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5.7
22,123
3
31 de diciembre de 2018
31 de diciembre de 2018
46 de 63 usuarios han encontrado esta crítica útil
Comienza bien. Nos tiene entusiasmados. Seguimos con esperanza porque la desilusión no aparece a los cinco minutos, ni a los diez. Como está bien dirigida, captura nuestro interés un tiempo más.
Pero hay algo que tarda en aparecer, luego tarda un poco más y después tarda tanto que nos desahuciamos.
Eso que no aparece no es la cara mala de los monstruos que nunca vemos (excepto en unos dibujos en carbonilla) porque la directora tiene el buen tino de protegernos del suicidio. Eso que no aparece, que seguimos sin conocer cuando ha terminado la película es la naturaleza del ataque extraterrestre o satánico o de guerra del futuro o vayaunoasaberqué. Y digo esto porque, si bien entiendo el concepto de elipsis, me parece que acá se hace un uso desmesurado de este recurso tan valioso. Este recurso, que sirve para que lo no dicho cobre fuerza, aquí se usa para que lo no dicho se omita porque no se sabe qué es.
Pero hay algo que tarda en aparecer, luego tarda un poco más y después tarda tanto que nos desahuciamos.
Eso que no aparece no es la cara mala de los monstruos que nunca vemos (excepto en unos dibujos en carbonilla) porque la directora tiene el buen tino de protegernos del suicidio. Eso que no aparece, que seguimos sin conocer cuando ha terminado la película es la naturaleza del ataque extraterrestre o satánico o de guerra del futuro o vayaunoasaberqué. Y digo esto porque, si bien entiendo el concepto de elipsis, me parece que acá se hace un uso desmesurado de este recurso tan valioso. Este recurso, que sirve para que lo no dicho cobre fuerza, aquí se usa para que lo no dicho se omita porque no se sabe qué es.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Me hubiera gustado entender la razón por la que opera una especie de selección natural que favorece a los ciegos y a los psicóticos, cuál era el fin perseguido por esa maldita entidad luego del ataque, qué clase de mundo distópico nace y quién se beneficia con este nacimiento. Sospecho que Susanne Bier también hubiera estado encantada de saberlo. Esta es, sin dudas, su peor película y la que la hará mas famosa. Ha caído en la trampa. La felicidad no es eso, Susanne, no. La felicidad es hacer películas como “Una segunda oportunidad”, pero claro, en una semana vieron Bird Box el cuádruple de espectadores que los que vieron aquella gran película en tres años.
Una pena, otra directora que se nos va detrás de los números, las cantidades, el gran mainstream, otro talento fagocitado por los negocios y las masas que exigen productos de entretenimiento banal a cambio de unas pocas monedas. R.I.P.
Una pena, otra directora que se nos va detrás de los números, las cantidades, el gran mainstream, otro talento fagocitado por los negocios y las masas que exigen productos de entretenimiento banal a cambio de unas pocas monedas. R.I.P.

7.6
3,253
9
19 de agosto de 2013
19 de agosto de 2013
24 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hace muchos años, en una escuela de la Patagonia, tuve una alumna a la que llamaremos D.
D. tenía catorce años, se sentaba en el primer banco, invariablemente sola, y llevaba una trenza gruesa de cabello crespo que le llegaba hasta la cintura. Nunca hablaba ni miraba a nadie. Cuando yo me sentaba a su lado para explicarle algo, contestaba con unos pocos monosílabos y ni siquiera en esa situación giraba su cabeza hacia mí: se ponía tensa, clavaba los ojos en el pupitre y sobre su labio superior, entre el vello sin depilar, brotaban gotitas de sudor. Yo sentía que su único deseo era que me levantara de la silla cuanto antes para ocuparme de otros alumnos. Logró atravesar la secundaria, haciendo un esfuerzo que creo ninguno de nosotros puede imaginar, ya que su vida era, según supe, igual o peor que la de Mouchette.
