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Críticas 12
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
7
10 de mayo de 2015
21 de 26 usuarios han encontrado esta crítica útil
El nada desdeñable academicismo formal que caracteriza a “Suite francesa” confirma lo difícil que resulta contar nada nuevo y sobre todo de forma novedosa cualquier historia ambientada en la Francia de la segunda guerra mundial. La confortable predictibilidad de conocer lo que se va a contar o la tranquilidad que adquiere la mente ante lo ya escuchado y lo ya percibido hacen disfrutable la experiencia de observar esta enésima historia de amor imposible.
Lo que la diferencia de algunas conmovedoras y expuestas anteriormente crónicas románticas es la sutileza y matizada mirada de Saul Dibb en la concatenación de lo acontecido manteniendo la frialdad en el ritmo del amor subyacentemente abrasador entre los protagonistas. También esa reflexión entre la tesitura de la bondad o maldad humana de los bandos enemigos, que diferencia y acerca las posturas según el ojo con el que se mire y lo cerca que estemos los unos de los otros. El odio y el rechazo inevitables como contrapunto al deseo y curiosidad que sienten los personajes obligados a convivir bajo el mismo techo en una situación ridículamente espantosa que obliga a doblegar a los sometidos bajo las normas de la tiranía avasalladora. El director de “La duquesa” adopta maneras de buenos maestros ingleses como James Ivory o el más reciente Stephen Daldry en esta película que lejos de arriesgarse se deja amilanar por la comodidad de lo que ya ha funcionado, persiguiendo así la redondez del producto bien hecho y huyendo de cualquier atisbo de valentía para evitar así abismos aunque el resultado no logre aportar nada innovador.
El papel de la mujer en la sociedad de la época acomete aquí uno de los puntos fuertes de la cinta. Distintos personajes femeninos afrontarán la invasión y ocupación alemana de manera distinta y todas ellas, resistentes habitantes de una tierra conquistada y huérfana de hombres, simbolizarán los avances renovadores y los recovecos conservadores de los distintos roles en el entorno rural de una Francia herida y en la que sus soldados combatientes ganaban terreno en el territorio enemigo mientras su tierra sangraba vergüenza de la resignación ante el nazismo. Todas ellas defendidas por excelentes actrices, ajustadas al milímetro en esta ocasión. Michelle Williams, la protagonista, sombría y luminosa a partes iguales, dependiendo del momento por el que atraviesa Lucile, la protagonista que descubre el amor ante el hombre equivocado y que sueña con una fantasía mientras las demás viven la hostilidad. Ruth Wilson como la vecina del marido impedido, que conviven en una granja humilde y sufren la tiranía de su invitado forzoso. Kristin Scott Thomas, la elegante suegra de Lucile, llena de fiereza y amargura y Margot Robbie, la sensual y ligera joven que se deja seducir por la única forma de amor que puede conocer en su difícil contexto. A su lado Matthias Schonaerts, el hierático y misterioso protagonista al que conocemos mediante los ojos de Lucile y que vemos según su punto de vista, quizá deformado por el furor latente que siente desde que escucha las primeras notas de un piano que nos hará sumergirnos en ésta relación pasionalmente silenciosa, de ojos esquivos y piel erizada bajo los uniformes y los vestidos acordes a la compostura y el decoro. Exquisita ambientación que camina recta en la lineal andadura del diseño de producción que no se salta una coma de lo que se espera de su cometido y destellos de luz en el diseño de fotografía del catalán Eduard Grau. La película gana a medida que pasan los minutos y nunca llega explotar porque prefiere sentirse cómoda en su parsimonioso y gélido ardor.
Contado en los carteles concluyentes, al más puro estilo de los hermanos Weinstein, como ya hicieron con la reciente “The imitation game” de Morten Tyldum, al final nos cuentan lo más interesante de una historia quizá autobiográfica, la publicación del libro y la andadura de su autora (Irene Nèmirovsky), una escritora judía francesa que dejó inacabada la novela, arrestada y deportada a campos de concentración como Auschwitz, donde murió. El manuscrito fue conservado por sus hijas y fue publicado en 2004, tal y como lo denominan sus descendientes más que una venganza, es una victoria.
Por eso, aunque mil veces oídas y vistas, hay historias que merecen ser contadas. Historias vivas de muertos y heridas antiguas, que cicatrizan cada vez que resuenan en nuevos espectadores, lectores, oyentes y que conforman una memoria común.
8 de abril de 2016
22 de 30 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una mujer transita por su vida. Utiliza gafas de sol, se las quita como nadie y vaga abatida por la ciudad buscando lo que no ha encontrado, lo que perdió, y lo que recurre en su pensamiento día tras día desde que el dolor se instaló en su mirada. Escribe una carta para revivir su historia y atraer de manera ilusa esa ausencia a su lado. Así es Julieta, el último gran drama de Almodóvar. No hay espacio para el humor, la elipsis marca un guión milimétricamente trabajado basado en tres relatos de Alice Munro. El lirismo poético de lo pequeño, lo diminutamente humano se instala en el universo del excesivo color de Almodóvar. Le sienta bien a ambos formatos esa comunión.

