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España España · Azuqueca de Henares
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Críticas 16
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
6
17 de marzo de 2024
157 de 174 usuarios han encontrado esta crítica útil
Primer largometraje de Molly Manning Walker que pone el foco en una triste realidad a la que ya nos hemos acostumbrado en las dos últimas décadas: el turismo de borrachera que muchos jóvenes emprenden en un momento de su vida, normalmente en ese paso del instituto a la universidad, como si fuera una especie de ridículo rito de iniciación a la vida adulta. En este caso, la película nos muestra, con un estilo a veces casi documental, ese viaje que hacen tres adolescentes a Miali, Creta (podría ser perfectamente a Magaluf) como fin de etapa del instituto, mientras esperan las calificaciones para poder entrar a la universidad (su EvAU, o su selectividad, para los que somos más boomers).

Durante media hora larga asistimos (con cierto aburrimiento y bastante desapego por mi parte, tengo que reconocerlo) a los desfases diarios y, sobre todo, nocturnos, de estas tres muchachas que se comportan como auténticas chonis descerebradas. Conocen a otro grupo de mamarrachos y su rutina consiste básicamente en levantarse tarde con resaca, emperifollarse de nuevo para acudir a fiestas sexuales en piscinas y beber hasta perder el conocimiento. Las tres chavalas tienen perfiles diferentes: está la lista (parece la más centrada de las tres), la virgen (a la postre, nuestra protagonista) y la mala (que se cree la más atractiva y parece disfrutar humillando a su amiga virgen e incitándola a que dé el paso de acostarse por fin con cualquier memo borracho en alguna de esas fiestas de Sodoma y Gomera, que diría el Fiti).

La primera parte de la película, como digo, parece más un reportaje de ‘Equipo de investigación’ sobre ese tipo de turismo de desfase, sexo y alcohol para adolescentes. Lo veo con desagrado y cierto rechazo hacia los personajes, he de reconocerlo. Solo falta algún idiota haciendo balconing para completar ese triste y cotidiano retrato. Es el pack completo que parecen vender en muchas agencias de viaje: playa, alcohol, drogas, sexo y balconing. Abstenerse interesados en visitas culturales a la zona.

Afortunadamente, tras 45 minutos de escenas de desmesura alcohólica y comportamientos neandertales, la película centra el foco por fin en el personaje de Mia McKenna-Bruce (la chica virgen) y su primera experiencia sexual. Es a partir de ahí cuando la película se vuelve realmente interesante, tierna y dura también. La actriz hace un trabajo espectacular y la expresividad de su rostro empieza a comerse la pantalla, ofreciendo por fin un relato dramático y reflexivo. Una pena que Molly Manning Walker haya desperdiciado tantos minutos de película mostrando las orgías alcohólicas y no haya centrado más su película en las relaciones de los personajes y en el drama. Aunque entiendo que, quizás, también la intención de la directora era retratar esa especie de distopía alcohólica y el daño que puede llegar a producir.

Me gustó esa segunda parte de la película y la sutileza con la que trata los temas delicados Manning Walker. Es una sutileza algo fría, pero lo suficientemente impactante para sacudir al espectador y ofrecerle por fin una historia potente, una realidad tan amarga como desgraciadamente habitual. La película gana muchos enteros en esa segunda mitad en la que Mia McKenna-Bruce, con sus gestos, con su mirada, nos lo cuenta todo y te sacude por dentro, ciertamente.

Salgo del cine con la sensación de haber visto una película algo irregular en su construcción narrativa, pero necesaria desde el punto de vista pedagógico y social. Es una película de contrastes, de miedos, de vergüenzas y de heridas. Me voy cabreado de la sala, pensando que, a pesar de todo, queda tanto por hacer todavía…
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De las tres amigas, Tara es la que sufre más complejos. No es tan lista como sus dos compañeras (ha suspendido el preuniversitario y tiene muy poca autoestima), se cree menos atractiva y sufre cierta presión social por ser la única que todavía no ha perdido la virginidad. Una presión estúpida que una de sus “amigas” parece empeñada en agrandar, al mismo tiempo que se muestra condescendiente y cruel con ella.

