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5.7
18,778
7
3 de enero de 2024
3 de enero de 2024
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hacer un biopic de un gran personaje histórico no es fácil. Lo es menos aún si se pretende cubrir gran parte de la vida del personaje. Este es el caso de Napoleón de Ridley Scott, película biográfica que narra la vida del militar y político francés desde 1793 hasta su muerte en 1821, nada menos que veintiocho años.
Como toda gran película biográfica, en Napoleón se busca un equilibrio narrativo entre el relato de los acontecimientos históricos más trascendentales y la exposición de los episodios del ámbito privado y sentimental que marcaron la vida del protagonista. Es aquí donde tanto Joaquin Phoenix como Vanessa Kirby cumplen sobradamente con su papel. La interpretación de Phoenix de un Napoleón más sobrio, inseguro y vulgar de lo acostumbrado llama la atención, y resulta acertada a la hora de empoderar el personaje de Josefina.
Sin embargo, este nuevo carácter del que queda impregnado Napoleón conlleva serios riesgos cinematográficos. Ante la ausencia de otros personajes con fuerte presencia o carisma, y con el desafiante objetivo de narrar multitud de episodios históricos sin preponderar el género documental por encima de la épica, la sobriedad del protagonista se traslada al conjunto de la película, generando una inevitable desconexión con el espectador medio.
Y esto es una auténtica pena, porque en el apartado técnico Napoleón está espectacular. Sin olvidar los excelentes vestuarios y decorados, la recreación de las batallas resulta soberbia. Tolón, Austerlitz, Borodinó y, la mejor de todas, Waterloo. El descomunal despliegue de medios, tanto de personal como de armamento, cuenta con pocos precedentes en el cine histórico. Además, Scott demuestra un manejo muy hábil de los movimientos de cámara, consiguiendo dotar de un poderoso dinamismo a las escenas de corte político, como el 18 brumario o la coronación en Notre-Dame.
Estos aspectos convierten al filme en una obra de visualización obligada para todos aquellos aficionados a la historia de Francia, a la figura de Napoleón o, simplemente, al cine histórico. Sin embargo, para aquellos que no estén familiarizados con las lides políticas y militares que marcaron el devenir de Europa en los albores del siglo XIX, la cinta puede hacerse larga y tediosa, ya que todos los intentos de crear intriga y expectación fracasan estrepitosamente.
Scott pretende que el espectador llegue a la batalla final con la incógnita de saber lo que sucederá. Desea que el espectador asista al duelo de ejércitos en Waterloo con la misma emoción con la que asistió al duelo final en Gladiator. Desgraciadamente, no lo consigue. No porque Napoleón y Wellington no dieran la talla como la dieron Máximo y Cómodo, sino porque hasta ese momento al espectador se le ha privado de los recursos más básicos para provocar su excitación y curiosidad por conocer el desenlace.
A pesar de todo, merece la pena llegar al duelo final y, por lo tanto, merece la pena ver la película. Aunque solo sea para estremecerse con el sonido incesante de los cañonazos de ambos bandos, o para disfrutar de una vista en plano cenital de la carga de infantería francesa sobre el ejército británico.
Como toda gran película biográfica, en Napoleón se busca un equilibrio narrativo entre el relato de los acontecimientos históricos más trascendentales y la exposición de los episodios del ámbito privado y sentimental que marcaron la vida del protagonista. Es aquí donde tanto Joaquin Phoenix como Vanessa Kirby cumplen sobradamente con su papel. La interpretación de Phoenix de un Napoleón más sobrio, inseguro y vulgar de lo acostumbrado llama la atención, y resulta acertada a la hora de empoderar el personaje de Josefina.
Sin embargo, este nuevo carácter del que queda impregnado Napoleón conlleva serios riesgos cinematográficos. Ante la ausencia de otros personajes con fuerte presencia o carisma, y con el desafiante objetivo de narrar multitud de episodios históricos sin preponderar el género documental por encima de la épica, la sobriedad del protagonista se traslada al conjunto de la película, generando una inevitable desconexión con el espectador medio.
Y esto es una auténtica pena, porque en el apartado técnico Napoleón está espectacular. Sin olvidar los excelentes vestuarios y decorados, la recreación de las batallas resulta soberbia. Tolón, Austerlitz, Borodinó y, la mejor de todas, Waterloo. El descomunal despliegue de medios, tanto de personal como de armamento, cuenta con pocos precedentes en el cine histórico. Además, Scott demuestra un manejo muy hábil de los movimientos de cámara, consiguiendo dotar de un poderoso dinamismo a las escenas de corte político, como el 18 brumario o la coronación en Notre-Dame.
