esto le pasa siempre. Pero, en realidad, le pasan otras cosas a través de todas esas acciones: escucha las historias de sus pasajeros, conoce a una poetisa de 10 años que le recita uno de sus poemas, contempla la cascada de su ciudad, mira con atención su cajita de fósforos, siente, piensa, y todo esto termina siendo lo realmente importante detrás de ese encierro rutinario. La capacidad de ser íntimamente afectados por lo que nos rodea, no depende de si nos dedicamos a conducir autobuses o a escribir libros. Como humanos, somos receptores de algo inexplicable al mirar o tocar las cosas, todos poseemos la misma sensibilidad de un poeta, porque la vida misma es poética.
Jarmusch refleja el patetismo de los personajes, como el indio de la estación o el tipo enamorado del bar, poniéndolos en situaciones normales de las que se limitan a quejarse. No se dan cuenta que en esas situaciones está la materia prima del intrincado laberinto de la existencia. Se nos muestra que todos estamos pegados, adheridos, inherentemente unidos a una rutina, estamos obligados a realizar acciones, estamos destinados a que "nos pasen cosas" pero también que entendamos que nos pasa todo esto, que seamos conscientes nos va a permitir tomar toda esta maraña como el medio para simplemente ser personas, así sin más, y decidir intentar ver las cosas más claras o ser como ese bulldog inglés, que por su naturaleza, solo ve pasar todo de forma neutral e inexpresiva.
La película puede parecer aburrida o hasta pretenciosa en su planteo pero es muy Jarmusch y eso es lo importante, no que sea perfecta o redonda. Obra que nos invita a pensar, a sentir, a aprovechar nuestra existencia, desde cualquier lugar que nos toque. Gracias, querido Jim, por al menos intentar, en tiempos como los que corren, que miremos distinto nuestro día a día. Nos tomemos, entonces, tiempos para reflexionar aun observando las cosas más simples y "aburridas" o ¿acaso preferiríamos ser un pez?

7.1
12,703
7
27 de marzo de 2017
27 de marzo de 2017
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
En una primera aproximación, El ciudadano ilustre, película argentina estrenada el pasado año, funciona como una inteligente sátira social muy bien escrita, dirigida (sobria y acertada dirección y puesta en escena) e interpretada (destacando Oscar Martinez). Aquí, un escritor llega a su ciudad natal después de mucho tiempo para ser nombrado Ciudadano Ilustre después de haber ganado el Nobel de Literatura. Duprat y Cohn crean un personaje principal instruido, de renombre, nada más ni nada menos que un Nobel, que se encuentra rodeado después de 40 años por sus coterráneos más bien ignorantes de su antiguo pueblo. Así es los realizadores van a plantear este encontronazo cultural para plasmar su crítica.
Si se ahonda en su inteligente guión, además de percibir la crítica a una sociedad que se siente orgullosa de cosas que apenas conoce, el espectador se podrá plantear asimismo un interesante asunto: ¿inocente ignorancia cultural o soberbio conocimiento? El espectador se reirá del ignorante pueblerino que con su humildad festeja la vuelta del hijo pródigo premiándolo con los honores más ridículos imaginables para un halagado de semejante categoría y se sentirá culpable de simpatizar con el altanero escritor, que cada vez soporta menos todo ese circo cholulo armado de tan buena gana para él. Así, por un lado, la película satiriza a los habitantes de Salas, que son el espejo de esos fastidiosos y patéticos nacionalistas argentinos que fanfarronean con Gardel y el Papa pero escuchan solo reggaetón y son ateos, y parecen admirar la distinción por sí misma.
