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6.2
1,064
9
25 de septiembre de 2010
25 de septiembre de 2010
12 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Acabo de saber que “Abel” ha ganado el premio Horizontes Latinos, además del premio de la Juventud, en el recién acabado Festival de San Sebastián. Así pues, unas horas antes de que Diego Luna reciba ambos galardones, escribo esto para animar a que el público vea esta interesante película, siguiendo la petición que el propio director nos hizo al presentarla junto a John Malkovich la semana pasada. Por cierto, además de figurar entre los productores, Malkovich parece haber sugerido algunas ideas clave para configurar el guión definitivo, por lo que parte del éxito puede que se deba también a él.
Creo que estamos ante un magnífico debut como director de Diego Luna, que sabe hacer un muy buen uso del lenguaje cinematográfico para llevar a la pantalla un guión complicado, altamente alegórico. Los planos están llenos de fuerza, y hacen patente una muy buena dirección de fotografía. A nivel interpretativo, poco puede objetarse: la película cuenta con un gran elenco, y Diego sabe dirigir a los actores con enorme habilidad a lo largo de estos intensos 83 minutos. Resulta sorprendente la naturalidad con que el jovencísimo Christopher Ruiz-Esparza interpreta el papel de Abel, con múltiples cambios de tono y miradas a la altura de las circunstancias.
Es una película bella, sincera, con la que reímos mucho… hasta que nos damos cuenta de que lo que nos está contando no es precisamente gracioso. Como ha dicho varias veces el director, la película, ante todo, habla sobre el profundo amor que una madre siente por su hijo. Muy recomendable.
Creo que estamos ante un magnífico debut como director de Diego Luna, que sabe hacer un muy buen uso del lenguaje cinematográfico para llevar a la pantalla un guión complicado, altamente alegórico. Los planos están llenos de fuerza, y hacen patente una muy buena dirección de fotografía. A nivel interpretativo, poco puede objetarse: la película cuenta con un gran elenco, y Diego sabe dirigir a los actores con enorme habilidad a lo largo de estos intensos 83 minutos. Resulta sorprendente la naturalidad con que el jovencísimo Christopher Ruiz-Esparza interpreta el papel de Abel, con múltiples cambios de tono y miradas a la altura de las circunstancias.
Es una película bella, sincera, con la que reímos mucho… hasta que nos damos cuenta de que lo que nos está contando no es precisamente gracioso. Como ha dicho varias veces el director, la película, ante todo, habla sobre el profundo amor que una madre siente por su hijo. Muy recomendable.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Creo que su mayor logro es precisamente esa gran alegoría o parábola, y la sencillez con que se nos presenta. Parece que estamos ante una comedia cuyo núcleo es un cuento casi infantil: un niño que, por una extraña enfermedad, asume el rol de su padre ausente y empieza a comportarse como tal. Así, el pequeño Abel habla como si fuera un adulto, dando órdenes a su madre y sus hermanos, preocupándose paternalmente por ellos.
Poco a poco, vamos conociendo detalles sobre la situación familiar: el abandono de su padre, sus devenires, las peripecias que la madre tiene que hacer para mantener a sus hijos. Incluso estas últimas, que podrían habérsenos narrado de forma melodramática, se nos presentan en forma de comedia: ¿vendemos la televisión que no suena o la que no se ve? A la luz de todo esto, parece que la “enfermedad” de Abel es la clave de toda la alegoría: el hecho de que él crea que es su propio padre es una gran metáfora que expresa la desesperación ante una situación familiar terrible. No sólo por la ausencia del padre, sino también por la forma en que este ha desaparecido sin dar señales de vida; por la incertidumbre a la que la madre se enfrenta, y a la que desafía cada día.
Me parece que no es casual que la película empiece y acabe en un hospital, con Abel junto a su madre. A fin de cuentas, los hospitales están para curar enfermedades, pero, ¿acaso la “enfermedad” de Abel puede curarse? Quizá ese mensaje (la “enfermedad” de Abel no se cura), sintetizado en la última mirada del protagonista a su madre, sea lo más terrible dentro de esta terrible película.
Poco a poco, vamos conociendo detalles sobre la situación familiar: el abandono de su padre, sus devenires, las peripecias que la madre tiene que hacer para mantener a sus hijos. Incluso estas últimas, que podrían habérsenos narrado de forma melodramática, se nos presentan en forma de comedia: ¿vendemos la televisión que no suena o la que no se ve? A la luz de todo esto, parece que la “enfermedad” de Abel es la clave de toda la alegoría: el hecho de que él crea que es su propio padre es una gran metáfora que expresa la desesperación ante una situación familiar terrible. No sólo por la ausencia del padre, sino también por la forma en que este ha desaparecido sin dar señales de vida; por la incertidumbre a la que la madre se enfrenta, y a la que desafía cada día.
Me parece que no es casual que la película empiece y acabe en un hospital, con Abel junto a su madre. A fin de cuentas, los hospitales están para curar enfermedades, pero, ¿acaso la “enfermedad” de Abel puede curarse? Quizá ese mensaje (la “enfermedad” de Abel no se cura), sintetizado en la última mirada del protagonista a su madre, sea lo más terrible dentro de esta terrible película.
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