Andy Dufresne es el último bastión de la esperanza en un campo de exterminio de la individualidad. Un páramo donde reina el terror, que no el respeto; y aflora lo más pueril y nefasto del ser humano.
Cada ladrillo de Shawshank ha sido meticulosamente colocado para levantar un pozo infinito de amargura.
La gran cuestión es, ¿puede en un lugar de estas características llegar a manifestarse la fraternidad, la solidaridad y la camaradería? Darabont, con un reparto brillantemente escogido y espléndidamente encarrilado; un montaje sobrio, preciso, más salvajemente contundente, una fotografía clásica y lejos de lo rompedor pero oportuna y conveniente en los términos de la obra, una banda sonora tan acertada y ambiental que parece germinar naturalmente de los propios tallos del filme, y un guión que, más allá de adaptar o no una de por sí memorable historia, consigue dotar a la película de una personalidad tan característica que roza lo magistral, viene a demostrar que definitivamente es así.

No se equivoquen, nunca fue una obra destinada a revolucionar todo lo que hasta el momento tenían por conocido de la industria, ni mucho menos a enviarlos a la cama con un nudo en la garganta. Sin embargo, afianzará de forma concluyente sus sentimientos de amor por el cine y sus inconmesurables capacidades y, si cabe, conseguirá traer de vuelta la fé de más de uno en el vacilante pero enormemente capaz ser humano.