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Críticas ordenadas por utilidad
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7.2
7,084
6
24 de abril de 2006
24 de abril de 2006
47 de 68 usuarios han encontrado esta crítica útil
Según los críticos, el año 65, el año de Alphaville y este film, fue el año en que Godard daba definitivamente un paso adelante en su cine. Alphaville es más popular, quizás por el hecho de contar con un hilo argumental -aunque este no sea más que una mera excusa- mientras que Pierrot es posiblemente más complicada de abordar. Tengo la sensación de que viene a ser lo que Godard habría hecho con A Bout de Souffle si hubiese tenido la experiencia que acumulaba seis años después; a fin de cuentas, volvemos a Belmondo y a una atractiva compañera (Anna Karina, a la que Godard quería para el papel que luego hizo Jean Seberg) fugados de la ley y de algún tipo de organización criminal extranjera. Pero Belmondo es un burgués aburrido, e intelectual frustrado, no muy lejano en principio al Vittorio Gassman de Nos Habíamos Amado Tanto. A partir de su fuga con Karina, comienza el delirio: números musicales, delincuentes extranjeros que parecen recién sacados de alguna serie B de los 50, y una serie de monólogos metafísicos e incoherentes del protagonista. Bueno, incoherente es el filme en general, filmado sin guión y que da la sensación de ser una serie de sketches en los que Godard homenajea el cine negro, o más bien parodia su propia fijación con el mismo -o incluso la degeneración del género en esa década, trasladado a escenarios exóticos, convertidos en comedias ligeras, o ambas cosas- llevándolo a unos extremos tan disparatados como cómicos (y que Hal Hartley homenajearía a su vez en Amateur), y a la vez parece querer también mostrar sus dilemas y amarguras personales tras conseguir la fama, y en cierta forma expresar su deriva ideológica hacia el radicalismo como reacción en el personaje de Belmondo, que no cuesta imaginar que se trata de una proyección de él mismo, incluso en su relación con Karina, cuyo personaje activo, vitalista y en última instancia manipulador, una mujer fatal de screwball comedy, se desespera ante las diletancias trascendentales de Belmondo. Da igual cómo se interprete el film, quizás como posible interpretación de la respuesta que Samuel Fuller le da a Belmondo al principio, al respecto de qué es el cine. La película no vale tanto la pena por las reflexiones de su autor (que también, pero que no tienen tanto interés para un servidor como el que puedan tener para el propio Godard) como una Anna Karina que deslumbra en cada momento que sale en pantalla en su última película con quien fuera su marido. Pero de todas formas, parece haber creado escuela, así que no estoy en la opinión mayoritaria. Una observación menor: la fotografía es realmente horrible.

6.9
1,427
6
24 de abril de 2006
24 de abril de 2006
25 de 31 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aunque por edad podría haber formado parte de la generación de la violencia, creo que resulta más fácil encajar a Martin Ritt en la de la televisión, teniendo su cine elementos en común con el de Arthur Penn o con Sidney Lumet, en los que la crítica social es más explícita y los estudios de personajes generalmente más complejos. Pero de una forma u otra, Ritt seguía ligado a ese pasado, y lo denunció abiertamente en la tragicomedia La Tapadera, y años antes en este filme, si bien de forma más sutil, pues estaba al frente de una superproducción orientada a los premios de la academia del 70. McParlan, policía de origen irlandés, es infiltrado por la policía en una mina de Pennsylvania con el objetivo de destruir desde dentro a los Molly Maguires, una organización secreta de mineros formada por inmigrantes irlandeses que llevaba a cabo actividades terroristas a finales del siglo XIX, y conseguir una rápida promoción.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
