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Críticas ordenadas por utilidad
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6.5
18,412
6
18 de septiembre de 2018
18 de septiembre de 2018
57 de 68 usuarios han encontrado esta crítica útil
Todos lo saben es un film correcto, que no aburre, pero que teniendo en cuenta el anterior film del director iraní intitulado El viajante, en mi modesta opinión decepciona.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
La película comienza con el funcionamiento del mecanismo del reloj de un campanario (clara alusión al Tiempo) alusión que posteriormente volveremos a ver durante la boda, en una escena donde una pareja de jóvenes sube al campanario y en el que se recuerda una antigua relación amorosa de sus respectivos parientes. En esta escena, la joven atrasa con las manos el reloj y se sube posteriormente a la cuerda que habilita las campanas. El director nos está mostrando el que va a ser el motivo principal de la película: el pasado (curiosamente título de otro film del mismo director). Efectivamente a partir de esa escena se producirá un acontecimiento que hará que el presente se vea alterado por un pasado, pasado familiar y del propio pueblo, sepultado durante cierto tiempo pero convertido ahora en arenas movedizas. El espectador conocerá los secretos, conflictos y relaciones personales y sociales del pueblo, todo ello marcado por un pasado indeleble. El problema es que a partir de ese momento, la historia pierde interés y, siempre según quién esto escribe, no colma las expectativas generadas. Presenciaremos historias que a fuerza de ya vistas devienen algo tópicas y que junto con algunas motivaciones argumentales poco verosímiles impiden que hablemos de una película notable. Eso sí, el film se ve con agrado gracias a la maestría de muy buenos actores que no decepcionan: Bardem, Lenny, Cruz, Fernández, etc... realizan unas interpretaciones estupendas que mejoran con mucho un guion algo débil.
19 de septiembre de 2018
19 de septiembre de 2018
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Observo con asiduidad, cómo parte de la crítica de cine (y de los espectadores) manifiestan una especie de necesidad perentoria de encontrar cada año en el prolífico cine de Hollywood y aledaños, películas a las que encumbrar como obras maestras cuando la mayoría de las glorificadas no pasan de correctas. El cine no anda escaso de films excelentes pero tal vez no se encuentran en los circuitos que se promocionan.
Eternal sunshine of the spotless mind no llega a hacer honor a su título en castellano, quién diantres selecciona los títulos en castellano?), pero tampoco es, ni mucho menos, la sobresaliente obra que algunos pretenden.
Eternal sunshine of the spotless mind no llega a hacer honor a su título en castellano, quién diantres selecciona los títulos en castellano?), pero tampoco es, ni mucho menos, la sobresaliente obra que algunos pretenden.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
El film describe la historia de una pareja en la que cada miembro decide borrar de sus mentes todo recuerdo de su mutua relación amorosa.
Si bien la primera parte resulta atractiva y prometedora, el film naufraga en su desarrollo posterior encallado entre el exhibicionismo y la autocomplacencia. Más pendiente de sus opciones formalistas y narrativas que en buscar intensidad y verdad en las relaciones humanas, está obsesión por la tramoya acaba desvelando cierta vaciedad en lo contado, quedando en un seguidísimo plano las relación humanas y amorosas de los personajes. La película se atasca y deja de emocionar.
Además la trama secundaria de los personajes a los que dan vida Kirsten Dunst, Eli-jah Wood, Tom Wilkinson, Mark Ruffalo, no funciona y se hace tediosa. Un ejemplo claro, de lo que suele denominarse “estar cogido por los pelos”
El film no deja de tener secuencias sugerentes, la mayoría relacionadas con la dialéctica vivencias/recuerdos, pero en lo principal, en el reflejo de las emociones y de las relaciones humanas, se queda en la superficie.
Otros filmes con una puesta en escena más clásica producen mayor emoción y acierto en las relaciones de pareja. Estoy pensando, por ejemplo, en Dos en la carretera, el magnífico film de Stanley Donen.
La historia del film nos proporciona un aspecto interesante, la experiencia final en el que cada miembro de la pareja presencia el relato de su historia “desde fuera”, sin reconocerse a sí mismo.
