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6.1
1,692
6
30 de marzo de 2025
30 de marzo de 2025
18 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
No suelo llorar con las películas de espías. Tampoco esperaba que esta me rompiera el corazón. Pero ahí estaba yo, en la butaca, mascando palomitas saladas mientras Michael Fassbender y Cate Blanchett me destrozaban con una simple mirada. "Black Bag" no es la típica historia de misiones imposibles y gadgets brillantes. Es otra cosa: un drama disfrazado de thriller, donde las armas más peligrosas son las palabras no dichas y los secretos que duermen entre dos almohadas.
Steven Soderbergh, ese tipo que puede hacer desde "Ocean's Eleven" hasta dramas indie con los ojos cerrados, vuelve a demostrar que nadie como él para contar historias de adultos para adultos. Aquí nos coloca frente a George y Kathryn, una pareja de espías que lleva tanto tiempo mintiendo al mundo que ya no saben si se mienten a sí mismos. Cuando ella es acusada de traición, la película se convierte en un juego de mesa familiar, donde las fichas son vidas humanas y el tablero huele a café frío y documentos clasificados.
Lo genial es cómo evita todos los clichés. No verás coches volando ni persecuciones por tejados. En su lugar, hay escenas que te clavan: una conversación en la cocina a las 3 a. m., un detector de mentiras que parece leer el alma más que las pulsaciones, un beso que sabe a despedida. Fassbender tiene esa manera de actuar con los hombros, como si llevara el peso del mundo encima. Blanchett, en cambio, te engaña con sonrisas que no llegan a los ojos. Juntos son fuego y hielo, y verlos trabajar es como asistir a una masterclass de actuación.
El resto del reparto (Naomie Harris, Regé-Jean Page y un Pierce Brosnan que por fin deja atrás a Bond) podría robar la película en cualquier otro contexto, pero aquí son el perfecto segundo violín, añadiendo matices sin estorbar. Especialmente brutal Brosnan en su papel de jefe desencantado, con ese cansancio de quien ha visto demasiado.
Soderbergh dirige como siempre: sin florituras, con planos que parecen simples hasta que te das cuenta de que cada encuadre es un puñetazo emocional. Usa los silencios como armas, y los diálogos de David Koepp (el guionista de "Parque Jurásico", nada menos) cortan más que cualquier cuchillo. Eso sí, aviso: si buscas explosiones cada diez minutos, esto no es tu película. Aquí la tensión viene de preguntas como "¿Por qué ha tardado dos segundos más de lo normal en responder?" o "¿Qué significa ese ligero temblor en su mano izquierda?".
Steven Soderbergh, ese tipo que puede hacer desde "Ocean's Eleven" hasta dramas indie con los ojos cerrados, vuelve a demostrar que nadie como él para contar historias de adultos para adultos. Aquí nos coloca frente a George y Kathryn, una pareja de espías que lleva tanto tiempo mintiendo al mundo que ya no saben si se mienten a sí mismos. Cuando ella es acusada de traición, la película se convierte en un juego de mesa familiar, donde las fichas son vidas humanas y el tablero huele a café frío y documentos clasificados.
Lo genial es cómo evita todos los clichés. No verás coches volando ni persecuciones por tejados. En su lugar, hay escenas que te clavan: una conversación en la cocina a las 3 a. m., un detector de mentiras que parece leer el alma más que las pulsaciones, un beso que sabe a despedida. Fassbender tiene esa manera de actuar con los hombros, como si llevara el peso del mundo encima. Blanchett, en cambio, te engaña con sonrisas que no llegan a los ojos. Juntos son fuego y hielo, y verlos trabajar es como asistir a una masterclass de actuación.
El resto del reparto (Naomie Harris, Regé-Jean Page y un Pierce Brosnan que por fin deja atrás a Bond) podría robar la película en cualquier otro contexto, pero aquí son el perfecto segundo violín, añadiendo matices sin estorbar. Especialmente brutal Brosnan en su papel de jefe desencantado, con ese cansancio de quien ha visto demasiado.
