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Episodio

7.4
32,891
9
25 de febrero de 2013
25 de febrero de 2013
195 de 206 usuarios han encontrado esta crítica útil
Muy probablemente -por no decir seguro- estemos ante el capítulo de Black Mirror que mientras trascurre menos nos esté aportando, que más prescindible nos parezca dentro del genial conjunto de ideas que analizan y diseccionan con hábil bisturí todas las enfermedades de la sociedad post-moderna en la serie más necesaria hoy día que uno pueda imaginar.
Pero, inteligentemente, el capítulo está ocultando un as en la manga mientras que las cartas que enseña parecen una jugada menor: se desarrolla a un ritmo trepidante donde el espectador no consigue encajar todas las piezas del puzzle porque no son mostradas, y las que hay para encajar dejan la figura muy incompleta, falta del toque maestro. Un toque maestro que encontraremos en los últimos dos minutos intercalado con los títulos de crédito.
Anteriormente, la primera idea que se desarrolla -haciéndonos ver que será la principal- es la de la sociedad alienada por grabar e inmortalizar digitalmente todo lo que ve; la dictadura del dispositivo móvil llevada al paroxismo de hacer a las personas insolidarias e insensibles ante el dolor o necesidad de ayuda que pudiese aparecer ante sus pantallas. Una plasmación maestra que el director emparenta en su comportamiento al que lucen los zombies: la pérdida sensible y cerebral, la carencia completa de atisbo alguno de humanidad.
Y como necesario complemento a ello, la crítica al exhibicionista, al que siempre ha querido tener afán de protagonismo y al que esta sociedad fútil y absurdamente superficial otorga la categoría de héroe por su burda exposición.
Ante esta doble faceta surge el don nadie, el que no se amolda a un lugar o al otro, el outsider y por tanto el perseguido y el que sobra.
Pero esta radiografía -que no deja de evidenciar ciertas carencias en su desarrollo que no consiguen que nuestra devoción reviente como en otros capítulos- resulta que no es lo principal. Y hasta aquí leas si no lo has visto.
Pero, inteligentemente, el capítulo está ocultando un as en la manga mientras que las cartas que enseña parecen una jugada menor: se desarrolla a un ritmo trepidante donde el espectador no consigue encajar todas las piezas del puzzle porque no son mostradas, y las que hay para encajar dejan la figura muy incompleta, falta del toque maestro. Un toque maestro que encontraremos en los últimos dos minutos intercalado con los títulos de crédito.
Anteriormente, la primera idea que se desarrolla -haciéndonos ver que será la principal- es la de la sociedad alienada por grabar e inmortalizar digitalmente todo lo que ve; la dictadura del dispositivo móvil llevada al paroxismo de hacer a las personas insolidarias e insensibles ante el dolor o necesidad de ayuda que pudiese aparecer ante sus pantallas. Una plasmación maestra que el director emparenta en su comportamiento al que lucen los zombies: la pérdida sensible y cerebral, la carencia completa de atisbo alguno de humanidad.
Y como necesario complemento a ello, la crítica al exhibicionista, al que siempre ha querido tener afán de protagonismo y al que esta sociedad fútil y absurdamente superficial otorga la categoría de héroe por su burda exposición.
Ante esta doble faceta surge el don nadie, el que no se amolda a un lugar o al otro, el outsider y por tanto el perseguido y el que sobra.
Pero esta radiografía -que no deja de evidenciar ciertas carencias en su desarrollo que no consiguen que nuestra devoción reviente como en otros capítulos- resulta que no es lo principal. Y hasta aquí leas si no lo has visto.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Lo verdaderamente majestuoso es la brutal crítica descarnada a lo que va camino de convertirse la justicia y las penas por cometer delitos. Una caricatura grotesca y no tan exagerada como parece en uno de los capítulos más duros e implacables de toda la serie.
White Bear es un parque temático abierto al público que no es otra cosa que un penal de castigo y tortura a las personas acusadas de cometer un delito: Lobotomizan su cerebro cada día y practican con ellos una especie de yinkana truculenta llena de actores en lo que parece una caza implacable. Al final del día, una vez que la performance acaba ante un público entregado a los aplausos y la dictadura digital, el penado recuerda quién es y por qué fue castigado. Al llegar la noche, vuelve a ser lobotomizado para que al día siguiente tras entrar al parque los que allí quieran ir pagando entrada -pudiendo grabar y hacer fotos de todo ello, por supuesto, el verdadero motivo que les divierte y estimula a sus almas insensibles- vuelvan a recibir el mismo tratamiento abominableen bucle más duro que cualquier pena de muerte imaginable -otra de las críticas sugeridas-. La justicia hecha una atracción en grado superlativo.