Me pregunto, si este fenómeno es el que suele ocurrirles a muchos políticos cuando abandonan el Gobierno o dejan la arena política. Cambian totalmente de posturas, reclaman al nuevo Gobierno medidas que durante su mandato nunca pusieron en práctica. Imagino al expresidente ZP viéndo lo que hizo con la constitución y con la clase trabajadora y le imagino buscando en Internet una empresa similar a la de la película para que le borren los recuerdos.
El estilo cinematográfico debe trabajar y dialogar con los otros niveles de la película y ponerse en relación con sus otros campos, semántico y narrativo, algo que Michael Gondry parece olvidar en esta fallida película.
Si bien la primera parte resulta atractiva y prometedora, el film naufraga en su desarrollo posterior encallado entre el exhibicionismo y la autocomplacencia. Más pendiente de sus opciones formalistas y narrativas que en buscar intensidad y verdad en las relaciones humanas, está obsesión por la tramoya acaba desvelando cierta vaciedad en lo contado, quedando en un seguidísimo plano las relación humanas y amorosas de los personajes. La película se atasca y deja de emocionar.
Además la trama secundaria de los personajes a los que dan vida Kirsten Dunst, Eli-jah Wood, Tom Wilkinson, Mark Ruffalo, no funciona y se hace tediosa. Un ejemplo claro, de lo que suele denominarse “estar cogido por los pelos”
El film no deja de tener secuencias sugerentes, la mayoría relacionadas con la dialéctica vivencias/recuerdos, pero en lo principal, en el reflejo de las emociones y de las relaciones humanas, se queda en la superficie.
Otros filmes con una puesta en escena más clásica producen mayor emoción y acierto en las relaciones de pareja. Estoy pensando, por ejemplo, en Dos en la carretera, el magnífico film de Stanley Donen.
La historia del film nos proporciona un aspecto interesante, la experiencia final en el que cada miembro de la pareja presencia el relato de su historia “desde fuera”, sin reconocerse a sí mismo.
Me pregunto, si este fenómeno es el que suele ocurrirles a muchos políticos cuando abandonan el Gobierno o dejan la arena política. Cambian totalmente de posturas, reclaman al nuevo Gobierno medidas que durante su mandato nunca pusieron en práctica. Imagino al expresidente ZP viéndo lo que hizo con la constitución y con la clase trabajadora y le imagino buscando en Internet una empresa similar a la de la película para que le borren los recuerdos.
El estilo cinematográfico debe trabajar y dialogar con los otros niveles de la película y ponerse en relación con sus otros campos, semántico y narrativo, algo que Michael Gondry parece olvidar en esta fallida película.

6.9
17,262
8
8 de octubre de 2018
8 de octubre de 2018
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
A los pocos minutos de Ida, el director Pavel Pawlikowski nos muestra a la protagonista (Anna) saliendo del convento en el que se ha criado desde pequeña. La cámara en plano fijo registra desde lejos la salida de Anna del convento y cómo pausadamente se va acercando a la cámara para salir por el lateral del encuadre
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Por el contrario en el último plano de la película, veremos a la protagonista andar a paso rápido por una carretera y en este caso el director filma la escena mediante plano en movimiento hacia atrás de acompañamiento sobre el rostro de la actriz.
¿Qué ha ocurrido entre estas dos escenas? La protagonista ya no es la misma que la del inicio de la película y ni siquiera el mismo nombre.
Ida nos cuenta la historia de Anna (Agata Trzebuchowska), una joven novicia que cuando está a punto tomar sus votos (pobreza, castidad y obediencia) y pasar su vida recluida en el convento, descubre la existencia de un familiar, una tía suya (Agata Kulesza), que quizá pueda arrojar algo de luz sobre sus orígenes y su familia. Ambas emprenderán un duro viaje por la Polonia de los sesenta hasta desenterrar un oscuro secreto que se remonta a la ocupación nazi.
Para contar esta historia Pawlikowski ha optado por la pantalla 4:3 (1’33:1) y una estupenda fotografía en blanco y negro repleto de grises. Viendo Ida queda patente que detrás de ella hay un director que piensa exhaustivamente la construcción audiovisual y la puesta en escena.
Existen planos absolutamente pictóricos dónde se juega con la luz, tanto natural como procedente de esas lámparas y bombillas estratégicamente situados.