Soderbergh dirige como siempre: sin florituras, con planos que parecen simples hasta que te das cuenta de que cada encuadre es un puñetazo emocional. Usa los silencios como armas, y los diálogos de David Koepp (el guionista de "Parque Jurásico", nada menos) cortan más que cualquier cuchillo. Eso sí, aviso: si buscas explosiones cada diez minutos, esto no es tu película. Aquí la tensión viene de preguntas como "¿Por qué ha tardado dos segundos más de lo normal en responder?" o "¿Qué significa ese ligero temblor en su mano izquierda?".
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Que nadie me odie por esto, pero hay que hablar de ESA escena. Cuando descubrimos que el villano era Stieglitz (ese personaje que casi ni recordábamos), sentí como si me hubieran engañado a mí también. La manera en que Blanchett le dice "Tu juego se acabó" sin levantar la voz es para enmarcar. Y ese final con la cuenta suiza... Dios, qué deliciosamente cínico. Como si Soderbergh nos dijera: "Sí, el amor gana, pero hace falta dinero para disfrutarlo".
Lo mejor es que la película no juzga. Nos muestra a dos personas rotas que encuentran una salida, aunque sea manchada de sangre y billetes. Cuando se alejan cogidos de la mano, uno casi puede oír a John le Carré susurrando: "Así es como termina esto, no con un bang, sino con un suspiro y un extracto bancario".
El final... bueno, el final es de esos que te dejan pensando días después. Sin spoilear demasiado, diré que resuelve las cosas con inteligencia, aunque algún fan del género podría echar de menos más consecuencias duras. Pero así es "Black Bag": prefiere ser humana antes que espectacular. Como esa escena donde ambos protagonistas, exhaustos, se sientan en el borde de la cama sin mirarse, y de pronto tú entiendes todo su matrimonio en ese instante.
Lo mejor es que la película no juzga. Nos muestra a dos personas rotas que encuentran una salida, aunque sea manchada de sangre y billetes. Cuando se alejan cogidos de la mano, uno casi puede oír a John le Carré susurrando: "Así es como termina esto, no con un bang, sino con un suspiro y un extracto bancario".
El final... bueno, el final es de esos que te dejan pensando días después. Sin spoilear demasiado, diré que resuelve las cosas con inteligencia, aunque algún fan del género podría echar de menos más consecuencias duras. Pero así es "Black Bag": prefiere ser humana antes que espectacular. Como esa escena donde ambos protagonistas, exhaustos, se sientan en el borde de la cama sin mirarse, y de pronto tú entiendes todo su matrimonio en ese instante.
9
22 de marzo de 2025
22 de marzo de 2025
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
La animación para adultos está viviendo una época dorada, y "Efectos secundarios" lo demuestra con creces. Creada por Joe Bennett y Steve Hely, esta serie ya está dando que hablar incluso antes de su estreno. ¿La razón? Dos científicos, Marshall y Frances, descubren un hongo con propiedades curativas increíbles... y claro, las farmacéuticas y el gobierno se les echan encima para tapar el asunto. Tras ver su piloto en Annecy y la Comic Con, muchos estábamos ansiosos por ver cómo mezclaría thriller, conspiración y ese humor ácido que nos gusta.
Una Trama que Engancha (y Revuelve)
La serie enfrenta la ambición desmedida de las farmacéuticas contra la esperanza de una cura revolucionaria. El ritmo es trepidante, casi adictivo, aunque a veces se nota que quieren meter demasiado en 20 minutos. Los diálogos son una bomba: inteligentes, con capas y momentos de humor tan absurdo que te sacan una sonrisa incluso cuando tratan temas serios. Eso sí, no esperes el tono loco de Rick y Morty: aquí hay más drama y menos chistes fáciles. Algunos critican que el humor choca con la crudeza de la trama, pero para mí, ese contraste le da personalidad.
