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Críticas 16
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
8
21 de octubre de 2023
61 de 74 usuarios han encontrado esta crítica útil
Siempre es difícil hablar sobre películas como ésta. Han pasado 24 horas desde que me senté en la butaca del cine, y aún sigo asombrado por su arrolladora e inmisericorde propuesta. Imágenes y escenas se agolpan inquietas en la memoria. Los pensamientos luchan vanamente contra mis emociones por salir a la luz. En un nuevo intento por dedicar unas palabras a la experiencia del ritual cinematográfico, me doy de bruces contra un muro, una montaña colosal en cuya cima encuentra uno la seguridad de haber vivido en primera persona el alumbramiento de un nuevo clásico contemporáneo (si es que ésta contradictoria definición tiene algún valor teórico).

Con mi anterior afirmación, en apariencia tan categórica, no pretendo decir que “Killers of the Flower Moon” sea (o vaya a ser) ni la mejor cinta de su director, ni la elegida que salvará al cine de una sequía creativa que parece durar ya demasiado. Sin embargo, sí creo importante subrayar el lugar que debe ocupar en la historia y en la memoria de un público que, enajenado por el impacto de las redes sociales, es cada vez más propenso a olvidar. Aquí Scorsese no busca otra cosa que rescatar del olvido aquel cine que a tantos nos enamoró, de volver a la vida las grandes epopeyas de los años dorados del séptimo arte. Porque “Los asesinos de la luna” es quizás, y por encima de cualquier otro calificativo, una verdadera hazaña, una película imposible. Imposible por su enormidad, imposible por sus ambiciones, imposible por su duración (aparentemente anticomercial), e imposible porque su estilo de narración y dirección, así como su diseño de producción, guardan más relación con los clásicos de los 70-90 que con el cine más moderno e hiperactivo. Y es que su creador, en una edad donde lo vivido supera con creces lo que le queda por vivir, se ve “libre” de hacer lo que le viene en gana. Y lo que a éste señor más le gusta hacer, y no ha parado de demostrarlo desde “Malas calles”, es imprimir historias en celuloide.

Entrando, ahora sí, en la crítica propiamente dicha, cabe decir que desde su apertura hasta los títulos de crédito finales, “Killers of the Flower Moon” se proclama como una defensa histórica, una oración que busca desenterrar la verdad de las tumbas sin nombre que sirvieron como base para construir los cimientos de la nación americana. El pathos del film llega a través de un grito de furia desgarrado, la crónica de un exterminio genocida que saca a la luz la maliciosidad, mezquindad y ruindad humana, que en su papel de conquistador de civilizaciones convierte al personaje de De Niro en su figura imperial. Sin entrar en detalles concretos de la trama, debo decir que Scorsese no se corta un pelo en explicitar (puede que a veces demasiado) los infiernos a los que el hombre está dispuesto a llegar, con absoluta independencia de las consecuencias. Empero, el eje central que vertebra la acción dramática de la película es la tribu nativa de los Osage, la última (en importancia) de los 5 grandes clanes que sobrevivieron a la invasión de los “lobos” blancos. Ésta es su historia. Sobre cómo vivieron, cómo murieron y cómo resistieron al desplante del gobierno americano por un lado, y a los cruentos y ladinos asesinatos por el otro. En su bando se encuentra el personaje de Mollie Burkhart, una totémica Lily Gladstone que tiene un asiento asegurado en la próxima ceremonia de los Óscars, gracias a una interpretación mayestática que recoge y sintetiza muy bien el abanico de emociones y sentimientos que, desde la impotencia hasta el miedo, pasando por la pena y la ira, terminan erosionando la resistencia de su pueblo hasta llevarlo al límite de lo indecible. En el otro extremo tenemos a DiCaprio, en un papel (Ernest Burkhart) cuyo desarrollo narrativo me genera algunas dudas (hablaré de ello en zona spoilers) pero a través del cual Martin nos sumerge en el período y escenario donde tendrá lugar la tragedia. Como catalizador, aunque también como dinamizador de conflictos, el rol de DiCaprio es el de servir a las órdenes de su acaudalado y feudalista tío, William Hale (De Niro), quién pronto se convierte en el enemigo (del) público número uno. Es difícil detallar, sin caer en destripes, el nivel de vileza moral que desprenden las acciones y reacciones de este ser corrupto, cuya codicia es pareja al mal que propagan sus insidiosas palabras, afectando mentes y consumiendo vidas. El resto del cast es kilométrico, con rostros conocidos que con una breve aparición agregan una capa más a una narración densa y porosa, de paso lento pero firme, que se adentra en los oscuros límites que separan al hombre de la bestia.