En ocasiones asistimos a planos donde prima la armonía y el juego con las líneas (ventanales, marcos de puerto, etc.) y en otras ocasiones nos encontramos ante largos planos deliberadamente desencuadrados donde se recorta las figuras de los personajes y las sitúa en el extremo inferior del fotograma dejando grandes vacíos en la parte superior de los encuadres.
Los escuetos diálogos, los silencios y miradas llenos de expresividad junto con un estupendo uso de las elipsis conforman un estilo cinematográfico que algunos les puede parecer seco y ascético pero que a mí me ha parecido fascinante.
En todos estos recursos se apoya Pawlikowski para relatarnos la historia de Anna / Ida. Fuera del convento en el que ha estado recluido casi toda su vida, la protagonista vivirá experiencias en un mundo desconocido para ella, un mundo con toda su sensualidad y alegría y magia así como con todas sus miserias, imperfecciones y tragedias.
Las dos mujeres (y el joven músico de jazz) tienen caracteres antagónicos y concepciones de la existencia contrapuestas que se podrían resumir en, por un lado la religión y por otro la filosofía terrenal.
La religión ofrece un horizonte de trascendencia. En la experiencia religiosa la voz singular del individuo queda subsumida en una razón más alta, la experiencia de lo sagrado o la instancia de lo divino que funcionaría como referencia y garante de la razón común.
En la filosofía, sin embargo, cada persona es filósofa. Con su nombre propio y sus opciones vitales. Finito en la singularidad de ser una vida.
La pregunta soterrada que Ida intentará responder tras vivir experiencias radicalmente opuestas a su vida y tras conocer su trágico pasado, es cómo vivir o qué representa para ella una vida verdadera. La filosofía y la vida, incluyen como condición la posibilidad de no respuesta, de su elaboración inacabada. Ahí entra el “¿Y después qué?” repetido por Ida hacia el final de la película en su conversación con el joven músico de jazz cuando esté le propone planes de futuro. La decisión que adopta nuestra protagonista no la voy a rebelar. Vean ustedes y disfruten de esta estupenda película.
¿Qué ha ocurrido entre estas dos escenas? La protagonista ya no es la misma que la del inicio de la película y ni siquiera el mismo nombre.
Ida nos cuenta la historia de Anna (Agata Trzebuchowska), una joven novicia que cuando está a punto tomar sus votos (pobreza, castidad y obediencia) y pasar su vida recluida en el convento, descubre la existencia de un familiar, una tía suya (Agata Kulesza), que quizá pueda arrojar algo de luz sobre sus orígenes y su familia. Ambas emprenderán un duro viaje por la Polonia de los sesenta hasta desenterrar un oscuro secreto que se remonta a la ocupación nazi.
Para contar esta historia Pawlikowski ha optado por la pantalla 4:3 (1’33:1) y una estupenda fotografía en blanco y negro repleto de grises. Viendo Ida queda patente que detrás de ella hay un director que piensa exhaustivamente la construcción audiovisual y la puesta en escena.
Existen planos absolutamente pictóricos dónde se juega con la luz, tanto natural como procedente de esas lámparas y bombillas estratégicamente situados.
En ocasiones asistimos a planos donde prima la armonía y el juego con las líneas (ventanales, marcos de puerto, etc.) y en otras ocasiones nos encontramos ante largos planos deliberadamente desencuadrados donde se recorta las figuras de los personajes y las sitúa en el extremo inferior del fotograma dejando grandes vacíos en la parte superior de los encuadres.
Los escuetos diálogos, los silencios y miradas llenos de expresividad junto con un estupendo uso de las elipsis conforman un estilo cinematográfico que algunos les puede parecer seco y ascético pero que a mí me ha parecido fascinante.
En todos estos recursos se apoya Pawlikowski para relatarnos la historia de Anna / Ida. Fuera del convento en el que ha estado recluido casi toda su vida, la protagonista vivirá experiencias en un mundo desconocido para ella, un mundo con toda su sensualidad y alegría y magia así como con todas sus miserias, imperfecciones y tragedias.
Las dos mujeres (y el joven músico de jazz) tienen caracteres antagónicos y concepciones de la existencia contrapuestas que se podrían resumir en, por un lado la religión y por otro la filosofía terrenal.
La religión ofrece un horizonte de trascendencia. En la experiencia religiosa la voz singular del individuo queda subsumida en una razón más alta, la experiencia de lo sagrado o la instancia de lo divino que funcionaría como referencia y garante de la razón común.
