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2
10 de agosto de 2022
10 de agosto de 2022
94 de 172 usuarios han encontrado esta crítica útil
Podía parecer a priori, por el trailer y el cartel, que aquí había cierto gancho con un terror basado en la fantasía sexual de la dominación, es decir: MEN, los hombres como amenaza, como seres perversos empeñados en joder la vida a una inocente e indefensa mujer.
Pero no es eso.
Una vez se ha aguantado en la butaca se ve claro que es todo una paja mental casi adolescente sobre el mal del hombre-patriarcado frente a la pureza idealizada de lo femenino. De ahí que todos los elementos “masculinos” sean horribles, patéticos, inquietantes, faltos de razón, inseguros, necesitados de un dominio que esconde debilidad. Por eso en la iglesia, asociada a una religión patriarcal, suena una música tenebrosa, y en el polo opuesto, cuando ella está sola en el campo brilla un resplandor de conexión prístina con la naturaleza, lejos de toda la maldad masculina. Por eso los partos patéticos “del hombre” son totalmente improductivos y sólo reproducen el mismo horroroso ser, que grita sin embargo como un niño pequeño asustado, revelando así su insignificancia frente a la mujer, etc.
“Men”, es un síntoma y un exabrupto dentro del espíritu de una época en la que la valoración social de la masculinidad pasa sus horas más bajas. Y empieza a cansar.
Pero no es eso.
Una vez se ha aguantado en la butaca se ve claro que es todo una paja mental casi adolescente sobre el mal del hombre-patriarcado frente a la pureza idealizada de lo femenino. De ahí que todos los elementos “masculinos” sean horribles, patéticos, inquietantes, faltos de razón, inseguros, necesitados de un dominio que esconde debilidad. Por eso en la iglesia, asociada a una religión patriarcal, suena una música tenebrosa, y en el polo opuesto, cuando ella está sola en el campo brilla un resplandor de conexión prístina con la naturaleza, lejos de toda la maldad masculina. Por eso los partos patéticos “del hombre” son totalmente improductivos y sólo reproducen el mismo horroroso ser, que grita sin embargo como un niño pequeño asustado, revelando así su insignificancia frente a la mujer, etc.
“Men”, es un síntoma y un exabrupto dentro del espíritu de una época en la que la valoración social de la masculinidad pasa sus horas más bajas. Y empieza a cansar.

5.2
5,064
2
9 de diciembre de 2023
9 de diciembre de 2023
32 de 54 usuarios han encontrado esta crítica útil
No es ya que parezcan casi haberse olvidado de que se pueden hacer protagonistas masculinos, es que parecen empeñados en que los niños asocien “malo” a hombres blancos, y “bueno” a personajes femeninos, especialmente si son “racializados”. Estas estúpidas directrices woke son lo más destacable de la película, el resto de clichés no merece comentario.
El único aspecto positivo es puramente estético, al alejarse de las sombras marcadas habituales tiempo atrás en la industria de la animación, y en su lugar buscar un efecto sutil de tonos más planos.
Al parecer pretendían celebrar los 100 años de Disney con este producto, como si tuviese algo que ver con aquella desaparecida compañía y su fundador.
El único aspecto positivo es puramente estético, al alejarse de las sombras marcadas habituales tiempo atrás en la industria de la animación, y en su lugar buscar un efecto sutil de tonos más planos.
Al parecer pretendían celebrar los 100 años de Disney con este producto, como si tuviese algo que ver con aquella desaparecida compañía y su fundador.

7.2
168,280
4
11 de octubre de 2022
11 de octubre de 2022
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay algo que siempre funciona en la visión idealizada de los pueblos indígenas como fuente de sabiduría ancestral y conexión mística con la naturaleza. Ahí está, por ejemplo, Pocahontas, a la que Cameron le debe tanto que parece que al verla se le ocurrió hacer su propia versión sci-fi. Tenemos también La selva esmeralda, El último samurai (tocando esta vez el misticismo oriental), o Bailando con lobos. Pero llegó Avatar y el maniqueismo de los buenos-muy-buenos y los malos-muy-malos se llevó a un extremo imposible de batir.
