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Críticas ordenadas por utilidad
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5
16 de septiembre de 2024
16 de septiembre de 2024
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
...como un mollete de jamón con aceite.
Creo que es, como mínimo, poco sensato enjuiciar en una reseña a una serie que aún no ha acabado, pero mucha madurez tendría que adquirir de golpe el adolescente rebelde que es The Boys para enmendar sus muchos errores.
Siendo una serie indebidamente violenta, el disfrute sangriento y los excesos camuflan un tono realmente mucho más desenfadado que complejo, y que le vendría genial si no estuviese desesperada por hacer de sí misma un producto profundo, como se ve en la importancia con que quiere desarrollar las relaciones entre personajes a partir de la segunda temporada, los dilemas que pone en la mesa desde el primer capítulo o las historias de contrastes y grises en las que se mueve, pero...
Es que el rollo sentimentalista, después de lo demás, simplemente no funciona. Ha llegado un punto en el que tengo asegurado qué personajes están protegidos por el argumento y cuáles no, es decir, que el guion se ha cebado tanto con los no imprescindibles que no me puedo permitir tener apego a nadie, porque ya se encargará de volar la cabeza o desmembrar letalmente al personaje secundario promedio y, en lo que refiere a los principales, no dejará que les pase nada. No digo que esté mal per se, pero es una forma de escritura un poco vaga y me saca mucho de la inmersión, obligándome a ver la obra como una decididamente ficticia e impidiendo a los personajes formar una conexión más significativa con el espectador.
Además, como esta caricaturización de la violencia no deja espacio a la seriedad del sentimiento, también priva a la trama de profundidad y enfrasca a la serie en un caos ajeno (eso sí, muy disfrutón) donde el objetivo ulterior es mostrar una imagen o idea chocante, grotesca, exagerada o incómoda, aniquilando cualquier atisbo de solemnidad que se pudiera destilar de dicha idea. Aún con todo esto, no se permite a sí misma llevar su exageración a las últimas consecuencias: incluso en mis escenas favoritas (una de ellas en spoiler*) parece que falta o falla algo.
Intuyo que este camino es uno de los más fácilmente publicitables y ejecutables (si un producto es irreverente, tiene más posibilidades de atraer a jóvenes adultos y adolescentes a los que les pique la curiosidad con el gore y la depravación de 4chan, que, por lo que he comprobado, son el target y público mayoritario de la serie), pero no me parece que aumente la calidad de la obra ni justifique las decisiones que toma.
Decisiones como que en la cuarta temporada todos los capítulos se tinten de ese extremismo que hasta ahora parodiaban, adopten la agenda de la que se reían y oscurezcan la idea de que los guionistas y directores sean tan autoconscientes como parecían al principio, con ese rollo de romper las convenciones del género para dejar claras sus muchas fallas o las de cualquier tema que hubieran tratado hasta ahora. No entraré en detalles pero, además de ser un poco decepcionante, me hace replantearme si de verdad la propia serie cree en el mensaje que decía llevar por bandera.
La verdad es que es entretenida de cojones, sí, es perfecta para verla si quieres apagar el cerebro durante sesenta minutos, y ese es el mayor elogio que se le puede dedicar. Ahora bien, a mi parecer, es imperdonable que en pos de ese entretenimiento se descuiden aspectos más importantes como lo son la cinematografía, la coherencia o la profundidad, que separan obras espectaculares de otras mediocres pero muy palatables.
Sintiéndolo mucho, The Boys es esto último.
Igual que un mollete de jamón con aceite.
Creo que es, como mínimo, poco sensato enjuiciar en una reseña a una serie que aún no ha acabado, pero mucha madurez tendría que adquirir de golpe el adolescente rebelde que es The Boys para enmendar sus muchos errores.
Siendo una serie indebidamente violenta, el disfrute sangriento y los excesos camuflan un tono realmente mucho más desenfadado que complejo, y que le vendría genial si no estuviese desesperada por hacer de sí misma un producto profundo, como se ve en la importancia con que quiere desarrollar las relaciones entre personajes a partir de la segunda temporada, los dilemas que pone en la mesa desde el primer capítulo o las historias de contrastes y grises en las que se mueve, pero...
