Deb y Molly. Dos mujeres extraordinarias.
Glenn y Mila. Dos actrices extraordinarias.
Y Rodrigo García, como siempre, removiendo conciencias desde el sitio más complicado y que sin embargo parece conocer al dedillo: bajo la dermis de las mujeres.
Tal vez ésta no sea una historia nueva, pero en ella logran convivir lo brutal y lo sensible en total harmonía y eso es parte de su atractivo.

Película llena de matices. De las que hay que congelar la imagen cuando intuyes que vas a pestañear.

Todo está milimétricamente pensado: el color de cada escena, el ambiente pegajoso de los 50, solo perceptible en la casa y en el look de la protagonista, y tan propicio para el buen transcurrir de una mujer florero; incluso ese final ya rayado por los créditos y con esa canción tan chula que te invita a quedarte mirando y mirando una escena tan vacía y cotidiana como puede ser la de un sinfín de mujeres que, literalmente, se lavan las manos en un baño publico.

Y sigues mirando, a pesar de que sabes que la historia ha terminado, solo por el placer de digerir con tranquilidad la gran cantidad de matices que se te han brindado y que sería absurdo desperdiciar.

Esa risa que, a pesar de los pesares, a veces no se pude forzar...

Esa risa que no sucede, y que a veces puede volverse letal...

Fantástica metáfora sobre la depresión y sobre el sentido del honor. Los actores, impresionantes; y la niña dando lecciones de interpretación a diestro y siniestro, para comérsela (también metafóricamente hablando).

En fin...que no me arrepiento de mi diez. ¡¡Sobresaliente!!

A esta peli hay que darle un 10 porque nos acerca a Laia. Si no viésemos esta peli, no sabríamos que existen Laias. Laias dispuestas a dejar su vida, a entregar su alma y su todo, a convertirse en personas intocables para poder combatir eso mismo.
Se me partiría el alma si no hubiese Laias. Y gracias a esta peli he podido saber que las hay.
Gran trabajo de la prota. Un 10 para ella, también.

Giros, giros y más giros. Numerosos, pero que jamás sobran; increíbles, pero que te crees; sorprendentes, pero a los que te acostumbras porque encajan a la perfección. Realismo mágico del bueno, del que a pesar de saber que roza lo absurdo, te atreves a creer que podría ocurrir.

Aritz debe haber sido relojero antes que director; la precisión con que enlaza cada engranaje de la historia con el siguiente para que el mecanismo funcione, es brutal.

Cada capítulo, por separado, es una historia bien hecha; el conjunto, una obra de artesanía. De las que se hacen con mimo, con amor, con sabiduría, con la valentía del que decide contar las cosas de manera diferente.