En la filosofía, sin embargo, cada persona es filósofa. Con su nombre propio y sus opciones vitales. Finito en la singularidad de ser una vida.
La pregunta soterrada que Ida intentará responder tras vivir experiencias radicalmente opuestas a su vida y tras conocer su trágico pasado, es cómo vivir o qué representa para ella una vida verdadera. La filosofía y la vida, incluyen como condición la posibilidad de no respuesta, de su elaboración inacabada. Ahí entra el “¿Y después qué?” repetido por Ida hacia el final de la película en su conversación con el joven músico de jazz cuando esté le propone planes de futuro. La decisión que adopta nuestra protagonista no la voy a rebelar. Vean ustedes y disfruten de esta estupenda película.

6.8
3,684
9
19 de septiembre de 2018
19 de septiembre de 2018
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Me suicido o me tomo un café” Albert Camus
¿A quién no le ha ocurrido alguna vez estar deseando imperiosamente tomar un café y alguna circunstancia lo acaba impidiendo y produciéndonos una desoladora frustración?
¿A quién no le ha ocurrido alguna vez estar deseando imperiosamente tomar un café y alguna circunstancia lo acaba impidiendo y produciéndonos una desoladora frustración?
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Pues bien, esto es lo que le sucede al protagonista de la película que paso a comentar, intitulada Oh Boy (2012) del director Jan Ole Gerster. Dificultad en conseguir un café y dificultad en encontrar nuestro lugar en el mundo van de la mano en ésta estupenda película alemana.
La cinta nos muestra el devenir existencial de un joven treintañero, Niko, durante veinticuatro horas en la ciudad que gobierna el destino económico de Europa. Un Berlín fotografiado en blanco y negro, nada idealizado y con un magnífico aspecto degradado. Nos encontramos en la Alemania actual donde confluye una burguesía enriquecida y satisfecha de la sociedad de consumo frente a una asentada precariedad laboral cuyo máximo exponente son los minijobs.
El día arrancará con el hartazgo (acaso ruptura) de la novia de Niko y proseguirá por diferentes acontecimientos en las que todo parece torcerse. Nos acompañarán en su travesía una caterva de seres tratando de sobrevivir en la sociedad que les ha tocado vivir.
El cineasta alemán no parece muy interesado en reflexionar sobre las causas de las acciones o sobre las motivaciones de los personajes. Más bien, se centra en mostrarnos y sumergirnos en la odisea de nuestro protagonista, quien deberá aprender a dejar de mirarse al espejo para mirar directamente al mundo. La comparación con el espejo no es baladí, durante la película cómo el espejo será un símbolo que jalonará la transformación de Niko.
Ole Gerster emplea un humor que contrarresta lo amargo de las diferentes situaciones, convirtiendo este drama en una singular tragicomedia humanista.
Esta película es heredera de una estirpe de películas que, al igual que el café ristretto, sacan lo máximo con la máxima sencillez. A través de las peripecias de Niko se nos muestra a pequeños trazos, bien aspectos característicos de la sociedad alemana actual: la banalización en el cine de la segunda guerra mundial y el sempiterno nazismo como herida aún incurable o del comportamiento del ser humano: la manifestación del deleite del ser humano por dominar al otro por el simple y puro placer de dominar
El estatuto de gran película se sustentaría fundamentalmente en dos pilares.
Por un lado, el absoluto magnetismo del actor principal. Tom Schilling. El actor logra interpretar magistralmente la encrucijada vital en la que está inmersa el joven Niko. Incapaz de integrarse en la sociedad que le rodea, éste se enfrenta con el desencanto de la edad adulta y con un sistema que no comprende. Al igual que el capitalismo, Nico no está exento de contradicciones; vive en un sistema al que desprecia pero que a la vez necesita. No juzga, lo acepta todo desprovisto de máscara y ambición social alguna.
Y por otro lado, la elegante y sugerente puesta en escena del director alemán: los travellings que acompañan el vagabundeo del personaje principal, los picados y contrapicados funcionales y maestría en el uso del campo-contracampo.