Con todo, no se puede culpar o responsabilizar absolutamente de nada a Tara. Lo que le ocurre no es producto del alcohol, de sus inseguridades, de sus complejos o de la presión social acerca del sexo a la que está sometida. No. Tara sufre una agresión sexual en la playa y una violación en la habitación, dos días después. Paddy se aprovecha de su estado de embriaguez esa primera noche en la playa para forzar una situación sexual para la que Tara, ni está preparada, ni le apetece realmente, ni, sobre todo, está en condiciones físicas o mentales de rechazar. Él le pregunta dos veces “¿Si?” y ella responde dos veces “Sí”, pero solo un estúpido podría ver ahí verdadero consentimiento. Gracias al flashback vemos como Tara solo siente dolor y asco por esa relación sexual. Y es tremenda la imagen de la mañana siguiente, cuando camina sola por esa especie de Magaluf arrasada por los excesos, sintiéndose tan vacía como arrepentida.

Después, sufre una violación, cuando está medio dormida, en la cama.

Lo más triste de la película es que uno se imagina la cantidad enorme de Taras que vivirán esas primeras (o no primeras) relaciones sexuales similares a esta. La mayoría, por desgracia, todavía tendrán miedo de hablar, como ella, de denunciarlo. Lo asumirán como “cosas que pasan”. Muchas lo asimilarán con el paso del tiempo y lo recordarán como una desastrosa “primera vez”. Incluso muchas se culparán por haber bebido demasiado, por haber permitido un primer acercamiento, hasta dudarán de haber podido “provocar” la situación, el malentendido… Cuando nada de eso es cierto. Son muchachas, mujeres (también algún hombre, por supuesto), que mantienen relaciones sexuales en un momento en el que no sienten verdadero deseo. O, directamente, como le ocurre la segunda vez a Tara, que son forzadas, violadas, aunque no medie una amenaza física o una agresión violenta.

La última conversación que tienen Tara y su amiga Anna es demoledora. Casi en susurros, para que nadie lo escuche, para que la otra amiga (metáfora de la propia sociedad) no acabe culpándola, deja caer Anna la frase típica de “Tenías que haber dicho algo”, mientras Tara asume con tristeza. Ambas chicas se miran y se comprenden. Como si, en el fondo, supieran que es una situación tan común, tan habitual, que no hay más remedio que asumir y olvidar cuanto antes. Tara acabará asimilando esas primeras veces, olvidando a su violador para poder seguir viviendo sin ese recuerdo horrible. Acaso culpándose también de vez en cuando, por haberlo permitido…

Qué sociedad tan fallida tenemos si hay chicas (y chicos) que se acaban responsabilizando en parte del daño que les causen otros. O que prefieren callar y tratar de olvidar para no ser victimizados, culpados y señalados.

La parte más tierna de la película es la que protagoniza el bueno de Badger. El único personaje que parece interesarse sinceramente por Tara y que intuye que algo le ha pasado. Lástima que tampoco se atreva a manifestarlo. Es otra metáfora más del silencio cómplice, como su amiga Anna. Todos callan porque, en realidad, en esta sociedad enferma, ninguno está totalmente seguro de que no haya cierta parte de responsabilidad de todos, también de las víctimas. Así de triste es como se entiende muchas veces, cuando, la pura verdad, es que en este caso (en estos casos) el único culpable es Paddy, todos los Paddy. La mayoría de esos Paddy son tan estúpidos, tan animales, que no lo saben o no quieren saberlo: pero lo cierto es que son violadores con todas las letras.
11 de marzo de 2024
24 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
No conviene contar mucho sobre el argumento de ‘Desconocidos’ y casi es mejor no ver ningún tráiler, porque supone un gustazo ir abriendo esa bonita y emotiva caja de sorpresas que nos ofrece el director británico Andrew Haigh. Esta es una de esas películas que hay que ver hasta el final y después meditarla un rato para recomponer el puzle. Incluso uno de esos filmes que, cuando ya el puzle está compuesto, te invita después a interpretar la imagen que dibuja para terminar de entenderlo.

Me ha gustado mucho lo que quiere transmitir Haigh. Es una película de amor con mayúsculas. No solamente de amor sexual o romántico (aunque quizás también, ya digo, mejor no ver trailers), sino de un amor más profundo, de un amor ciertamente inmortal. Y es que ‘Desconocidos’ trata del amor puro que un niño siente por sus padres y del dolor, también eterno, que parece quedarse para siempre cuando no están. Es una película sobre la soledad, la búsqueda, las carencias y los recuerdos. También sobre los traumas, los complejos y las falsas apariencias. Es el trauma de un niño grande que busca redención para poder seguir adelante, para no verlo y sentirlo todo bajo la suciedad del miedo y la desconfianza. Solo hay una cosa peor que decepcionar a los que te amaron o no poder perdonarlos: saber que ya no hay nadie a quien dirigir esa expiación o ese perdón.