Es tan así que parece como si en el guión hubiese participado un grupo de inocentes alumnos de primaria a los que previamente se les hubiera inflado la cabeza con la mala conciencia del hombre blanco opresor, destructivo, torpe, ignorante, prepotente y codicioso frente a la luz mística de los pueblos sabios. No hay una gota de espiritualidad en la raza occidental de malditos, en todo caso el buen corazón bruto de los pocos blancos buenos que por vez primera, sin que nada resuene en su inconsciente colectivo, aprenden qué es la sabiduría. La religión y la conciencia étnica son auténticos valores bajo una condición necesaria: que sean cosa de indígenas, aunque sean azules.
Como en la parte ética no hay más, voy con la estética. Del contraste maniqueo al máximo, pasamos entonces a nuevos contrastes, porque todo es así, excesivo. El alegato sobre los valores ecológicos ancestrales queda empaquetado formalmente con lo que en cierto sentido es un polo opuesto: la artificialidad máxima de la tecnología audiovisual estereoscópica. “La naturaleza” se expresa con la estética del videojuego y la belleza es entendida como el niño que flipa con sus botines con luces de colores y piensa que los demás quisieran unos iguales.
Es decir, Avatar es un derroche de técnica infográfica y una explosión visual, pero eso no implica necesariamente belleza ni buen hacer. Estoy pensando sobre todo en los seres fantásticos de Pandora. La invención de criaturas vivas es siempre un problema estético, porque nuestro sentido de la belleza se ha formado para funcionar en nuestro entorno natural. Percibimos belleza en formas humanas o animales porque son el resultado evolutivo de miles de millones de años, son seres perfectamente adaptados al entorno según sus necesidades vitales. Por eso si nos ponemos a imaginar y diseñar criaturas nuevas suele ser inevitable una torpeza concreta: todo lo que nos sale son engendros a base de parches, y siempre hay en ellos algo que no encaja, que no acaba de convencer, porque esos inventos no serían biológicamente viables. Las criaturas fantásticas de Avatar no son una excepción, aunque quizá se salvan un poco los reptiles voladores, seguramente porque se asemejan bastante a los prehistóricos y les sirvieron de referencia. En los “na'vi”, todo lo que recuerda a un humano es lo que funciona, todo lo que se aparta de él, es lo que falla. Este es por tanto, otro de los contrastes de Avatar: se predica una sabiduría de la naturaleza mediante el extremo contrario: el diseño artificioso y precisamente ajeno a lo natural.
Concluyendo, estaba claro que para rizar el rizo y completar la experiencia de virtualidad hiper-turbo-neón, este producto debía ser visto con las ya olvidadas gafas 3D, que es como en su día la vi de estreno. Las gafas 3D venían a ser aquí el añadido efectista al efectismo hecho cine. pero sólo en parte cumplían su cometido de refuerzo al impacto visual pretendido, porque al terminar la película te dejaban con la extraña sensación de haberla visto como en sueños… Al fin y al cabo, algo raro se interpone entre la pantalla y los ojos, y eso se nota.
Hay dos tipos de películas que trato de evitar (a no ser que, como Avatar, sean un fenómeno mundial y su interés consista en eso): las que pierden mucho si te cuentan el final o te la cuentan entera (porque eso significa que no te apetecería mucho verla más de una vez), y las que mejorarían si en las salas de cine se habilitara un sistema de movimiento de butacas, chorritos de agua y gases olorosos. En el cine no quiero meterme en la acción, no quiero jugar a ser el protagonista, me interesa lo que me están contando y cómo me lo cuentan. Para divertirnos a base de sensaciones más físicas están los cacharritos de la Feria.
Es tan así que parece como si en el guión hubiese participado un grupo de inocentes alumnos de primaria a los que previamente se les hubiera inflado la cabeza con la mala conciencia del hombre blanco opresor, destructivo, torpe, ignorante, prepotente y codicioso frente a la luz mística de los pueblos sabios. No hay una gota de espiritualidad en la raza occidental de malditos, en todo caso el buen corazón bruto de los pocos blancos buenos que por vez primera, sin que nada resuene en su inconsciente colectivo, aprenden qué es la sabiduría. La religión y la conciencia étnica son auténticos valores bajo una condición necesaria: que sean cosa de indígenas, aunque sean azules.
Como en la parte ética no hay más, voy con la estética. Del contraste maniqueo al máximo, pasamos entonces a nuevos contrastes, porque todo es así, excesivo. El alegato sobre los valores ecológicos ancestrales queda empaquetado formalmente con lo que en cierto sentido es un polo opuesto: la artificialidad máxima de la tecnología audiovisual estereoscópica. “La naturaleza” se expresa con la estética del videojuego y la belleza es entendida como el niño que flipa con sus botines con luces de colores y piensa que los demás quisieran unos iguales.
