Las películas de este director son peligrosas, porque crean adicción. En Francia le hicieron caballero de la Legión de Honor por su forma diferente de hacer cine, y ya se sabe que en Francia, por ejemplo, nos enseñaron a amar a Almodóvar.

Ayer me senté frente al televisor para ver esta maravillosa La magnificencia de los años pasa como las flores, y cuando terminé la volví a ver entera. Me dije: "unas pocas escenas, hasta los boleros", y acabé en los títulos de crédito.

Lo malo es que las películas de este director te dejan el corazón revuelto: en los días siguientes lloras como un tonto por detalles insignificantes, y no sabes muy bien cuando vas a poner en su sitio todos los sentimientos.

Bienaventurados los que se libran de perecer a su danza de serpiente, porque así no reciben la picadura, y no tienen que andar luchando contra el veneno que te recorre el cuerpo durante demasiadas horas.

Una pelicula que es poesía, puro lirismo, contención, y ese dolor que te acompaña a todas partes y tratas de mantener a raya, ese dolor de lo que puede ser y no es, del amor puro y completo que roza el absurdo de tanto ser amor.

Como Banderas encerrándose con Poncela en La ley del deseo, mientras en la vieja fachada de Atocha suena Bola de Nieve; o como ese maravilloso Cámara pidiendo palabras para la mujer a la que cuida con amor de madre.

Boleros, boleros trasnochados que hablan de amores imposibles; canciones que suenan una y otra vez y en las que nunca se pierde la esperanza de un final distinto, un final que nunca será, como la historia a la que escriben sus notas.

Otra vez estoy llorando... Malditos seáis, poetas de la imagen.