Pero ‘Desconocidos’ es algo más, porque también es una película que juega con lo imposible, con la fantasía, con la metáfora. Esa utilización tan insólita del elemento fantástico para plasmar temas tan profundos como los que trata esta película es un acierto muy original de Andrew High. Además de todo eso, de unos personajes entrañables y de unos diálogos deliciosos (sobre todo, entre el trío protagonista, padres e hijo), el director británico cuida mucho todo el envoltorio: imágenes muy poderosas, una gran banda sonora, estupenda fotografía y una mezcla un tanto rara de géneros (humor negro, ciencia ficción, el melodrama, incluso detalles propios del cine de terror) que hace que ‘Desconocidos’ sea una película tan poética, triste y hermosa como esta.

Es de esas películas que se te queda en la cabeza mucho tiempo después de verlas.
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Todo lo que vemos en la película es una alegoría, un viaje metafórico de Adam, un hombre adulto asolado por la muerte de sus padres cuando era niño, algo que le dejó una mella terrible y que ha mermado siempre su capacidad de relacionarse con otras personas y de amar, en definitiva. Adam, que quiere escribir un libro sobre sus padres, de ahí que esté recopilando fotos, recuerdos, visite la casa familiar, etc., imagina todos esos encuentros con ellos. Todo es una especie de "what if" simbólico con el que el propio Adam está construyendo su libro y, al mismo tiempo, está intentando sanar su mente. Reproduce en su cabeza (y en su corazón) esas conversaciones que nunca pudo tener con sus padres acerca de sus problemas en el colegio, del despertar de su sexualidad, de la soledad que sintió muchas veces, de la pérdida…

Esas carencias afectivas han convertido a Adam en una persona incapaz de tener relaciones amorosas serias, más allá del sexo. “Nunca me he enamorado” le confiesa a Harry. ¿Y quién o qué es Harry? Pues otra metáfora en la mente de Adam. Una idealización. La idealización de un amor que nunca ha podido realizar plenamente. De ahí que, hasta en momentos de felicidad, siempre hay algo que lo afea todo, que lo convierte en una mueca grotesca (a ratos aparecen esos rostros deformadas, como heridas pasadas). Harry también está muerto, como sus padres. Probablemente fuera una relación trágica en la vida de Adam, alguien a quien no pudo ayudar, a quien no supo amar por esa coraza autoimpuesta.

Con ese camino de búsqueda interior que lleva a cabo Adam (en la película son muy simbólicos los viajes que hace de la ciudad a esa casa del pasado), consigue cierta paz consigo mismo. Esas conversaciones irreales con sus padres y esa intensa y sincera relación con un idealizado amante son una muestra, quizás, de que Adam está empezando a recomponerse emocionalmente. O, cuando menos, está en ese proceso. Ha conseguido verbalizar, aunque sea en su imaginación, ese perdón hacia sus padres por haberlos culpado por tantas cosas (por su incomprensión hacia su sexualidad, por haberlo dejado solo…); y también puede que haya aprendido a no sentir tanto miedo por las relaciones amorosas, ya que parece haberse dado cuenta de que su coraza, esa que se puso cuando perdió su infancia, el día del accidente de sus padres, le cierra las puertas a vivir emociones tan hermosas como las que pueda sentir con cualquier Harry con el que consiga conectar.

¿Será efectiva esa búsqueda introspectiva de Adam? Quizás solo el hecho de intentarlo ya es un avance. Pensar, imaginar y escribir sobre todo ello es la terapia que encuentra Adam para tratar de sanar.
17 de marzo de 2024
26 de 32 usuarios han encontrado esta crítica útil
Muy pocas cosas funcionan en este aburrido thriller cargado de tópicos y en el que todo sucede de una manera totalmente convencional. El planteamiento en sí ya resulta bastante poco original y no demasiado creíble. Anna y Liv son dos mochileras viajando por Australia que, tras quedarse sin dinero, deciden aceptar un trabajo de camareras en un cochambroso hotelucho situado en medio del desierto, junto a una mina. Al bar del hotel cada noche llega una tropa de mineros semi bárbaros, incels babosos, machistas recalcitrantes, borrachos y algún psicópata que otro. Una clientela que haría que cualquier horda de zombies de The Walking Dead pareciese la adorable Tribu de los Brady. Las dos muchachas se convierten, cómo no, en el blanco de semejante tropel de anormales y, además, tienen que sufrir el trato desagradable que les propina su jefe (otro alcohólico que parece no haberse duchado en meses).