Es decir, Avatar es un derroche de técnica infográfica y una explosión visual, pero eso no implica necesariamente belleza ni buen hacer. Estoy pensando sobre todo en los seres fantásticos de Pandora. La invención de criaturas vivas es siempre un problema estético, porque nuestro sentido de la belleza se ha formado para funcionar en nuestro entorno natural. Percibimos belleza en formas humanas o animales porque son el resultado evolutivo de miles de millones de años, son seres perfectamente adaptados al entorno según sus necesidades vitales. Por eso si nos ponemos a imaginar y diseñar criaturas nuevas suele ser inevitable una torpeza concreta: todo lo que nos sale son engendros a base de parches, y siempre hay en ellos algo que no encaja, que no acaba de convencer, porque esos inventos no serían biológicamente viables. Las criaturas fantásticas de Avatar no son una excepción, aunque quizá se salvan un poco los reptiles voladores, seguramente porque se asemejan bastante a los prehistóricos y les sirvieron de referencia. En los “na'vi”, todo lo que recuerda a un humano es lo que funciona, todo lo que se aparta de él, es lo que falla. Este es por tanto, otro de los contrastes de Avatar: se predica una sabiduría de la naturaleza mediante el extremo contrario: el diseño artificioso y precisamente ajeno a lo natural.
Concluyendo, estaba claro que para rizar el rizo y completar la experiencia de virtualidad hiper-turbo-neón, este producto debía ser visto con las ya olvidadas gafas 3D, que es como en su día la vi de estreno. Las gafas 3D venían a ser aquí el añadido efectista al efectismo hecho cine. pero sólo en parte cumplían su cometido de refuerzo al impacto visual pretendido, porque al terminar la película te dejaban con la extraña sensación de haberla visto como en sueños… Al fin y al cabo, algo raro se interpone entre la pantalla y los ojos, y eso se nota.
Hay dos tipos de películas que trato de evitar (a no ser que, como Avatar, sean un fenómeno mundial y su interés consista en eso): las que pierden mucho si te cuentan el final o te la cuentan entera (porque eso significa que no te apetecería mucho verla más de una vez), y las que mejorarían si en las salas de cine se habilitara un sistema de movimiento de butacas, chorritos de agua y gases olorosos. En el cine no quiero meterme en la acción, no quiero jugar a ser el protagonista, me interesa lo que me están contando y cómo me lo cuentan. Para divertirnos a base de sensaciones más físicas están los cacharritos de la Feria.
29 de octubre de 2020
29 de octubre de 2020
13 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
Borat es una pelicula de propaganda política lanzada en plena campaña electoral, salpicada de momentos soeces y otros muy ñoños. Nada de “políticamente incorrecta” o “no deja títere con cabeza”, como se dijo de la anterior. Tampoco es muy graciosa.
Para empezar, no sé qué de gracioso hay en hacer burla de un país. Esta burla se basa en inventar un machismo y un antisemitismo disparatados para criticar el machismo y el antisemitismo de forma seria. El efecto, por tanto, no es el de una verdadera sátira, que siempre toma su mejor material de la realidad.
De hecho la película no está a la altura de los tiempos si hablamos de realidad. Si hay un fenómeno reciente y digno de un humor ácido y una crítica mordaz es la deriva irracional y totalitaria de la izquierda “woke” identitaria, la cultura de la cancelación, la dictadura ideológica en la ciencia, el feminismo neopuritano e histérico de nueva ola, el neosegregacionismo de los SJW y el BLM, los derribaestatuas de antiesclavistas, etc. Pero esto no lo iba a tocar Baron Cohen, pues ha dejado muy claro que lo suyo es puro partidismo. El objetivo de su crítica burlesca es la gente conservadora de los EEUU, para lo cual toma los aspectos más extremos y grotescos del conservadurismo americano, que ciertamente existen. Ahora bien, a veces no es así, y llega a ser patético ver cómo la reacción de aquellos de los que se burla es sólo una respuesta amable. La crítica se queda en insulto en esos casos.
Pero lo más destacable de todo son los momentos ñoños, en los que Cohen trata al espectador como a un niño. Son calcados a los de la primera película, y se resumen en “mira esta mujer negra, mira cómo representa la sensatez y el buen corazón” y “mira, así son los judíos: ancianitas amables,” ... Como judío, nada de mordacidad sobre el poderoso e intocable lobby judío en EEUU y su poder de influencia en el capitalismo financiero o en los medios de masas.
