¿Acaso pasan desapercibidos los colores estridentes y discordantes que aparecen en la película? ¿ Acaso podemos olvidar la bata de gasa roja que ondulaba en la noche en la que Lucy Westenra no dejaba de delirar? ¿O aquel humo verde que contenía el alma de Drácula y que entraba por la ventana de la mansión? Podría hablar de muchos colores que no se me van a olvidar y sobre todo de muchos planos que me sugieren composiciones tan poéticas que me trasladan a los poemas más puros del romanticismo. Pero si algo para mi es extraordinario, es la atmósfera que crea, esos fríos y grises escenarios, rotos por los estridentes colores que hacen que abramos los ojos para que no se nos escape detalle; ese misterio que lo envuelve todo, semejante a la sensación de encontrarnos entre humo y que no te deja ver más allá de lo que tenemos delante de los ojos. “....había una terrible soledad en ese sitio que me helaba la sangre e irritaba mis nervios.” (Dracula de Bram Stoker) Pero sobre todo y especialmente lo que más me deleita de este filme es ese momento entre Dracula y Mina Harker donde podemos ver un Drácula en forma de galán y valiente romántico que lucha por proteger y defender su amor contra el tiempo, este detalle sería el que hace tambalear la fidelidad de la película en cuanto a la novela donde ese malvado y oscuro Drácula se convierte en ese amante que no desiste en la búsqueda de su amor verdadero, pero sobre todo, “ Mi querida amiga, nunca llueve a gusto de nadie” (Drácula de Bram Stoker).