Y al igual que Mouchette, D. no podía aceptar nada bueno que llegara desde el mundo externo, porque simplemente nadie le había enseñado a ser digna de consideración. Hubo ONGs que trataron de ayudarla y también una escuela que tendió los puentes para que pudiera finalizar la educación media. Pero D. siguió hasta el último día de clases tan encapsulada y triste como siempre.
Mouchette es ella, Mouchette es D.. La sensibilidad de Bresson para captar y transmitir la tragedia de los pobres desdichados es infinita. Sin diálogos innecesarios ni golpes bajos nos hace saber que hay vidas en las que no existe el mínimo lugar para la esperanza. En el cine son frecuentes los guiones complacientes y moralistas donde cualquier desgracia puede y debe superarse. Pero la vida no es así, o al menos no lo es siempre. Y esto es lo que diferencia a un artista de un impostor: Bresson es una artista porque, además de manejar un exquisito lenguaje cinematográfico no finge para intentar seducir al público masivo sino que se limita a contarnos con la cámara lo que sus ojos ven en el mundo. Sin edulcorantes, sin eufemismos.
D. tenía catorce años, se sentaba en el primer banco, invariablemente sola, y llevaba una trenza gruesa de cabello crespo que le llegaba hasta la cintura. Nunca hablaba ni miraba a nadie. Cuando yo me sentaba a su lado para explicarle algo, contestaba con unos pocos monosílabos y ni siquiera en esa situación giraba su cabeza hacia mí: se ponía tensa, clavaba los ojos en el pupitre y sobre su labio superior, entre el vello sin depilar, brotaban gotitas de sudor. Yo sentía que su único deseo era que me levantara de la silla cuanto antes para ocuparme de otros alumnos. Logró atravesar la secundaria, haciendo un esfuerzo que creo ninguno de nosotros puede imaginar, ya que su vida era, según supe, igual o peor que la de Mouchette.
Y al igual que Mouchette, D. no podía aceptar nada bueno que llegara desde el mundo externo, porque simplemente nadie le había enseñado a ser digna de consideración. Hubo ONGs que trataron de ayudarla y también una escuela que tendió los puentes para que pudiera finalizar la educación media. Pero D. siguió hasta el último día de clases tan encapsulada y triste como siempre.
Mouchette es ella, Mouchette es D.. La sensibilidad de Bresson para captar y transmitir la tragedia de los pobres desdichados es infinita. Sin diálogos innecesarios ni golpes bajos nos hace saber que hay vidas en las que no existe el mínimo lugar para la esperanza. En el cine son frecuentes los guiones complacientes y moralistas donde cualquier desgracia puede y debe superarse. Pero la vida no es así, o al menos no lo es siempre. Y esto es lo que diferencia a un artista de un impostor: Bresson es una artista porque, además de manejar un exquisito lenguaje cinematográfico no finge para intentar seducir al público masivo sino que se limita a contarnos con la cámara lo que sus ojos ven en el mundo. Sin edulcorantes, sin eufemismos.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Mouchette sufre, de manera inconmensurable y por eso mismo derrama pocas lágrimas. Niega la violación frente al violador mismo, no le es posible soportar una humillación más y elige tomarla como acto de amor. Considera a la esposa del guardabosques como enemiga y protege a Arsène, porque no está dentro de sus posibilidades mezclarse con quienes han sido más afortunados, su lugar está con los más desgraciados, que como ella transitan por el camino marginal. Nada la une a una mujer que piensa que una niña debe ser protegida. Y ella, además, no se considera una niña. Por eso le dice: “Arsène es mi amante”.