Por lo demás, digamos que la película no es agradable de ver.
Para empezar, no sé qué de gracioso hay en hacer burla de un país. Esta burla se basa en inventar un machismo y un antisemitismo disparatados para criticar el machismo y el antisemitismo de forma seria. El efecto, por tanto, no es el de una verdadera sátira, que siempre toma su mejor material de la realidad.
De hecho la película no está a la altura de los tiempos si hablamos de realidad. Si hay un fenómeno reciente y digno de un humor ácido y una crítica mordaz es la deriva irracional y totalitaria de la izquierda “woke” identitaria, la cultura de la cancelación, la dictadura ideológica en la ciencia, el feminismo neopuritano e histérico de nueva ola, el neosegregacionismo de los SJW y el BLM, los derribaestatuas de antiesclavistas, etc. Pero esto no lo iba a tocar Baron Cohen, pues ha dejado muy claro que lo suyo es puro partidismo. El objetivo de su crítica burlesca es la gente conservadora de los EEUU, para lo cual toma los aspectos más extremos y grotescos del conservadurismo americano, que ciertamente existen. Ahora bien, a veces no es así, y llega a ser patético ver cómo la reacción de aquellos de los que se burla es sólo una respuesta amable. La crítica se queda en insulto en esos casos.
Pero lo más destacable de todo son los momentos ñoños, en los que Cohen trata al espectador como a un niño. Son calcados a los de la primera película, y se resumen en “mira esta mujer negra, mira cómo representa la sensatez y el buen corazón” y “mira, así son los judíos: ancianitas amables,” ... Como judío, nada de mordacidad sobre el poderoso e intocable lobby judío en EEUU y su poder de influencia en el capitalismo financiero o en los medios de masas.
Por lo demás, digamos que la película no es agradable de ver.

7.0
25,166
3
21 de marzo de 2024
21 de marzo de 2024
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
El caso es que la película empieza bien. La idea y el planteamiento es interesante y el recurso de las versiones de los tres personajes implicados sobre la violación que constituye el tema central de la historia, captan la atención en la primera mitad. Sin embargo, llega un momento en que se revela como un panfleto woke entre tantos otros. Y no es por ser feminista. El feminismo, con independencia de lo que se piense, puede tratarse de manera más o menos interesante, como en Johnny Guitar, en Orlando, o más recientemente en Pobres criaturas. Lo woke se define por un uso torpe de la ideología, colocada en primer plano a costa cualquier otra consideración, a costa de los valores propios del cine como arte.
Cuando en ese esquema sacado de Rashomon, el de las distintas versiones de un mismo hecho, llega la de ella, ya no es una versión, ya es “La Verdad”, así, remarcado en subtítulo para que no haya sutileza alguna, para que no tengas que pensar nada, para que no haya duda, para que quede claro a los niños y a los de mente limitada, para que no haya juego alguno con las posibilidades. Pocas veces ha costado tan poco esfuerzo la autodestrucción de una película debido a intereses ajenos al arte cinematográfico. Me acuerdo de “La duda” en el extremo opuesto, donde el personaje de Meryl Streep va ganando en interés, y pasa de ser una mujer estricta y odiosa a mostrar la cara más humana posible, manteniéndose por lo demás en toda la película la tensión por la duda sobre los hechos, que no llegan a revelarse.
Aquí es lo contrario. El director se burla del espectador. Le hace creer que tenía unos personajes interesantes, para luego “revelar” que no eran mas que unos brutos vacíos, sin interés alguno cuando al fin llega “la verdad”. Los personajes no pueden estar dibujados con una brocha más gorda. El rey está tan expresamente pensado para ser repelente que no causa repelencia. La protagonista es como una mujer de hoy transportada a la Edad Media contemplando una absurda injusticia, crueldad e hipocresía reinante, con la mente completamente ajena al condicionamiento de la época. El guión parece aquí escrito por Barbijaputa en sus ataques más maniqueos, quedando reducido a esto: “Ella, ser de luz; ellos, malos brutos sin alma”. El despropósito es literal: cuando el propósito es el de representar una cruda realidad, es precisamente cuando todo queda gobernado por la parcialidad y la intención moralista.