Visualmente... ¿Un Viaje Psicodélico?
La animación es una pasada, sobre todo en las escenas donde el hongo alucinógeno hace efecto. Colores que explotan, formas retorcidas, un estilo que recuerda a Scavengers Reign (vamos, lo de Joe Bennett tiene sello propio). Eso sí, los personajes son... peculiares. Cabezas gigantes, cuerpos como de bebés adultos. Al principio cuesta, pero luego le ves sentido: transmiten emociones de forma exagerada, casi grotesca, y eso refuerza la sátira. Mención aparte para la banda sonora: ¡descubrí el Italo Disco gracias a esta serie!
Voces que Dan Vida (y Miedo)
¡Las actuaciones de voz son brutales! Dave King y Emily Pendergast (Marshall y Frances) suenan tan reales que olvidas que son dibujos. Mike Judge, como el villano Rick Kruger, está en estado de gracia: malo malísimo, pero con un punto ridículo que lo hace memorable. Y Martha Kelly, como la agente Harrington, roba escenas con su voz muerta y sarcástica.
¿Le Pongo Un Pero?
Algunos episodios se sienten algo apresurados. Con tanto giro y conspiración, a veces necesitarías respirar. También noté que en ciertas escenas la animación pierde fluidez, como si hubieran recortado en los fotogramas. Nada grave, pero se nota.
En Resumen
Common Side Effects es de esas series que te atrapan por lo original y lo bien hecha. No es perfecta: tiene ritmo desigual y un estilo visual que no gustará a todos. Pero entre su crítica mordaz a la industria médica, las actuaciones de lujo y esos giros que te dejan en shock, se merece una oportunidad. Si te van las historias con cerebro, personajes complejos y un toque de surrealismo, esta es tu próxima obsesión. Adult Swim ha vuelto a acertar.
Una Trama que Engancha (y Revuelve)
La serie enfrenta la ambición desmedida de las farmacéuticas contra la esperanza de una cura revolucionaria. El ritmo es trepidante, casi adictivo, aunque a veces se nota que quieren meter demasiado en 20 minutos. Los diálogos son una bomba: inteligentes, con capas y momentos de humor tan absurdo que te sacan una sonrisa incluso cuando tratan temas serios. Eso sí, no esperes el tono loco de Rick y Morty: aquí hay más drama y menos chistes fáciles. Algunos critican que el humor choca con la crudeza de la trama, pero para mí, ese contraste le da personalidad.
Visualmente... ¿Un Viaje Psicodélico?
La animación es una pasada, sobre todo en las escenas donde el hongo alucinógeno hace efecto. Colores que explotan, formas retorcidas, un estilo que recuerda a Scavengers Reign (vamos, lo de Joe Bennett tiene sello propio). Eso sí, los personajes son... peculiares. Cabezas gigantes, cuerpos como de bebés adultos. Al principio cuesta, pero luego le ves sentido: transmiten emociones de forma exagerada, casi grotesca, y eso refuerza la sátira. Mención aparte para la banda sonora: ¡descubrí el Italo Disco gracias a esta serie!
Voces que Dan Vida (y Miedo)
¡Las actuaciones de voz son brutales! Dave King y Emily Pendergast (Marshall y Frances) suenan tan reales que olvidas que son dibujos. Mike Judge, como el villano Rick Kruger, está en estado de gracia: malo malísimo, pero con un punto ridículo que lo hace memorable. Y Martha Kelly, como la agente Harrington, roba escenas con su voz muerta y sarcástica.
¿Le Pongo Un Pero?
Algunos episodios se sienten algo apresurados. Con tanto giro y conspiración, a veces necesitarías respirar. También noté que en ciertas escenas la animación pierde fluidez, como si hubieran recortado en los fotogramas. Nada grave, pero se nota.
