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6.4
3,282
2
29 de octubre de 2024
29 de octubre de 2024
35 de 68 usuarios han encontrado esta crítica útil
El problema del “Salve María” de Mar Coll no es tratar de llevar una maternidad corroída y tabú al terreno del triller (tarea que logra de forma holgada a través de una atragantada y hermética Laura Weissmahr), sino instar continuamente al subrayado de esa transformación como salmo, como eterna convicción, como si no nos creyéramos lo que sin duda sucede ante nosotros (bebés cayendo una dos y más veces, efectos sonoros y música trepidantes que adelantan a toda prisa cada acontecimiento; todo aquello serían algunas de las numerosas perlas que, por si solas, no son problema, pero que sumadas son legión) desequilibrando el potencial de una propuesta que juega entre dos universos antagónicos. A pesar de la buena racha del intimismo que en los últimos años trata lo que podríamos llamar unas nuevas maternidades' (“Cinco lobitos”, “La maternal”, “Els dies que vindran”, etc.) la última propuesta catalana se queda a medio camino entre aquel realismo social y una exploración de género demasiado rígida, demasiado cerrada en sí misma, como cabizbaja debido a un exceso de peso que nace de un control que palpita en cada escena y que lejos de abandonar el método intimista revisita sus vicios sin confiar en el pavor del miedo, en lo desconocido que querría poder abrazar, por otro lado, con muchísima fuerza.
9
29 de octubre de 2024
29 de octubre de 2024
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Rodada en una Lituania de polígonos industriales dónde se juntan las terminaciones nerviosas de la ciudad y el verde salvaje, “Toxic” (de una debutante Saulė Bliuvaitė que ya se llevó el premio gordo de Locarno con tan sólo 30 años) se plantea como un “coming of age” de durísima digestión que explora la problemática del cuerpo femenino y su cosificación al emerger en un mundo moderno acusado por lo sexualizado y lo patriarcal. De tintes autobiográficos e inspirándose en la época de los 2000’ dónde creció la propia autora, la premisa parte de una agencia de modelos que promete un futuro a adolescentes de ese entorno desolador, futuro que será horizonte para las dos amigas protagonistas de 13 y 14 años (unas corpusculares Egle Gabrenaite y Vesta Matulyte), actrices no profesionales con las que la directora confesó trabajar de forma libérrima mediante improvisaciones y juegos (metodología que se proyecta a lo largo de toda la envergadura del proyecto, incluido el guion) a las que debemos gran parte de lo genuino del film. Es gracias al cariño que va brotando entre ambas (forjado a base de deambuleos con amistades peligrosas y familias desestructuradas) que se construye una relación a base de heridas, de accidentes que se entretejen a bocanadas con afectos sórdidos (y que nos retraen a films más urbanos como “Lilja 4-ever” (2002) de Lukas Moodysson, autor sobre el que la autora dijo que era “la hostia” en el coloquio posterior de la Semnici) dónde fiestas e interacciones con personajes que parecen sacados de un cuento de Bukowski nos dejan un sabor de boca agrio, como si estuviéramos ante un gemelo perverso de aquel “Lazzaro felice” (Alice Rohrwacher, 2018) mediterráneo, si tiramos del estereotipo escandinavo. Los omnipotentes rituales anoréxicos que se muestran en el taciturno viaje, que por su parte van desde la provocación del vómito hasta el empleo de una tenia para adelgazar, se dibujan por su lado con una cámara curiosa pero que quiere en ningún caso quedarse ahí, como si no le fuera suficiente el estridente realismo “sociológico” como ocurría en la ya clásica “Christine F” (Uli Edel, 1981), sino que se escapa muchas veces para hacer un “tour” sinuoso y musical por el resto del entorno para quedarse a gusto, provocando que el escenario nazca entonces como ingrávido a pesar de la dureza de todo: a pesar de algunas tomas-retrato que regresan a lo imponente de la fotógrafa Diane Arbus (otra inspiración que confesó la autora, reconocible claramente en ciertos momentos), a pesar de los encuadres y composiciones que al poco vuelven a encasquillar a las protagonistas entre dolorosas rimas entre planos; “A pesar de…”, la película parece refugiarse y expandirse bellamente en esa consigna como aquel “And Life Goes On…” de Kiarostami; y así, con una liquidez admirable y propia de su tiempo, “Toxic” plasma un dolor generacional causado por un mundo abusivo y heredado que ahora queda abierto, casi en canal, para que sea posible imaginar el próximo movimiento. Pero hay que imaginarlo.