Por otro lado, pone contra la pared a la “persona culta” e intelectual que se siente superior por sus conocimientos. El personaje se fue de su pueblo para crecer intelectualmente, y por la vergüenza y la incomprensión no había vuelto “ni para el funeral de su padre”. Y el mismo personaje que le recuerda esto, es el que le acusa de hablar mal del pueblo en sus escritos, a lo que se defiende diciendo que aunque eso fuera cierto no es razón para menospreciarlo como artista. Así que, evidentemente, este hipócrita y soberbio escritor había vuelto, además de por un auténtico sentimiento del que nadie se puede despegar, aun cuando intelectualmente no se encuentren pares, por sus ansias de reconocimiento, ese mismo deseado reconocimiento que todos alguna vez buscamos por haber leído ese libro difícil o conocer esa canción desconocida, por ejemplo. Por esto mismo, todos vamos a sentir un cosquilleo incómodo en esa sonrisa final de satisfacción… (sin decir más para no spoilear).
En el momento del furor por esta película en Argentina escuché de gente que opinaba sobre ella diciendo cosas como, por ejemplo, que era muy divertida y por eso se merecía ser la candidata para las nominaciones en los Oscar, como si les hubiera gustado solo por lo reconocida que estaba siendo. Esta gente, que es la misma, por ejemplo, que se siente representada por Borges sin haber leído un solo cuento suyo, ¿no se da cuenta que de ella se está burlando la película? Al menos yo sí me doy cuenta de que se ríe de mí aún más maliciosamente todavía por “jactarme” de que “la entendí” y buscar así un mínimo reconocimiento por escribir esta reseña… En fin, no se salva nadie. Notable película, bastante más compleja y filosa de lo que en principio aparenta.
Si se ahonda en su inteligente guión, además de percibir la crítica a una sociedad que se siente orgullosa de cosas que apenas conoce, el espectador se podrá plantear asimismo un interesante asunto: ¿inocente ignorancia cultural o soberbio conocimiento? El espectador se reirá del ignorante pueblerino que con su humildad festeja la vuelta del hijo pródigo premiándolo con los honores más ridículos imaginables para un halagado de semejante categoría y se sentirá culpable de simpatizar con el altanero escritor, que cada vez soporta menos todo ese circo cholulo armado de tan buena gana para él. Así, por un lado, la película satiriza a los habitantes de Salas, que son el espejo de esos fastidiosos y patéticos nacionalistas argentinos que fanfarronean con Gardel y el Papa pero escuchan solo reggaetón y son ateos, y parecen admirar la distinción por sí misma.
Por otro lado, pone contra la pared a la “persona culta” e intelectual que se siente superior por sus conocimientos. El personaje se fue de su pueblo para crecer intelectualmente, y por la vergüenza y la incomprensión no había vuelto “ni para el funeral de su padre”. Y el mismo personaje que le recuerda esto, es el que le acusa de hablar mal del pueblo en sus escritos, a lo que se defiende diciendo que aunque eso fuera cierto no es razón para menospreciarlo como artista. Así que, evidentemente, este hipócrita y soberbio escritor había vuelto, además de por un auténtico sentimiento del que nadie se puede despegar, aun cuando intelectualmente no se encuentren pares, por sus ansias de reconocimiento, ese mismo deseado reconocimiento que todos alguna vez buscamos por haber leído ese libro difícil o conocer esa canción desconocida, por ejemplo. Por esto mismo, todos vamos a sentir un cosquilleo incómodo en esa sonrisa final de satisfacción… (sin decir más para no spoilear).
En el momento del furor por esta película en Argentina escuché de gente que opinaba sobre ella diciendo cosas como, por ejemplo, que era muy divertida y por eso se merecía ser la candidata para las nominaciones en los Oscar, como si les hubiera gustado solo por lo reconocida que estaba siendo. Esta gente, que es la misma, por ejemplo, que se siente representada por Borges sin haber leído un solo cuento suyo, ¿no se da cuenta que de ella se está burlando la película? Al menos yo sí me doy cuenta de que se ríe de mí aún más maliciosamente todavía por “jactarme” de que “la entendí” y buscar así un mínimo reconocimiento por escribir esta reseña… En fin, no se salva nadie. Notable película, bastante más compleja y filosa de lo que en principio aparenta.

