Contaba con todos los ingredientes para hacer una película atractiva: un hombre atormentado, dos chicos atrevidos que encuentran la aventura cerca de casa, amores no correspondidos, un entorno interesante por lo peculiar... pero hay algo deshilvanado que impide disfrutarlo y creerlo.

Falla la dirección o el montaje, si no ambas cosas, y su guión parece por momentos obra de un escritor novel, al tiempo que algunas escenas están concluidas con prisas y de cualquier manera.

School Trip ansía esa atmósfera que tanto gusta a algunos guionistas con aspiraciones a Cannes. Con frecuencia, olvidan que no es suficiente el retrato de un personaje mustio, y que la inacción debe estar acompañada de un trasfondo que conlleve más interés que la mera desidia o la apatía adolescente.

Tampoco ayuda una fotografía con encuadres demasiado cerrados, que lejos de acercarnos a los personajes, nos impide situarnos espacialmente, y bien parece más desmérito del director de fotografía que un efecto intencional.

Ochenta minutos que se tornan muy largos y donde cualquier atisbo de acción sorpresiva entre tanta Nada pretende ser excesivamente protagonista y admirable.

No está en la cabeza calenturienta de Shane Carruth hacer cine convencional, ni mucho menos. Ya en su debut demostró que se puede hacer ciencia ficción sin estridencias, sin atisbos de megalomanía, incluso sin dinero, y que el resultado sea un experimento interesante.

En esta vuelta al largometraje marginal (en el buen sentido de la palabra), juega con la poética y con las realidades paralelas para crear un universo propio, apelando a la complicidad de un espectador que a buen seguro se sentirá desorientado en algunos pasajes, tanto o más que sus propios personajes.

Destaca su actriz principal, que por momentos nos recuerda, tanto físicamente como en registros interpretativos, a Juliette Binoche, y, mejor todavía, a la Binoche de Kieslowski en “Azul”, lo que ya es decir mucho a su favor.

Carruth vuelve a sorprender con su historia onírica, ajeno a la espectacularidad y a los grandes presupuestos que suelen manejarse en el cine profesional.

Se intuye que la existencia de unos seres cuasi inmortales habría de ser mansa y tediosa. En esa tesitura, Jarmusch consigue que entremos en su ambiente, como lo ha hecho en anteriores películas donde se requería un ritmo lento hasta poner a prueba la paciencia del espectador. Si a eso le unimos que difícilmente se puede sentir apego hacia unos personajes de vuelta de todo, lo único que nos queda es una fotografía muy coherente con lo que está narrando.

Atisbos de filosofía y ciencia a ratos, y pasajes de guión facilones o no demasiado bien resueltos, contribuyen a la pretenciosidad de una obra no muy bien resuelta en lo que quería ser, o eso parece, una nueva “Entrevista con el vampiro”.

Lo más meritorio y relevante de esta producción, si no lo único, fue poder realizar un seguimiento de los mismos actores durante doce años. Por lo demás, el guión está plagado de diálogos y situaciones vistas en multitud de películas, así como de figuras paternas que parecen réplicas, con pocos matices que los diferencien. Escenas inconclusas y sin continuidad en un todo deshilachado. Con un concepto temporal diferente a lo visto, eso sí.