Estos aspectos convierten al filme en una obra de visualización obligada para todos aquellos aficionados a la historia de Francia, a la figura de Napoleón o, simplemente, al cine histórico. Sin embargo, para aquellos que no estén familiarizados con las lides políticas y militares que marcaron el devenir de Europa en los albores del siglo XIX, la cinta puede hacerse larga y tediosa, ya que todos los intentos de crear intriga y expectación fracasan estrepitosamente.
Scott pretende que el espectador llegue a la batalla final con la incógnita de saber lo que sucederá. Desea que el espectador asista al duelo de ejércitos en Waterloo con la misma emoción con la que asistió al duelo final en Gladiator. Desgraciadamente, no lo consigue. No porque Napoleón y Wellington no dieran la talla como la dieron Máximo y Cómodo, sino porque hasta ese momento al espectador se le ha privado de los recursos más básicos para provocar su excitación y curiosidad por conocer el desenlace.
A pesar de todo, merece la pena llegar al duelo final y, por lo tanto, merece la pena ver la película. Aunque solo sea para estremecerse con el sonido incesante de los cañonazos de ambos bandos, o para disfrutar de una vista en plano cenital de la carga de infantería francesa sobre el ejército británico.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Con respecto a las acusaciones de falta de rigor histórico, cabe decir que las licencias a nivel de guion son bastante recurrentes en los grandes dramas épicos de Hollywood. Sin ir más lejos, el propio Ridley Scott se inventó casi toda la biografía de los emperadores Cómodo y Marco Aurelio en Gladiator, incluyendo las muertes de ambos, y no se escucharon críticas tan feroces por aquel entonces.
Dentro de este conjunto de acusaciones, podría destacar aquellas centradas en el sentimiento antifrancés que supuestamente ha inspirado la cinta. Yo no creo que el guion de David Scarpa haya sido escrito con una actitud hostil hacia Francia o Napoleón, aunque sí puedo admitir que un punto de vista demasiado anglosajón les haya impedido a los creadores abrir su mente con respecto a la trascendencia histórica que realmente supuso la figura de Napoleón Bonaparte.
Fruto de ello es el mayor error de la película, nada menos que la enumeración de las víctimas de sus batallas justo antes de los créditos finales, como si el único legado que dejó Napoleón fuera una retahíla de soldados franceses muertos a sus espaldas. Pero esto, repito, es más bien fruto de una ignorancia histórica más que de un afán por presentar a Napoleón como un tirano egocéntrico. Si fuera así, se lo habría presentado de este modo a lo largo de todo el largometraje, y no solo al final.
Dentro de este conjunto de acusaciones, podría destacar aquellas centradas en el sentimiento antifrancés que supuestamente ha inspirado la cinta. Yo no creo que el guion de David Scarpa haya sido escrito con una actitud hostil hacia Francia o Napoleón, aunque sí puedo admitir que un punto de vista demasiado anglosajón les haya impedido a los creadores abrir su mente con respecto a la trascendencia histórica que realmente supuso la figura de Napoleón Bonaparte.
Fruto de ello es el mayor error de la película, nada menos que la enumeración de las víctimas de sus batallas justo antes de los créditos finales, como si el único legado que dejó Napoleón fuera una retahíla de soldados franceses muertos a sus espaldas. Pero esto, repito, es más bien fruto de una ignorancia histórica más que de un afán por presentar a Napoleón como un tirano egocéntrico. Si fuera así, se lo habría presentado de este modo a lo largo de todo el largometraje, y no solo al final.

6.9
23,886
10
27 de julio de 2024
27 de julio de 2024
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Cada época tiene su forma de hacer cine. Desde sus mismos orígenes, el arte de la cinematografía ha estado condicionado por los avances técnicos, desde el Technicolor hasta la Animación por Ordenador, pasando por el CGI. No obstante, ninguno de ellos revolucionó tanto la manera de trabajar de los actores como lo hizo la incorporación de audio en los procesos de rodaje.
Este periodo de transición del cine mudo al sonoro, así como sus implicaciones sobre las estrellas del mudo, ya había sido abordado por otros filmes como The Artist (2011) o Cantando bajo la lluvia (1952). Babylon, aunque influenciada notablemente por esta segunda, adopta una perspectiva distinta, tanto en la forma como en el fondo, lo cual le confiere una singularidad única.
Damien Chazelle utiliza el contraste como motivo conductor. Dos mundos opuestos colisionan en el Hollywood de finales de los 20. Por un lado el cine mudo, libre de ataduras morales, sencillo en sus aspectos técnicos, y con intérpretes diversos en cuanto a origen y comportamiento. Por otro, el cine sonoro, mucho más exigente en los procesos de grabación, y con una marcada influencia de Broadway en cuanto a las interpretaciones y conducta social de los actores.
