La segunda temporada toma todo lo malo y criticable de su predecesora y lo eleva hasta nuevos límites. Los personajes se convierten en un reflejo caricaturesco de sí mismos y, como sucede muchas veces, los idilios pasan de lo sugerente de un segundo plano a tomar todo el protagonismo, empobreciendo el arco argumental.

Si a todo lo anterior le añades grandes dosis de fantasía y misticismo, obtienes una amalgama que, en lo personal, se me hace difícil digerir.

Para justificar que mi nota no sea inferior, hay que reconocer que la fotografía se mantiene impecable y es el punto fuerte de la serie, da gusto ver cada plano. Mención especial también para la excelente selección musical.