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Críticas 2
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
8
13 de mayo de 2012
31 de 32 usuarios han encontrado esta crítica útil
La primera cinta de Andréi Tarkovski es un mediometraje que resalta tempranamente las virtudes del gran cineasta. La corta duración del film nos anuncia la idea de una historia sin mucha complejidad, pero inquietante por los recursos utilizados. Sasha es un niño violinista muy interesado en la música, de actitud un tanto retraída, a diferencia de la mayoría de niños de su entorno; sin muchas explicaciones, el pequeño músico desarrolla una gran amistad con Sergei, un obrero de su barrio que trabaja con una apisonadora. De modo progresivo, la película nos irá narrando la interrelación entre estos personajes tan disímiles.

La actitud de Sasha es realmente peculiar porque se desliga del modo de ser convencional de los demás niños, hasta el punto de generar cierta rivalidad; en oposición a la relación con ellos, el vínculo con Sergei lo ubica más cercano a un mundo diferente, no solo adulto, que le genera una extraña afección por la apisonadora. Así, pese a su gran interés por la música, Sasha muestra una felicidad desconcertante al manejar la máquina, de manera similar al placer que siente Sergei ante el artefacto. En este sentido, la relación humana que establecen ambos personajes no solo incluye la simbología paterna, encarnada en este caso en Sergei; supone a la vez la estrecha unión entre la máquina y el objeto artístico. Estos elementos representativos aluden a los distintos tipos de valores que poseen los protagonistas, de acuerdo a un modo de vida particular; por esta razón, por ejemplo, Sergei le enseña lecciones importantes al rebelde Sasha.
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La estética expuesta por Tarkovski en este film ya muestra el claro interés del cineasta por transmitirnos una realidad singular a través de imágenes ciertamente oníricas que traslucen efectos de realidad, pero provenientes, al parecer, de la pura subjetividad, sea del director o de los protagonistas. Los reflejos constantes multiplicadores de imágenes, el juego de espejos, así como la relevante presencia del elemento acuático para expresar vitalidad y esplendor, dotan al film una riqueza estética que transporta al espectador al mundo posible de la relación entre el niño y el obrero. Asimismo, no deja de llamar la atención los movimientos de la cámara, sobre todo los encuadres aéreos que resaltan la totalidad de la imagen captada, y las enormes máquinas que se presentan a lo largo de la película; también los primeros planos a determinados objetos destacan la materialidad de la máquina, sobre todo de la apisonadora.

Cabe destacar dentro de la película una escena crucial donde se percibe una gran bola demoledora destruyendo un edificio, hecho que despertará fascinación a un amplio grupo de individuos, donde se incluye Sasha y Sergei. El interés del niño revela la rápida asimilación de los artefactos modernos dentro del imaginario infantil. En síntesis, la simbología de esta película puede llevarnos a diversas interpretaciones, por la fuerte carga semántica de los personajes. Se puede asociar a Sasha y su rol de violinista con la clase burguesa, en oposición al proletariado representado en Sergei y la apisonadora; sin embargo, lo más interesante radica en el modo cómo ambas fuerzas interactúan para desarrollar transformaciones en la subjetividad del ser humano. Esto solo es posible dentro de la estética singular que construye Tarkovski, cuyo mayor reflejo está en la amplia significación de la máquina y del hombre.
15 de mayo de 2012 3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
El cineasta chino Zhang Yimou dirige esta conmovedora película (León de Oro como mejor película en el Festival de Venecia de 1999) donde destacan los buenos roles de actores no profesionales. La historia nos muestra a una niña de trece años, que vive en un pueblo pobre de las montañas de China, obligada a aceptar, por orden del alcalde del pueblo, la difícil tarea de sustituir durante un mes al maestro de la escuela, pues no hay ninguna otra persona que pueda reemplazarlo. El profesor le deja una tiza por día a la niña, y le promete 10 yunes extra si a su regreso no hay ningún estudiante menos. Por tanto, la niña tiene que afrontar diferentes obstáculos para cumplir con lo acordado.

Asumir el rol asignado supone un proceso de aprendizaje inconsciente para Wei Minzhi. Los hechos de la película muestran los retos por los que tiene pasar la nueva maestra, que evidentemente no tiene idea de cómo enseñar. Sin embargo, hay un hecho central sobre el cual gira la cinta: la huida de Zhang Huike, quien deja la escuela y va a la ciudad a buscar trabajo para poder ayudar a su familia; este caso es el vivo ejemplo de la realidad del campo, un espacio sumergido en la pobreza. Ante el problema de Zhang Huike, los niños y la maestra hacen hasta lo imposible para encontrarlo. Es en este punto donde vemos con claridad la transformación de Minzhi; de su postura infantil pasa a adoptar una actitud estable, ecuánime, que la lleva a una persistente búsqueda, sin importarle las limitaciones económicas para su empresa. Aquí se plantea un punto clave en ella, porque del inicial interés en el dinero extra que puede conseguir pasa a sentir una preocupación extrema por el pequeño perdido en la ciudad. Su tránsito desde el pueblo a la ciudad evidencia la indiferencia de las personas, pero también la tenacidad de la maestra.

Es sorprendente el buen desempeño de actores no profesionales; ellos se interpretan a sí mismos, no solo por el hecho de usar sus mismos nombres, sino porque cada uno es un elemento que transmite sus vivencias dentro del campo. Además la realidad infantil hace de la película una obra conmovedora, sin llegar al sentimentalismo puro. La actitud de Minzhi al usar sus propios métodos de búsqueda manifiesta su ingenuidad frente la vorágine de la urbe y su ritmo incesante. Su niñez no le permite actuar de un modo más lógico, pero es justamente eso lo que transmite sinceridad en su misión.
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La intención del director se va haciendo más clara hacia la mitad de la obra. De su inicial enfoque de los espacios rurales y el seguimiento a Minzhi, la obra gira para darnos una importante lección sobre la situación del campo en China, y cómo la pobreza afecta la formación educativa de los niños. La tierna historia de Minzhi y Zhang Huike es un testimonio vivo que se corresponde con los datos estadísticos de la educación infantil en la zona rural de China, los cuales son mostrados hacia el final de la película. Hay diversas escenas que sobrecogen al espectador por el realismo con que se presentan, y la crudeza expuesta. Un momento determinante del film es el momento donde Minzhi logra salir en un canal de televisión para pedir que la ayuden a buscar a Zhang Huike. Ella no tiene las palabras exactas, no sabe bien cuál es el protocolo que debe seguir al aire, y simplemente estalla en lágrimas y solicita a Zhang Huike que vuelva; mientras ve a la cámara, que en contraste con su dolor, se presenta como el símbolo de lo moderno, un objeto sin valor pasional. Esta es una de las tantas lecciones que nos deja la película, con lo cual se cumple el interés del director al retratar la realidad de su país; muestra través de su arte un compromiso con su ámbito sociocultural.
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