7.7
4,475
10
1 de junio de 2020
1 de junio de 2020
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Yo no aceptaría mi papel. Pero ahora estoy demasiado sola. Probamos nuevas actitudes y las encontramos todas inútiles. Las fuerzas son demasiado poderosas. Quiero decir las fuerzas, las horribles fuerzas. Vigila tus pasos entre los fantasmas y los recuerdos”
Amarguísimo y corrosivo relato bergmaniano sobre Ester, enferma y cercana a la muerte, y su relación con su hermana Anna, con quien debe compartir la estadía en un hotel en medio de un viaje que realizan junto al hijo de Anna, Johan. Aquí Bergman expone magistralmente sus dotes como director utilizando un corto espacio de tiempo en el que interactúan los personajes, que casi tampoco se mueven del hotel en el que se encuentran, y narrando a través de sonidos, a través de miradas, pocos diálogos y un silencio asfixiante que casi podemos palparlo. La característica obsesión del maestro con respecto a la muerte acá se hace carne, mostrando los movimientos y la rebelión del espíritu ante la tortuosa sensación de finitud y soledad.
La oscura y misteriosa relación entre las hermanas se va desvelando de a poco y de a ratos y en su mayor parte las vemos solo mirarse o directamente esquivarse. El vínculo de Ester con el niño no es menos misterioso, teniendo el niño un rechazo al contacto físico con ella en varias escenas. El niño acá es el que mira, observa lo que pasa entre ellas y lo que sucede afuera de la habitación, en lo que parecería ser una primera y surrealista exploración de los contrastes de la vida. El film básicamente tiene que ver con la relación de Ester con ella misma (sus miedos, su soledad, sus “principios”), con el “más allá” (su enfermedad que la está acercando a la muerte) y con el “mundo” (la carne, “tejido eréctil. Es todo una cuestión de secreciones y erecciones”, la vitalidad más terrenal, que al no encontrarla ya en ella está representada en Anna y sus encuentros sexuales). Este no sería más que un vago intento de poner en palabras y conceptos lo encontrado en la película, ya que en realidad estas tres divisiones que al menos yo percibo, se encuentran indivisibles en las actitudes y reacciones de Ester y es lo que precisamente hace grande a esta película, la profundidad con que Bergman penetra sin “teorizar”. La relación entre hermanas podría parecer la mostrada en “Persona”, donde acá Ester intenta tanto mantener un papel o rol de fortaleza e integridad moral ante su hermana, como de “absorber” o hacerse propio el disfrute carnal, sexual, de Anna. Una lucha entre la carne y el espíritu que se ve complejizada por las máscaras en las relaciones humanas, el pasado, la excepcional situación de desolación y aislamiento, y la cercanía de la muerte que el alma humillada de Ester ya siente y no soporta.
La escena de Anna en su encuentro sexual luego de la discusión con su hermana y, especialmente, el clímax final, luego de la acumulación de tensión a lo largo de la película, resultan logradísimos y desgarradores, exposición del alma en su más absoluta desnudez. El miedo a la muerte se hace patente e insoportable, la máscara se sale por un rato. “Menos mal que te vas” dice Ester, ya de nuevo en su rol. Lo de después, ya podemos imaginarnos que es otra vez la asfixia, el calor, el encierro… En Anna, su, al menos físico, alejamiento de su hermana y sus presiones, le da un respiro tal vez momentáneo representado por la ventana que abre en el tren y le moja placenteramente el pecho. Y el niño… el niño intentando leer una carta con palabras en otro idioma, carta que pretende ser una comunicación y un contacto, y que por ello, supone un esfuerzo para el que no le alcanzará la vida ni sus fuerzas y deba rendirse como todos ante el silencio y los “idiomas”, que siempre terminan siendo “extranjeros”, desconocidos…
Y como no podría ser de otra forma, no hay respuesta a nada, quedan las inquietudes y las dudas a flor de piel, como siempre en Bergman, que se adentra y se detiene, avanza e inevitablemente retrocede con maestría en sus planteos existenciales, y hay que conformarnos con “mascaras”, con papeles interpretados, sin poder adueñarnos y controlar esas “fuerzas horribles” de la personalidad, de la existencia, de la muerte, del pasado; conformarnos con el silencio que podemos sentir en lo más profundo de Ester.
