Tenso policíaco de esmerada caligrafía y cierta potencia narrativa, con actores en auténtica ignición (Jude Law recuerda al mejor Gene Hackman y Nicholas Hoult al príncipe de Beckelar), con mimbres para ser una película rotunda, pero bastante superficial en su desarrollo. Le pasa al film lo que le ocurre a La Orden que le da nombre: aunque le echa ganas y le pone empeño y por momentos la cosa parece marchar, hay un nivel que no alcanza, básicamente por un flojo tratamiento de los personajes. Es la típica historia de federal impetuoso a la caza de criminal contumaz, solo que un poco por encima de la media. Disfrutable.

Thriller sólido, potente, que, si bien no llega a dejarte sin aliento, como parece augurar la banda sonora en los créditos iniciales (impresionantes vistas de un bellísimo Milán nocturno con ecos de Michael Mann y Alfred Hitchcock), logra elevar la tensión hasta hacerla casi insoportable en la escena clave del traslado de diamantes. A partir de ahí uno ya no puede apartar la mirada de esta historia, narrada con una admirable fluidez y sobriedad, y sostenida por una interpretación central de Pierfrancesco Favino absolutamente formidable, que comunica con precisión de orfebre, hasta la última y emocionante escena, toda la humanidad del bueno de Franco Amore, el policía que nunca dispara.

Estamos ante una historia manida, pero contada de otra forma, entre fascinante y desesperante. Largos planos secuencia, paneos interminables, lentísimos travellings circulares o laterales, actores que parecen haber olvidado sus líneas hasta que por fin arrancan...El misterio no es tanto quién mató a la niña sino cuánto durará esta vez el plano, o cómo terminará, pues al director le gusta montar dentro de él y reconstruirlo. El film, con una potente fotografía en blanco y negro, va sobrado de estilo, de atmósfera, de trascendencia, de cualidades oníricas y escenas impresionantes, pero en la misma medida posee una gran capacidad de sedación. Aguantarlo hasta el final requiere de un espectador curtido. O sea, que es la obra de un hipnotizador, para bien y para mal. A quien esto escribe la propuesta le ha impactado sin llegar a cautivarlo.

De todo hace ya 20 años, también del Efecto 2000. Nada ocurrió por su culpa salvo, ahora, esta película infame, que ya es bastante daño. No estaba mal el concepto, daba juego, pero el enfoque es grosero y chapucero, muy poco inspirado. En cuanto el caos estalla en la fiesta, se ve venir el desastre, y no precisamente el que los guionistas planearon. Ni los robotijos evitan el apocalypshit. La comedia se toma tan pero tan poco en serio que pone al Fred Durst de 2024 a hacer de sí mismo en el año 2000. Ya puestos, ¿por qué Alicia Silverstone hace de la madre y no de la compañera de instituto de Harry Potter Osment? En fin, los años pasan como agua, el tiempo vuela. No lo pierdan con esta tontería.

Mediocre película con tufillo a producción de Luc Besson que solo se salva por el escenario exótico, cierto sentido del espectáculo y algunas peleas particularmente brutales coreografiadas a la Gareth Evans (la cruda escena del ascensor, por ejemplo). Se trata de un film bastante derivativo, que toma de aquí y de allá para armar su relato con muy poca convicción y atención a los personajes, poniendo al frente a un actor cincelado por los dioses pero soso como él solo y con tanto carisma como grasa (es un entrante para Olivier Gourmet). La cosa va dando bandazos de un género a otro hasta configurarse como una película de venganza obsesiva en su segunda mitad. Tiene un poquito de todo - tan pronto te aparece una suerte de Miyagi, como un fantasma o un trío de ladyboys o un final boss-, pero no aporta nada a mi juicio este cóctel, que tampoco es que sea un bebistrajo. Se puede ver y se puede ignorar perfectamente.