La protagonista tiene dos faces distintas, una madura que da entidad a la película y nos deja desolados, creando una empatía con el espectador brutal y pronunciando una de las mejores frases de la película (*). Ella es Emma Suárez, una actriz excelente que aquí ofrece uno de sus mejores trabajos y además nos deja hipnotizados con su expresión y su caminar. La otra es la que vuelve a la vida mediante la memoria, la Julieta joven que va marchitando su existencia por la fatalidad, la culpa y el sufrimiento. Adriana Ugarte consigue recorrer ese arco dramático de manera asombrosa, desde la luz de el enamoramiento más físico y salvaje hasta la depresión más feroz, en algunos momentos consigue que confunda a las dos Julietas, porque son una, aunque mute en la otra y ya no haya vuelta atrás. En ese momento me estremezco, y me dan ganas de aplaudir.

A su lado Rossy de Palma, Michelle Jenner, Inma Cuesta, Susi Sánchez, Pilar Castro, Nathalie Poza, Blanca Parés, todas ellas mujeres distintas, defendiendo sus personajes con garra, abrazando a Julieta que es el centro de toda la película. Daniel Grao y Darío Grandinetti, representantes de lo masculino, sin maniqueísmos. No hay tramas satélites que desvíen nuestra atención, no hay salidas de tono, solo hay un coro ante la tragedia clásica de esta ensoñación con tintes mitológicos y literarios de la que sales aletargado y roto, como en un limbo de sensaciones.

El silencio, la contención, y la batuta del Almodóvar más clásico y comedido que recuerdo, en una de sus mejores versiones. No encuentro lágrimas en la pantalla, se llora silenciosamente y para adentro, y duele profundamente. No pasa nada, Julieta nos va a acompañar.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
* "Ya no tengo nada, sólo me quedas tú. Tu ausencia llena por completo mi vida y la destruye" - Julieta.
4 de noviembre de 2009
14 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
Almudena Grandes es una de las escritoras más adaptadas en el cine español, la mayoría de sus novelas han sido llevadas con más o menos fortuna a la gran pantalla. Desde mi punto de vista, nunca se ha alcanzado la profundidad de los textos de la autora en ninguna de las películas, es cierto que algunas han sido independientemente estimables aunque nunca redondas como (Malena es un nombre de tango o Los aires difíciles) ambas de Gerardo Herrero quien ha sido el mayor interesado en la obra de Grandes indistintamente como director o productor. Salvador García Ruiz siempre ha adaptado novelas para su cine, ha demostrado que sabe traducir con buen gusto las palabras, la narración meticulosa de la literatura al lenguaje cinematográfico en películas como Mensaka, El otro barrio, Las voces de la noche o ésta que nos ocupa. Castillos de cartón es en definitiva una buena adaptación de lo que se ha escogido de la novela homónima.