Es que el rollo sentimentalista, después de lo demás, simplemente no funciona. Ha llegado un punto en el que tengo asegurado qué personajes están protegidos por el argumento y cuáles no, es decir, que el guion se ha cebado tanto con los no imprescindibles que no me puedo permitir tener apego a nadie, porque ya se encargará de volar la cabeza o desmembrar letalmente al personaje secundario promedio y, en lo que refiere a los principales, no dejará que les pase nada. No digo que esté mal per se, pero es una forma de escritura un poco vaga y me saca mucho de la inmersión, obligándome a ver la obra como una decididamente ficticia e impidiendo a los personajes formar una conexión más significativa con el espectador.
Además, como esta caricaturización de la violencia no deja espacio a la seriedad del sentimiento, también priva a la trama de profundidad y enfrasca a la serie en un caos ajeno (eso sí, muy disfrutón) donde el objetivo ulterior es mostrar una imagen o idea chocante, grotesca, exagerada o incómoda, aniquilando cualquier atisbo de solemnidad que se pudiera destilar de dicha idea. Aún con todo esto, no se permite a sí misma llevar su exageración a las últimas consecuencias: incluso en mis escenas favoritas (una de ellas en spoiler*) parece que falta o falla algo.
Intuyo que este camino es uno de los más fácilmente publicitables y ejecutables (si un producto es irreverente, tiene más posibilidades de atraer a jóvenes adultos y adolescentes a los que les pique la curiosidad con el gore y la depravación de 4chan, que, por lo que he comprobado, son el target y público mayoritario de la serie), pero no me parece que aumente la calidad de la obra ni justifique las decisiones que toma.
Decisiones como que en la cuarta temporada todos los capítulos se tinten de ese extremismo que hasta ahora parodiaban, adopten la agenda de la que se reían y oscurezcan la idea de que los guionistas y directores sean tan autoconscientes como parecían al principio, con ese rollo de romper las convenciones del género para dejar claras sus muchas fallas o las de cualquier tema que hubieran tratado hasta ahora. No entraré en detalles pero, además de ser un poco decepcionante, me hace replantearme si de verdad la propia serie cree en el mensaje que decía llevar por bandera.
La verdad es que es entretenida de cojones, sí, es perfecta para verla si quieres apagar el cerebro durante sesenta minutos, y ese es el mayor elogio que se le puede dedicar. Ahora bien, a mi parecer, es imperdonable que en pos de ese entretenimiento se descuiden aspectos más importantes como lo son la cinematografía, la coherencia o la profundidad, que separan obras espectaculares de otras mediocres pero muy palatables.
Sintiéndolo mucho, The Boys es esto último.
Igual que un mollete de jamón con aceite.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
* - La escena en la que Kimiko se pone Maniac en los cascos para pelear. Por primera vez, la serie tiene todos los motivos para un par de minutos seguidos de esa acción cruenta y descarnada en que tan sin venir a cuento se revuelca Eric Kripke, y con un poco de maestría en el montaje sería una de esas secuencias que se recuerdan como míticas... pero se queda a medias.
Alguna otra incongruencia:
- ¿En serio Victoria, Annie y Kimiko no son capaces de acabar con las ovejas infectadas con V? Incluso para la falta de realismo que marca la tónica general resulta inverosímil.
- Lo de Butcher convenientemente hablando solo durante tanto tiempo. No sé siquiera qué decir al respecto.
Alguna otra incongruencia:
- ¿En serio Victoria, Annie y Kimiko no son capaces de acabar con las ovejas infectadas con V? Incluso para la falta de realismo que marca la tónica general resulta inverosímil.
- Lo de Butcher convenientemente hablando solo durante tanto tiempo. No sé siquiera qué decir al respecto.
28 de febrero de 2024
28 de febrero de 2024
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Recuerdo el momento en el que acabé de ver Birdman hace cuatro años y medio: silencioso, irresoluto, descuidado y austero.
Por aquel entonces, pensé en su montaje impecable, apabullante y excelso. Valoré su expresividad nada contenida, su quijotesca metametanarrativa*, su estrés antetraumático y su letal juicio hacia (pensé en aquel momento) los críticos desalmados y aquellos que consumen y propugnan el cine comercial.
Hoy, que la he vuelto a ver, no queriendo convertirme yo en crítico, me deshago de todos esos adjetivos para fijarme en lo que, para mí, resalta como tema principal de la película: su protagonista.