Creo que poco más puedo decir de “Tystnaden”, una de las cumbres de Bergman, que se me hace sumamente etérea, enigmática y reveladora a la vez de una forma que solo el cine me puede sugerir y por tanto su expresión en palabras termina siendo realmente pobre y hasta ambigua. En cualquier caso, como dice Ester, “no hay necesidad de hablar de la soledad. Es una pérdida de tiempo.”
Amarguísimo y corrosivo relato bergmaniano sobre Ester, enferma y cercana a la muerte, y su relación con su hermana Anna, con quien debe compartir la estadía en un hotel en medio de un viaje que realizan junto al hijo de Anna, Johan. Aquí Bergman expone magistralmente sus dotes como director utilizando un corto espacio de tiempo en el que interactúan los personajes, que casi tampoco se mueven del hotel en el que se encuentran, y narrando a través de sonidos, a través de miradas, pocos diálogos y un silencio asfixiante que casi podemos palparlo. La característica obsesión del maestro con respecto a la muerte acá se hace carne, mostrando los movimientos y la rebelión del espíritu ante la tortuosa sensación de finitud y soledad.
La oscura y misteriosa relación entre las hermanas se va desvelando de a poco y de a ratos y en su mayor parte las vemos solo mirarse o directamente esquivarse. El vínculo de Ester con el niño no es menos misterioso, teniendo el niño un rechazo al contacto físico con ella en varias escenas. El niño acá es el que mira, observa lo que pasa entre ellas y lo que sucede afuera de la habitación, en lo que parecería ser una primera y surrealista exploración de los contrastes de la vida. El film básicamente tiene que ver con la relación de Ester con ella misma (sus miedos, su soledad, sus “principios”), con el “más allá” (su enfermedad que la está acercando a la muerte) y con el “mundo” (la carne, “tejido eréctil. Es todo una cuestión de secreciones y erecciones”, la vitalidad más terrenal, que al no encontrarla ya en ella está representada en Anna y sus encuentros sexuales). Este no sería más que un vago intento de poner en palabras y conceptos lo encontrado en la película, ya que en realidad estas tres divisiones que al menos yo percibo, se encuentran indivisibles en las actitudes y reacciones de Ester y es lo que precisamente hace grande a esta película, la profundidad con que Bergman penetra sin “teorizar”. La relación entre hermanas podría parecer la mostrada en “Persona”, donde acá Ester intenta tanto mantener un papel o rol de fortaleza e integridad moral ante su hermana, como de “absorber” o hacerse propio el disfrute carnal, sexual, de Anna. Una lucha entre la carne y el espíritu que se ve complejizada por las máscaras en las relaciones humanas, el pasado, la excepcional situación de desolación y aislamiento, y la cercanía de la muerte que el alma humillada de Ester ya siente y no soporta.
La escena de Anna en su encuentro sexual luego de la discusión con su hermana y, especialmente, el clímax final, luego de la acumulación de tensión a lo largo de la película, resultan logradísimos y desgarradores, exposición del alma en su más absoluta desnudez. El miedo a la muerte se hace patente e insoportable, la máscara se sale por un rato. “Menos mal que te vas” dice Ester, ya de nuevo en su rol. Lo de después, ya podemos imaginarnos que es otra vez la asfixia, el calor, el encierro… En Anna, su, al menos físico, alejamiento de su hermana y sus presiones, le da un respiro tal vez momentáneo representado por la ventana que abre en el tren y le moja placenteramente el pecho. Y el niño… el niño intentando leer una carta con palabras en otro idioma, carta que pretende ser una comunicación y un contacto, y que por ello, supone un esfuerzo para el que no le alcanzará la vida ni sus fuerzas y deba rendirse como todos ante el silencio y los “idiomas”, que siempre terminan siendo “extranjeros”, desconocidos…
Y como no podría ser de otra forma, no hay respuesta a nada, quedan las inquietudes y las dudas a flor de piel, como siempre en Bergman, que se adentra y se detiene, avanza e inevitablemente retrocede con maestría en sus planteos existenciales, y hay que conformarnos con “mascaras”, con papeles interpretados, sin poder adueñarnos y controlar esas “fuerzas horribles” de la personalidad, de la existencia, de la muerte, del pasado; conformarnos con el silencio que podemos sentir en lo más profundo de Ester.