En Resumen
Common Side Effects es de esas series que te atrapan por lo original y lo bien hecha. No es perfecta: tiene ritmo desigual y un estilo visual que no gustará a todos. Pero entre su crítica mordaz a la industria médica, las actuaciones de lujo y esos giros que te dejan en shock, se merece una oportunidad. Si te van las historias con cerebro, personajes complejos y un toque de surrealismo, esta es tu próxima obsesión. Adult Swim ha vuelto a acertar.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
¿El momento WTF? Cuando Marshall finge su muerte y acaba en la cárcel, controlado por los jefazos de la farmacéutica. Frances, por su parte, toma una decisión que te deja con la boca abierta: ¿sacrificar la cura o jugársela todo? Y los agentes Copano y Harrington, que empezaron como enemigos, acaban teniendo más matices de lo esperado. ¡Hildy traicionando a Marshall fue el remate final!
7
21 de marzo de 2025
21 de marzo de 2025
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
"La chica de la aguja", el último trabajo de Magnus von Horn, no es una película: es un golpe bajo, una zambullida sin oxígeno en una Dinamarca rota y arrastrada al fango tras la Primera Guerra Mundial. Olvídense de postales nostálgicas o dramas edulcorados. Von Horn nos planta de bruces ante un mundo donde la moral es un lujo y la desesperación marca el compás de cada decisión.
El blanco y negro no es aquí un truco visual bonito. Es un puñal. La ausencia de color destripa la miseria con una crudeza que duele. Las sombras no solo envuelven calles y rostros, sino que retratan la podredumbre que carcome a los personajes. La fotografía, soberbia, juega con la luz como si fuera un personaje más, dibujando una Copenhague donde la pobreza respira por cada grieta.
En este infierno, Victoria Carmen Sonne (Karoline) se rompe en pedazos ante nuestros ojos. Su interpretación es un volcán contenido: la inocencia inicial se agrieta paso a paso, devorada por un sistema que aplasta sin piedad. Sonne construye a una mujer que lucha por no ahogarse, pero cuyas manos solo alcanzan a agarrarse a lo que sea… aunque sea el filo de una navaja.
Pero quien realmente te paraliza es Trine Dyrholm. Su Dagmar es una de esas actuaciones que se clavan en la memoria: fría, calculadora, un depredador con sonrisa de vecina. Dyrholm no interpreta, habita el papel. Cada mirada, cada silencio, es un mordisco a la ética. El duelo entre ambas actrices no es química: es gasolina y cerillas en un sótano cerrado.
Von Horn dirige con mano de cirujano: ni un gramo de sensacionalismo, pero tampoco piedad. El ritmo es lento, sí, pero necesario. Te obliga a tragar cada segundo de esa atmósfera que aprieta el pecho. No busca que te estremezcas, sino que te cuestiones hasta dónde llegarías tú en su lugar. Y lo peor es que, bajo la piel de drama histórico, late una denuncia actual: cómo los de arriba devoran a los que ya están en el suelo.
¿Defectos? Para algunos, ciertos pasajes se arrastran o algún giro resulta previsible. Pero son pegas menores ante un filme que te sacude con imágenes que no se borran. "La chica de la aguja" duele. Te deja cicatrices. Y es justo ahí, en esa incomodidad que persiste días después, donde demuestra su fuerza. No es cine para entretener: es un espejo sucio donde ver reflejadas las peores versiones de nosotros mismos. De esos que, como la aguja del título, perforan y no sales igual.
El blanco y negro no es aquí un truco visual bonito. Es un puñal. La ausencia de color destripa la miseria con una crudeza que duele. Las sombras no solo envuelven calles y rostros, sino que retratan la podredumbre que carcome a los personajes. La fotografía, soberbia, juega con la luz como si fuera un personaje más, dibujando una Copenhague donde la pobreza respira por cada grieta.
En este infierno, Victoria Carmen Sonne (Karoline) se rompe en pedazos ante nuestros ojos. Su interpretación es un volcán contenido: la inocencia inicial se agrieta paso a paso, devorada por un sistema que aplasta sin piedad. Sonne construye a una mujer que lucha por no ahogarse, pero cuyas manos solo alcanzan a agarrarse a lo que sea… aunque sea el filo de una navaja.
