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6.8
66,090
9
23 de marzo de 2015
23 de marzo de 2015
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
En Eyes wide shut la paciencia es todo. El casi “somnoliento” recorrido con el que Kubrick va colmando al espectador de una incertidumbre cada vez más poderosa, se ha visto traducido en una exasperación no soportable por todos. Pero Eyes wide shut merece todas las oportunidades posibles: el aroma que la recorre produce escalofríos, inquietud. Las máscaras, claves en toda la simbología de lo oculto, no solamente son partícipes de ese desconcierto, sino que además ayudan a crear ese clima que hace de la película una obra cargada de tensión ante los deseos del inconsciente, ante lo desconocido.
Como en la mayoría de sus films, Kubrick volvió a centrar su visión sobre la figura masculina de la cinta. Sin embargo, lo curioso es que es la confesión de Alice el detonante esencial de la historia, y de nuevo es la mujer, siempre exquisitamente hermosa, sensual -y desnuda-, el símbolo del pecado, de la tentación de Bill que mueve todo. Meticuloso y perfeccionista, Kubrick no disponía nada por casualidad. Luces navideñas, colores cálidos y fríos, estrellas, máscaras… Todo tiene un significado, siempre. Kubrick ensayaba milimétricamente cada toma, lo que debía mostrar y lo que no, componiendo un film repleto de simbolismos en el que cada plano daría para un amplísimo análisis por sí mismo.
Kubrick no pudo encontrar título más certero para la que él catalogaría como su mejor obra: “Ojos fuertemente cerrados”, uno de las más complejas y enigmáticas obras de toda la carrera del neuyorkino, tanto delante como detrás de las cámaras. Inspirada en Traumnovelle (Relato soñado), de Arthur Schnitzler, Kubrick dejó a un lado el poco pudor que pudiera quedarle en un sombrío y erótico drama que ahonda en la tentación carnal y en los valores de la pareja, corriendo incluso mayores riesgos cuando a su vez se atrevió a introducirse en el mundo de las sectas, en el poder oculto de las grandes élites y en las corrompidas aficiones de este, a pesar del peligro que ello entrañaba.
Esencial en ese efecto misterioso que envuelve el film resulta igualmente la música, que puede llegar a estremecer incluso más que las propias imágenes. En Eyes wide shut la música es determinante, sobre todo y principalmente gracias a las imponentes y fúnebres melodías genialmente compuestas por Jocelyn Pook y que no pasarán desapercibidas por ningún espectador.“Una noche no es toda la vida, y un sueño no es solo un sueño” resumiría la esencia de Eyes wide shut, una de las más grandes de Kubrick, una obra maestra que mejora en cada visionado, una obra que solo aquellos con los ojos bien cerrados no son capaces de vislumbrar.
Para encarnar la pareja protagónica, Kubrick eligió a la que por entonces también lo fuera en la vida real Tom Cruise y Nikole Kidman, y si bien ambos se muestran considerablemente correctos en sus respectivos roles, lo cierto es que quedan inevitablemente eclipsados por el trabajo del director, y quién sabe hasta qué punto no los eclipsaría también en la que fuera su posterior ruptura. Drogas, orgias y rituales satánicos quedan retratados bajo la mirada de un Kubrick que en cada imagen deja indicios de saber muchísimo más de lo que parece o -mejor dicho- le dejaron contar.
Por Vicarmonica, historiadora del Arte y amante del Séptimo Arte.
Blog de cine Cinarmónica http://vicarmonica.blogspot.es/
Como en la mayoría de sus films, Kubrick volvió a centrar su visión sobre la figura masculina de la cinta. Sin embargo, lo curioso es que es la confesión de Alice el detonante esencial de la historia, y de nuevo es la mujer, siempre exquisitamente hermosa, sensual -y desnuda-, el símbolo del pecado, de la tentación de Bill que mueve todo. Meticuloso y perfeccionista, Kubrick no disponía nada por casualidad. Luces navideñas, colores cálidos y fríos, estrellas, máscaras… Todo tiene un significado, siempre. Kubrick ensayaba milimétricamente cada toma, lo que debía mostrar y lo que no, componiendo un film repleto de simbolismos en el que cada plano daría para un amplísimo análisis por sí mismo.