O, lo que es igual, el ego del mismo.
A lo largo de la historia, Riggan (Michael Keaton) delega a conveniencia en su alter ego, Birdman, apostando ya por costumbre por una despersonalización algo paradójica, que pretende sanar una herida autoinfligida en la que su arrogancia se acepta a la vez que se enmascara, mientras se compadece de sí misma.
Y, como espectador, no puedo sino agradecer la existencia de una soberbia así de compleja, pues es este juego de luces y sombras tan lesivo de nuestro hombre pájaro el que nos conduce a través de las secuencias, el que pone el ojo y la convicción en las escenas que le interesan: pareciese que en la película sólo suceden cosas que le afectan a él**, dejando de lado cualquier objeto o sujeto que no tenga algo en común con la palabra "yo".
Asistimos, pues, a la ensoñación egocéntrica de la a veces convulsionante mente del protagonista que es la película, reforzada aún más con la repetición de los diálogos*** en un contexto que no sabe uno si saca a relucir los trapos sucios de su subconsciente o si es una simple incisión más en la vacuidad del entramado de personajes que él concibe como su vida.
Siguiéndole el juego a la altivez y poderío que exuda este superhéroe, creo que se puede uno entregar a la escena final como si de una de estas convulsiones se tratase, y que puede enseñarnos que entre la búsqueda de la realidad y la aceptación de la metáfora se esconde un tercer camino (que, por cierto, le sienta hecho a medida a la película) basado en la aceptación del milagro cinematográfico, que asegura sus pasos en la posibilidad de una inmortalidad incertidumbrosa en la trascendencia del ser, y no en su afirmación.
Y esto no es más que la piedra angular y el día a día de los artistas, la vulnerabilidad saldando sus cuentas con la realidad para dar lugar a un recuerdo en el que se puede vivir eternamente... que suele tener por corolario esa admiración que siempre ha anhelado nuestro protagonista...
Por aquel entonces, pensé en su montaje impecable, apabullante y excelso. Valoré su expresividad nada contenida, su quijotesca metametanarrativa*, su estrés antetraumático y su letal juicio hacia (pensé en aquel momento) los críticos desalmados y aquellos que consumen y propugnan el cine comercial.
Hoy, que la he vuelto a ver, no queriendo convertirme yo en crítico, me deshago de todos esos adjetivos para fijarme en lo que, para mí, resalta como tema principal de la película: su protagonista.
O, lo que es igual, el ego del mismo.
A lo largo de la historia, Riggan (Michael Keaton) delega a conveniencia en su alter ego, Birdman, apostando ya por costumbre por una despersonalización algo paradójica, que pretende sanar una herida autoinfligida en la que su arrogancia se acepta a la vez que se enmascara, mientras se compadece de sí misma.
Y, como espectador, no puedo sino agradecer la existencia de una soberbia así de compleja, pues es este juego de luces y sombras tan lesivo de nuestro hombre pájaro el que nos conduce a través de las secuencias, el que pone el ojo y la convicción en las escenas que le interesan: pareciese que en la película sólo suceden cosas que le afectan a él**, dejando de lado cualquier objeto o sujeto que no tenga algo en común con la palabra "yo".
Asistimos, pues, a la ensoñación egocéntrica de la a veces convulsionante mente del protagonista que es la película, reforzada aún más con la repetición de los diálogos*** en un contexto que no sabe uno si saca a relucir los trapos sucios de su subconsciente o si es una simple incisión más en la vacuidad del entramado de personajes que él concibe como su vida.
Siguiéndole el juego a la altivez y poderío que exuda este superhéroe, creo que se puede uno entregar a la escena final como si de una de estas convulsiones se tratase, y que puede enseñarnos que entre la búsqueda de la realidad y la aceptación de la metáfora se esconde un tercer camino (que, por cierto, le sienta hecho a medida a la película) basado en la aceptación del milagro cinematográfico, que asegura sus pasos en la posibilidad de una inmortalidad incertidumbrosa en la trascendencia del ser, y no en su afirmación.
Y esto no es más que la piedra angular y el día a día de los artistas, la vulnerabilidad saldando sus cuentas con la realidad para dar lugar a un recuerdo en el que se puede vivir eternamente... que suele tener por corolario esa admiración que siempre ha anhelado nuestro protagonista...
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
y acaba siendo aquello que lo hace lanzarse al vacío.