Ha capturado el espacio de tiempo en el que la juventud adquiere la forma de la madurez temprana, en que los cuerpos sudan por primera vez mientras aman, en que los desengaños duelen de manera exagerada y estrepitosa. Hay también miradas limpias que emborronándose ven de manera distinta su pasión por el arte (la pintura) o su futuro. El conflicto de ambiciones y amoroso de este triángulo que además es un trío y que no es más que una manifestación del amor, nos intenta convencer de que el tres es un número par para hacernos ver que el tres jamás será un número capaz de empatar emociones ni de equilibrar egos. Salvador García Ruiz ha sabido trasladar a imágenes el carácter primitivo del amor, que se complica más allá de los cuerpos pero que se origina en la atracción física o intelectual en el sentido más palpable de la palabra, casi de forma plástica. Los protagonistas se deshacen sin tapujos en su apetito sexual, en la propensión al placer carnal. Más allá del juego que se inicia en la película, la protagonista vive su sexualidad sin complejos y se entorpece cuando se mezclan los sentimientos más profundos que se sumergen tras la apariencia perfecta, casi intocable de la magia del vínculo a tres que han creado de manera espontánea. El viaje hacia el éxito es el mayor de los fracasos para esta relación imposible a la que se tiende una mano, una solución y que resulta casi tentadora de aceptar. Enrique Urbizu, responsable del guión ha prescindido de gran parte del libro para darnos un final abierto pero sin esperanza. Nunca se destruye el triángulo pero nos subraya que es insostenible

sigo en el spoiler sin desvelar nada de la trama
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
El problema para zanjar la propuesta es una característica que provoca confusión y que hace que la película se resienta. Hay al menos, dos grandes momentos de una belleza enorme en la película que justifican de alguna manera sus defectos: la secuencia en que Jose está envuelta en el estupor de su inocencia, sorprendida de si misma y subyugada bajo el sonido del televisor llora silenciosamente mientras en su imaginación sus dos amantes le dan un beso a cada lado dulcemente. La otra es la confesión de Marcos, conmovedora y sencilla que es una muestra de cómo la película consigue la esencia de la novela de forma precisa y certera.

Los tres personajes protagonistas están interpretados por unos convincentes Adriana Ugarte, Biel Durán y Nilo Mur, se nota una solemne dirección de actores y un trabajo esforzado en el que cada uno está en su lugar (Ugarte con el magnetismo a flor de piel se despliega en todo su esplendor como una actriz versátil y natural con un carisma fuera de dudas; Durán con la socarronería necesaria para su Jaime construye un personaje al que se da en cuerpo y alma y al que dota de autenticidad y Mur correcto durante todo el metraje como el ángel desarmado inevitable cumple convincentemente sus escenas más importantes). En el aspecto técnico, la película es funcional y elegante (atención a los títulos de crédito iniciales). La fotografía de Teo Delgado sabe impregnarse de unos ochenta nada mitificados a la historia y la sencillez es el estilo que denomina la función. La música de Pascal Gaigne es orgánica y minimalista (como la gran mayoría de composiciones del músico francés adoptado por nuestra cinematografía) a excepción de sus trabajos para “Silencio roto” de Armendáriz, “El sol del membrillo” de Erice o para “Las voces de la noche” del propio Salvador García Ruiz, el músico habitual de este director repite la fórmula y su estilo se ha vuelto algo repetitivo, sigue funcionando aunque da la sensación de que por poco tiempo más.

La libertad nunca fue buena amiga de la estabilidad, ese es el parámetro por el que se mueve la desazón que produce “Castillos de cartón” pero la vitalidad que proyecta cada uno de sus fotogramas merecen lo suficientemente la pena para arriesgarse incluso a sufrir a posteriori. Todo ello podría ser una perfecta metáfora de las disyuntivas emocionales.
24 de octubre de 2014 4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Relatos salvajes es una película de episodios que sin embargo forman un conjunto coherente y bien engranado sin relación argumental entre sí, pero vehementemente feroz. Viene a contarnos que la insubordinación cada día menos visible en nuestra sociedad, es una consecuencia más lógica de lo que cabría pensar dada nuestra saturación en un sistema que nos obliga a acumular rabia. Podría decirse que la amoralidad o el desbarro de las formas de actuar de nuestros protagonistas van más allá de la conciencia, pero os aseguro que solo están lejos de nuestro filtro racional. Las acciones están desprovistas del miedo a las represalias, y eso provoca carcajadas desde el primer sketch (el divertidísimo capítulo del avión) hasta la orgía animal llena de desvarío en la bestial boda que cierra esta crónica lógica e incisiva de la colectividad más universal (hablando sobre todo de un occidente hastiado).

Las risas en este caso siempre van a estar acompañadas de una sensación incómoda, pero al final la sátira gana la batalla y reafirma los actos de los (bárbaros) humanos que actúan de manera animal dentro de la “humana” convivencia abstracta y podrida del hartazgo y la confundida diplomacia. Ese civismo mal entendido de la sumisión. Por supuesto no estoy asegurando que el vandalismo sea una solución, pero la insurrección de pensamiento y anímico de esta película necesaria con espíritu perturbado nos llevará al menos a una catarsis ineludible en este mundo desequilibrado tanto en la balanza de medición como en el sentido más razonable.