Cualquier persona normal saldría corriendo de semejante tugurio, pero ellas deciden vivir esa aventura, ganar un poco de dinero (cuando queda patente casi desde el principio que el jefe no tiene dónde caerse muerto y que el hotel es un pozo sin fondo) y seguir el camino de baldosas amarillas después. Al fin y al cabo, que dos jóvenes atractivas decidan alojarse y trabajar en medio de ninguna parte, justo en el bar al que van todos los salvajes y psicóticos de Mad Max parece un plan sin fisuras.

Durante la primera hora de película (afortunadamente es corta), la directora trata de crear una tensión creciente entre algunos siniestros clientes del bar y las dos jóvenes, de tal forma que el espectador tiene claro que en cualquier momento arderá la mecha en forma de violencia. En realidad, si veis el tráiler os podéis ahorrar los ocho o nueve euros de la película, porque prácticamente es un resumen de todo lo que pasa.

Y no hay mucho más. La película es más bien regulera y no tiene nada reseñable, salvo la fotografía y la actuación de Julia Garner, una interesante actriz que ya me gustó muchísimo en la estupenda película ‘The assistant’ y que está para mucho más que estos bodrios juveniles. Por cierto, parece mentira, pero Kitty Green también dirigió aquella película y por eso tenía ganas de ver este nuevo trabajo. Por supuesto, le seguiré dando un voto de confianza porque un borrón no hace malo a un buen escribiente, como se suele decir.

El desenlace de la película es tan malo como el planteamiento, pero llegados a ese punto, ya me da bastante igual porque hace rato que estoy pensando en que tengo que pedir hora en el taller para llevar el coche y que tengo que pasarme por un chino para ver si le queda alguna barra de pan. La película termina con una última escena bastante absurda, me levanto rápidamente de la butaca y salgo bostezando. Mira, es ya de noche. Seguro que en ningún chino del barrio queda ya pan…
23 de marzo de 2024
18 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo primero que hay que decir es que esta es una de esas películas que conviene ver sin saber absolutamente nada de ella. Avisados quedáis. Ni el tráiler debéis ojear si queréis saborear con frescura este este thriller negrísimo y perturbador de Xavier Legrand.

‘El sucesor’ tiene un comienzo visualmente espectacular, adornado con una estupenda pieza musical de SebastiAn (autor de la partitura), que me recuerda un poco a la música de algunos filmes de Hitchcock. Las altivas modelos caminando en esa pasarela en forma de espiral es una metáfora de mucho de lo que vamos a ver. Inmediatamente Legrand comienza su truco de naipes con el espectador, mostrando las bases de lo que parece ser un drama familiar protagonizado por un gran modisto internacional que, tras sufrir un ataque de pánico, se ve obligado a enfrentarse a miedos y ansiedades que le llevan a indagar en el pasado. Y ese parece ser el planteamiento sobre el que se desarrollará el suspense de la película, pero, como buen prestidigitador, el director nos está haciendo creer que la jugada va por un lado, mientras se está guardando un as (más de uno, en realidad) bajo la manga.

Toda la película descansa en la evolución psicológica del protagonista, el modisto Barnés, la nueva revelación de una prestigiosa firma de moda en París. El joven sucesor de los grandes diseñadores que, en su mayor momento de gloria, está a punto de sufrir un shock emocional tan fuerte que le hará enfrentarse a su mayor terror.

No es un guion perfecto y hay algunos detalles, giros, que creo que están pintados con brocha gorda. No deslucen el resultado ni lastran la estupenda media hora final de la película, pero creo que resultan algo burdos, restándole un poco de coherencia a algunos hechos de los que suceden en la parte central de la historia. Aun con esos pequeños borrones, ‘El sucesor’ es una buena película, con un ritmo atinado, que va creciendo con el paso de los minutos y que ofrece momentos de auténtico desasosiego y alguna escena que otra del mejor terror cinematográfico.
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Me gusta el último as en la manga de Legrand, aunque creo que lo exagera. Durante toda la película parece que el amigo del padre de Barnés esconde algo. Parece un personaje muy cordial, agradable, pero también demasiado insistente. Algo tiene que haber detrás, piensas. Es un envite bajo con muy buenas cartas, para que piquemos. Y es fácil picar porque reconozco que durante muchos minutos barajo la posibilidad de que ese hombre supiera que había allí una muchacha escondida y que, posiblemente, fuera cómplice del padre de Barnés en ese tipo de monstruosidades, pero el director se está guardando el órdago para la resubida. Y es un órdago que se ve venir. Está claro que queda una sorpresa para el final y, cuando comienza a proyectarse el vídeo de homenaje en la ceremonia del sepelio, es fácil imaginar quién va a aparecer allí.