Lástima que en el mundo real los penados de clase alta hagan el espectáculo a nuestra costa.
White Bear es un parque temático abierto al público que no es otra cosa que un penal de castigo y tortura a las personas acusadas de cometer un delito: Lobotomizan su cerebro cada día y practican con ellos una especie de yinkana truculenta llena de actores en lo que parece una caza implacable. Al final del día, una vez que la performance acaba ante un público entregado a los aplausos y la dictadura digital, el penado recuerda quién es y por qué fue castigado. Al llegar la noche, vuelve a ser lobotomizado para que al día siguiente tras entrar al parque los que allí quieran ir pagando entrada -pudiendo grabar y hacer fotos de todo ello, por supuesto, el verdadero motivo que les divierte y estimula a sus almas insensibles- vuelvan a recibir el mismo tratamiento abominableen bucle más duro que cualquier pena de muerte imaginable -otra de las críticas sugeridas-. La justicia hecha una atracción en grado superlativo.
Lástima que en el mundo real los penados de clase alta hagan el espectáculo a nuestra costa.

7.6
33,030
3
20 de diciembre de 2012
20 de diciembre de 2012
85 de 132 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sin el malsano clima de La Pianista, la inteligencia que aunaba denuncia e inquietud de Caché o la sutil crítica al nacimiento del nazismo de La cinta blanca, Amor es una película que aporta bien poco a la carrera de Haneke.
Nos encontramos ante un film que de forma testimonial narra la desintegración humana de una persona anciana sustentada a duras penas por la abnegación y amor incondicional que le profesa su pareja. Dramas de altos vuelos que, por desgracia, todos hemos vivido de una forma u otra y que para trascender a la dura vida real debe tener un valor añadido que es lo que aporta el arte, y en este caso, debiera aportar el cine. Pero, y ahí radica lo alarmante, la cinta trascurre por lugares comunes mil veces transitados y donde, además, la sutilidad se confunde con la reiteración y el recurso fácil.
Una de las virtudes del cine de Haneke, la insinuación, se pierde casi por completo y el desarrollo adopta una previsibilidad alarmante para quien la firma. Al menos el sacrificio se muestra con buen tino y ajeno a la vergüenza ajena que transpiraba en el "gore para familias burguesas de vivienda unifamiliar" al que va dirigido Lo Imposible.
Es de justicia decir que las interpretaciones de Jean-Louis Trintignant y, especialmente, Emmanuelle Riva rallan la excelencia en todo momento y son el auténtico sustento de la película.
Por último no quiero dejar por señalar el aura intelectual que llevará a muchos a defender este film "porque es Haneke" y que si hubiera firmado, pongamos, no sé, el Benito Zambrano de Solas, la casi unánime crítica positiva se diluiría como un azucarillo.
Nos encontramos ante un film que de forma testimonial narra la desintegración humana de una persona anciana sustentada a duras penas por la abnegación y amor incondicional que le profesa su pareja. Dramas de altos vuelos que, por desgracia, todos hemos vivido de una forma u otra y que para trascender a la dura vida real debe tener un valor añadido que es lo que aporta el arte, y en este caso, debiera aportar el cine. Pero, y ahí radica lo alarmante, la cinta trascurre por lugares comunes mil veces transitados y donde, además, la sutilidad se confunde con la reiteración y el recurso fácil.
Una de las virtudes del cine de Haneke, la insinuación, se pierde casi por completo y el desarrollo adopta una previsibilidad alarmante para quien la firma. Al menos el sacrificio se muestra con buen tino y ajeno a la vergüenza ajena que transpiraba en el "gore para familias burguesas de vivienda unifamiliar" al que va dirigido Lo Imposible.
Es de justicia decir que las interpretaciones de Jean-Louis Trintignant y, especialmente, Emmanuelle Riva rallan la excelencia en todo momento y son el auténtico sustento de la película.
Por último no quiero dejar por señalar el aura intelectual que llevará a muchos a defender este film "porque es Haneke" y que si hubiera firmado, pongamos, no sé, el Benito Zambrano de Solas, la casi unánime crítica positiva se diluiría como un azucarillo.