Y luego los dilemas que en un guión incisivo a más no poder nos congelarán esa expresión de felicidad para obligarnos a pensar (expuesto sobre todo en ese capítulo excelente titulado La propuesta). Como en el mejor cine, desprovisto de maniqueísmos y de adoctrinamiento, nosotros vamos a disfrutar de lo que vemos, sentimos y oímos pero no podremos hacer oídos sordos a las situaciones que nos proponen. Están ahí siempre latentes, bajo el sonido estruendoso de un patio de butacas entregados a la función.

La representación a cargo de unos actores en estado de gracia, el reparto roza el milagro cada uno en su lugar, con un tempo cómico envidiable y las pausas dramáticas bien escogidas en nuestra estupefacción. Destacando a unos espléndidos: Ricardo Darín, Leonardo Sbaraglia, Rita Cortese u Oscar Martínez, cada uno de los intérpretes de Relatos Salvajes han conseguido retratar nuestra ansiedad y además han sabido llenarlo de comicidad, descaro y verdad.
Damian Szifrón utiliza la violencia, gráfica, soterrada, argumental y verbal de la forma más purgante y crítica, en mi opinión, su gratuidad está enfocada desde el extremo, nunca desde la belleza. Como el humor que mostraba Tarantino en el tiempo comprendido entre encargo y encargo de los dos asesinos a sueldo con pocas luces de Pulp fiction, la ira de Michael Douglas en Un día de Furia o la hipérbole alegórica de las comedias de Pedro Almodóvar (junto con su hermano Agustín Almodóvar, uno de los productores de la película).

Suponiendo o aceptando que acabar con la corrupción, la insensibilidad de los sistemas burocráticos, la avaricia y la deslealtad es imposile, hay que celebrar Relatos salvajes. Una comedia negra, en la que la venganza y la tragedia están tratadas desde el gozo de encontrar en la crueldad, y en la osadía, una deliciosa liberación.
10 de marzo de 2013
9 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
De Madrid al cielo, quizás para morir, para arrojarse al vacío, para alejarse de lo terrenal y para volver a bajar a los infiernos. Los personajes están incomunicados en un limbo para mentirosos. Así se mueven entre la farsa y el vodevil para contarnos un sinsentido argumental. Todos los pasajeros están dentro de un avión y accidentalmente se encuentran atrapados sin posibilidad de bajar a tierra. La única posibilidad que tienen es enfrentarse a ellos mismos. A una parte (la más numerosa, porque son unos cobardes) los han dormido, los han callado para que no se rebelen ante la situación, otros conocen todos los acontecimientos y se adaptan con más armas a la problemática. Ellos son los que pueden entender la información que les ofrecen, porque están acostumbrados a sobrevolar con situaciones similares por aquello de manipular y ocultarse.

El tema principal de Los amantes pasajeros es la honestidad, todos los personajes se adentran en el vuelo obligados a hacer terapia de alguna manera, canalizando así los minutos hasta la catarsis individual de los personajes y la grupal aderezada de sustancias desinhibidoras. No es casual que solo la clase business sea consciente durante el viaje, en ese espacio nos encontramos con chantajistas, estafadores financieros, asesinos a sueldo, farsantes, hipócritas, alcohólicos, politoxicómanos hedonistas y egoístas, envidiosos y delincuentes. Todos ellos personalidades imperfectas comandados de forma corrupta y amparados únicamente por un alma que no es capaz de mentir. Ese personaje que ha sufrido un trauma gracias al cual es obligatoriamente sincero conforma la utopía de la cual potencialmente se irán tiñendo los amantes del título haciendo frente a la sensación de una muerte cercana o al abismo, el mismo que sufre el país en el que viven. Nuestro país.

