La opera prima del director inglés es una obra imprescindible en la filmografía británica. La historia del niño que quería bailar es un relato crítico con los estereotipos de género, que se aleja del sentimentalismo. Los personajes están concebidos con una naturalidad atrapante, y consiguen restar importancia al conflicto principal. El drama se centra más en las particularidades de una huelga laboral, tan inherente en la idiosincrasia inglesa. Mención especial al montaje, que en muchas escenas resulta tan expresivo como inspirado.

Un pasajero de un crucero interestelar despierta accidentalmente 90 años antes de llegar a su destino. El enorme abismo de soledad que sufre le hace vivir un intenso dilema moral cuando busca compañía desesperadamente. Al mismo tiempo, la nave avanza a un destino fatal que sólo los protagonistas podrán evitar. La estupenda química entre Chris Pratt y Jennifer Lawrence sustentan esta superproducción, que tiene unos fantásticos efectos especiales.

Florence Foster Jenkins fue una soprano norteamericana que se hizo célebre por su peculiar talento musical, y que aprovechó una cuantiosa herencia para costearse su carrera y sus extravagantes veladas. El director destaca en este biopic la importancia de las apariencias, en un guión que resulta especialmente emotivo. Impecable la interpretación de Meryl Streep, que desafina con increíble precisión.

John Wick se prepara para la guerra contra la Mesa Alta. La historia continúa justo después del anterior film, huyendo de todos los asesinos que quieren reclamar el precio puesto a su cabeza, dando lugar a unas de las mejores secuencias de acción y persecución de toda la saga. El director –que era un especialista de acción- consigue mejorar aun más las elaboradas coreografías de lucha, y nos vuelve a regalar al posiblemente mejor héroe de acción de toda la década: Keanu Reeves.

El acercamiento de Nolan al cine bélico no podría haber sido mejor. Nos ofrece un espectáculo visual y sonoro apabullante y una intensa experiencia inmersiva, desarrollada en poco diálogo. Nolan vuelve a sorprender en la estructura narrativa. Toma tres historias, y tres espacios físicos y temporales diferentes (tierra, mar y aire) (1 semana, 1 día y 1 hora), y los intercala con maestría para llegar a un mismo clímax final. Pocas veces una derrota fue explicada con tanta destreza.