Hacia rutas salvajes parece que es el último camino que le queda al individuo cuando ha sido desprovisto de todos los vínculos que le unían a la vida compartida.

El sueño americano produce monstruos, y si despiertas, y te encuentras solo, abandonado por una sociedad en la que sólo puedes elegir entre comer o ser comido, tienes que inventarte una salida. Chris Mcandles opta la huida. Una huida hacia lo salvaje, alejándose despavorido de la injusticia social, del egoísmo, de un mundo superficial en el que uno es en tanto en cuanto es capaz de vencer sobre los demás. Avocarse a una búsqueda interior en forma de exilio romántico hacia la naturaleza como último aliado y aliento de esperanza.

Esa búsqueda contiene una honestidad y una belleza inconmensurable, pero no es una solución. La huida sólo hacia dentro (hacia lo salvaje) no es la salida, la salida del maldito sueño americano es un diálogo que está fuera (con los demás) y se construye de forma compartida. Esto lo entendió Chris demasiado tarde, cuando ya había sido consumido por la fuerza más salvaje: la creencia de que estamos solos.

Encontrarse a uno mismo es esencial, pero también lo es encontrarse con los demás. El despertar es importante, pero sólo es real si es compartido.