Creo que poco más puedo decir de “Tystnaden”, una de las cumbres de Bergman, que se me hace sumamente etérea, enigmática y reveladora a la vez de una forma que solo el cine me puede sugerir y por tanto su expresión en palabras termina siendo realmente pobre y hasta ambigua. En cualquier caso, como dice Ester, “no hay necesidad de hablar de la soledad. Es una pérdida de tiempo.”

8.0
7,947
8
27 de mayo de 2020
27 de mayo de 2020
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Creía que era adulta, que tenía una imagen clara de ti y de mí, de la enfermedad de Helena y de nuestra infancia… Ahora me doy cuenta de que es bastante caótica”
Cruda película de Bergman que profundiza en la relación madre/hija, tal vez mejor dicho en la dificultad o imposibilidad de comunicación entre las personas, entre las almas, tema característico del maestro sueco, esta vez investigado desde el vínculo madre/hija. Los abismos que nos separan esta vez están representados en este vínculo de una madre que vuelve a encontrarse con su hija luego de varios años de separación. Encuentro que significará una tormentosa vuelta al pasado y un sacar a la luz los más profundos rencores y resentimientos fruto del roce y la fricción inherentes a todo contacto entre humanos aislados en sí mismos, como siempre parece sugerirnos Bergman.
“El mayor obstáculo es que no sé quién soy. Tropiezo en la oscuridad. Si alguien me quisiera por lo que soy podría, por fin, estudiarme a mí misma. Esa posibilidad es bastante remota.”
Los misterios que encerramos, los enigmas que se crean en las relaciones humanas, lo son hasta para la persona misma, incapaz de comprenderse e incapaz de sentirse verdaderamente cercana a alguien, como se deja ver en esto que escribe la protagonista en su libro, tiempo antes de las situaciones narradas en la película, y que el esposo nos lee, diciéndonos al final que “le faltan las palabras adecuadas" para hacerle saber su amor. ¿Existirán realmente esas palabras?, tal vez sea la duda que se nos plantea, ¿existe la posibilidad de acercarnos, comprendernos, comunicarnos y amarnos?
“Palabras hermosas que no significan nada real”, sentencia en otra escena Eva ante los halagos de su marido.
Y es que la película, y gran parte de la filmografía bergmaniana, tal vez se trate de estas máscaras, de estos papeles, que debemos cumplir para poder relacionarnos, cualquiera sea el tipo de relación. Sino, ¿cómo nos relacionaríamos? ¿Cómo podríamos dejar de lado todas nuestras miserias, nuestras esperanzas, nuestros más profundos sentimientos y motivaciones personales para poder acercarnos a otro ser igual de complejo? Estas son las preguntas que a mí me suscitan siempre la visión y revisión de las relaciones en las películas de Bergman, y esta película no es la excepción, muy al contrario, cuenta con un guion y unos diálogos devastadores y muy explícitos al respecto.
“Y conoces la entonación y los gestos del amor”, dice Eva a su madre en el clímax de la discusión.