* Brillante no sólo que Michael Keaton sea Riggan Thomson y ambos compartan la condición de actores antaño famosos y sólo reconocidos por ello, no sólo que ambos encarnen, años después, a la figura principal de una obra mucho más seria que aquella que les acercó a la fama... es que, además, Riggan (y por ello, también Michael) comparte con Eddie, el personaje de la obra que interpreta, el deseo profundo e innegable de ser amado (o admirado, que, para ellos, es lo mismo), que es, en última instancia, el punto alrededor del que pivota la trama, y la motivación última de sus acciones.
** Para muestra, el inexistente desarrollo de la relación de Laura (Andrea Riseborough) y Lesley (Naomi Watts) tras el beso de estas, o la nula atención que se le presta, hasta tratar de ridículo, a Ralph (Jeremy Shamos) tras caerle un foco en la cabeza y posteriormente al aparecer y amenazar con demandar al equipo. A pesar de poder ser ambos puntos influyentes en la trama, desaparecen de la pantalla en tanto que a nuestro protagonista le dejan de afectar (le dejan de importar), bien por no tener nada más que ver con él en el primer caso, como si de un olvido consciente se tratase, o bien por, en el segundo, quitarse de encima la situación al encasquetársela a su amigo, automáticamente, sin ningún remordimiento y casi con gusto.
*** Aquel hombre gritando en la calle agarrado al metal de un andamio diciendo "sólo te estaba dando un rango", que hace analogía con las frases de Ralph en el ensayo, o la amenaza desde el hospital de este mismo, también análoga de una línea de la obra.
* Brillante no sólo que Michael Keaton sea Riggan Thomson y ambos compartan la condición de actores antaño famosos y sólo reconocidos por ello, no sólo que ambos encarnen, años después, a la figura principal de una obra mucho más seria que aquella que les acercó a la fama... es que, además, Riggan (y por ello, también Michael) comparte con Eddie, el personaje de la obra que interpreta, el deseo profundo e innegable de ser amado (o admirado, que, para ellos, es lo mismo), que es, en última instancia, el punto alrededor del que pivota la trama, y la motivación última de sus acciones.
** Para muestra, el inexistente desarrollo de la relación de Laura (Andrea Riseborough) y Lesley (Naomi Watts) tras el beso de estas, o la nula atención que se le presta, hasta tratar de ridículo, a Ralph (Jeremy Shamos) tras caerle un foco en la cabeza y posteriormente al aparecer y amenazar con demandar al equipo. A pesar de poder ser ambos puntos influyentes en la trama, desaparecen de la pantalla en tanto que a nuestro protagonista le dejan de afectar (le dejan de importar), bien por no tener nada más que ver con él en el primer caso, como si de un olvido consciente se tratase, o bien por, en el segundo, quitarse de encima la situación al encasquetársela a su amigo, automáticamente, sin ningún remordimiento y casi con gusto.
*** Aquel hombre gritando en la calle agarrado al metal de un andamio diciendo "sólo te estaba dando un rango", que hace analogía con las frases de Ralph en el ensayo, o la amenaza desde el hospital de este mismo, también análoga de una línea de la obra.
5
26 de junio de 2022
26 de junio de 2022
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
En la página web de la película pone lo siguiente:
" ARE WE NOT CATS is a feature film about
Two strangers who spark romance through their unusual habit. "
Existe una idea, extendida por aquellos que aspiran a catalogar el mundo en su totalidad, de que todo es definible, todo es finito y todo puede tener significado universal, incluso el amor. Y, al parecer... no. De esa rabiosa negación partió Xander Robin cuando pensó en hacer esta película, que no busca ni por un segundo acomodarse a la clasificación por géneros tradicional, librándose grácil y confusamente de las etiquetas y limitaciones que vienen con ella, y atreviéndose a explorar, lejos de ser pretencioso, un hueco en el que queda mucho por innovar (cosa que agradezco), pero incurriendo en algunos previsibles y tiernos fallos, que, si bien no arruinan la experiencia, sí que la desmerecen y lastran, haciéndola algo más difícil de asimilar, o incluso intragable para la mayoría de sensibilidades, como si de una bola de pelo con trocitos de cristal luminosos y coloridos se tratara.