Kubrick no pudo encontrar título más certero para la que él catalogaría como su mejor obra: “Ojos fuertemente cerrados”, uno de las más complejas y enigmáticas obras de toda la carrera del neuyorkino, tanto delante como detrás de las cámaras. Inspirada en Traumnovelle (Relato soñado), de Arthur Schnitzler, Kubrick dejó a un lado el poco pudor que pudiera quedarle en un sombrío y erótico drama que ahonda en la tentación carnal y en los valores de la pareja, corriendo incluso mayores riesgos cuando a su vez se atrevió a introducirse en el mundo de las sectas, en el poder oculto de las grandes élites y en las corrompidas aficiones de este, a pesar del peligro que ello entrañaba.
Esencial en ese efecto misterioso que envuelve el film resulta igualmente la música, que puede llegar a estremecer incluso más que las propias imágenes. En Eyes wide shut la música es determinante, sobre todo y principalmente gracias a las imponentes y fúnebres melodías genialmente compuestas por Jocelyn Pook y que no pasarán desapercibidas por ningún espectador.“Una noche no es toda la vida, y un sueño no es solo un sueño” resumiría la esencia de Eyes wide shut, una de las más grandes de Kubrick, una obra maestra que mejora en cada visionado, una obra que solo aquellos con los ojos bien cerrados no son capaces de vislumbrar.
Para encarnar la pareja protagónica, Kubrick eligió a la que por entonces también lo fuera en la vida real Tom Cruise y Nikole Kidman, y si bien ambos se muestran considerablemente correctos en sus respectivos roles, lo cierto es que quedan inevitablemente eclipsados por el trabajo del director, y quién sabe hasta qué punto no los eclipsaría también en la que fuera su posterior ruptura. Drogas, orgias y rituales satánicos quedan retratados bajo la mirada de un Kubrick que en cada imagen deja indicios de saber muchísimo más de lo que parece o -mejor dicho- le dejaron contar.
Por Vicarmonica, historiadora del Arte y amante del Séptimo Arte.
Blog de cine Cinarmónica http://vicarmonica.blogspot.es/

7.8
41,985
8
2 de febrero de 2015
2 de febrero de 2015
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un timbre que suena, una llamada inesperada, un paseo en la noche, un cruce de miradas… y de repente se pone a llover. A través de detalles como estos, "In the mood for love" muestra la complejidad de un sentimiento tan puro e incontrolable como es el amor.
La película, ambientada en los 60 de Hong Kong, narra la historia dos personas que, al descubrir que sus respectivos cónyuges los están traicionando, comienzan a estrechar vínculos en una relación de complicidad y estima que acabará transcendiendo más allá de la mera atracción física. Dolor y deseo quedan asegurados en un film que asume lo cotidiano y lo presenta a base de sutilezas, con una estética cuya perfección formal destaca por encima de todas las cosas.
Sin duda el argumento, simple y realista, cobra magnificencia precisamente por su naturalidad, pues perfectamente podría referirse a la historia de cualquier persona en cualquier momento y lugar. La relación que se forja entre los protagonistas -más platónica que pasional- no es algo que surja repentinamente, sino que se cuece a fuego lento, fundamentada en la comprensión y el respeto mutuo. Ningún elemento trascendental se interpone entre ellos; lo único que les impide corresponderse es, sencillamente, la realidad.
Pero a pesar de que la trama se alce como uno de los grandes pilares de la cinta, si hay algo que la caracteriza verdaderamente es su particular tratamiento técnico. Y es que Wong Kar-Wai hace de la sugerencia un arte, prestando más atención a ciertos elementos que a los propios personajes, a los que con frecuencia gusta dejar fuera de plano. En todo este entramado, el espectador -prácticamente ultrajando con su intromisión la intimidad de los personajes-, debe completar con su imaginación lo que las imágenes ocultan, situándose continuamente ante la expectación que genera cada “quizás”.
Sobra mencionar que la belleza fotográfica de la película es más que sensacional, tanto por su cálida iluminación como por su meticulosa ambientación. De igual forma, la banda sonora pasa a ser otro factor de renombre del film, pues además de la más que conocida Yumeji's Theme de Shigeru Umebayashi, se compone de algunos de los más famosos boleros de Nat King Cole, con un resultado sorprendentemente acorde con el hilo narrativo de la historia.
"In the mood of love", la triste historia de lo que fue y de lo que pudo ser, pone de manifiesto que ante los sentimientos no hay elección, y que ante la pregunta: “¿Cómo comenzó todo?”, la respuesta siempre es la misma.
Wong Kar-Wai brilla por su exquisitez.