6.3
5,377
5
15 de febrero de 2013
15 de febrero de 2013
34 de 37 usuarios han encontrado esta crítica útil
Diamond Flash ha logrado lo que es una virtud a mi juicio: terminar descuadrándome.; dejarme atravesado en el sillón preguntándome si aquello me había fascinado, irritado o estafado. Y eso se deriva en un cobarde -lo asumo- cinco.
Y la cinta comienza perturbadora, elevando expectativas según trascurren los primeros fragmentos de un puzzle que, al final, termina por no encajar y sentir uno la sensación de estar ante un ejercicio de estilo vacío y pretencioso.
Eso no quita para que sea valiente e inquietante; inteligente, vaya. Logra por tanto equilibrar virtudes y errores. Y la atmósfera magnética está muy conseguida. Por allí desfilan Almodóvar, Lynch, el cine de terror italiano o el costumbrismo castizo de los cartones de leche Día, las judías con chorizo y las cocinas de azulejo blanco y calentador de tubería de cobre grasienta.
Se podrían achacar algunas interpretaciones flojas o situaciones muy forzadas, pero en compensación está un montaje acertadísimo y algunas reflexiones de hondo calado que se lanzan como si nada, con maestría.
Y, claro, una cinta que suelta preguntas como "¿me quieres aunque sea mucho?" o en la que se echan las cartas para adivinar el futuro con cromos de dinosaurios, merece mucho más que mi raquítica nota. Pero estoy acojonado.
Y la cinta comienza perturbadora, elevando expectativas según trascurren los primeros fragmentos de un puzzle que, al final, termina por no encajar y sentir uno la sensación de estar ante un ejercicio de estilo vacío y pretencioso.
Eso no quita para que sea valiente e inquietante; inteligente, vaya. Logra por tanto equilibrar virtudes y errores. Y la atmósfera magnética está muy conseguida. Por allí desfilan Almodóvar, Lynch, el cine de terror italiano o el costumbrismo castizo de los cartones de leche Día, las judías con chorizo y las cocinas de azulejo blanco y calentador de tubería de cobre grasienta.
Se podrían achacar algunas interpretaciones flojas o situaciones muy forzadas, pero en compensación está un montaje acertadísimo y algunas reflexiones de hondo calado que se lanzan como si nada, con maestría.
Y, claro, una cinta que suelta preguntas como "¿me quieres aunque sea mucho?" o en la que se echan las cartas para adivinar el futuro con cromos de dinosaurios, merece mucho más que mi raquítica nota. Pero estoy acojonado.
Episodio

7.5
19,746
8
1 de enero de 2018
1 de enero de 2018
34 de 38 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hang The DJ supone un vuelta de tuerca a la manera en que la sociedad moderna construye instrumentos tecnológicos a la hora de buscar relaciones afectivas compatibles en teoría.
Aquí,el ser humano se convierte en un elemento pasivo y es el sistema el que se encarga de buscar sus relaciones afectivas, acotándole estrictamente todo aquello relacionado con ella, en especial la duración de la misma. Durante gran parte de su desarrollo, el capítulo juega con una distopía emocionante a través de la cual introduce sin problema al espectador para hacerle cómplice de su significado triste a la par que bello y crecientemente romántico. La ambición de Van Petten, afamado director participante en muchas de las mejores series de los últimos veinte años, se aprecia además en todo lo que sugiere el universo en el que se desarrolla este relato de -casi falsa- ciencia-ficción.
Sin embargo, según avanzamos en el visionado, nos damos cuenta de que este es un capítulo que habla de la rebelión, del amor como ejercicio revolucionario frente a unos tiempos tan extremadamente programados.
Aquí,el ser humano se convierte en un elemento pasivo y es el sistema el que se encarga de buscar sus relaciones afectivas, acotándole estrictamente todo aquello relacionado con ella, en especial la duración de la misma. Durante gran parte de su desarrollo, el capítulo juega con una distopía emocionante a través de la cual introduce sin problema al espectador para hacerle cómplice de su significado triste a la par que bello y crecientemente romántico. La ambición de Van Petten, afamado director participante en muchas de las mejores series de los últimos veinte años, se aprecia además en todo lo que sugiere el universo en el que se desarrolla este relato de -casi falsa- ciencia-ficción.