Los pocos personajes que no son los protagonistas son planos, predecibles, risibles (de forma no intencionada) y... eso: personajes; la historia, a pesar de durar poco más de una hora, tontea con la lentitud de manera que queda la sensación de que podría haberse contado lo mismo en mucho menos tiempo; los temas se tocan superficialmente; apenas hay escenas memorables, y cuando hay alguna es por excesiva, no por brillante...
Y es que es una pena, porque se nota que se quiere decir algo, se nota que hay ideas con potencial! Pero, quizá producto de ser la primera obra del director y del bajo presupuesto con que se filmó, no se han podido llevar a sus últimas consecuencias o desarrollar como deberían.
Con tantos fallos, parecería una contradicción recomendarla, pero es justo lo que voy a hacer. Si estás leyendo esta crítica y no la has visto, corre a hacerlo. A pesar de sus muchos problemas, es disfrutable, significativa y pone la mirada de forma muy tierna en su (aparentemente) superficial incisión, arriesgadamente sugestiva, en el mundo de las relaciones tóxicas y del comportamiento humano en general.
" ARE WE NOT CATS is a feature film about
Two strangers who spark romance through their unusual habit. "
Existe una idea, extendida por aquellos que aspiran a catalogar el mundo en su totalidad, de que todo es definible, todo es finito y todo puede tener significado universal, incluso el amor. Y, al parecer... no. De esa rabiosa negación partió Xander Robin cuando pensó en hacer esta película, que no busca ni por un segundo acomodarse a la clasificación por géneros tradicional, librándose grácil y confusamente de las etiquetas y limitaciones que vienen con ella, y atreviéndose a explorar, lejos de ser pretencioso, un hueco en el que queda mucho por innovar (cosa que agradezco), pero incurriendo en algunos previsibles y tiernos fallos, que, si bien no arruinan la experiencia, sí que la desmerecen y lastran, haciéndola algo más difícil de asimilar, o incluso intragable para la mayoría de sensibilidades, como si de una bola de pelo con trocitos de cristal luminosos y coloridos se tratara.
Los pocos personajes que no son los protagonistas son planos, predecibles, risibles (de forma no intencionada) y... eso: personajes; la historia, a pesar de durar poco más de una hora, tontea con la lentitud de manera que queda la sensación de que podría haberse contado lo mismo en mucho menos tiempo; los temas se tocan superficialmente; apenas hay escenas memorables, y cuando hay alguna es por excesiva, no por brillante...
Y es que es una pena, porque se nota que se quiere decir algo, se nota que hay ideas con potencial! Pero, quizá producto de ser la primera obra del director y del bajo presupuesto con que se filmó, no se han podido llevar a sus últimas consecuencias o desarrollar como deberían.
Con tantos fallos, parecería una contradicción recomendarla, pero es justo lo que voy a hacer. Si estás leyendo esta crítica y no la has visto, corre a hacerlo. A pesar de sus muchos problemas, es disfrutable, significativa y pone la mirada de forma muy tierna en su (aparentemente) superficial incisión, arriesgadamente sugestiva, en el mundo de las relaciones tóxicas y del comportamiento humano en general.

6.5
18,789
7
20 de septiembre de 2024
20 de septiembre de 2024
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Estocolmo es una película muy fría.
No sólo por el azul de la ciudad descubierta que tanto contrasta con el pelo rojo de ella, ni por la desconfianza que se instaura desde la primera escena con ímpetu fascista sobre las relaciones y que estandariza la infidelidad. Es tan fría porque se hace casi ajena a lo que narra.
Salvo por algún detalle (encaminado, en mi opinión, más a aportar expresividad imparcial que a realizar un juicio sentencioso), no hay mensaje más que el que el espectador quiera sacar. Y pudiera parecer de otra forma por lo extremo de la situación, pero aquí no hay ni hipérboles, ni exageraciones, ni sesgos, ni favores... ni culpas.
Esta película es hija de su tiempo, sí, pero sobre todo de su espacio.
Madrid, en su condición multitudinaria, es una ciudad donde el anonimato hace de coartada perfecta (y no vayamos a buscar mucha más excusa) para abusar de la mentira, del personajismo, del "ahora que te tengo delante, sí" y especialmente del "ahora que no te veo, no", y a la mañana siguiente, nada.
Y es que todos cerramos los ojos para dormirnos.
