Salí de la sala sabiendo que me había gustado profundamente a pesar de que en ese momento no me explicaba por qué. Aftersun es de una belleza que duele, y te duele cada vez más con el tiempo, porque vas masticándola durante días, haciendo un esfuerzo por recordar cada detalle escondido (paralelismo con el recorrido por la memoria de Sophie).
Cargada de una simbología sin pretensiones, sutil pero sólida, diría que para comprenderla hace falta una sensibilidad propia de las personas que conocen de cerca el sentimiento de soledad, del vacío y del sentir que no perteneces a ningún lugar. Los personajes están construidos desde el conocimiento, como si la directora no se hubiera inventado a Calum y a Sophie, sino que fueran parte de ella, de su historia. Ambos muestran una humanidad y unos comportamientos llenos de las incoherencias propias de lo real.
La atmósfera es tan sencilla y ligera que su contundencia aparece sin que la esperes, casi en un momento cualquiera, y te da un golpe en el pecho que se queda contigo. Pero no es un golpe desagradable, sino cálido, cargado de tanto amor que anestesia. Es un regalo para los niños de los 90, para los que en verano escuchábamos Aqua, Blur y Steps en nuestro casette, nos hacíamos trenzas de colores en el pelo y sacábamos fotos con cámaras desechables. Para los que fuimos Sophie y ahora somos Calum.
Por supuesto el título, "Después del sol", nos regala una metáfora preciosa.