La muerte de la madre la libera para disponer de su vida. Sale entonces de su casa y encuentra que le dan una mortaja; camina por el bosque y observa fríamente cómo los disparos persiguen al conejo, que en una carrera desesperada busca conservar su vida, pero los disparos son tantos que lo alcanzan y muere, sin sentido, como había vivido. Entonces Mouchette se viste con la mortaja, que es un vestido de mujer, y decide que ya no seguirá como el conejo escapando de los disparos. Mouchette es D. y ambas son también la mujer que al comienzo de la película, envuelta en un chal negro, nos conmueve diciendo: “¿Qué harán sin mí?” “El dolor en el pecho, como si tuviera una piedra dentro”. La mujer se levanta y sale de cuadro. Ahora sabemos a dónde fue. Igual que Mouchette, igual que D., que buscaron en el agua profunda del lago el sitio donde dejar esa piedra.
La muerte de la madre la libera para disponer de su vida. Sale entonces de su casa y encuentra que le dan una mortaja; camina por el bosque y observa fríamente cómo los disparos persiguen al conejo, que en una carrera desesperada busca conservar su vida, pero los disparos son tantos que lo alcanzan y muere, sin sentido, como había vivido. Entonces Mouchette se viste con la mortaja, que es un vestido de mujer, y decide que ya no seguirá como el conejo escapando de los disparos. Mouchette es D. y ambas son también la mujer que al comienzo de la película, envuelta en un chal negro, nos conmueve diciendo: “¿Qué harán sin mí?” “El dolor en el pecho, como si tuviera una piedra dentro”. La mujer se levanta y sale de cuadro. Ahora sabemos a dónde fue. Igual que Mouchette, igual que D., que buscaron en el agua profunda del lago el sitio donde dejar esa piedra.

7.1
612
8
8 de abril de 2017
8 de abril de 2017
19 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
Debo reconocer que la razón primigenia por la que decidí ver “Kapò” fue la curiosidad por descubrir qué era la abyección en el cine, concepto que no lograba comprender en profundidad. Y esa curiosidad surge, como podrán imaginar, a partir de la crítica a Kapò que hizo Jacques Rivette, columnista y director de la épica Cahiers du Cinéma. En la misma, Rivette decía, allá por 1961: “Observen en Kapò, el plano en que Riva se suicida, arrojándose sobre las alambradas electrificadas: el hombre que decide, en ese momento, hacer un travelling hacia adelante para reencuadrar el cadáver en un contra-picado, ocupándose de inscribir exactamente la mano alzada en un ángulo de su encuadre final, ese hombre sólo tiene derecho al más profundo desprecio”. Eso decía Rivette a los poco más de treinta años de edad.
Ahora bien, vamos a la definición de abyecto: despreciable o vil. Rivette calificaba de este modo a Pontecorvo porque consideraba que éste estilizaba el horror. Mucho le faltaría por ver y muy frescas tendría en sus retinas las imágenes de “Noche y Niebla” (mediometraje de A. Resnais, uno de los más desgarradores documentos fílmicos de la historia, construido con las imágenes capturadas por las tropas aliadas cuando liberaron los campos de concentración nazis) para emitir desde el lugar de privilegio que le otorgaba escribir para Cahiers semejante sentencia sobre Pontecorvo.
Finalmente vi “Kapò”. Y francamente, no encontré abyección. Que me disculpen los adoradores de la cultura del celuloide, pero lo que encontré fue una película interesante, valiente en su relato para la época en que fue realizada, lejos de los tanques, las bombas y los finales llenos de héroes y condecoraciones. Inevitable recordar al verla, al gran libro de Viktor Frankl, “El hombre en busca de sentido”, pero aún así, Pontecorvo tuvo la virtud de no dejarnos tentar juzgando a Edith, sino que demostró la sabiduría suficiente para que podamos comprenderla.