Pero quien realmente te paraliza es Trine Dyrholm. Su Dagmar es una de esas actuaciones que se clavan en la memoria: fría, calculadora, un depredador con sonrisa de vecina. Dyrholm no interpreta, habita el papel. Cada mirada, cada silencio, es un mordisco a la ética. El duelo entre ambas actrices no es química: es gasolina y cerillas en un sótano cerrado.
Von Horn dirige con mano de cirujano: ni un gramo de sensacionalismo, pero tampoco piedad. El ritmo es lento, sí, pero necesario. Te obliga a tragar cada segundo de esa atmósfera que aprieta el pecho. No busca que te estremezcas, sino que te cuestiones hasta dónde llegarías tú en su lugar. Y lo peor es que, bajo la piel de drama histórico, late una denuncia actual: cómo los de arriba devoran a los que ya están en el suelo.
¿Defectos? Para algunos, ciertos pasajes se arrastran o algún giro resulta previsible. Pero son pegas menores ante un filme que te sacude con imágenes que no se borran. "La chica de la aguja" duele. Te deja cicatrices. Y es justo ahí, en esa incomodidad que persiste días después, donde demuestra su fuerza. No es cine para entretener: es un espejo sucio donde ver reflejadas las peores versiones de nosotros mismos. De esos que, como la aguja del título, perforan y no sales igual.

6.1
8,579
5
17 de marzo de 2025
17 de marzo de 2025
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Bong Joon-ho, el genio detrás de la arrolladora Parásitos, vuelve a la carga con Mickey 17, una cinta de ciencia ficción que prometía arrasar. La receta sonaba imbatible: director de culto, Robert Pattinson de protagonista y una premisa distópica de vértigo. Pero lo que podría haber sido otro bombazo se queda en un experimento raro, un puzzle narrativo con piezas sueltas que, aunque brillan por separado, no acaban de encajar.
La cinta nos planta en un futuro donde la Tierra agoniza y la humanidad busca colonizar nuevos mundos. Ahí entra Mickey Barnes (Pattinson), un «prescindible»: el tipo al que mandan a misiones suicidas sabiendo que, tras morir, lo clonarán de nuevo con sus recuerdos intactos. La premisa es jugosa y plantea preguntas gordas: ¿qué vale una vida que se puede repetir como un bucle? ¿Dónde está tu identidad si eres reemplazable como una pieza de repuesto?
Sobre este colchón de ideas, Bong teje una película que baila entre la sátira, la comedia negra y la aventura espacial… pero se le va de las manos. La dirección, aunque tiene momentos visuales brutales (la nave espacial y el planeta Niflheim son una pasada), no tiene el pulso firme de sus obras anteriores. El guion, también suyo, se pierde en subtramas que nacen y mueren sin pena ni gloria. Hay ideas que podrían dar para tres pelis, pero aquí se amontonan como trastos en un trastero.
La crítica social, su sello, está presente pero chirría. El capitalismo salvaje, la explotación laboral… todo se aborda con un martillo en vez de un bisturí. Los villanos, un magnate espacial (Mark Ruffalo) y su mujer obsesionada con una salsa (Toni Collette), rozan el esperpento. Los actores se lo rifan, sí, pero tanta caricatura termina por cansar.
El faro en este caos es Pattinson. El tío está en su salsa: da vida a cada clon de Mickey con matices que te hacen notar que son la misma persona, pero no. Es como ver a un tipo desdoblar su alma en versiones que se resisten a ser copias. Una pena que el resto del reparto, con Naomi Ackie y Steven Yeun a la cabeza, se quede en un «cumplir sin triunfar». La banda sonora, por su parte, pasa sin hacer ruido.