Partimos, entonces, de una juventud madrileña que fiel refleja la realidad: cegada. Cada vez que cae el sol se programa en la mente de la colmena un trance cuya única norma es la degradación del rito de cortejo en base a despojarle de su componente emocional, y, realmente, también el reproductivo, dejando en los huesos a una pretensión más cercana al capricho que a la necesidad o al deseo de enaltecer la experiencia humana. Cuando este motor hedonista y distante (que por sí sólo no tiene mucho de malo) entra en conflicto con alguna sensibilidad algo frágil y no apática, sucede la película que tenemos delante.
Como es de esperar en este contexto, impera una especie de teatralización de las relaciones en la que se espera que cada uno interprete cual actor de método su papel, y en el que cada pareja de una noche se ve envuelta en una función, a medias por costumbre y a medias como axioma de esa faceta urbana-animal-social, de la que más tarde cada intérprete se desliga para continuar con su vida, así como si no hubieran cometido un crimen de guerra emocional más, del que un miembro (o ambos) puede salir destrozado, y el otro (o ambos), sin traza de responsabilidad alguna.
Tras la primera hora de diálogos patéticos, forzados y ensayados (por los personajes) en millones de ocasiones, se va haciendo explícita la intención de cada uno, y nos encontramos entre esas paredes casi celestiales de blanco inmaculado en el apartamento, que intentan hacer de atrezo para apoyar la supuesta veracidad de él pero que llaman a gritos a ser manchadas con algo de realismo o de sentimiento auténtico, como acaba haciendo ella tras mirarse en el espejo del baño, momento en que se empieza a romper poco a poco*. Quizá sean estos muros de los pocos elementos en la película que explícitamente nos comunican un mensaje: lo que puede doler suele dejar huella.
Creo que la comprensión de este mensaje es fundamental en cualquier mente humana que se precie y practique de forma habitual la osadía de tenerse como madura. Y es que los rollos de una noche no son algo infrecuente... pero dar por hecho lo que se busca o cómo se va a actuar, tampoco.
A este respecto, quizá sea la película una buena propuesta para recordar que cuando entre el resultado deseado y el punto de vista inicial se interpone la consideración moral, nos solemos amparar en los vacíos que mejor opinión de nosotros nos hacen tener y que más nos acercan al objetivo.
Por supuesto, muy poca gente piensa esto de forma intencionada (bien sabido es que no hay que atribuir a la maldad lo que se explica por la estupidez), pero es una responsabilidad individual de la que uno no se desquita por mucho que quiera.
Para no ignorarla, a nivel personal, tenemos dos opciones: sincerarnos hasta la impracticidad dentro del teatro o retractarnos y quemar el guion.
Para mí, quizá la enseñanza mayor que se pueda sacar de la película sea que no hay vergüenza en renegar de la máscara, como decía Kafka, aunque eso conlleve a no poder participar en el juego.
Ah, y que ser un niñato emocional tiene consecuencias.
No sólo por el azul de la ciudad descubierta que tanto contrasta con el pelo rojo de ella, ni por la desconfianza que se instaura desde la primera escena con ímpetu fascista sobre las relaciones y que estandariza la infidelidad. Es tan fría porque se hace casi ajena a lo que narra.
Salvo por algún detalle (encaminado, en mi opinión, más a aportar expresividad imparcial que a realizar un juicio sentencioso), no hay mensaje más que el que el espectador quiera sacar. Y pudiera parecer de otra forma por lo extremo de la situación, pero aquí no hay ni hipérboles, ni exageraciones, ni sesgos, ni favores... ni culpas.
Esta película es hija de su tiempo, sí, pero sobre todo de su espacio.
Madrid, en su condición multitudinaria, es una ciudad donde el anonimato hace de coartada perfecta (y no vayamos a buscar mucha más excusa) para abusar de la mentira, del personajismo, del "ahora que te tengo delante, sí" y especialmente del "ahora que no te veo, no", y a la mañana siguiente, nada.
Y es que todos cerramos los ojos para dormirnos.
Partimos, entonces, de una juventud madrileña que fiel refleja la realidad: cegada. Cada vez que cae el sol se programa en la mente de la colmena un trance cuya única norma es la degradación del rito de cortejo en base a despojarle de su componente emocional, y, realmente, también el reproductivo, dejando en los huesos a una pretensión más cercana al capricho que a la necesidad o al deseo de enaltecer la experiencia humana. Cuando este motor hedonista y distante (que por sí sólo no tiene mucho de malo) entra en conflicto con alguna sensibilidad algo frágil y no apática, sucede la película que tenemos delante.