El director de origen honkonés es actualmente reconocido como uno de los más grandes regidores del panorama cinematográfico. Debido principalmente a su peculiar y refinado tratamiento estético, o como algunos denominan “poético”, Wong Kar-Wai se ha forjado su reputación a base de trabajos que destacan por su gran sutilidad y delicadeza artística. Es importante mencionar que en ello ha influido notablemente la participación de su más fiel colaborador, el australiano Christopher Doyle, que como director de fotografía de films como "In the mood for love", ha dotado a sus obras de la elegancia que las caracteriza.
La repetición en "In the mood of love".
Es bien sabido que Wong Kar-Wai utiliza para la película gran variedad de recursos estilísticos y cinematográficos. Sin embargo, entre ellos destaca la repetición de secuencias casi idénticas, o bien para dar la impresión de una continuidad monótona, o bien cambiando partes del diálogo para mostrar las diferentes posibilidades de una misma historia. En el primer caso, las secuencias se exhiben a cámara lenta y con independencia total de los diálogos, sonando la banda sonora como fondo ambiental. Y en el segundo caso, solo se cambian algunos aspectos del guion, como si fueran ensayos de una realidad.
Por Vicarmonica, historiadora del Arte y amante del Séptimo Arte.
Blog de cine Cinarmónica http://vicarmonica.blogspot.es/
La película, ambientada en los 60 de Hong Kong, narra la historia dos personas que, al descubrir que sus respectivos cónyuges los están traicionando, comienzan a estrechar vínculos en una relación de complicidad y estima que acabará transcendiendo más allá de la mera atracción física. Dolor y deseo quedan asegurados en un film que asume lo cotidiano y lo presenta a base de sutilezas, con una estética cuya perfección formal destaca por encima de todas las cosas.
Sin duda el argumento, simple y realista, cobra magnificencia precisamente por su naturalidad, pues perfectamente podría referirse a la historia de cualquier persona en cualquier momento y lugar. La relación que se forja entre los protagonistas -más platónica que pasional- no es algo que surja repentinamente, sino que se cuece a fuego lento, fundamentada en la comprensión y el respeto mutuo. Ningún elemento trascendental se interpone entre ellos; lo único que les impide corresponderse es, sencillamente, la realidad.
Pero a pesar de que la trama se alce como uno de los grandes pilares de la cinta, si hay algo que la caracteriza verdaderamente es su particular tratamiento técnico. Y es que Wong Kar-Wai hace de la sugerencia un arte, prestando más atención a ciertos elementos que a los propios personajes, a los que con frecuencia gusta dejar fuera de plano. En todo este entramado, el espectador -prácticamente ultrajando con su intromisión la intimidad de los personajes-, debe completar con su imaginación lo que las imágenes ocultan, situándose continuamente ante la expectación que genera cada “quizás”.
Sobra mencionar que la belleza fotográfica de la película es más que sensacional, tanto por su cálida iluminación como por su meticulosa ambientación. De igual forma, la banda sonora pasa a ser otro factor de renombre del film, pues además de la más que conocida Yumeji's Theme de Shigeru Umebayashi, se compone de algunos de los más famosos boleros de Nat King Cole, con un resultado sorprendentemente acorde con el hilo narrativo de la historia.
"In the mood of love", la triste historia de lo que fue y de lo que pudo ser, pone de manifiesto que ante los sentimientos no hay elección, y que ante la pregunta: “¿Cómo comenzó todo?”, la respuesta siempre es la misma.
Wong Kar-Wai brilla por su exquisitez.
El director de origen honkonés es actualmente reconocido como uno de los más grandes regidores del panorama cinematográfico. Debido principalmente a su peculiar y refinado tratamiento estético, o como algunos denominan “poético”, Wong Kar-Wai se ha forjado su reputación a base de trabajos que destacan por su gran sutilidad y delicadeza artística. Es importante mencionar que en ello ha influido notablemente la participación de su más fiel colaborador, el australiano Christopher Doyle, que como director de fotografía de films como "In the mood for love", ha dotado a sus obras de la elegancia que las caracteriza.
La repetición en "In the mood of love".
Es bien sabido que Wong Kar-Wai utiliza para la película gran variedad de recursos estilísticos y cinematográficos. Sin embargo, entre ellos destaca la repetición de secuencias casi idénticas, o bien para dar la impresión de una continuidad monótona, o bien cambiando partes del diálogo para mostrar las diferentes posibilidades de una misma historia. En el primer caso, las secuencias se exhiben a cámara lenta y con independencia total de los diálogos, sonando la banda sonora como fondo ambiental. Y en el segundo caso, solo se cambian algunos aspectos del guion, como si fueran ensayos de una realidad.
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