Como ya hiciera en “Casino”, “Uno de los Nuestros” o “El lobo de Wall Street” (incluso en su más reciente “The Irishman”), Scorsese convierte a sus personajes principales en víctimas de unos vicios que son alimentados por la propia corrupción sistémica (el crimen organizado no es más que otra estructura piramidal creada en base a la cultura del “american dream”), donde la tierra de las oportunidades es la nueva fiebre del oro para depredadores sin escrúpulos. Esta temática, tan presente en otras muchas cintas de su filmografía se recupera una vez más aquí (aunque en menor medida que las antes citadas), contribuyendo a enriquecer más el repertorio filmográfico del autor, a conectar temáticamente sus obras, y a formar un legado que cumple ya la increíble cifra de 56 años (y los que aún quedan por venir).

Por falta de espacio, continúa en la zona spoilers (avisaré cuando los haya).
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
El tono “scorsesiano” de "Killers of the Flower Moon" tiene tanto que ver con el drama histórico de corte clásico como con el cine de orígenes sobre mafias (“Gangs of New York”) que ha consagrado una de las carreras más definidas e identificativas de la historia reciente. Asimismo, y si bien la cinta está repleta de formalismos técnicos, movimientos de cámara y diálogos que fácilmente pueden vincularse con el pasado del propio Scorsese, pronto te das cuenta de un sutil cambio en su estilo de dirección. Esto es así primero por una evidente limitación física (el tipo tiene 80 años, milagroso es ya que siga haciendo pelis), y segundo por la necesidad de un guión y una historia que piden a gritos ser contados con la paciencia y el temple debidos, sin caer por el camino en la fatuidad y la sensiblería del todo por el todo. Así, comprendidos en un lapso de 7 años, los últimos tres proyectos de Martin Scorsese son viva muestra de éste “cambio” de filosofía, pues dejando atrás los montajes acelerados y dinámicos de antaño, las 2h y 40 minutos de “Silencio” y las más de tres horas de metraje de “El irlandés” y “Los asesinos de la luna” suponen un evidente abandono del frenesí en favor de la solemnidad. Es por ello que lo mejor que uno puede decir en torno a la dirección de la película es que ésta es invisible, y solo aparece cuando debe hacerlo, e incluso entonces lo hace para dar mayor énfasis a unas imágenes que hablan por sí solas.

Sería un delito no hablar de la fotografía de Rodrigo Prieto, quien nos brinda un trabajo primoroso, plásticamente brillante, modélico y con un uso expresionista de los claroscuros que deja estampas de una profundidad y fuerza expresiva que asustan. El juego de luces y sombras (hay más de lo segundo que de lo primero) genera una atmósfera truculenta (a veces terrorífica) que se enrarece a cada nuevo asesinato, alcanzado el clímax en dos escenas concretas; una nocturna y casi onírica, con varias figuras apocalípticas dibujadas al contraluz de lenguas de fuego infernales (culpa por los pecados cometidos); y las del interrogatorio, con un contraste lúminico tremendamente marcado.

