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Serie

7.0
6,017
4
26 de agosto de 2013
26 de agosto de 2013
29 de 54 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dicción deficiente, apresurada, entonación de español posmoderno, de peñita que ha salido de cervezas para comentar los apuntes, una jerga y un registro lingüístico que en absoluto sugieren el siglo XV, parlamentos engolados, pretenciosamente dramáticos y falsamente tensos, con una rigidez en los diálogos como sí esa gente solo tuviera tiempo para jugarse el reino en cada gesto cotidiano; la música, cansina e incesantemente nos recuerda que todo es súper dramático y súper chungo, el guión está escrito como un ejercicio escolar donde todo tiene que sonar elevado y amenazador para impresionar al profesor de lengua... Y los decorados, como se ha dicho por aquí, casi se les ven las etiquetas del alquiler... ?Y por qué tienen que ser tan guapetones y rizosos? ?Es este el glamour medieval que debe convencer y seducir? ?Por qué ese tono imitativo, mimético, de teatro malo de evocación histórica? Todo menos naturalidad o emociones creíbles. De colegio, vamos.

8.1
44,813
10
7 de agosto de 2012
7 de agosto de 2012
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nos subyuga lo gótico, el romanticismo mórbido, lo decadente sublimado por una mirada comprensiva y estilizada.
Y así, ciertamente, el Londres en sombras, brumoso de El hombre elefante, nos sitúa en una orgullosa metrópoli que exhibe sus conquistas sociales y técnicas (el sistema del alumbrado y calefacción a gas del hospital, la organización de la caridad y medicina pública), la ciencia médica como campo omnicomprensivo, todo presidido por el retrato en camafeo de perfil hierático y severo de la Reina Victoria. Sociedad que avanza a tientas, con luz de gas, en la conquista de la dignidad humana...
Y en este espeluznante mundo -cuya bien engrasada maquinaria engulle a los más débiles, los enloquece o los pervierte- un ser fragilísimo (de una fantástica belleza moral, de una fealdad luminosa y tan intensa que genera sombras tenebrosas a su alrededor, en todo sobre lo que proyecta su luz) encuentra un hilo de tierna compasión (no solo la del doctor, contaminada por la vanidad científica, sino otras compasiones que germinan en su entorno), inseguro y quebradizo, hilo que pierde en varios momentos de la historia, pero que, al final, agotadas sus fuerzas, lo conduce a la salida del laberinto de horror que ha sido su vida.
El hombre elefante apunta a una línea de cristianismo piadoso, pero tan sutil y elegante, que permite que todos los horrores que amenazan a Merrick, pululen en toda su descarnada agresividad, sin disimular ni ocultar ninguno de sus más abyectos aspectos. John los sufre todos, paradójico monstruo de cuento que pone a prueba la condición ¿monstruosa? de la sociedad que lo ha engendrado.
El hombre Elefante ilumina con candil temblorosos un terrorífico mundo de freacks, espejos deformantes y torturadas y oscuras barracas de feria donde parece condensarse el mal de este mundo en sus formas más degradadas.
Y así, ciertamente, el Londres en sombras, brumoso de El hombre elefante, nos sitúa en una orgullosa metrópoli que exhibe sus conquistas sociales y técnicas (el sistema del alumbrado y calefacción a gas del hospital, la organización de la caridad y medicina pública), la ciencia médica como campo omnicomprensivo, todo presidido por el retrato en camafeo de perfil hierático y severo de la Reina Victoria. Sociedad que avanza a tientas, con luz de gas, en la conquista de la dignidad humana...
Y en este espeluznante mundo -cuya bien engrasada maquinaria engulle a los más débiles, los enloquece o los pervierte- un ser fragilísimo (de una fantástica belleza moral, de una fealdad luminosa y tan intensa que genera sombras tenebrosas a su alrededor, en todo sobre lo que proyecta su luz) encuentra un hilo de tierna compasión (no solo la del doctor, contaminada por la vanidad científica, sino otras compasiones que germinan en su entorno), inseguro y quebradizo, hilo que pierde en varios momentos de la historia, pero que, al final, agotadas sus fuerzas, lo conduce a la salida del laberinto de horror que ha sido su vida.
El hombre elefante apunta a una línea de cristianismo piadoso, pero tan sutil y elegante, que permite que todos los horrores que amenazan a Merrick, pululen en toda su descarnada agresividad, sin disimular ni ocultar ninguno de sus más abyectos aspectos. John los sufre todos, paradójico monstruo de cuento que pone a prueba la condición ¿monstruosa? de la sociedad que lo ha engendrado.
El hombre Elefante ilumina con candil temblorosos un terrorífico mundo de freacks, espejos deformantes y torturadas y oscuras barracas de feria donde parece condensarse el mal de este mundo en sus formas más degradadas.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
La película está llena de hermosos símbolos, como esa enfermera cuya compasión parece bordear los sentimientos amorosos por la Bestia, o cómo los últimos años del monstruo se emplean en elevar un templo a la piedad y el amor de Dios, empresa que culmina también su vida y su sufrimiento, subrayado por el intenso adagio de Samuel Barber, o esos inquietantes y terribles elefantes (tan inteligentemente evocados por el montaje cinematográfico), que parecen encarnar la bestialidad que se esconde en los hombres, demoníaca, profanadora de la belleza femenina (de la madre de John Merrick).
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