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Críticas 4
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
6
25 de junio de 2009
10 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Entretenida comedia, italianísima en todos los aspectos. Por una parte, las caracterizaciones del empresario Lorenzo Santenocito (Vittorio Gassman), verborreico, epicúreo, falto de escrúpulos, y la del magistrado Mariano Bonifazi (Ugo Tognazzi), funcionario probo e incorruptible. Por otra parte, la banda sonora de Carlo Rustichelli, muy similar a las de Nino Rota en tantas películas de Fellini. También por la aparición de numerosos personajes secundarios -ninguno de los cuales resulta plano-, que contribuyen a crear una rica polifonía en torno a las dos figuras que protagonizan la historia.

El desarrollo de la trama -la investigación del juez en torno a un asesinato en el que el empresario podría estar implicado- a veces parece un mero sostén, un apoyo para que Gassman y Tognazzi puedan realizar eso que suele llamarse "duelo interpretativo" entre grandes actores. La película concluye con una secuencia de marcado simbolismo, en la que el título 'In nome del popolo italiano' adquiere plena significación más allá de la simple fórmula judicial.
29 de diciembre de 2011 2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Es esta película de Mauro Bolognini celuloide amarillento, abarquillado, como un periódico viejo? En buena parte sí, y precisamente por eso se ve con cierto interés retrospectivo. Producto de su momento histórico -primeros setenta-, pretende denunciar la asimetría del sistema judicial italiano, pero también, a la postre, destacar la necesidad de comprensión mutua entre dos bandos sociales enfrentados.

La anécdota de la que surge toda la trama es la doble muerte, de un estudiante y de un policía, durante una manifestación de activistas de izquierdas. A partir de aquí se incoa un proceso -el interno, el que viene exigido por los hechos de la ficción- para buscar a los dos culpables de homicidio, pero de forma simultánea la propia narración deja entrever otro proceso externo a ese proceso, ante el espectador. El veredicto de ambos quedará sumergido en las aguas del Tíber.

En paralelo a la acción principal, se desarrolla la relación problemática entre el hijo díscolo -un Massimo Ranieri contestatario e intratable- y los padres, vistos por aquel como meros servidores de sus "padroni". Entre lo mejor de la película están las interpretaciones de Martin Balsam como magistrado concienzudo y a la vez padre atribulado, y de Valentina Cortese en el papel de madre conciliadora y de mirada siempre temerosa.

Se notan, para mal, los cuarenta años que han transcurrido desde la filmación de la película. A pesar de ello, como se decía al principio, es justamente esa falta total de actualidad la que le da valor de documento de época: fotografía sobria y apagada muy del momento, itinerancia por depencias policiales y judiciales con antañonísimo retrato presidencial (¿Giuseppe Saragat?), arqueología política -que alguna vez fue presente- en la sede/guarida de los militantes de Lotta Continua. Y música de Morricone, que algo de aval tiene.
7 de julio de 2009 1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
El propio Lynch, en su libro 'Atrapa el pez dorado' -edición española en Mondadori, 2008-, da una clave esencial para la interpretación de esta película (en 'spoiler'), que confirma la que figura en varias críticas aquí publicadas.
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spoiler:
Señala que, durante el rodaje de 'Carretera perdida', estaba a todas horas en los medios el caso de O. J. Simpson, y al director le llamó la atención aquel aplomo absoluto, aquella actitud relajada del imputado a pesar de los terribles cargos que pesaban sobre él. Apunta Lynch que ese comportamiento podría deberse al fenómeno llamado "fuga psicogénica", que consiste en la huida mental de una realidad pavorosa mediante la creación de otra realidad paralela: lo mismo que le sucede al protagonista de su filme, Fred Madison, acosado por la culpa tras haber asesinado a su mujer.

La maestría de Lynch reside en su capacidad para desdibujar la frontera, de modo que el espectador no tiene claro hasta el final si el personaje de Pete Dayton es una identidad escindida de Fred Madison o si se trata de dos identidades diferentes misteriosamente yuxtapuestas, sucesivas, en la narración. Brillante película.
21 de noviembre de 2010 Sé el primero en valorar esta crítica
Escribo estas líneas todavía conmovido, horas después de ver el último episodio. Pocas veces he sentido una orfandad mayor tras el final de un relato de ficción, e incluyo aquí cualquiera de sus variantes, escritas o audiovisuales. En particular dentro de las series televisivas, ninguna me ha proporcionado un goce tan continuo y tan completo.

La genialidad de Los Soprano consiste en tratar los grandes asuntos de la existencia sin didactismo y sin afán retórico alguno. Las cosas pasan y se muestran sin subrayados. Hay tiempos muertos, finales anticlimáticos, miradas perdidas, música diegética (y nunca se abusa, para dar cauce al sentimentalismo, de la que no lo es).

Los Soprano es un compendio del vivir, y en sus ochenta y seis episodios está todo, e intensamente: las relaciones de poder, las ambiciones, las frustraciones, la emociones en cualquiera de sus modalidades, la enfermedad, la muerte, la moral, la religión... Se combina de modo magistral brutalidad y sutileza, incluso éxtasis y cochambre en planos consecutivos (ver spoiler). Son insuperables los guiones. Son inmejorables las interpretaciones de los actores. En definitiva, son supremos Los Soprano.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Ejemplo extremo y magistral en el undécimo episodio de la sexta temporada: Carmela en actitud piadosa, casi extática, contemplando una escultura de la Virgen con el Niño en Notre Dame de París, con suave música religiosa de fondo. En la siguiente secuencia vemos un primer plano del rostro de Tony, con espasmos y los ojos en blanco, porque una bailarina del Bada Bing! acaba de hacerle una felación en el coche mientras suena rock duro. Cuando termina, la muchacha se limpia la boca con un pañuelo de papel.
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