Una peli que demuestra que no hacen falta efectos especiales ni cámaras dando vueltas como peonzas para tenerte pegado a la pantalla. Todo ocurre en una cabaña, con café y gente hablando... y aún así engancha más que muchas superproducciones con presupuesto para destruir media ciudad.

Las actuaciones cumplen sobradamente, el guión es el rey aquí: inteligente, intrigante y con ese toque de ciencia ficción que no necesita alienígenas extravagantes. Eso sí, el concepto es sospechosamente familiar a lo que se vio en K-Pax unos añitos antes. Casualidades del multiverso, supongo.

En resumen: teatro filmado con cabeza, corazón y un poco de “¿y si…?”. No es perfecta, pero se agradece algo de cerebro en medio del griterío habitual.

Nota: 6

Una muy digna secuela que amplía el universo de Smile con una propuesta interesante. Las sonrisas siguen siendo inquietantes, pero esta vez se combinan con una crítica al vacío emocional que rodea a las estrellas mundiales. Terror con un mínimo de trasfondo y algún susto eficaz, aunque sin sorprender del todo. Muy entretenida.

De estilo artístico simple y efectivo, eso sí, tan desenfadado que uno termina agradeciéndole que no intente ser lo que no es. Hay toques fuera del realismo que, lejos de chirriar, encajan como cuchillo en filete (siempre es de apreciar el gusto por la cocina en animes)

La historia se apoya más en la atmósfera costumbrista que en una trama con rumbo, y eso, sorprendentemente, funciona. Mención especial al tratamiento del sobrepeso: sin paternalismo, sin moralejas baratas, solo una señora que vive, ríe y se tira pedos. Así de refrescante.

Y en medio de todo, la pubertad como transición a la vida adulta sin fuegos artificiales ni crisis existenciales. Cocinándose a fuego lento como los mejores platos.

Paul Thomas Anderson se marca aquí su primer gran desfile de personajes rotos con vocación de familia disfuncional, envueltos en luces cálidas y sueños húmedos. Boogie Nights es una película que, como sus protagonistas, quiere ser más grande de lo que realmente es, pero lo compensa con carisma, ritmo y una fotografía que brilla con más neones que una ciudad fronteriza.

La referencia a Pulp Fiction es inevitable: galería coral, toques de humor negro y ese romanticismo sucio por los márgenes de la sociedad. Solo que aquí cambiamos los trajes y los maletines por bigotes y cintas VHS. Y aunque Tarantino te lleva a los infiernos con estilo, Anderson parece más interesado en dejar a sus personajes flotando en una burbuja de música disco, cámara en movimiento y camaradería drogadicta.

La dirección es ágil, los diálogos tienen chispa, y hay un cariño por los personajes que se agradece. Pero también hay una suerte de ingenuidad. El porno de los 70 es retratado como una especie de paraíso perdido, un lugar de libertad y creatividad, que solo se corrompe cuando aparece el vídeo y la cocaína. Una lectura un tanto edulcorada, como si la industria fuera solo una víctima más del progreso tecnológico, y no un pozo con fondo desde el principio. A veces da la impresión de que Anderson quiere ser crítico, pero no tanto como para aguar la fiesta.

Eso sí, visualmente es un disfrute: largos planos secuencia, colores saturados, y una ambientación que te clava en la época sin necesidad de subrayarla cada cinco minutos. La banda sonora es otro acierto, con canciones que no solo acompañan sino que comentan lo que pasa, y a veces lo desmienten.

En resumen: Boogie Nights es como una estrella porno en su mejor momento. Brilla, seduce, te hace pasar un buen rato… pero si te quedas mucho rato mirándola, empiezas a ver las grietas. Y tal vez eso sea también parte de su encanto