Dificultad de acercamiento que se hace aún más carnal en lo referido a Helena, una tercera protagonista, hermana de Eva, con graves problemas motrices y dificultades para hablar. Dice su madre después de verla, en una escena donde el asco y el rechazo brotan de los ojos de Ingrid Bergman, que esta increíble en esta película: “Ahí estaba, mirándome con sus ojos grandes. Tomé su cara en mis manos y pude sentir la enfermedad tirando de los músculos de su cuello. ¿Por qué no puedo abrazarla como cuando era pequeña? Ese cuerpo devastado y suave, ésa es mi Lena”. Si entre Eva y su madre los rencores han podido salir a la luz a lo largo de la película y principalmente en el largo dialogo nocturno, con gritos, palabras hirientes, llantos, y donde las heridas estuvieron abiertas y expuestas después de años, donde al menos han podido resignarse a la pobre expresión de las palabras y hasta regodearse en la autocompasión escuchada por otro, lo de la pobre Lena es un calvario eterno en su impasible y casi absoluto aislamiento, callada no solo por la constante imperfección en la comunicación humana sino también por la excepcional crueldad de la carne y sus discapacidades. Tanto la escena en que la vemos arrastrarse por las escaleras intentando ir a donde discuten Eva y su madre, como en la que grita desesperadamente con las manos tiesas y sin consuelo, son dos de las escenas más impactantes, explicitas y crudas que Bergman haya filmado y que expresan de forma extrema la impotencia que todos sentimos por nuestras heridas y nuestra incapacidad de expresarnos completamente.
Tal vez la pregunta que le hace Eva a su marido no sea menor en la película: “¿Crees que soy adulta?”, y que más tarde la sensación de no serlo es lo que desencadena el dialogo entre madre e hija, cuando se da cuenta que su imagen del pasado “es bastante caótica” y no ha superado muchas cosas. ¿Podemos llegar a “ser adultos”? ¿Podemos acostumbrarnos a nuestro pasado, a nuestras miserias, a nuestras carencias, a nuestra debilidad? ¿Podemos realmente o es parte de nuestra esencia y de la existencia en sí? En cualquier caso, Eva no ha podido.
Cruda película de Bergman que profundiza en la relación madre/hija, tal vez mejor dicho en la dificultad o imposibilidad de comunicación entre las personas, entre las almas, tema característico del maestro sueco, esta vez investigado desde el vínculo madre/hija. Los abismos que nos separan esta vez están representados en este vínculo de una madre que vuelve a encontrarse con su hija luego de varios años de separación. Encuentro que significará una tormentosa vuelta al pasado y un sacar a la luz los más profundos rencores y resentimientos fruto del roce y la fricción inherentes a todo contacto entre humanos aislados en sí mismos, como siempre parece sugerirnos Bergman.
“El mayor obstáculo es que no sé quién soy. Tropiezo en la oscuridad. Si alguien me quisiera por lo que soy podría, por fin, estudiarme a mí misma. Esa posibilidad es bastante remota.”
Los misterios que encerramos, los enigmas que se crean en las relaciones humanas, lo son hasta para la persona misma, incapaz de comprenderse e incapaz de sentirse verdaderamente cercana a alguien, como se deja ver en esto que escribe la protagonista en su libro, tiempo antes de las situaciones narradas en la película, y que el esposo nos lee, diciéndonos al final que “le faltan las palabras adecuadas" para hacerle saber su amor. ¿Existirán realmente esas palabras?, tal vez sea la duda que se nos plantea, ¿existe la posibilidad de acercarnos, comprendernos, comunicarnos y amarnos?
“Palabras hermosas que no significan nada real”, sentencia en otra escena Eva ante los halagos de su marido.
Y es que la película, y gran parte de la filmografía bergmaniana, tal vez se trate de estas máscaras, de estos papeles, que debemos cumplir para poder relacionarnos, cualquiera sea el tipo de relación. Sino, ¿cómo nos relacionaríamos? ¿Cómo podríamos dejar de lado todas nuestras miserias, nuestras esperanzas, nuestros más profundos sentimientos y motivaciones personales para poder acercarnos a otro ser igual de complejo? Estas son las preguntas que a mí me suscitan siempre la visión y revisión de las relaciones en las películas de Bergman, y esta película no es la excepción, muy al contrario, cuenta con un guion y unos diálogos devastadores y muy explícitos al respecto.
“Y conoces la entonación y los gestos del amor”, dice Eva a su madre en el clímax de la discusión.