En resumen, Mickey 17 es un cóctel de ambición y desorden. Tiene chispazos geniales, sobre todo gracias a Pattinson, pero se ahoga en su propio maremágnum de ideas. No es un fracaso, pero duele ver a Bong Joon-ho tropezar con una piedra que él mismo puso en el camino. La clonación, aquí, no salva ni a la película.
La cinta nos planta en un futuro donde la Tierra agoniza y la humanidad busca colonizar nuevos mundos. Ahí entra Mickey Barnes (Pattinson), un «prescindible»: el tipo al que mandan a misiones suicidas sabiendo que, tras morir, lo clonarán de nuevo con sus recuerdos intactos. La premisa es jugosa y plantea preguntas gordas: ¿qué vale una vida que se puede repetir como un bucle? ¿Dónde está tu identidad si eres reemplazable como una pieza de repuesto?
Sobre este colchón de ideas, Bong teje una película que baila entre la sátira, la comedia negra y la aventura espacial… pero se le va de las manos. La dirección, aunque tiene momentos visuales brutales (la nave espacial y el planeta Niflheim son una pasada), no tiene el pulso firme de sus obras anteriores. El guion, también suyo, se pierde en subtramas que nacen y mueren sin pena ni gloria. Hay ideas que podrían dar para tres pelis, pero aquí se amontonan como trastos en un trastero.
La crítica social, su sello, está presente pero chirría. El capitalismo salvaje, la explotación laboral… todo se aborda con un martillo en vez de un bisturí. Los villanos, un magnate espacial (Mark Ruffalo) y su mujer obsesionada con una salsa (Toni Collette), rozan el esperpento. Los actores se lo rifan, sí, pero tanta caricatura termina por cansar.
El faro en este caos es Pattinson. El tío está en su salsa: da vida a cada clon de Mickey con matices que te hacen notar que son la misma persona, pero no. Es como ver a un tipo desdoblar su alma en versiones que se resisten a ser copias. Una pena que el resto del reparto, con Naomi Ackie y Steven Yeun a la cabeza, se quede en un «cumplir sin triunfar». La banda sonora, por su parte, pasa sin hacer ruido.
En resumen, Mickey 17 es un cóctel de ambición y desorden. Tiene chispazos geniales, sobre todo gracias a Pattinson, pero se ahoga en su propio maremágnum de ideas. No es un fracaso, pero duele ver a Bong Joon-ho tropezar con una piedra que él mismo puso en el camino. La clonación, aquí, no salva ni a la película.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
El mayor problema de Mickey 17 es que parece dos pelis en una. Por un lado, el viaje existencial de Mickey y sus clones; por otro, los aliens de Niflheim, que pasan de ser monstruos a víctimas de la colonización humana. Cada trama por separado mola, pero juntas chocan como aceite y agua.
La relación entre Mickey 17 y 18 podía ser oro puro: imagina explorar cómo dos clones pelean por su identidad o se alían contra el sistema. Pero no. Todo se reduce a persecuciones y gags que, aunque entretienen, dejan el drama filosófico en el tintero.
Los villanos son el cliché hecho persona. Ruffalo y Collette hacen lo que pueden, pero sus personajes son tan sutiles como un puñetazo en la cara. Lo de la salsa… ¿En serio? Parece un chiste malo que se repite hasta la náusea.
El final quiere ser épico y esperanzador, pero sabe a poco. La paz con los aliens se resuelve con un «y vivieron felices» que no convence. Y el sacrificio de Mickey 18, en vez de emocionar, parece un parche rápido para cerrar el chiringuito.
En definitiva, Mickey 17 es como un menú degustación donde cada plato tiene potencial, pero ninguno te llena. Bong sigue siendo un maestro, pero aquí la ambición le jugó una mala pasada. Y sí, después de Parásitos, la decepción duele un poco más.
La relación entre Mickey 17 y 18 podía ser oro puro: imagina explorar cómo dos clones pelean por su identidad o se alían contra el sistema. Pero no. Todo se reduce a persecuciones y gags que, aunque entretienen, dejan el drama filosófico en el tintero.