¿Qué queda por decir sobre la abyección? Si es tan detestable en el cine como en cualquier otra disciplina artística ¿qué opinión nos merece todo el arte renacentista, con mártires, sangre y tormento a toneladas? Y más aún ¿qué nos queda por decir de escenas como la de la aclamada (y por mí odiada) “Más allá de las fronteras”? Allí A. Jolie, en la toma que todos recordarán, se acerca a un niño desnutrido y al buitre que está a su lado esperando que muera para devorar su carroña. Sólo esa escena me dio ganas de vomitar. Y ni hablar de la ganadora del Oscar, la primera primerísima en mi lista de películas odiadas: “La vida es bella”. En esta la abyección es terrible, porque trasciende lo estético, la abyección es conceptual. Podríamos seguir con la lista de abyecciones en el cine que a ningún director le valieron el precio que pagó injustamente Pontecorvo y frente a las cuales, que yo sepa, Rivette no expresó jamás públicamente desacuerdo alguno.
Valga solamente esta opinión para salvar la memoria de Gilles Pontecorvo, recomendar su cine -“La batalla de Argel”, obra maestra- y manifestarme en contra de tanta afectación culturosa y cobarde que durante décadas rondó en torno a su cine.
Ahora bien, vamos a la definición de abyecto: despreciable o vil. Rivette calificaba de este modo a Pontecorvo porque consideraba que éste estilizaba el horror. Mucho le faltaría por ver y muy frescas tendría en sus retinas las imágenes de “Noche y Niebla” (mediometraje de A. Resnais, uno de los más desgarradores documentos fílmicos de la historia, construido con las imágenes capturadas por las tropas aliadas cuando liberaron los campos de concentración nazis) para emitir desde el lugar de privilegio que le otorgaba escribir para Cahiers semejante sentencia sobre Pontecorvo.
Finalmente vi “Kapò”. Y francamente, no encontré abyección. Que me disculpen los adoradores de la cultura del celuloide, pero lo que encontré fue una película interesante, valiente en su relato para la época en que fue realizada, lejos de los tanques, las bombas y los finales llenos de héroes y condecoraciones. Inevitable recordar al verla, al gran libro de Viktor Frankl, “El hombre en busca de sentido”, pero aún así, Pontecorvo tuvo la virtud de no dejarnos tentar juzgando a Edith, sino que demostró la sabiduría suficiente para que podamos comprenderla.
¿Qué queda por decir sobre la abyección? Si es tan detestable en el cine como en cualquier otra disciplina artística ¿qué opinión nos merece todo el arte renacentista, con mártires, sangre y tormento a toneladas? Y más aún ¿qué nos queda por decir de escenas como la de la aclamada (y por mí odiada) “Más allá de las fronteras”? Allí A. Jolie, en la toma que todos recordarán, se acerca a un niño desnutrido y al buitre que está a su lado esperando que muera para devorar su carroña. Sólo esa escena me dio ganas de vomitar. Y ni hablar de la ganadora del Oscar, la primera primerísima en mi lista de películas odiadas: “La vida es bella”. En esta la abyección es terrible, porque trasciende lo estético, la abyección es conceptual. Podríamos seguir con la lista de abyecciones en el cine que a ningún director le valieron el precio que pagó injustamente Pontecorvo y frente a las cuales, que yo sepa, Rivette no expresó jamás públicamente desacuerdo alguno.
Valga solamente esta opinión para salvar la memoria de Gilles Pontecorvo, recomendar su cine -“La batalla de Argel”, obra maestra- y manifestarme en contra de tanta afectación culturosa y cobarde que durante décadas rondó en torno a su cine.