—En adelante abstenerse de continuar leyendo todos aquellos que no hayan visto la peli.—

He de reconocer, no obstante, que la película no es perfecta. Tengo problemas con determinadas fases del metraje (aunque no le quitaría más de 15 minutos, sí habría desarrollado mejor otras tramas y personajes secundarios), el tratamiento de la violencia a veces puede resultar demasiado gratuito, y por lo que a mí respecta, el guión se habría beneficiado de un un mayor subtexto simbólico de haber profundizado más en la cultura y misticismo religioso de los Osage (el tema de los lobos o el búho sabe a poco). Sin embargo, hablaba antes de Ernest Burkhart, personaje interpretado magistralmente por el actor Leonardo DiCaprio, y cuya resolución se balancea en una especie de ambivalencia moral ¿Existe redención para un asesino y un mentiroso?, ¿es una víctima, un verdugo o ambas?. La participación de este personaje en los acontecimientos es en su mayor parte (sólo al final parece liberarse) pasiva, un títere movido por las manipuladoras palabras de su tío, quien doblega su voluntad a fuerza de promesas de salvación y riqueza. Hubiera estado bien una actitud más proactiva, que sus acciones entrarán en conflicto con las motivaciones de su tío, creando así una línea narrativa que habría aportado mayor tensión a la ya existente.

Sin embargo, y a pesar de sus escasos defectos, la peli termina coronándose como el enorme lienzo que es (hermoso y macabro a partes iguales), una crónica negrísima y de espíritu trágico sobre el colonialismo subyacente, la memoria histórica y el valor de preservar un acervo cultural indigena. A expensas de ver "The Boy and the Heron", "Los asesinos de la luna" es mi película del año, uno de los tributos (y trabajos) más categóricos y valiosos de cuantos a hecho Scorsese en su dilatada carrera. Una vez más, gracias Martin.
26 de octubre de 2022
44 de 63 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con el final de House of the Dragon aún candente toca hacer balance. Y qué queréis que os diga, a mí las cuentas me salen positivas. La serie no sólo se ha convertido en el mayor éxito del año (tanto en EEUU como en el viejo continente) de su plataforma emisora (HBO Max), sino, y más importante, ha traído de ultratumba la ilusión moribunda de un fandom cuyas esperanzas oscilaban entre el escepticismo y el terror. Ésta franquicia necesitaba recordarnos por qué nos enamoramos de su mundo, y tras el batacazo de GOT ese objetivo parecía estar destinado al fracaso. Pero a Poniente todavía le quedan historias que contar. Una vez más, como antaño, hemos retornado al calor de la hoguera, bajo el mítico arciano, para escuchar atentos las leyendas que allí se narran. Agitados. Anhelantes. Fabulando en redes con cada avance, con cada referencia, (seas o no lector, ésta adaptación logra unificar ambos bandos) gozosos de escudriñar el contenido de sus más memorables escenas. Estas últimas 10 semanas, una detrás de otra, han terminado por coronar la capacidad de cautivar incluso a aquellos más intransigentes. Gracias HBO, gracias por mantener viva La Canción de Hielo y Fuego.

Todo esto que comento (éxito rotundo tanto de crítica como de público, y expectativas satisfechas) son los hechos. Asimismo, tampoco engaño a nadie cuando digo que la gente siempre permanece fiel a una máxima: la calidad va siempre antes que la cantidad. Y en este punto House of the Dragon también cumple con creces (de ahí la fidelidad de los espectadores hacia ésta, en contra de otras alternativas como Rings of Power o The Witcher). Bien es cierto que le falta hacerse. Toda buena masa requiere de un período de horneado antes de llegar caliente a nuestra boca. ¿Acaso el hit de Juego de Tronos fue instantáneo? Y ahora vayamos a desgranar los pros y los contras, empezando por puntualizar aquellos aspectos que no me han terminado de convencer del todo.