Lo más duro de la película es, sin duda, lo que el espectador imagina que ocurrirá después. Es imposible no ponerse en la piel de ese hombre bueno al hallar la terrible verdad que encuentra en ese zulo. En ese momento descubrirá que su gran amigo fue quien secuestró a su hija, quien la retuvo en esas condiciones durante años, seguramente quien la violó repetidas veces. Pero es que, pocas horas o días después, el mazazo será todavía mayor, cuando la policía encuentre el cadáver de la chiquilla, con el cuello roto y con muestras de ADN que inculparán al hijo del monstruo.

¿Qué preguntas se hará ese hombre? ¿Cómo podrá afrontar tanto dolor? ¿Cómo podrá asimilar que su hija ha estado secuestrada y violada durante años por su gran amigo y ha sido enterrada pocos días antes por el hijo de este, que no la conocía en absoluto? Ciertamente, es un desenlace tremendo. Deja tan mal cuerpo que ni siquiera el suicidio de Barnés ayuda a mitigar el cruel final de esa pobre muchacha y su padre.

La única pega que le pongo a la película es que, en la parte central, resulta algo desconcertante la actitud de Barnés cuando encuentra a la muchacha. Vale que su comportamiento puede explicarse desde su egoísmo y su miedo al escándalo. Pero es un poco rocambolesco lo de drogar a la chica, ponerse ese absurdo casco para evitar que le pueda reconocer y tratar de llevar a cabo un plan tan infantil como intentar dejarla inconsciente cerca de algún hospital, confiando en que nadie la relacione con la casa, con su padre... Demasiados quizás. Hubiera resultado más natural (incluso más trágico desde el punto de vista del personaje de Barnés) que la chica hubiera muerto al intentar escapar cuando el modisto descubre el zulo y la ve por primera vez. La misma muerte accidental y el mismo egoísmo o miedo a arruinar su carrera le hubieran llevado a la misma despreciable situación de querer deshacerse del cadáver; pero lo de los tranquilizantes en el yogur y el ridículo casco es a lo que me refería antes con detalles de brocha gorda del guion. No aportan nada a la película ni a su desenlace y le restan algo de verosimilitud al personaje. Su sentimiento de culpa final hubiera sido igual de insoportable solo con haber enterrado el cadáver de la muchacha. Y la metáfora de la película también: Barnés, finalmente, como temía, hereda el mal de su padre. Es esa herencia monstruosa de la mentira y el horror la que le destruye también a él, gracias a su egoísmo y su cobardía.
25 de marzo de 2024
13 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Wim Wenders tiene más alma de poeta y pintor que de cineasta. Para él las películas no solo consisten en contar una historia. Casi siempre le interesa mucho más sugerir que contar y por ello construye sus obras cinematográficas como poemas visuales, hermosos y evocadores. Sus mejores trabajos muestran ese delicado equilibrio entre la narración, los personajes, la belleza fotográfica y la poesía. Es lo que ocurre con algunas de sus primeras películas, maravillosas, repletas de imágenes que se quedan en el recuerdo del espectador, como en 'El cielo sobre Berlín' o esa obra maestra que es 'Alicia en las ciudades'.

Con 'Perfect days' recuperamos al mejor poeta con una película que sorprende por su sencillez y su belleza, que sugiere mucho más de lo que vemos y que nos regala, además de una fotografía espectacular, una interpretación arrebatadora de su protagonista casi único, Koji Yakusho. 'Perfect days' es una película estupenda, porque su envoltorio, su protagonista y su mensaje final lo son. Tiene una banda sonora fabulosa, cargada de temazos de los años 70 y 80, y, como he dicho, una fotografía preciosa del paisaje urbano de Tokyo. También el uso del color, los amaneceres, los anocheceres... Todo está muy bien "dibujado" por esa concepción tan plástica que tiene Wenders de lo audiovisual.

