Aunque sé que no es justo ni recomendable comparar películas entre sí, en este caso, me resulta inevitable hacerlo. Más aún cuando el propio Ridley Scott parece empeñado en recordarnos constantemente que esta obra no es más que una sombra deslucida de su predecesora. Con un guion inconsistente, una trama que carece de la solidez necesaria para sostenerse por sí misma y diálogos carentes de la más mínima chispa emocional, esta película se queda peligrosamente lejos de lo que debería haber sido.

Gladiator poseía una cualidad única: lograba conmover. Te hacía sentir nervios, lágrimas, risas y una conexión visceral que te mantenía al filo del asiento. Era una experiencia cinematográfica que te hacía vibrar. Sin embargo, esta nueva entrega no consigue más que evocar nostalgia por la original a través de los forzados flashbacks que Ridley Scott introduce, como si buscara desesperadamente hacernos recordar una grandeza que aquí no está presente.

Si hay algo que evita que este filme sea un desastre absoluto, es el talento indiscutible de Denzel Washington y Paul Mescal. Ambos actores entregan interpretaciones dignas de reconocimiento y premios, siendo prácticamente lo único que merece la pena rescatar en esta producción.

En definitiva, podéis ahorraros la experiencia de verla, y mucho más los 8 euros que cuesta la entrada al cine.