En términos meramente narrativos, La Casa del Dragón no acaba por alcanzar la brillantez de su antecesora. GOT se caracterizó por trabajar el texto desde las sombras, tejiendo personajes ambiguos y oscuros y multitud de subtramas con la habilidad de un experto orfebre. La riqueza de aquella residía en el saber hacer de unos guionistas que conocían bien a fondo el valor de la premisa y las leyes inmanentes que regían su universo, esto es, que el mal gobierna el corazón de los hombres, y nadie está a salvo de ser víctima de su propia corruptibilidad moral. Aquel tono subversivo, con figuras propensas a la vanidad, la crueldad o el egoísmo (caso de Meñique, Cersei o Jaime), y que además ponían en jaque la conciencia del espectador, se ha suavizado, tal vez con el fin de que nos decantemos por uno de los bandos (verdes o negros) que configuran el espectro político dual de la serie. El diseño y estructura, tanto argumental como dramática, es más literario en sus primeros compases (capítulos 1-3), y algo conservador en su medianía (caps 5-6). Empero, a partir del séptimo alza el vuelo y permanece constante en un nivel ascendente, cerrando con un décimo capítulo que promete mucho para las temporadas venideras. Pero como digo, echo en falta algo más de riesgo. Hay personajes que se ganan mi afecto, pero en los cuales no encuentro dobleces, actitud individual o una mentalidad singular que hagan creíbles sus acciones*. No me malinterpretéis, la gran mayoría del elenco tiene fondo y psicologías complejas, pero no los percibo tan auténticos y carismáticos como los de Game of Thrones. Lo mismo me sucede con la composición de sus diálogos (aquí no encontrarás reflexiones tan ilustres como la de Littlefinger y la escalera). Por contra, se da más peso a la comunicación no verbal (observad sino la escena final del 5º episodio, o todo el inicio del 7º), lo cual me parece un puntazo y una manera de que el cast se luzca. Por último, creo que los constantes saltos temporales terminan lastrando el ritmo y ahogando el desarrollo de algunos miembros importantes de la historia.

Dicho ya lo malo, nada concluyente dada la escasez de material del que disponemos (10 episodios), vamos con lo que convierte a este spin-off en un producto con identidad: la imaginería visual. De verdad, ¡cómo he gozado con la estética de HOTD! No recuerdo que JdT tuviera un nivel audiovisual tan elevado en su primera temporada (sí, ha costado mucho más, pero todo presupuesto es una inversión, y si no que se lo digan a Amazon y su serie más cara de la historia). ¡Qué capacidad para comunicar sin diálogo! ¡Vaya dominio del léxico cinematográfico!. ¡Es que joder! Cómo se nota que esto es HBO, coño. La madurez en iluminación, dirección, color, diseño artístico, escenografía, vestuario, peluquería, ufff…. La producción artística de la Casa del Dragón es monumental, y aporta ese tono regio y conspicuo al conjunto que hace que cada escena (alguna la comento en zona spoiler) crezca en significado, simbolismo y expresividad. Por no hablar de las actuaciones. Papeles como estos convierten en leyendas a sus actores, y Olivia Cooke (Alicent), Emma D’Arcy (Rhaenyra), Matt Smith (Daemon) o Paddy Considine (Viserys), entre otros, forman ya parte del legendarium de CdHyF, y darán que hablar en el futuro. Además, sus interpretaciones añaden a los roles una serie de capas de vulnerabilidad que los hacen más verosímiles y humanos, lo cual es imprescindible para que el espectador logre entender y aceptar sus deseos y motivaciones. Toda esta madurez en la técnica fílmica viene acompañado de una exquisita acústica sonora (diseño y BSO). Ramin Djawadi merece una crítica aparte, así que no me alargaré mucho en soltar factos sobre su excelente trabajo en este universo. Solamente destacar la sensibilidad del compositor alemán a la hora de crear nuevos leitmotivs (“The Prince That Was Promised” es uno de mis favoritos) que ahondan y expanden aún más el lore y mitología tanto de Juego de Tronos como de la propia House of the Dragon.