Además de esa belleza pictórica y musical tan sobresalientes, 'Perfect days' cautiva por su lirismo. Wenders nos ofrece el retrato de un hombre sencillo. Toda la primera parte de la película se centra básicamente en describir ese día a día de Hirayama, este tranquilo y agradable limpiador de baños públicos que interpreta Yakusho. Parece un tipo feliz, que disfruta de una vida sobria y de un trabajo humilde que realiza con absoluta perfección. Vive solo en una casa modesta, hace su trabajo con total pulcritud y, por las tardes, disfruta de placeres pequeños: tomarse algo en un bar, leer viejas novelas, hacer fotos a los árboles con una cámara analógica o escuchar música rock anglosajona en cintas de cassette obsoletas.

Quizás se recrea demasiado Wenders en este retrato, alargándolo en demasía, ya que durante una hora larga asistimos una y otra vez a los mismos rituales del personaje, sin apenas variación y sin tener casi ningún tipo de interacción con otros. Es, posiblemente, el único defecto de la película porque roza el aburrimiento tanta reiteración. Aunque, vista en su totalidad la película, es entendible el efecto que quiere provocar el director con el retrato de esa cotidianeidad, incluso tediosa. En todo caso, creo que se le va un poco la mano y una presentación más corta del personaje tendría el mismo efecto.

Solo en la segunda mitad de la película, con la aparición de su sobrina y algún otro personaje secundario, empezamos a entender un poco más a este limpiador y podemos interpretar muchos aspectos de su personalidad, a pesar de sus profundos silencios. Wenders se basa en los tópicos literarios clásicos de "beatus ille" y "carpe diem" (disfrutar de la vida con cosas sencillas) para hacer este ¿triste? retrato de un hombre vulgar y corriente, que apenas pronuncia unas frases en toda la película, pero que, como todos, tiene un pasado a sus espaldas y esconde algún que otro secreto.

'Perfect days' tiene un tercer acto que es una maravilla, con un par de momentos y diálogos realmente encantadores. Así como la última escena, que no puede estar rodada (e interpretada) con más sensibilidad, más talento y más lirismo.

Una estupenda película y un gran poema, uno más, del maestro Wenders.
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La película esconde una parábola preciosa que es, en esencia, una pregunta retórica al espectador: ¿Qué habrá vivido este hombre rico, heredero de una gran fortuna, para huir de su familia, odiar a su padre, renunciar a todos sus privilegios y ser feliz haciendo uno de los trabajos más humildes que existen, teniendo como únicas pertenencias una vieja furgoneta, unas novelas antiguas y esas obsoletas cintas de casette?

Su hermana le pide que hable con su padre y él se niega. Es obvio que algo pasó entre ellos. La historia, claro, deja muchos interrogantes acerca de esa ruptura, de esa huida. Lo realmente interesante es cómo ese hombre que lo tiene todo, encuentra la felicidad, precisamente, en lo contrario: en la modestia y la sencillez de una vida sin ningún tipo de lujos. Un "beatus ille" que habría firmado el mismísimo Fray Luis de León.

De la hermosa secuencia nocturna junto al puente, aprendemos otro secreto del limpiador Hirayama. Siente celos al ver que otro hombre puede tener algo con esa camarera que ve todos los días, pero a la que, seguramente, nunca se ha atrevido a expresarle sus sentimientos hacia ella. ¿Acaso el amor tuvo que ver también en la ruptura y huida de su familia? Es precioso ese momento en el que juega con el marido enfermo; dos desconocidos compartiendo sentimientos con una inocencia casi infantil.

Cierra el director su parábola con ese poético primer plano mantenido de Hirayama en la escena final. Vemos como ese hombre feliz pasa de la alegría de cada mañana escuchando su música camino del trabajo, de su sonrisa, a las lágrimas. Puede que sean lágrimas de nostalgia por haber recordado su pasado, por haber visto a su hermana a la que tuvo que dejar también atrás, con su antigua vida, pero a la que no ha olvidado nunca. O quizás, lágrimas por recordar aquello que ocurrió y le hizo alejarse y que, ni él, ni el director, quieren compartir con nosotros, los espectadores. Con esos sentimientos tan encontrados (su optimismo diario y la melancolía o el dolor del pasado), Hirayama conduce, como todas las mañanas, hacia la ciudad, para limpiar los urinarios tan perfectamente como siempre. Mientras, escucha a Nina Simone cantando "Es un nuevo amanecer, un nuevo día, una nueva vida para mí. Y me siento tan bien".
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