Esta colisión de formas cinematográficas tiene su reflejo en la propia película. El ambiente festivo, libertino, desenfrenado y temerario del principio contrasta con la hipocresía y decadencia mortecina de la segunda mitad de película. Los colores cálidos contrastan con los fríos y oscuros. El ritmo acelerado, acompañado de la música estimulante de Justin Hurwitz, contrasta con una cierta desaceleración del metraje (aunque no demasiada) de la segunda mitad de película, precisamente para darle un tono más trágico y reflexivo a la historia.
Sin embargo, a pesar de esta pretendida partición en dos, no se produce una sensación de ensamblaje artificioso de ideas inconexas, sino más bien al contrario. El director consigue articular y cohesionar un conjunto de géneros muy diversos (por citar algunos: drama, comedia, terror, humor negro) en torno a una historia muy potente.
El resultado es una película colosal, en todos los sentidos, tanto en las partes como en el todo. En sus partes, cada escena resulta asombrosa, ya sea un plano secuencia a través del bacanal más extravagante y alocado de la historia del cine, la grabación de un beso épico en la hora mágica del atardecer mientras suena de fondo un tema parecido al maravilloso liebestod de Tristán e Isolda, o la comedia desternillante producida por las dificultades del primer rodaje con audio de Nellie LaRoy. Cada escena posee identidad propia. Cada escena es capaz de hacernos reír, llorar o dejarnos boquiabiertos, con independencia del resto de la trama.
En su conjunto, la historia es aún más impresionante, trazando un arco narrativo que combina la evolución de los personajes con el desarrollo de los cambios del cine. Los protagonistas son dos estrellas del cine mudo cuyas carreras cinematográficas empiezan a venirse abajo cuando irrumpe el cine sonoro. Estas dos estrellas, interpretadas por Brad Pitt y Margot Robbie, personifican en sí mismos el estilo y carácter del Hollywood de los años 20. Excesivos, salvajes, desinhibidos, obscenos, con apego al éxito y la fama, y desdén por las normas sociales, no son capaces de convivir con la nueva élite de burgueses cultivados, pedantes e hipócritas. Este choque cultural es narrado a través de los ojos de Manny Torres, personaje necesario para aportar algo de sentido común y raciocinio entre tanta locura.
Pero lo más espectacular es el montaje. La habilidad con la que Chazelle intercala precipitadamente ese torrente imparable de imágenes de las dos escenas iniciales está al alcance de muy pocos cineastas. El dinamismo del metraje cautiva y entretiene al mismo tiempo. Lo mismo sucede con la última escena, solo que, además de habilidad, aquí demuestra amor por el cine.
Y sí, es que Babylon constituye en sí mismo una oda al cine, en sus diferentes formas y géneros. Se reverencia al cine como una obra de arte capaz de evocar y conmover y, sobre todo, de perdurar en el tiempo. El cine es algo grande, con vida propia, algo que trasciende a los deseos particulares de sus intérpretes y, por lo tanto, no puede estar a su servicio, sino que debe poder moverse y evolucionar en libertad.
Este es el mensaje de fondo de la película, lo que nos quiere transmitir Damien Chazelle. Lo expresa en múltiples ocasiones, y de muchas maneras, pero mi preferida es aquella en la que Elinor, la crítica de cine, le explica a Jack el motivo de su caída en desgracia. Viene a decir algo así como:
- No hay un porqué. No es tu voz, no es una conspiración y, desde luego, no es por mis artículos. No hay nada que podrías haber hecho diferente, no hay nada que puedas hacer. Tu tiempo se acabó.
Elinor suena tan tajante como demoledora. No admite discusión. El tiempo de los actores “mudos” se ha acabado, y nada lo puede remediar.
Este periodo de transición del cine mudo al sonoro, así como sus implicaciones sobre las estrellas del mudo, ya había sido abordado por otros filmes como The Artist (2011) o Cantando bajo la lluvia (1952). Babylon, aunque influenciada notablemente por esta segunda, adopta una perspectiva distinta, tanto en la forma como en el fondo, lo cual le confiere una singularidad única.
Damien Chazelle utiliza el contraste como motivo conductor. Dos mundos opuestos colisionan en el Hollywood de finales de los 20. Por un lado el cine mudo, libre de ataduras morales, sencillo en sus aspectos técnicos, y con intérpretes diversos en cuanto a origen y comportamiento. Por otro, el cine sonoro, mucho más exigente en los procesos de grabación, y con una marcada influencia de Broadway en cuanto a las interpretaciones y conducta social de los actores.
Esta colisión de formas cinematográficas tiene su reflejo en la propia película. El ambiente festivo, libertino, desenfrenado y temerario del principio contrasta con la hipocresía y decadencia mortecina de la segunda mitad de película. Los colores cálidos contrastan con los fríos y oscuros. El ritmo acelerado, acompañado de la música estimulante de Justin Hurwitz, contrasta con una cierta desaceleración del metraje (aunque no demasiada) de la segunda mitad de película, precisamente para darle un tono más trágico y reflexivo a la historia.