Cierro en zona spoiler
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spoiler:
La verdad es que he estado dos días pensando si hacer esta crítica o no, a fin de cuentas no sé si alguien llegará a leerla (la serie tiene más de 70 reviews). Sin embargo, mis ganas de defender esta obra han acabado prevaleciendo. Se dirán muchas cosas, algunas ciertas, otras no tanto. La mayoría exageraciones de una parte y de la otra, pero en mi caso, regresar a este mundo ha sido la experiencia televisiva más gratificante del año (por ahora), y no puedo esperar a ver qué nos depara este nuevo viaje a través del ocaso de la dinastía Targaryen. A sangre y fuego, la lucha por el trono seguirá vigente unos cuantos años más.

*No dejo de pensar en cómo habría sido el personaje de Rhaenyra si Viserys no hubiera cargado sobre ella la profecía de Aegon y el príncipe prometido. En Juego de Tronos cada personaje iba a su rollo. Todos querían el poder (o tenían una visión distinta del mismo), y empleaban sus tácticas para alcanzar dicho objeto de deseo. La lucha de intenciones generaba tensión en cada escena. Con cada conversación, el suspense de saber quién traiciona a quién crecía, hasta que Meñique vende al necio de Ned y la serie nos da un puntapié de realidad: en este mundo nadie está a salvo, nadie se casa con nadie, así que tú tampoco lo hagas. En House of the Dragon no me ocurre esto. Al menos no con el mismo grado de eficacia. Más que grises hay personajes que no sé de qué palo van (Daemon, por ejemplo). Creo que se debe a que la serie maneja más personajes plurales que personajes únicos. Están los negros y los verdes. Si eres de los verdes vas con la reina Alicent y cía (Otto, Aemond, Aegon II…). Si eres de los negros defiendes la legitimidad de la princesa Rhaenyra, y junto a ella personajes como Daemon o los Velaryon. Mi crítica viene fundada en que veo que los principios morales de Rhaenyra (negros) y de Alicent (verdes) se extienden, en mayor o menor medida, a aquellos que conforman su bando, no permitiendo así reforzar la ley de oposición entre cada miembro de la red de personajes (sean estos del bando de los verdes o de los negros). Dudo que veamos en el futuro a Daemon traicionar a Rhaenyra, por ejemplo. Pero quién sabe.

Mis 3 escenas favoritas (me dejo muchísimas más):

Episodio 8. Viserys entra al salón del trono para defender la virtud de su hija y el orgullo de su casa, en un momento en que comprendemos que ser padre es más importante que ser rey. La banda sonora nos emociona, y el ritmo de la escena te hiela.

Episodio 9. La coronación de Aegon es tal cual me lo imaginé cuando lo leí en la novela. Una ceremonia que se viste de grandilocuencia, pero que esconde la semilla del fanatismo en la manera en que el pueblo ovaciona a un rey que hasta hace dos minutos no quería ser tal. Dirección y BSO sublimes culminan este momento memorable.

Episodio 10. La secuencia de la muerte de Lucerys se abre con este llegando a Bastión de Tormentas a lomos de Arrax, su dragón. La dirección de toda la secuencia (llegada a Bastión de Tormentas, Lucerys y Aemond dentro de la fortaleza Baratheon, y la persecución ulterior) es espléndida, con movimientos de cámara y elecciones escenográficas propias del género de terror. El ritmo es frenético, la tensión crece hasta quebrarse, y el tono visual (oscuro y amenazante) intensifica el suspense (la cámara casi siempre nos sitúa en el punto de vista de Luke, trasladando el miedo del chico al espectador a través de planos desequilibrados). Admirad ese plano nadir, donde se compara el tamaño de los dragones y se nos expone un claro desequilibrio de poder a favor de Aemond, al tiempo que vaticina lo que sucederá después (Aemond simboliza para Lucerys la inevitabilidad de la muerte). Sin duda un momento icónico.