7.0
45,760
3
17 de mayo de 2012
17 de mayo de 2012
28 de 38 usuarios han encontrado esta crítica útil
Estamos ante una película cuyo mayor desacierto es no lograr crear en el espectador la sensación de verosimilitud. Todos sabemos que cuando vemos una película adherimos a un acuerdo con el director en el que aceptamos que vamos a creernos lo que él nos cuenta. En este acuerdo, esta vez, yo puse todo de mi parte para intentar explicar por qué ese matrimonio (Alan y Nancy) permanecía innecesariamente durante los 79 minutos que dura la película en el departamento de Penélope y Michael. Pero ni Polanski ni Yasmina Reza (la autora de la obra original) me dieron en ningún momento la razón para poder entrar en el juego de la trama y que la historia me resulte creíble. Cuatro personas que atravesando una situación medianamente complicada sacan lo peor de cada uno atacándose y tejiendo y destejiendo alianzas para terminar todos contra todos, no es ningún hallazgo. Filmar entre cuatro paredes, tampoco. Pero si dentro de las cuatro paredes ocurre algo tan interesante como, por ejemplo, en “Tape”, de R. Linklater, la curiosidad del limitado escenario resulta anecdótica. Tengo la sospecha de que aquí tal vez se pretendió hacer de lo técnico algo central, pero en el sentido de prescindir de los recursos. A los personajes les faltó media hora de horno. Y la historia… ¿Alguien me puede contar la historia? En fin, una obra de teatro filmada que pretende declamar las contradicciones de los pobres mortales de occidente, pero que resulta panfletaria y a medio terminar.
29 de noviembre de 2013
29 de noviembre de 2013
23 de 28 usuarios han encontrado esta crítica útil
No tenía grandes expectativas puestas en esta película; luego de haber visto“Precious” sabía que su director es un especialista en manipular al público distraído y de lágrima fácil.
Esta vez la apuesta de Lee Daniels fue un intento descarado para ganar la estatuilla en los próximos premios Oscar. Como la astucia de Daniels se nutre de las limitaciones de su público, haciendo jugadas de la misma conveniencia política que quienes siguen detentando el poder, lo más probable es que este farsante del séptimo arte logre su objetivo en el 2014.
La película es banal. Y a la vez es perversa, ya que utiliza el sufrimiento que los negros han padecido en EE.UU. con el fin de hacer propaganda política para Obama. Lo hace contando un fragmento de la historia del país que le enseña al mundo entero sobre derechos y libertades desde la mirada de Cecil Gaines, un mayordomo afroamericano de la Casa Blanca, cuyas virtudes más allá de llevar bien la bandeja no podría precisar. En la sucesión de presidentes desde Eisenhower hasta Reagan, todos excepto estos dos y Nixon (por razones obvias: eran republicanos y uno de ellos fue además el borracho protagonista de un escándalo) son presentados como personajes afables, casi inocentes, llegando al paroxismo de la banalidad perversa el la figura de Kennedy: muchachito tierno de ojos claros y buen padre de familia que nada parece haber tenido que ver con la Guerra Fría, las intervenciones de la CIA asesinando jefes de estado, el ataque a Cuba o el sostenimiento de la guerra de Vietnam.
El poster que publicita la película merece un párrafo aparte. Presenta a este mayordomo con el puño en alto, en signo de protesta y a la Casa Blanca en su otra mano. Si algo no fue Eugene Allen (el verdadero nombre del hombre en quien se inspiró la historia) es un revolucionario. Fue un negro dócil, un “negro de casa”, como se decía siguiendo la lógica racista de la mayor parte de la población norteamericana. Como a cualquier negro de aquella época no le faltarían razones para crecer y vivir con miedo, y es entendible que así fuese, pero no es honesto que lo presenten como un Martin Luther King infiltrado en la Casa Blanca.
A los personajes les falta profundidad, nunca llegamos a sentir empatía con el pobre Cecil, a pesar del talento de Forest Whitaker, y mucho menos con los demás personajes. Demasiadas historias de vida cruzadas con el fin de mostrar la posibilidad de la pluralidad. Daniels nada por la superficie, no se pone el snorkel ni por medio minuto y el resultado es que el espectador sólo llega a construir sospechas sobre la naturaleza de los personajes y de los EE.UU. como nación que resulta luego demasiado aburrido tratar de confirmar.