Los villanos son el cliché hecho persona. Ruffalo y Collette hacen lo que pueden, pero sus personajes son tan sutiles como un puñetazo en la cara. Lo de la salsa… ¿En serio? Parece un chiste malo que se repite hasta la náusea.
El final quiere ser épico y esperanzador, pero sabe a poco. La paz con los aliens se resuelve con un «y vivieron felices» que no convence. Y el sacrificio de Mickey 18, en vez de emocionar, parece un parche rápido para cerrar el chiringuito.
En definitiva, Mickey 17 es como un menú degustación donde cada plato tiene potencial, pero ninguno te llena. Bong sigue siendo un maestro, pero aquí la ambición le jugó una mala pasada. Y sí, después de Parásitos, la decepción duele un poco más.
9
23 de marzo de 2025
23 de marzo de 2025
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Recordáis esa sensación de ver algo que te engancha desde el primer minuto? Pues True Detective lo consigue con su intro: imágenes distorsionadas, paisajes que dan grima y "Far From Any Road" sonando como un lamento. Te avisa: esto no va de policías persiguiendo malos. Va de dos tipos hechos polvo, pantanos que huelen a podrido y preguntas que te revuelven el estómago.
Nic Pizzolatto, el escritor, no se anda con tonterías. Nos planta en 2012, con Marty y Rust viejos y amargados, contando su versión de un caso que les jodió la vida. Y luego, zas, nos manda a 1995, cuando eran jóvenes (o algo parecido) y empezaban a investigar lo de Dora Lange, una chica muerta en un ritual de pesadilla. Lo bueno es que los saltos en el tiempo no son para marear, sino para que veas cómo el caso les va carcomiendo. Como cuando miras una foto antigua y piensas: "Joder, ¿en qué momento se nos torció todo?".
Y luego está Fukunaga, el director. Este tío hace que cada plano te meta en Luisiana hasta el cuello: el calor asfixiante, la humedad que se te pega a la piel, los pueblos perdidos donde hasta las casas parecen conspirar. ¿Y el plano secuencia del capítulo 4? Olvídate de efectos especiales. Es pura tensión cruda, como si estuvieras ahí, corriendo entre balas y gritos. La fotografía, toda lavada en verde y marrón, te deja la misma resaca que una noche de bourbon.
Pero vamos, lo que te clava a la silla son McConaughey y Harrelson. Rust Cohle (McConaughey) es ese colega que en una cena suelta: "El universo es un sueño de un muerto" y te deja sin postre. Monólogo tras monólogo, te hipnotiza con su filosofía de bar de carretera. Marty (Harrelson), en cambio, es el típico "yo solo hago mi trabajo", pero con un matrimonio hecho trizas y una moral que se le resquebraja. Juntos son como gasolina y fuego: se pelean, se cubren las espaldas y, en el fondo, se necesitan más de lo que admitirían.
La serie no te regala respuestas. Te lanza preguntas: ¿el mal existe de verdad o lo llevamos dentro? ¿Hay algo más allá de esta mierda? Y sí, hay toques de Lovecraft y cultos raros, pero todo muy terrenal. Aquí los monstruos son humanos, con corbata o cubiertos de barro.
¿Defectos? Bueno, hay capítulos que van más tranquilos, hablando de los traumas de los personajes, y a lo mejor te pica el gusanillo de que "avance ya el caso". Y el final… Bueno, llegamos a los spoilers. Pero incluso eso le da carácter: no es una serie para complacer, sino para sacudirte.
En fin, True Detective es de esas que te dejan marcado. No es solo verla: es fumarse un cigarro después del último capítulo, preguntándote cómo coño han hecho para meterte tanto en su mundo.
Nic Pizzolatto, el escritor, no se anda con tonterías. Nos planta en 2012, con Marty y Rust viejos y amargados, contando su versión de un caso que les jodió la vida. Y luego, zas, nos manda a 1995, cuando eran jóvenes (o algo parecido) y empezaban a investigar lo de Dora Lange, una chica muerta en un ritual de pesadilla. Lo bueno es que los saltos en el tiempo no son para marear, sino para que veas cómo el caso les va carcomiendo. Como cuando miras una foto antigua y piensas: "Joder, ¿en qué momento se nos torció todo?".