El cabecilla, Jack Kehoe, simpatiza con él y acaba por incluirlo en la organización; a medida que la presión aumenta sobre la organización, McParlan comienza a dejar de vislumbrar el bien del mal, mientras que Kehoe es incapaz de rendirse, de asumir el fracaso, el suyo y el de la explotada comunidad irlandesa sin luchar, aun intuyendo que se condena a sí mismo, o que McParlan, quien lo admira, lo hará por él de todos modos (sí, aparte de la obvia referencia a la delación, hay cierto elemento mesiánico en la figura de Kehoe, por ejemplo en la secuencia en la que él y McParlan asaltan y destruyen el edificio de la compañía minera en el pueblo. Los generosos medios con que cuenta Ritt están bien aprovechados; se utilizó un poblado minero de la época que estaba intacto, y que contó con una fotografía sublime de James Wong Howe, uno de los trabajos más espectaculares que he visto. La película no naufraga por la ineptitud de Ritt al poner en escena la historia (a pesar de que la subtrama con Samantha Eggar chirría), pero tiene más vocación de estudio de personajes que de relato épico, por ello las secuencias de los atentados no tienen especial emoción -con excepción de la primera, lo que se debe a que la colocación de los explosivos es mostrada de forma exhaustiva y detallada en una secuencia muda que dura casi diez minutos y que es muy interesante y de gran calidad, pero para nada espectacular-; ni siquiera en el punto culminante de la historia da Ritt rienda suelta a la emoción (eso lo ha dejado para el asalto comentado antes, veinte minutos antes del final): sigue centrándose en el retorcido vínculo entre ambos protagonistas, en el que el enfrentamiento es psicológico y no físico, al igual que las marcas en ambos. Obviamente, esta elección podría haber sido un suicidio artístico -además de comercial, que ya lo es- de no ser porque ambos papeles eran interpretados magistralmente por Richard Harris y Sean Connery. La condición anticlimática y arrítmica por momentos de la película la hizo fracasar miserablemente y dañó durante años el estatus comercial de ambos actores (aparte de hundir definitivamente la carrera de Samantha Eggar), pero una vez tenido en cuenta eso, es un film sólido y de calidad que merece un visionado, y que sin duda habría tenido mucha mejor suerte de no haber sido hecha en un momento de franca decadencia de valores en el cine comercial americano.
24 de abril de 2006
24 de abril de 2006
23 de 27 usuarios han encontrado esta crítica útil
La Mejor Juventud ha venido recibiendo la etiqueta de segunda parte, o continuación natural de Novecento, lo que no es del todo cierto, pues Bertolucci se sirve de los cambios en la Italia de la primera mitad de siglo más para exponer alegóricamente sus tesis más o menos panfletarias que para retratar el paso del tiempo en el país, la sociedad, y más concretamente sus protagonistas, como era el caso de la de Tullio Giordana. Por eso es más bien el film de Ettore Scola del que esa miniserie es una excelente heredera. Una Mujer y Tres Hombres -o mejor dicho, Nos Habíamos Amado Tanto, que sería la traducción del título original- cuenta las andanzas de tres amigos, Gianni, Nicola y Antonio, veteranos de la resistencia anti-nazi. Gianni , estudiante de leyes, es inteligente, apuesto y astuto; Nicola, profesor, es idealista y temperamental, y Antonio, enfermero, es noble pero inculto. Es Antonio quien conoce en el hospital a Luciana, de quien se enamora pero es incapaz de retener, al igual que les pasará a los otros dos a lo largo de los años. Los tiempos cambian, y los ideales por los que lucharon en los años 40, y las aspiraciones que llegaron a tener se han esfumado, por ellos mismos y por la omnipresencia de la Democracia Cristiana y el Vaticano en la sociedad; sólo les queda su mutua compañía, el recuerdo de tiempos mejores, y un amor que podría darse, o desaparecer definitivamente. Hay un par de secuencias magníficas, como las últimas de Vittorio Gassman y Aldo Fabrizi, o aquella en la que Nicola ve a Vittorio de Sica en un estadio explicando la respuesta que a él le habían dado como incorrecta en el momento culminante del concurso que perdió una década atrás. Su respuesta era correcta, pero ya no le resulta ningún consuelo viendo que el momento culminante de aquel film cuyas ideas tan vehementemente había defendido durante décadas se había fundamentado en un pequeño truco.. Sí, es una película magnífica, que desgraciadamente no pude disfrutar del todo porque tuve que verla en italiano con subtítulos en francés. Aún así, y con ciertos recursos más bien convencionales por parte de Scola de vez en cuando, es un film imprescindible.