Sin embargo, a pesar de esta pretendida partición en dos, no se produce una sensación de ensamblaje artificioso de ideas inconexas, sino más bien al contrario. El director consigue articular y cohesionar un conjunto de géneros muy diversos (por citar algunos: drama, comedia, terror, humor negro) en torno a una historia muy potente.
El resultado es una película colosal, en todos los sentidos, tanto en las partes como en el todo. En sus partes, cada escena resulta asombrosa, ya sea un plano secuencia a través del bacanal más extravagante y alocado de la historia del cine, la grabación de un beso épico en la hora mágica del atardecer mientras suena de fondo un tema parecido al maravilloso liebestod de Tristán e Isolda, o la comedia desternillante producida por las dificultades del primer rodaje con audio de Nellie LaRoy. Cada escena posee identidad propia. Cada escena es capaz de hacernos reír, llorar o dejarnos boquiabiertos, con independencia del resto de la trama.
En su conjunto, la historia es aún más impresionante, trazando un arco narrativo que combina la evolución de los personajes con el desarrollo de los cambios del cine. Los protagonistas son dos estrellas del cine mudo cuyas carreras cinematográficas empiezan a venirse abajo cuando irrumpe el cine sonoro. Estas dos estrellas, interpretadas por Brad Pitt y Margot Robbie, personifican en sí mismos el estilo y carácter del Hollywood de los años 20. Excesivos, salvajes, desinhibidos, obscenos, con apego al éxito y la fama, y desdén por las normas sociales, no son capaces de convivir con la nueva élite de burgueses cultivados, pedantes e hipócritas. Este choque cultural es narrado a través de los ojos de Manny Torres, personaje necesario para aportar algo de sentido común y raciocinio entre tanta locura.
Pero lo más espectacular es el montaje. La habilidad con la que Chazelle intercala precipitadamente ese torrente imparable de imágenes de las dos escenas iniciales está al alcance de muy pocos cineastas. El dinamismo del metraje cautiva y entretiene al mismo tiempo. Lo mismo sucede con la última escena, solo que, además de habilidad, aquí demuestra amor por el cine.
Y sí, es que Babylon constituye en sí mismo una oda al cine, en sus diferentes formas y géneros. Se reverencia al cine como una obra de arte capaz de evocar y conmover y, sobre todo, de perdurar en el tiempo. El cine es algo grande, con vida propia, algo que trasciende a los deseos particulares de sus intérpretes y, por lo tanto, no puede estar a su servicio, sino que debe poder moverse y evolucionar en libertad.
Este es el mensaje de fondo de la película, lo que nos quiere transmitir Damien Chazelle. Lo expresa en múltiples ocasiones, y de muchas maneras, pero mi preferida es aquella en la que Elinor, la crítica de cine, le explica a Jack el motivo de su caída en desgracia. Viene a decir algo así como:
- No hay un porqué. No es tu voz, no es una conspiración y, desde luego, no es por mis artículos. No hay nada que podrías haber hecho diferente, no hay nada que puedas hacer. Tu tiempo se acabó.
Elinor suena tan tajante como demoledora. No admite discusión. El tiempo de los actores “mudos” se ha acabado, y nada lo puede remediar.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Sin embargo, acto seguido trata de consolar a Jack diciéndole que debe mostrarse agradecido por haber recibido el don de la actuación y haber llegado a ser una estrella, ya que, de este modo, pasará a la historia del cine, y generaciones muy posteriores a la suya podrán disfrutar viendo sus películas, porque el cine perdura. La negativa a aceptar esta cruda realidad acarreará un nefasto desenlace para Jack y para Nellie.
Manny, sin embargo, sobrevivió al fuego como una cucaracha, y al cabo de veinte años pudo comprobar la grandeza de aquello a lo que había contribuido en su juventud. Por eso se emociona, porque vislumbra la perdurabilidad del cine, como una obra de arte que no muere con el tiempo, sino que se revaloriza y se convierte en un clásico, algo a lo que venerar generación tras generación.
Con esto, Manny se siente realizado, con la satisfacción de haber ayudado a hacer algo perdurable, con la satisfacción de formar parte de algo grande.
Manny, sin embargo, sobrevivió al fuego como una cucaracha, y al cabo de veinte años pudo comprobar la grandeza de aquello a lo que había contribuido en su juventud. Por eso se emociona, porque vislumbra la perdurabilidad del cine, como una obra de arte que no muere con el tiempo, sino que se revaloriza y se convierte en un clásico, algo a lo que venerar generación tras generación.
Con esto, Manny se siente realizado, con la satisfacción de haber ayudado a hacer algo perdurable, con la satisfacción de formar parte de algo grande.
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