Sin embargo, según avanzamos en el visionado, nos damos cuenta de que este es un capítulo que habla de la rebelión, del amor como ejercicio revolucionario frente a unos tiempos tan extremadamente programados.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Y es que en esa pirueta final que da el episodio muchos se quedarán de piedra, algunos deberán repetirla varias veces para comprenderla y otros pensarán que invalida todo lo anterior. Nada más lejos de la realidad. Es precisamente el guiño a de The Smiths sonando "Panic" en el pub -con su estribillo reiterativo que da título al episodio, "Hang the DJ"-, el que da la pista. Una canción que criticaba la ligereza de los tiempos con respecto a los desastres que nos rondan. Una llamada a la insurrección porque en el mundo real, alejado del virtual, sólo los que se rebelan contra lo que les rodea, contra lo que supone una vida programada en la que te dictan con quién tienes que estar, durante cuánto tiempo y quién será la persona con la que terminarás al final, son aquellos que encuentran el amor verdadero.
Esa es la verdadera lectura que no debe pasarse por alto, la de que el amor no entiende de convenciones o de programaciones frías, algo que, por desgracia, muchos "androides funcionarios afectivos" parecen haber entendido desde hace mucho.
Esa es la verdadera lectura que no debe pasarse por alto, la de que el amor no entiende de convenciones o de programaciones frías, algo que, por desgracia, muchos "androides funcionarios afectivos" parecen haber entendido desde hace mucho.

7.2
39,630
2
10 de enero de 2013
10 de enero de 2013
41 de 58 usuarios han encontrado esta crítica útil
Wes anderson es un director que me recuerda a Spike Jonze en su manera de entender el, digamos, "esteticismo independiente contemporáneo" que acompaña sus films. Pero claro, la diferencia que existe entre Olvídate de mí, Cómo ser John Malkovich o Adaptation y Moonrise Kingdom se llama Charlie Kaufman.
Y eso diferencia maravillosas películas de este inconsistente juguete. La película cuenta con un error de base ya inabarcable y es anteponer tanto en tiempo como en espacio su propuesta escénica (ya saben esas localizaciones, encuadres, colores y canciones folk para modernos) por encima del argumento y del desarrollo de la trama en todo momento.
Eso supone que la película invita a no sentir y a no pensar. Vamos, un engendro de los tiempos en que vivimos donde el metraje trascurre ante nosotros como el más llamativo y hermoso envoltorio que dentro no contiene por desgracia nada. Entendámonos: como si nos regalan un abrelatas de los chinos en el más encantador papel de regalo que se pudiese encontrar.
Y así no hay forma de identificarse ni de sentir simpatía alguna hacia la inocente historia de amor -desaprovechada y poseedora de los únicos momentos con cierta chispa-. Pecas y gafas de pasta adolescentes esgrimiendo rabioso sentimiento naïf para quedar ahogada en un edificio de vacuidad máximo.
Ah, y los actores. Madre mía, contar con ciertos nombres respetables para caricaturizar su valía de forma sangrante y despiadada, meras comparsas de polichinela en este circo de "angst" indie que sólo puede engatusar a aquellos que crean que el mundo es un algodón dulce que se deshace con sólo probarlo. Falsa, dañina y hueca.
Y eso diferencia maravillosas películas de este inconsistente juguete. La película cuenta con un error de base ya inabarcable y es anteponer tanto en tiempo como en espacio su propuesta escénica (ya saben esas localizaciones, encuadres, colores y canciones folk para modernos) por encima del argumento y del desarrollo de la trama en todo momento.
Eso supone que la película invita a no sentir y a no pensar. Vamos, un engendro de los tiempos en que vivimos donde el metraje trascurre ante nosotros como el más llamativo y hermoso envoltorio que dentro no contiene por desgracia nada. Entendámonos: como si nos regalan un abrelatas de los chinos en el más encantador papel de regalo que se pudiese encontrar.
Y así no hay forma de identificarse ni de sentir simpatía alguna hacia la inocente historia de amor -desaprovechada y poseedora de los únicos momentos con cierta chispa-. Pecas y gafas de pasta adolescentes esgrimiendo rabioso sentimiento naïf para quedar ahogada en un edificio de vacuidad máximo.
Ah, y los actores. Madre mía, contar con ciertos nombres respetables para caricaturizar su valía de forma sangrante y despiadada, meras comparsas de polichinela en este circo de "angst" indie que sólo puede engatusar a aquellos que crean que el mundo es un algodón dulce que se deshace con sólo probarlo. Falsa, dañina y hueca.
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