Que lo ideológico está en la película por encima de cualquier cosa, también de la simple verdad, se ve claro en detalles, como cuando se dice que el delito de violación “no es contra la mujer, sino contra una propiedad de su esposo”. Una cosa es que en aquellos tiempos el matrimonio supusiera la subordinación, el tutelaje de las mujeres y su falta de libertad, y otra muy distinta es ser una propiedad. Sobre la propiedad, por definición, el derecho es pleno, se puede destruir si se quiere. El asesinato de la esposa, en cambio, ha sido siempre un delito, luego no tiene sentido hablar de propiedad. Y sobre el delito de violación, antes de considerarse más recientemente un atentado contra la libertad sexual, el paradigma legal mayoritario a lo largo del tiempo era el de la “ofensa de la honestidad”, un agravio muchas veces penado con la muerte que se extendía a la familia y al marido, pero cuya víctima no dejaba por eso de ser la mujer (de los hombres como posibles víctimas prácticamente ni se hablaba). También la condena a morir en la hoguera por falso testimonio en una violación parece a priori una falsedad más si se conoce algo sobre la legislación en la Europa medieval.
Por eso, incluso al margen de los valores como película, si se ve que no les importa falsear la realidad, no se puede estar seguro sobre los hechos en los que se basa. Pero no importa mucho, eso es materia para otras investigaciones y otros intereses. Estamos hablando de cine, y el cine debe ser interesante antes que otra cosa.
En fin, el director de Alien y Blade Runner… una pena la destrucción actual del cine.
Cuando en ese esquema sacado de Rashomon, el de las distintas versiones de un mismo hecho, llega la de ella, ya no es una versión, ya es “La Verdad”, así, remarcado en subtítulo para que no haya sutileza alguna, para que no tengas que pensar nada, para que no haya duda, para que quede claro a los niños y a los de mente limitada, para que no haya juego alguno con las posibilidades. Pocas veces ha costado tan poco esfuerzo la autodestrucción de una película debido a intereses ajenos al arte cinematográfico. Me acuerdo de “La duda” en el extremo opuesto, donde el personaje de Meryl Streep va ganando en interés, y pasa de ser una mujer estricta y odiosa a mostrar la cara más humana posible, manteniéndose por lo demás en toda la película la tensión por la duda sobre los hechos, que no llegan a revelarse.
Aquí es lo contrario. El director se burla del espectador. Le hace creer que tenía unos personajes interesantes, para luego “revelar” que no eran mas que unos brutos vacíos, sin interés alguno cuando al fin llega “la verdad”. Los personajes no pueden estar dibujados con una brocha más gorda. El rey está tan expresamente pensado para ser repelente que no causa repelencia. La protagonista es como una mujer de hoy transportada a la Edad Media contemplando una absurda injusticia, crueldad e hipocresía reinante, con la mente completamente ajena al condicionamiento de la época. El guión parece aquí escrito por Barbijaputa en sus ataques más maniqueos, quedando reducido a esto: “Ella, ser de luz; ellos, malos brutos sin alma”. El despropósito es literal: cuando el propósito es el de representar una cruda realidad, es precisamente cuando todo queda gobernado por la parcialidad y la intención moralista.
Que lo ideológico está en la película por encima de cualquier cosa, también de la simple verdad, se ve claro en detalles, como cuando se dice que el delito de violación “no es contra la mujer, sino contra una propiedad de su esposo”. Una cosa es que en aquellos tiempos el matrimonio supusiera la subordinación, el tutelaje de las mujeres y su falta de libertad, y otra muy distinta es ser una propiedad. Sobre la propiedad, por definición, el derecho es pleno, se puede destruir si se quiere. El asesinato de la esposa, en cambio, ha sido siempre un delito, luego no tiene sentido hablar de propiedad. Y sobre el delito de violación, antes de considerarse más recientemente un atentado contra la libertad sexual, el paradigma legal mayoritario a lo largo del tiempo era el de la “ofensa de la honestidad”, un agravio muchas veces penado con la muerte que se extendía a la familia y al marido, pero cuya víctima no dejaba por eso de ser la mujer (de los hombres como posibles víctimas prácticamente ni se hablaba). También la condena a morir en la hoguera por falso testimonio en una violación parece a priori una falsedad más si se conoce algo sobre la legislación en la Europa medieval.
Por eso, incluso al margen de los valores como película, si se ve que no les importa falsear la realidad, no se puede estar seguro sobre los hechos en los que se basa. Pero no importa mucho, eso es materia para otras investigaciones y otros intereses. Estamos hablando de cine, y el cine debe ser interesante antes que otra cosa.
En fin, el director de Alien y Blade Runner… una pena la destrucción actual del cine.
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