Todos estamos invitados y somos pasajeros forzosamente o no de este vuelo absurdo que funciona de manera sobresaliente como alegoría, lleno de metonimias magníficas y formando una sátira que se convierte en una comedia irregular con chistes prosaicos y entretenimiento escapista. La ligereza es la dueña de la función superficial y debajo del envoltorio brillante y luminoso los colores se apagan desde la realidad gris oscuro casi negra e igual de grotesca. La película es mucho mejor cuanto más absurda se reconoce, porque el concepto gana fuerza. Aunque Almodóvar parezca que está empeñado en no trascender y nos ofrezca un producto que se denomina a sí mismo como menor si lo comparamos con la filmografía más reciente del director, es consciente plenamente de lo que está haciendo. Es cierto que vuelve a los ochenta, pero no para hacer una revisión de lo que ya hizo en esa época sino para devolvernos una mirada nostálgica de un tiempo que ya no es, de una libertad que ya no nos pertenece por culpa de lo políticamente correcto, válgame dios la gracia. En los ochenta, la recién estrenada democracia daba al país un carácter libertario, la represión anterior se transformaba en independencia sin límites, liberación desenfrenada. Almodóvar que ya no es el mismo, ni tan joven, tampoco lo es nuestra democracia, muestra hasta que punto hemos evolucionado y retrocedido, casi a partes iguales. El debate que adquiere el estreno de esta película entre crítica y público no hace más que ratificar esta intención o consecuencia irremediable.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Si atendemos a lo meramente narrativo, nos encontraremos con muchos momentos disparatados que nos provocarán carcajadas, estupefacción y casi todo el metraje una sonrisa desangelada que se nos congelará con ese plano final de un aeropuerto fantasma. La secuencia que ya se ha convertido en historia del cine español es ese número músical en playback, ensayado y esperpéntico con coreografía amanerada y cabaretera protagonizado por el trío de azafatos interpretados por unos magníficos Raúl Arévalo, Javier Cámara (verdadera alma de la película, lleno de matices, funcionando como un reloj suizo en su tempo cómico y dotando de espíritu a su espléndido personaje) y Carlos Areces, el robaplanos más hilarante del casting. Los demás actores están geniales conformando un reparto en estado de gracia donde destacan Lola Dueñas, tronchante e infalible, Antonio de la Torre y la siempre estupenda Cecilia Roth.

En el aspecto técnico, la fotografía vuelve a usar la paleta colorista propia del director de manera efectiva, el diseño de producción desempeña correctamente su función creando pieza a pieza el Airbus 340 donde se desarrolla la historia, y otros espacios como la casa donde vive el personaje de Paz Vega, una pintora atormentada que también necesita las alturas como solución a sus problemas. Es en esta vía de escape donde la película naufraga, lo que acontece relacionado con los roles de Blanca Suárez y Willy Toledo no termina de funcionar sacando al espectador del avión pero también del conjunto acentuando las bajadas de ritmo. En este caso son narrativamente necesarias porque los pasajeros descargan así el progreso hacia la purga de sus pecados, la onírica casi ensoñación de su vida y su propia verdad. La música de Alberto Iglesias a pesar de que contiene piezas realmente buenas, no casa en pantalla con la chispa del tono del film, dando peso en lugar de aligerar el empaque visual que es lo que necesitaba la historia para respirar y fluir de manera adecuada. Se nota mucho más cuando aparecen canciones que se fusionan perfectamente con lo que vemos, como la que suena durante el ya citado número musical: “I’m so excited” de The Pointer Sisters o “The Look” de Metronomy.

La película es puro placer por el placer que invita a dejarnos de mentiras y dramas para alcanzar una felicidad desinhibida. Está cargada de mala leche y rabia, no tiene corsés ni calzos. Nos habla de tu a tú sobre la autonomía del sexo en todas sus condiciones desde la asexualidad a la hipersexualidad. Es la primera vez que veo en una película de Almodóvar que no perdone a los personajes más equivocados (los malos de la función), aunque parezca que no haya ni malos ni buenos y aunque nos proponga un final candoroso con felices soluciones irreales, negándo solo en ese instante toda la cruda verdad que está en tierra y que nos ha desarrollado para que pensemos o huyamos hacia delante. De hecho obliga a todos a reconducirse. Todos han hecho el mal en sus vidas y sobre todo han destruido las esperanzas a beneficio personal. Desprejuiciada y valiente, también sutil en su fondo y brutal en su formal es una lucha entre la hipérbole superficial y el minimalismo argumental. El avión es el reflejo desdibujado de un espejo, desde las alturas puede abarcar toda la península (el nombre de la compañía aérea), la situación de todo el país y devuelve una imagen quizás deformada, pero no deja de ser una imagen. Una perspectiva.
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