Como es de esperar en este contexto, impera una especie de teatralización de las relaciones en la que se espera que cada uno interprete cual actor de método su papel, y en el que cada pareja de una noche se ve envuelta en una función, a medias por costumbre y a medias como axioma de esa faceta urbana-animal-social, de la que más tarde cada intérprete se desliga para continuar con su vida, así como si no hubieran cometido un crimen de guerra emocional más, del que un miembro (o ambos) puede salir destrozado, y el otro (o ambos), sin traza de responsabilidad alguna.
Tras la primera hora de diálogos patéticos, forzados y ensayados (por los personajes) en millones de ocasiones, se va haciendo explícita la intención de cada uno, y nos encontramos entre esas paredes casi celestiales de blanco inmaculado en el apartamento, que intentan hacer de atrezo para apoyar la supuesta veracidad de él pero que llaman a gritos a ser manchadas con algo de realismo o de sentimiento auténtico, como acaba haciendo ella tras mirarse en el espejo del baño, momento en que se empieza a romper poco a poco*. Quizá sean estos muros de los pocos elementos en la película que explícitamente nos comunican un mensaje: lo que puede doler suele dejar huella.
Creo que la comprensión de este mensaje es fundamental en cualquier mente humana que se precie y practique de forma habitual la osadía de tenerse como madura. Y es que los rollos de una noche no son algo infrecuente... pero dar por hecho lo que se busca o cómo se va a actuar, tampoco.
A este respecto, quizá sea la película una buena propuesta para recordar que cuando entre el resultado deseado y el punto de vista inicial se interpone la consideración moral, nos solemos amparar en los vacíos que mejor opinión de nosotros nos hacen tener y que más nos acercan al objetivo.
Por supuesto, muy poca gente piensa esto de forma intencionada (bien sabido es que no hay que atribuir a la maldad lo que se explica por la estupidez), pero es una responsabilidad individual de la que uno no se desquita por mucho que quiera.
Para no ignorarla, a nivel personal, tenemos dos opciones: sincerarnos hasta la impracticidad dentro del teatro o retractarnos y quemar el guion.
Para mí, quizá la enseñanza mayor que se pueda sacar de la película sea que no hay vergüenza en renegar de la máscara, como decía Kafka, aunque eso conlleve a no poder participar en el juego.
Ah, y que ser un niñato emocional tiene consecuencias.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
* Esa espiral de acciones peligrosas y comportamientos patológicamente despreocupados que tiene ella alcanza su culmen en la tercera pregunta que le hace. "Si te pido que te quedes conmigo porque ahora no puedo estar sola, ¿qué me dirías?"
En este punto, la reacción de él es determinante pero, incapaz de medir las consecuencias de sus actos y sin saber muy bien a qué se refiere, le contesta un "Te diría que no". A partir de aquí, no hay vuelta atrás.
Y es que toda la película nos hemos encontrado ante un "Antisíndrome de Estocolmo" en el que la estereotípica chiquilla indefensa desea profundamente tener una cercanía con su futuro captor, haciéndose (dentro del juego social) realidad, e incluso atreviéndose inocentemente a ir más allá de lo que su función permite, viviendo por las malas las consecuencias de excederse, que son ver su capacidad de confiar en el resto terriblemente destrozada de un sólo golpe y perder la esperanza hasta el punto de lanzarse al vacío.
En este punto, la reacción de él es determinante pero, incapaz de medir las consecuencias de sus actos y sin saber muy bien a qué se refiere, le contesta un "Te diría que no". A partir de aquí, no hay vuelta atrás.
Y es que toda la película nos hemos encontrado ante un "Antisíndrome de Estocolmo" en el que la estereotípica chiquilla indefensa desea profundamente tener una cercanía con su futuro captor, haciéndose (dentro del juego social) realidad, e incluso atreviéndose inocentemente a ir más allá de lo que su función permite, viviendo por las malas las consecuencias de excederse, que son ver su capacidad de confiar en el resto terriblemente destrozada de un sólo golpe y perder la esperanza hasta el punto de lanzarse al vacío.
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