Reconozco que comencé con The Wire influenciado por valoraciones y recomendaciones previas que situaban las expectativas en un lugar tan elevado que arriesgaba a tocar con la decepción posterior. Así parecía transcurrir tras los primeros episodios: drogas, los güetos de Baltimore, policía.. La ausencia de acción, tensión, misterio o atisbo alguno de espectacularidad no parecía enganchar, aunque sí reconocer que era algo diferente a cualquier serie policiaca. Con el tiempo (al igual que nos sucede con la cerveza o el vino) lo acabamos apreciando y degustando como algo que ya nunca se desprende de nosotros. En este sentido, poco a poco, nos vamos enganchando a unos personajes repletos de matices, diversos y que representan fielmente las complejidades y los papeles en la vida que toca representar en función del lugar y el entorno en donde se dan los primeros pasos. Aquel género literario denominado <realismo> encontraría en los policías, jueces, políticos, sindicatos, profesores, narcos.. el referente audiovisual del siglo XXI. Ninguna serie o película de las visionadas ha retratado mejor las causas y el funcionamiento de la pobreza, el crimen y las instituciones destinadas a combatirlas. No existen elementos deterministas genéticos u decisiones que definan la cultura e integración de los seres humanos en las clases medias sino que el entorno ambiental encauza el camino y el papel de cada uno; y sobre todo, decide el submundo que le toca vivir.

Con frecuencia, cala más hondo todo aquello que más recuerdos arrastra de un pasado real a un presente imaginario. En este caso la temática. los personajes y la ambientación juegan un papel principal en ese arduo trabajo que supone transformar el visionado del espectador en una pequeña vivencia de sus propias historias personales. Consigue condensar en tan sólo unas horas, momentos que todos hemos vivido alguna vez dentro de una relación, ya sea esporádica o duradera. Reparos, descubrimientos, juegos, atracción, risas, desconfianza, tristeza, frialdad o expectativas encontradas conforman una sucesión de términos que a cualquiera le sonarán familiares y le dejarán con una sonrisa nostálgica por todos aquellos dolores, pellizcos o recuerdos sufridos y causados.
Además la película funciona como un poderoso mecanismo para hacer reflexionar, ya sea de la inmadurez, la honestidad o la influencia de las emociones, o bien por la propia incertidumbre sobre lo que va a suceder implicando al espectador en una relación entre dos personas que se atraen, que se entienden pero desconfían, que aman a la vez que juegan, que construyen verdades con sospechas, que buscan pero no encuentran, que quieren algo pero no todo… Todo este juego de seducción/enamoramiento te mantiene alerta. Personas que buscan caminar a ritmos distintos pero dispuestas a andar juntas. Es un juego constante en una partida donde la ilusión va descubriendo apuestas que incitan, convencen y, a la vez, desconciertan. Una mano donde el de posición más débil se estruja los sesos ante la posibilidad de que le estén faroleando. El debate entre ganar mucho y escapar de la debilidad y el miedo a que te hundan por completo. Dilemas que llevan a descubrir cada vez más cartas mientras la partida avanza y que afectará en la manera de jugar de cada uno de los apostantes. No sabemos lo que pasará, hacen lo que creen que es mejor pero sin saber si realmente es un juego o si podrá ganar alguien. Buscan encontrar algo que dicen y no dicen. Buscan sabiendo y sin saber las consecuencias. Buscan entradas, y al mismo tiempo, salidas. Buscan unirse y, al mismo tiempo, sólo agarrarse. Son las contradicciones de dos vidas diferentes, de personas con sus propias contradicciones y deseos que buscan encontrarse de manera distinta.
En definitiva, una sencilla y gran película que te hará evocar, identificarte y reflexionar sobre las consecuencias de nuestros actos.