8.0
7,330
9
24 de abril de 2006
24 de abril de 2006
21 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dassin es otro director del que no sé gran cosa, aunque su experiencia vital resulta fascinante (y terrible) a primera vista, siendo uno de los principales damnificados por la "caza de brujas" del senador McCarthy finales de los 40 y principios de los 50. El caso es que junto con Losey, Rossen, Ritt o en el lado opuesto Elia Kazan, es uno de los cineastas cuyas experiencias en aquella época repercutieron positivamente en sus filmes. En el 54, Dassin estaba en París sin un duro con que mantener a su familia, y se vio obligado a realizar este filme, basado en una novela que Dassin despiezó sin piedad hasta dejar únicamente lo que le interesaba: un atraco a una joyería y las consecuencias del mismo. Le Stephanois sale de la cárcel, enfermo y envejecido, y organiza el atraco con su antigua banda más un hedonista italiano (que responde a los rasgos del director) cuya posterior indiscreción hará que un gangster enemigo, pareja de la antigua chica de Le Stephanois, se disponga a hacerse con el botín, con resultados trágicos.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
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En escenas como en la agresión de Le Stephanois a su ex, Dassin muestra hasta qué punto se encontraba resentido y destruido, tanto como su personaje, por las condiciones en que esa ridícula vorágine paranoica le había dejado, explotando la vulnerabilidad de los individuos amenazados, pero no es un filme con vocación política alguna; aunque filmado con capital, equipo y localizaciones francesas, es cine negro americano rodado con destreza y que se va haciendo insoportablemente asfixiante a medida que avanza. Esa capacidad de gestionar la tensión se hace visible en las mejores secuencias del filme; la más famosa, la media hora de acción sin diálogos o música durante el robo en la joyería -en la que basta con mostrar los procedimientos que llevan a cabo para hacerse con el botín para hipnotizar al espectador-, y el terror que se desata tras el desliz del italiano, que poco a poco va haciéndose más frenético y desesperado hasta culminar en la magistral secuencia final, la trágica y absurda huida del protagonista a ninguna parte.
23 de junio de 2011
23 de junio de 2011
8 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una temática aventurera con occidentales arreglando el mundo porque ellos lo valen, un armenio interpretando a un chino, trama romántica de por medio, si hacemos caso al cartel... Todo apunta a que se repiten aquí el arsenal de tópicos del cine de aventuras de la época. Sin embargo, hay algo que lo distingue claramente de los demás productos, y es que el guión viene firmado por el entonces afamado Clifford Odets. Lo distingue para bien y para mal, porque siendo un excelente dialoguista -bastante más dotado de lo habitual en los primeros tiempos del cine sonoro, dando a los personajes principales un toque de ingenio poco común fuera de la comedia- Odets solía perderse a menudo en excesos retóricos que restaban naturalidad al conjunto y delataban sus orígenes teatrales.
Si Odets es quien le da el toque de peculiaridad (aunque sus intentos por dotar de trascendencia a la formulaica trama poniendo al bueno de Cooper a recitar soliloquios sobre la necesidad moral de hacer justicia son algo ridículos, y lastran a su personaje), Milestone consigue evitar que el film se convierta en el show de su guionista con una magnífica puesta en escena, siempre buscando imprimir dinamismo al film con un montaje ágil, unas transiciones visuales ingeniosas y un excelente dominio del espacio. Hasta se atreve con la pantalla partida, un recurso no precisamente común en la época. Una labor muy adelantada a su tiempo, no tan alejada de la de gente como Welles o Fuller y que ayuda sobremanera a hacer agradable para el espectador actual una propuesta aventurera tan anticuada como ésta y que debería servir para reclamar una mayor atención hacia su obra.
Si Odets es quien le da el toque de peculiaridad (aunque sus intentos por dotar de trascendencia a la formulaica trama poniendo al bueno de Cooper a recitar soliloquios sobre la necesidad moral de hacer justicia son algo ridículos, y lastran a su personaje), Milestone consigue evitar que el film se convierta en el show de su guionista con una magnífica puesta en escena, siempre buscando imprimir dinamismo al film con un montaje ágil, unas transiciones visuales ingeniosas y un excelente dominio del espacio. Hasta se atreve con la pantalla partida, un recurso no precisamente común en la época. Una labor muy adelantada a su tiempo, no tan alejada de la de gente como Welles o Fuller y que ayuda sobremanera a hacer agradable para el espectador actual una propuesta aventurera tan anticuada como ésta y que debería servir para reclamar una mayor atención hacia su obra.
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