Desde esta perspectiva, uno de los mejores momentos lo tenemos en la escena del regreso a casa de Niko tras el frustrante encuentro con su padre. Niko abandona andando el campo de golf, la cámara le sigue en su regreso al metro, cruzando los campos y adentrándose en la naturaleza donde observamos al joven reflexionando y tomando conciencia de su nueva situación rodeado de árboles. Aquí vivimos el estado mental de nuestro antihéroe. La escena finaliza con una toma panorámica del paisaje en la que la cámara acaba encontrando nuevamente a nuestro personaje en la pasarela que le lleva al metro en una sutil elipsis temporal. Un ejemplo de brillante resolución formal de una escena. A partir de esta escena Niko cambia de actitud y comenzará a actuar sobre una vida que exige empezar a vivirla, a elegir en definitiva, como manda la cita de Camus.
Elegante como un blue Mountain e intenso y ácido como un moka, Oh boy es una film a saborear placenteramente. Termínense el café o dejen lo que están haciendo y vean esta película.
La cinta nos muestra el devenir existencial de un joven treintañero, Niko, durante veinticuatro horas en la ciudad que gobierna el destino económico de Europa. Un Berlín fotografiado en blanco y negro, nada idealizado y con un magnífico aspecto degradado. Nos encontramos en la Alemania actual donde confluye una burguesía enriquecida y satisfecha de la sociedad de consumo frente a una asentada precariedad laboral cuyo máximo exponente son los minijobs.
El día arrancará con el hartazgo (acaso ruptura) de la novia de Niko y proseguirá por diferentes acontecimientos en las que todo parece torcerse. Nos acompañarán en su travesía una caterva de seres tratando de sobrevivir en la sociedad que les ha tocado vivir.
El cineasta alemán no parece muy interesado en reflexionar sobre las causas de las acciones o sobre las motivaciones de los personajes. Más bien, se centra en mostrarnos y sumergirnos en la odisea de nuestro protagonista, quien deberá aprender a dejar de mirarse al espejo para mirar directamente al mundo. La comparación con el espejo no es baladí, durante la película cómo el espejo será un símbolo que jalonará la transformación de Niko.
Ole Gerster emplea un humor que contrarresta lo amargo de las diferentes situaciones, convirtiendo este drama en una singular tragicomedia humanista.
Esta película es heredera de una estirpe de películas que, al igual que el café ristretto, sacan lo máximo con la máxima sencillez. A través de las peripecias de Niko se nos muestra a pequeños trazos, bien aspectos característicos de la sociedad alemana actual: la banalización en el cine de la segunda guerra mundial y el sempiterno nazismo como herida aún incurable o del comportamiento del ser humano: la manifestación del deleite del ser humano por dominar al otro por el simple y puro placer de dominar
El estatuto de gran película se sustentaría fundamentalmente en dos pilares.
Por un lado, el absoluto magnetismo del actor principal. Tom Schilling. El actor logra interpretar magistralmente la encrucijada vital en la que está inmersa el joven Niko. Incapaz de integrarse en la sociedad que le rodea, éste se enfrenta con el desencanto de la edad adulta y con un sistema que no comprende. Al igual que el capitalismo, Nico no está exento de contradicciones; vive en un sistema al que desprecia pero que a la vez necesita. No juzga, lo acepta todo desprovisto de máscara y ambición social alguna.
Y por otro lado, la elegante y sugerente puesta en escena del director alemán: los travellings que acompañan el vagabundeo del personaje principal, los picados y contrapicados funcionales y maestría en el uso del campo-contracampo.
Desde esta perspectiva, uno de los mejores momentos lo tenemos en la escena del regreso a casa de Niko tras el frustrante encuentro con su padre. Niko abandona andando el campo de golf, la cámara le sigue en su regreso al metro, cruzando los campos y adentrándose en la naturaleza donde observamos al joven reflexionando y tomando conciencia de su nueva situación rodeado de árboles. Aquí vivimos el estado mental de nuestro antihéroe. La escena finaliza con una toma panorámica del paisaje en la que la cámara acaba encontrando nuevamente a nuestro personaje en la pasarela que le lleva al metro en una sutil elipsis temporal. Un ejemplo de brillante resolución formal de una escena. A partir de esta escena Niko cambia de actitud y comenzará a actuar sobre una vida que exige empezar a vivirla, a elegir en definitiva, como manda la cita de Camus.
Elegante como un blue Mountain e intenso y ácido como un moka, Oh boy es una film a saborear placenteramente. Termínense el café o dejen lo que están haciendo y vean esta película.
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