Dificultad de acercamiento que se hace aún más carnal en lo referido a Helena, una tercera protagonista, hermana de Eva, con graves problemas motrices y dificultades para hablar. Dice su madre después de verla, en una escena donde el asco y el rechazo brotan de los ojos de Ingrid Bergman, que esta increíble en esta película: “Ahí estaba, mirándome con sus ojos grandes. Tomé su cara en mis manos y pude sentir la enfermedad tirando de los músculos de su cuello. ¿Por qué no puedo abrazarla como cuando era pequeña? Ese cuerpo devastado y suave, ésa es mi Lena”. Si entre Eva y su madre los rencores han podido salir a la luz a lo largo de la película y principalmente en el largo dialogo nocturno, con gritos, palabras hirientes, llantos, y donde las heridas estuvieron abiertas y expuestas después de años, donde al menos han podido resignarse a la pobre expresión de las palabras y hasta regodearse en la autocompasión escuchada por otro, lo de la pobre Lena es un calvario eterno en su impasible y casi absoluto aislamiento, callada no solo por la constante imperfección en la comunicación humana sino también por la excepcional crueldad de la carne y sus discapacidades. Tanto la escena en que la vemos arrastrarse por las escaleras intentando ir a donde discuten Eva y su madre, como en la que grita desesperadamente con las manos tiesas y sin consuelo, son dos de las escenas más impactantes, explicitas y crudas que Bergman haya filmado y que expresan de forma extrema la impotencia que todos sentimos por nuestras heridas y nuestra incapacidad de expresarnos completamente.
Tal vez la pregunta que le hace Eva a su marido no sea menor en la película: “¿Crees que soy adulta?”, y que más tarde la sensación de no serlo es lo que desencadena el dialogo entre madre e hija, cuando se da cuenta que su imagen del pasado “es bastante caótica” y no ha superado muchas cosas. ¿Podemos llegar a “ser adultos”? ¿Podemos acostumbrarnos a nuestro pasado, a nuestras miserias, a nuestras carencias, a nuestra debilidad? ¿Podemos realmente o es parte de nuestra esencia y de la existencia en sí? En cualquier caso, Eva no ha podido.

5.0
202
7
17 de abril de 2016
17 de abril de 2016
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo que causa este tipo de películas en un amante del cine y la literatura clásica, es difícil de explicar. Y por eso esta reseña me es difícil de escribir. La película de Rose podrá parecer a cualquiera (tal vez lo es) una película más sobre el archiconocido monstruo de Frankenstein y su triste historia. Pero para el que leyó la novela de Shelley con tanto entusiasmo y emoción hace años, y vio las míticas películas de Whale una y otra vez con tanta fascinación sentado a oscuras, y disfruta, como un niño que mira su serie favorita, de los clasicazos que Fisher hizo para la Hammer, ésta no es una película más.
El filme intenta traer a la actualidad la historia de Frankenstein y su creación. Y, en mi opinión, este aspecto está muy conseguido y otorga mucha originalidad (el moderno método de creación de la pareja, la escena con la prostituta, el GPS que lo guía hasta su madre, etcétera). Logra actualizar lo clásico, dar una nueva mirada a lo ya conocido, y eso es muy valorable y nada fácil. Adaptar textos que han sido ya adaptados tantas veces y de tantas formas, es cosa complicada, sino, sin ir más lejos, ver la fallida adaptación de Macbeth, realizada por Kurzel también en 2015, que además de no aportar nada nuevo, resulta demasiado literaria y pomposa.
La película empieza directamente con la criatura ya creada y una voz en off que nos habla. Es la voz del Monstruo (que en realidad, es de apariencia perfectamente humana, al menos al principio) que nos acompañará durante todo el metraje en importantes pasajes haciéndonos partícipes de sus sentimientos, emociones y miserias. Aquí, el Monstruo es el personaje central, quedando muy en segundo lugar la pareja creadora (un matrimonio de científicos). Si en la novela, éste buscaba a su creador con sed de venganza y explicaciones, aquí busca simplemente a su Mamá, la persona que vio por primera vez y le dio cariño como si de un hijo se tratase (hasta que el experimento sale mal…). En líneas generales, los demás aspectos de la historia son los ya conocidos.