Y luego está Fukunaga, el director. Este tío hace que cada plano te meta en Luisiana hasta el cuello: el calor asfixiante, la humedad que se te pega a la piel, los pueblos perdidos donde hasta las casas parecen conspirar. ¿Y el plano secuencia del capítulo 4? Olvídate de efectos especiales. Es pura tensión cruda, como si estuvieras ahí, corriendo entre balas y gritos. La fotografía, toda lavada en verde y marrón, te deja la misma resaca que una noche de bourbon.
Pero vamos, lo que te clava a la silla son McConaughey y Harrelson. Rust Cohle (McConaughey) es ese colega que en una cena suelta: "El universo es un sueño de un muerto" y te deja sin postre. Monólogo tras monólogo, te hipnotiza con su filosofía de bar de carretera. Marty (Harrelson), en cambio, es el típico "yo solo hago mi trabajo", pero con un matrimonio hecho trizas y una moral que se le resquebraja. Juntos son como gasolina y fuego: se pelean, se cubren las espaldas y, en el fondo, se necesitan más de lo que admitirían.
La serie no te regala respuestas. Te lanza preguntas: ¿el mal existe de verdad o lo llevamos dentro? ¿Hay algo más allá de esta mierda? Y sí, hay toques de Lovecraft y cultos raros, pero todo muy terrenal. Aquí los monstruos son humanos, con corbata o cubiertos de barro.
¿Defectos? Bueno, hay capítulos que van más tranquilos, hablando de los traumas de los personajes, y a lo mejor te pica el gusanillo de que "avance ya el caso". Y el final… Bueno, llegamos a los spoilers. Pero incluso eso le da carácter: no es una serie para complacer, sino para sacudirte.
En fin, True Detective es de esas que te dejan marcado. No es solo verla: es fumarse un cigarro después del último capítulo, preguntándote cómo coño han hecho para meterte tanto en su mundo.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Al final, todo se reduce a Errol Childress, un enfermo con una casa llena de túneles y un pasado de familia de locos. Sí, el Rey Amarillo y Carcosa terminan siendo un tío con cicatrices y un antro bajo tierra. Para algunos, fue como si te prometieran el apocalipsis y al final solo lloviera. ¿Conspiración de ricos poderosos? Nah, un psicópata más, aunque bien jodido.
Lo de Rust, casi muerto, diciendo que "la luz está ganando"… ¿En serio? ¿El mismo que soltaba perlas como "somos cosas que se equivocan de existencia"? A mí me cuadra: hasta el más negro nihilismo tiene un resquicio para la esperanza. O quizá es que el dolor le reblandeció el cerebro.
¿El final es flojo? Puede. Pero la gracia de la serie no era resolver el crimen, sino ver cómo Marty y Rust salían (o no) del pantano. Y eso, amigos, lo borda.
¿Perfecta? No. ¿Te la recomiendo? Más que el último café de la oficina. Una temporada que, con sus miserias y grandezas, te deja el poso de las obras que importan.
Lo de Rust, casi muerto, diciendo que "la luz está ganando"… ¿En serio? ¿El mismo que soltaba perlas como "somos cosas que se equivocan de existencia"? A mí me cuadra: hasta el más negro nihilismo tiene un resquicio para la esperanza. O quizá es que el dolor le reblandeció el cerebro.
¿El final es flojo? Puede. Pero la gracia de la serie no era resolver el crimen, sino ver cómo Marty y Rust salían (o no) del pantano. Y eso, amigos, lo borda.
¿Perfecta? No. ¿Te la recomiendo? Más que el último café de la oficina. Una temporada que, con sus miserias y grandezas, te deja el poso de las obras que importan.
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