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Críticas 1
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
26 de diciembre de 2016
131 de 176 usuarios han encontrado esta crítica útil
Damien Chazelle da inicio a su carrera como director de cine con una escena que es un símbolo de lo que La La Land – y probablemente buena parte de su obra posterior- va a ser. Su opera prima es Guy and Madelaine on a park bench (2009) y la película abre con la imagen de una chica dándonos la espalda, mirando hacia las aguas del puerto de Boston y refugiada bajo un paraguas, mientras suena una canción digna de un musical de Hollywood. Paraguas, puerto, mujer, música. ¿Cantando bajo la lluvia? sí, pero también y mucho más Los paraguas de Cherburgo (1964) de Jacques Demy. El musical le interesa a Chazelle, no importa a qué lado del océano haya sido hecho. Le importa tanto que Guy and Madeleine on a park bench, corriendo todos los riesgos que un novato no debería asumir, es un musical donde hay jazz, hay tap, la protagonista se lanza a cantar en medio de un parque y más tarde hace un número de producción en un restaurante donde todos cantan y bailan al ritmo de “Boy in the park”, una melodía de Justin Hurwitz.
Chazelle y Hurwitz volvieron a trabajar juntos en Whiplash (2014) y es fácil recordar el enorme impacto que ésta película tuvo, gracias sobre todo a la potencia dramática que le imprimió la banda sonora que Justin compuso.
Colaboración que regresa en su tercer largometraje La La Land un filme que para Chazelle representa – gracias al éxito de sus filmes previos – la posibilidad de un crecimiento exponencial de las ideas que expuso en Guy and Madeleine on a park bench. Solo han pasado siete años de su vida, pero su talento lo ha convertido en uno de los directores jóvenes más interesantes del panorama comercial norteamericano.

Que Chazelle hiciera un musical no es entonces el capricho exhibicionista de un “wonder boy” que quiere demostrar que es capaz de abordar el género que sea. No, el hombre fue baterista en una banda de jazz en su secundaria y en Harvard se encontró en sus estudios de cine de frente los grandes musicales, a Fred Asteire y Ginger Rogers en Top Hat (1935), a Gene Kelly y Cyd Charisse en It’s always fair weather (1955), a Jacques Demy y sus paraguas y sus colores y esa joya que es Las señoritas de Rochefort (1967). Para él la música y el cine van de la mano. Incluso el proyecto de La La Land es anterior al de Whiplash, pero terminó haciendo la segunda antes con el fin de conseguir los recursos y financiar la primera.
El riesgo y la bondad de La La Land van de la mano: es un musical con canciones originales, no apela a un repertorio de standards conocidos, ni es tampoco la adaptación de un musical de Broadway. La banda sonora – tan maravillosa y autentica- la compuso Justin Hurwitz y las melodías las interpretan los protagonistas, Ryan Gosling y Emma Stone. Si nadie se sabe las canciones y no hay cantantes profesionales, el reto iba a ser, obviamente mayor. Dependían de la calidad de la música, de lo “pegajosos” que fueran los temas y de que la historia fuera lo suficientemente envolvente como para que no pensáramos si los actores están cantando y bailando adecuadamente. Pero si todo esto no fuera ya difícil, requería también que el espectador fuera sensible o romántico, o por lo menos se comportara como tal, dejando momentáneamente el cinismo existencial y los prejuicios hacia el musical a la entrada del teatro. Demasiadas condiciones. Demasiadas.
Por eso el éxito de La La Land tiene gran mérito. Es un musical contemporáneo, pero con un ojo permanentemente dirigido al pasado glorioso de los musicales de la MGM: ahí están para quienes quieran descubrirlos los homenajes a Singin’ in the rain (1952), An American in Paris (1951) o The ban wagon (1953). Su tributo a Los paraguas de Cherburgo va más allá de la paleta de colores y se extiende al drama que subyace a la aparente festividad. ¿Drama? Sí, claro. Esta es una historia de sueños, ilusiones… y profundas decepciones. Sus personajes Mia y Sebastian, son unos perdedores, una aspirante a actriz y un nostálgico músico de jazz, que están esperando una oportunidad. La ciudad, claro, en este caso Los Angeles, es el testigo silencioso de aquellos que lo intentan y lo intentan, pero jamás logran triunfar. Estas historias de perdedores pocas veces se ven en la pantalla, dedicada casi que exclusivamente a exaltar a los ganadores. La La Land les da vida a aquellos que tuvieron que aceptar que hay otras formas de triunfar y ser felices, incluso lejos de quienes supusimos nos acompañarían en el camino.

Damien Chazelle es un director de cine que adora el musical, pero descubre que ya pocos gustan de ese género. La nostalgia por el arte clásico impregna este filme, invitándonos a mirar el futuro, pero sin olvidar de dónde provienen el cine o la música que disfrutamos.
La La Land homenajea no solo el cine, el musical y sus grandes referentes sino también la música – esencialmente el jazz- y al romance y los sueños.
Esta película a lo que nos invita es a suponer que – pese a todo- es posible un final feliz, y a dejarnos llevar por el romanticismo que llena de música del aire.

Chapeau señor Chazelle, Chapeau!
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