Admito que la película en sí, no es gran cosa, ni pretende serlo. Es una película que la apreciarán los más fanáticos de la historia, los más “románticos” que deseen volver a sentir la miseria y patetismo de ese incomprendido “monstruo”, los que deseen evocar la escena de la niña tirada al agua inocentemente, filmada originalmente en 1931 (ahora resuelta de otra manera pero muy conseguida). Y no es que ponga a esta modesta película a la altura de la del maestro Whale, pero vale la pena verla y se disfruta.
Entre las muchas escenas que me gustaron (como también varias me disgustaron, principalmente las que involucraban al exagerado personaje del policía que lo golpea) caben destacar las oníricas, en las que la criatura aparece con su perro (su puro y fiel acompañante) y más adelante con su madre, o en las que se encuentra el negro ciego, que establece una bonita amistad con el personaje central. Pero la que más me cautivó e impresionó es una de las últimas, donde el monstruo grita desesperado “¡Yo soy!” al ver que sus creadores intentan sustituirlo, como si él no existiera.
A pesar de sus irregularidades e imperfecciones, puedo asegurar con mucha alegría, que después de casi 200 años el espíritu de la novela de Mary Shelley…. ¡Está vivo!
El filme intenta traer a la actualidad la historia de Frankenstein y su creación. Y, en mi opinión, este aspecto está muy conseguido y otorga mucha originalidad (el moderno método de creación de la pareja, la escena con la prostituta, el GPS que lo guía hasta su madre, etcétera). Logra actualizar lo clásico, dar una nueva mirada a lo ya conocido, y eso es muy valorable y nada fácil. Adaptar textos que han sido ya adaptados tantas veces y de tantas formas, es cosa complicada, sino, sin ir más lejos, ver la fallida adaptación de Macbeth, realizada por Kurzel también en 2015, que además de no aportar nada nuevo, resulta demasiado literaria y pomposa.
La película empieza directamente con la criatura ya creada y una voz en off que nos habla. Es la voz del Monstruo (que en realidad, es de apariencia perfectamente humana, al menos al principio) que nos acompañará durante todo el metraje en importantes pasajes haciéndonos partícipes de sus sentimientos, emociones y miserias. Aquí, el Monstruo es el personaje central, quedando muy en segundo lugar la pareja creadora (un matrimonio de científicos). Si en la novela, éste buscaba a su creador con sed de venganza y explicaciones, aquí busca simplemente a su Mamá, la persona que vio por primera vez y le dio cariño como si de un hijo se tratase (hasta que el experimento sale mal…). En líneas generales, los demás aspectos de la historia son los ya conocidos.
Admito que la película en sí, no es gran cosa, ni pretende serlo. Es una película que la apreciarán los más fanáticos de la historia, los más “románticos” que deseen volver a sentir la miseria y patetismo de ese incomprendido “monstruo”, los que deseen evocar la escena de la niña tirada al agua inocentemente, filmada originalmente en 1931 (ahora resuelta de otra manera pero muy conseguida). Y no es que ponga a esta modesta película a la altura de la del maestro Whale, pero vale la pena verla y se disfruta.
Entre las muchas escenas que me gustaron (como también varias me disgustaron, principalmente las que involucraban al exagerado personaje del policía que lo golpea) caben destacar las oníricas, en las que la criatura aparece con su perro (su puro y fiel acompañante) y más adelante con su madre, o en las que se encuentra el negro ciego, que establece una bonita amistad con el personaje central. Pero la que más me cautivó e impresionó es una de las últimas, donde el monstruo grita desesperado “¡Yo soy!” al ver que sus creadores intentan sustituirlo, como si él no existiera.
A pesar de sus irregularidades e imperfecciones, puedo asegurar con mucha alegría, que después de casi 200 años el espíritu de la novela de Mary Shelley…. ¡Está vivo!
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