Podríamos criticar lo infantil de sus planteamientos, lo poco que sobresale y lo mucho que envidia a sus predecesoras, desde en detalles de acción hasta en efectos especiales.

Pero tan solo me detendré en su peor crimen:destroza la trama, el mensaje de las dos primeras películas de la saga. Cayendo en el típico fallo de muchos directores, por intentar hacer algo distinto, quizá intentando ser "original" se cargan todo lo conseguido en las anteriores entregas.

Mediante una trama muy bien engarzada y una cuidada selección de diálogos, a lo largo de Terminator II, y sobre todo al final, se nos señala la tesis de que el futuro no está determinado, lo creamos nosotros, el destino no existe; podemos cambiar los hechos --y de hecho, lo hacen-- para que el mundo vaya por otros derroteros. Si embargo, ya sea por hacerse los originales o por intentar dar la nota o sorprender, en Terminator III finalizan con la siguiente tesis: el destino es innamovible. No podemos cambiarlo, a lo sumo, retrasarlo --como de hecho ocurre-- (tesis, por otra parte, cotradictoria).

Por eso, lo dicho, por mucho que critiquemos el hecho de que sean peores los efectos especiales, los pesonajes, la trama, el peor crimen de esta última entrega es destrozar el espítiritu de las dos películas anteriores.

Si a este detalle uno le añade la ridícula parodia del principio, cuando, al entrar Schwarzenegger desnudo en un boys ya nos destroza cualquier añoranza de la dureza del personaje que recordábamos de Terminator II, uno se pregunta si Jonathan Mostow tenía algún propósito más en este film que el de parodiar los dos anteriores de James Cameron.