6.4
159
9
1 de noviembre de 2024
1 de noviembre de 2024
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La piel de “Caught by The Tides” es resbaladiza, rica en colores, compleja y al mismo tiempo melodiosa, de carácter tenue, almidonada sobre una extraña mezcla entre documental y la ficción (que nos recuerda a la brillante “Grand Tour” de Gomes pero por un costado que se escurre irremediablemente hacia el futuro). Posee la capacidad de reflejar los pormenores y rutinas populares de una cultura como es la china que lleva tiempo transicionando su modo de vida mientras que su premisa, partiendo de una mujer que va al encuentro de su pareja mientras esta nunca le atiende al móvil, le sirve a Jia Zhang-ke (inspiradísimo, dando la sensación de saber muy bien lo que hace) para ir componiendo unos cuadros arrebatadores que se van encadenando el uno con el otro: todo parece entonces devenir musical (no sólo por la las abundantes canciones y composiciones dentro y fuera de las escenas, sino por el propio montaje, semejante a un trance vaporoso a pesar de, por otro lado, compartimentar el film en tres secciones casi a contra de su voluntad) y arrastrarse junto a la vaga historia de amor de la pareja que, por muy cerca que se encuentre, jamás podrá reconciliarse.
Al acercarnos al final la horquilla de tiempo se reduce con nuestro presente y llegamos a la época del covid-19 y los cambios tecnológicos, a la última tecnología, y con ello, por algún motivo, la protagonista envejecida comienza a hablar como no lo ha hecho el resto del film, haciéndolo incluso con un robot inteligente que le dice que debería sonreír más, que es bueno y saludable (¿acaso no?), todo mientras va recitando estrafalariamente citas de escritores célebres. ¿Qué acabamos de ver? Puede que tan sólo el reflejo de una larga piel que se contrae a medida que la pedimos más y más, como aquella Piel de zapa de Balzac en la que su protagonista tenía su alma constreñida. No se nos ocurre nada más.
Al acercarnos al final la horquilla de tiempo se reduce con nuestro presente y llegamos a la época del covid-19 y los cambios tecnológicos, a la última tecnología, y con ello, por algún motivo, la protagonista envejecida comienza a hablar como no lo ha hecho el resto del film, haciéndolo incluso con un robot inteligente que le dice que debería sonreír más, que es bueno y saludable (¿acaso no?), todo mientras va recitando estrafalariamente citas de escritores célebres. ¿Qué acabamos de ver? Puede que tan sólo el reflejo de una larga piel que se contrae a medida que la pedimos más y más, como aquella Piel de zapa de Balzac en la que su protagonista tenía su alma constreñida. No se nos ocurre nada más.

6.9
17,593
8
1 de noviembre de 2024
1 de noviembre de 2024
3 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Silencio. Tras acabar de ver “Anora” uno se encuentra el silencio. Y no se debe a una sorpresa ni tampoco a una fuerte impresión, sino a una delgada sospecha que ha ido atravesando la película y que ahora queda de pronto desnuda, frágil frente a sí misma, dada la vuelta como un calcetín. Lo que desde hace tiempo presentíamos ahora es evidente: algo nos ha acorralado, algo que de un barrido nos ha hecho olvidar el tono enérgico de la película, esa comedia despatarrada que nos ha arrastrado dos horas sin saberlo y que a partir del trabajo de una bailarina erótica (como ya pasara en el “Red Rocket” de 2021, que aprovechaba “del revés” el cinismo de un personaje, allí protagonista) ha ido construyendo una especie de cuento moral contemporáneo, si se quiere llamarlo así, y que ahora exhibe sus pocas concesiones, su engañosa apariencia ligera. Y es que “Anora” acaba por tensar unas idas de olla que recuerdan a las comedias más alocadas con una ternura extremadamente cuidadosa con sus personajes que nos aterciopela como el pelaje de un gato, dando lugar a una combinación afilada que nos agolpea y que parece nacida de un profundo tacto con la vida, con aquello que va por debajo de la carcasa y que comienza a relucir cuando menos se espera. Esa es la mayor virtud de Sean Baker (recordemos aquel William Dafoe de “The Florida Proyect”), amante perdido de las historias rotas, pero también de las virutas que van dejando por el camino.
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