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Críticas 2
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
8
18 de noviembre de 2011
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
“La guerra de los botones”, aparte de ese mensaje filosófico más o menos evidente, nos trasporta a una época gris, pero de la que no podremos sino sentir sana nostalgia por culpa de los maravillosos escenarios que nos muestra: paisajes de ensueño, casas llenas de artilugios … además de las típicas estampas de las fachadas de las tiendas parisinas mil veces fotografiadas por Cartier-Bresson o Robert Doisneau.
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Esta época de finales de los años treinta, está retratada en el film por la difícil y tortuosa vida de los habitantes de un pueblo obligados a guardar las apariencias por el miedo a las represalias de la policía, controlada por los Nazis; mientras que paralelamente los chicos de dos pueblos vecinos empiezan otra guerra -de los botones-, un poco más simpática, que poco a poco va cobrando tintes más grotescos. Todo el mundo es sospechoso, todo el mundo tiene algo que ocultar… todos, incluso los niños. Y es ahí donde está el juego principal de la película. Todos los personajes se desdoblan en la vida infantil y adulta. Cada uno de los adultos tiene su alter ego del futuro en los niños que protagonizarán la guerra paralela a la “de verdad”. La película se basa de principio a fin en ese juego de identidades que nos conduce a una conclusión acentuada por el rol de otro de los caracteres principales: el del profesor. Éste trata de procurar por todos los medios, la mejor educación de los que en un futuro, no muy lejano, serán personas adultas que podrán también portar un fusil para uno u otro bando o transformar el mundo en un lugar más habitable.
Con ésta película el director no está haciendo otra cosa más que remarcar la poca importancia que el mundo adulto le da al de los niños; siendo este una extensión del primero. Todo lo que sucede en edad temprana se reflejará más adelante. Los niños son el futuro pero a la vez el presente. Es curioso que sea precisamente un niño el que desenmascare las falsas apariencias de los adultos. Ese niño vilipendiado por sus compañeros que no le consideran como un igual y que no son capaces de apreciar las peculiaridades que le hacen diferente, provoca que se convierta en un ser malvado movido por la venganza.
Los adultos, en la primera parte de la película parece ser los niño, hasta que a mitad del metraje, da un giro al enteramos de que el padre de Lebrac -líder de los niños de Langeverne-, es el líder de los milicianos que actúan en la zona contra los nazis. Como apunte, quedará un importante interrogante, ya que entre esos milicianos, sabremos que se encuentra un tal Pitágoras.
Al final del film cuando el mensaje del autor sale a relucir en todo su esplendor, dándonos la clave de todo ese mundo que hemos transitado en los algo más de cien minutos que dura la película. Quien se esconde detrás del seudónimo de Pítagoras no es otro que el profesor, quién ha estado tratando de transmitir a sus alumnos el conocimiento y el saber griego y romano. Es Pitágoras ,quien allá por el siglo V a.C, dijo aquello de educad bien a los niños para no tener que castigar a los hombres. Se puede decir más alto pero no más claro.


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18 de noviembre de 2011 1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los discursos filosóficos que trae la película, puede que suenen catastrofistas o irreales, si no fuera porque el planeta Melancolía protagonista del film del director danés Lars Von Trier, se asemeja en demasía, para mi gusto, con ese también gigantesco coloso que se cierne amenazante sobre nuestras cabezas llamado capitalismo.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
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Los discursos filosóficos que trae la película, puede que suenen catastrofistas o irreales, si no fuera porque el planeta Melancolía protagonista del film del director danés Lars Von Trier, se asemeja en demasía, para mi gusto, con ese también gigantesco coloso que se cierne amenazante sobre nuestras cabezas llamado capitalismo.
Melancolía, tan bello y azul -casi tanto o más que la tierra misma-, como lo era el capitalismo allá por los años cincuenta y sesenta, empieza a acercarse engordando a nuestra vista, dejando patente su verdadero y grotesco tamaño. Un símil que tomo acertado para compararlo con esas burbujas económicas que parecen explotar -sin mucho ruido de momento- a nuestro alrededor.
A parte de la comparación político-económica, la película nos sumerge, en dos partes diferenciadas, en las vidas de dos hermanas que viven en dimensiones paralelas sobre la misma realidad: la magnifica Kirsten Dunst, enferma de melancolía por una situación de continuo abandono por parte de su familia -que queramos o no, al final son los que nos marcan nuestro grado de soledad a lo largo de la vida-, vive un contexto en el que su propia desdicha significa paradójicamente la desgracia de sus familiares. Por lo que en un esfuerzo sobrehumano, que le lleva al agotamiento, trata de vivir enmascarada, vendiendo una falsa y vacía felicidad que para más inri destaca en su trabajo como publicista.
Charlotte Gainsbourg, hermana de Kisten Dunst en el film, tiene una percepción muy distinta de la realidad: Todo, o casi todo, debe ser perfectamente artificial. Su personaje busca de manera casi enfermiza -la carrera con su hijo en brazos por llegar al pueblo-, la vida perfecta. Trata por todos los medios que todo a su alrededor sea ideal olvidándose de que la realidad, el mundo, “es una mierda”.
De ahí la manera tan distinta que tiene cada hermana de ver ese catastrófico final que a mi se me antojó como de una calma extrema. Esa paz que resulta de encontrar un refugio en medio de una tormenta, como intuyo que lo fue para el papel de Kirsten Dunst, que probablemente se topó con una balsa de aceite en su vida desencantada. Al contrario que Charlotte, quién no puede concebir un final más cruel para ella y su hijo en el culmen de su realidad perfecta.
Quizá sea el hijo, o el sobrino de las protagonistas, el que marque esa pauta intermedia entre las dos: ni una visión totalmente catastrofista del mundo que no deja disfrutar del presente, ni tampoco esa otra en la que todo alrededor debe ser prefecto. “Me da miedo que el planeta se estrelle contra nosotros”, dice el pequeño abrazado a su tía idolatrada. Y es que es eso lo que todos deberíamos de sentir para no olvidar que detrás de esa belleza brutal que posee la tierra, se esconden cosas mucho menos atractivas.

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