La historia de Cecil está desprovista de ideología pero no de sus consecuencias. Como le sucede a mayoría de la gente. Quizás por eso, cuando la película terminó mi asombro fue inmenso al comenzar a escuchar los aplausos -conducta colectiva para mí inexplicable en el cine, salvo que se encuentre presente en la sala el director- de un público complacido con el producto mainstream que acababan de consumir. Y eso no fue todo: cuando se encendieron las luces pude ver que a mi izquierda una mujer sostenía un pañuelito para secarse las lágrimas y a la derecha de mi prima, sentada a mi lado, otra mujer estaba en idéntica situación. No pudimos evitar la carcajada ni comentar: “Qué mal que estamos”.
El Nobel de la Paz para Obama y el Oscar para Daniels. Esa es la realidad. De cine, mejor no hablemos.
Esta vez la apuesta de Lee Daniels fue un intento descarado para ganar la estatuilla en los próximos premios Oscar. Como la astucia de Daniels se nutre de las limitaciones de su público, haciendo jugadas de la misma conveniencia política que quienes siguen detentando el poder, lo más probable es que este farsante del séptimo arte logre su objetivo en el 2014.
La película es banal. Y a la vez es perversa, ya que utiliza el sufrimiento que los negros han padecido en EE.UU. con el fin de hacer propaganda política para Obama. Lo hace contando un fragmento de la historia del país que le enseña al mundo entero sobre derechos y libertades desde la mirada de Cecil Gaines, un mayordomo afroamericano de la Casa Blanca, cuyas virtudes más allá de llevar bien la bandeja no podría precisar. En la sucesión de presidentes desde Eisenhower hasta Reagan, todos excepto estos dos y Nixon (por razones obvias: eran republicanos y uno de ellos fue además el borracho protagonista de un escándalo) son presentados como personajes afables, casi inocentes, llegando al paroxismo de la banalidad perversa el la figura de Kennedy: muchachito tierno de ojos claros y buen padre de familia que nada parece haber tenido que ver con la Guerra Fría, las intervenciones de la CIA asesinando jefes de estado, el ataque a Cuba o el sostenimiento de la guerra de Vietnam.
El poster que publicita la película merece un párrafo aparte. Presenta a este mayordomo con el puño en alto, en signo de protesta y a la Casa Blanca en su otra mano. Si algo no fue Eugene Allen (el verdadero nombre del hombre en quien se inspiró la historia) es un revolucionario. Fue un negro dócil, un “negro de casa”, como se decía siguiendo la lógica racista de la mayor parte de la población norteamericana. Como a cualquier negro de aquella época no le faltarían razones para crecer y vivir con miedo, y es entendible que así fuese, pero no es honesto que lo presenten como un Martin Luther King infiltrado en la Casa Blanca.
A los personajes les falta profundidad, nunca llegamos a sentir empatía con el pobre Cecil, a pesar del talento de Forest Whitaker, y mucho menos con los demás personajes. Demasiadas historias de vida cruzadas con el fin de mostrar la posibilidad de la pluralidad. Daniels nada por la superficie, no se pone el snorkel ni por medio minuto y el resultado es que el espectador sólo llega a construir sospechas sobre la naturaleza de los personajes y de los EE.UU. como nación que resulta luego demasiado aburrido tratar de confirmar.
La historia de Cecil está desprovista de ideología pero no de sus consecuencias. Como le sucede a mayoría de la gente. Quizás por eso, cuando la película terminó mi asombro fue inmenso al comenzar a escuchar los aplausos -conducta colectiva para mí inexplicable en el cine, salvo que se encuentre presente en la sala el director- de un público complacido con el producto mainstream que acababan de consumir. Y eso no fue todo: cuando se encendieron las luces pude ver que a mi izquierda una mujer sostenía un pañuelito para secarse las lágrimas y a la derecha de mi prima, sentada a mi lado, otra mujer estaba en idéntica situación. No pudimos evitar la carcajada ni comentar: “Qué mal que estamos”.
El Nobel de la Paz para Obama y el Oscar para Daniels. Esa es la realidad. De cine, mejor no hablemos.
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