Aguirre, la cólera de Dios podría haber sido una película terrible, una suerte de monstruo de Frankenstein marcada por su desmedida ambición o por su horrible rodaje. Y ni hablemos de contar en el reparto con un psicópata como Klaus Kinski... Sin embargo, la excelente mirada de Herzog consigue transportar al espectador a un entorno paradisíaco y mordaz, un universo virgen en el que el peligro se encuentra tras cada helecho y cada sombra. El toque documental (tan característico del autor alemán) sienta genial a una obra que se plantea como una suerte de "falso realismo" en el que el espectador puede llegar a sentir que pocas cosas de las que se muestran estaban realmente presentes en el guion. Bien es cierto que hay momentos de descuadre: objetos y actores que tapan el plano, personajes que miran de reojo a la cámara... Pero el conjunto es una obra atípica e irónica, repleta de un humor fascinante y medido.

¿Lo mejor? Su impresionante dirección de fotografía, capaz de inmortalizar tanto las cordilleras repletas de niebla como los enormes ríos del Amazonas.

¿Lo peor? Kinski lanza a un monete, y eso no se debería permitir. Más allá de eso, la película puede llegar a sentirse un poco apresurada en su último tercio.