Nota: 8,4/10
4 de junio de 2019
14 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Antes que nada me gustaría dedicar este breve mensaje inicial a todos aquellos que son tildados de cínicos arrogantes por sacar, o al menos intentarlo, algo de verdad entre una enorme nebulosa de mentiras, no estáis solos. Ahora entrando con el tema de la critica y todo eso, decir que mis espectativas iniciales no eran muy altas que se diga, tras la masacre de Juego de Tronos el mundo se había olvidado de Endgame, parecía que mi ímpetu insaciable por evitar cualquier spoiler de la película estaba funcionando. Esto sin embargo también produjo en mi una desazón que ya en la entrada del cine se tornó en un ligero "ey venga que vamos a ver la película que cierra 10 años de historia de superhéroes, que podría salir mal? No sabía lo que me esperaba, estaba a punto de asistir a un genocidio.

No se ni por donde empezar. Vayamos a los puntos, pocos, que hacen que la película reciba un 7 raspado y no un 1:

- El comienzo del filme nos presentaba a los vengadores supervivientes destruidos anímicamente por la derrota más grande de sus vidas. Esta sensación de humanización real y justificada la encuentro en la misma línea que el final de Infinity War, por lo que siendo una continuación del éxito e impacto que produjo aquella esta bastante bien representado, al menos desde una faceta estrictamente emocional.

-Las escenas míticas de años anteriores, si bien tienen sus problemas, el mero hecho de recordarlas hace que te olvides del asesinato que en la pantalla se esta perpetrando, lo cual no dura tampoco mucho tiempo, todo sea dicho.

Y ya está. Ahora entremos en su faceta negativa, que es donde viene el meneo:

-Graves problemas de ritmo narrativo, como bien he dicho, la película comienza mostrando a los héroes caídos en desgracia, hecho este que sirve para humanizarlos, pero que posteriormente y una vez se dan cuenta de como revertir el chasquido de Thanos (muy a la remanguille, seamos sinceros) tomar un cariz más socarrón y burlón, con chistes basura que destruyen por completo la seriedad de muchas escenas. ¿Porque? Es decir, en que sentido puede uno hacer chistes cuando de ti depende la vida de millones de personas? ¿Porqué te lo ha dicho un adivino con capa? ¿De verdad?

-Exceso de elementos de humor en situaciones menos oportunas. Las escenas de Infinity War que contenían cierto toque graciosillo estaban, dentro de lo que cabe, justificadas, pues la escena en su totalidad basaba su construcción en el chiste en cuestión, no en un empleo artificial surgido de un momento de enorme carga emocional y seriedad.

-El factor sorpresa desaparece sin dejar rastro, mientras que Infinity War supuso la primera derrota real de nuestros héroes, aquí ese mal se extermina en los primeros diez minutos de metraje un tanto cogido con pinzas. Nada de lo que sucede en las 3 horas de duración provocan en el espectador una sensación de sorpresa o incredulidad, sino más bien una vano intento por saciar los apetitos fetichistas de los fans más acérrimos.

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-El maldito fan service, ese instrumento del diablo que se utiliza como recurso facilón cuando no sabes como incitar al espectador a través del lenguaje de un guión coherente o estructuras bien representadas y te apoyas en momentos buenos del pasado para paliar todo el cúmulo de carencias que tu producto posee. Probablemente sea la película con mayor fan service que me haya visto recientemente: la mascletá superheroica al final del filme, la despedida entre Tony y Spiderman (paralelismo claro del famoso "que no me quiero ir señor Stark"), el baile final entre Steve Rogers y Peggy Carter, la llegada de los wakandianos (imitación de la escena previa al inicio de la batalla en Wakanda de Infinity War), la muerte de Natasha para conseguir la gema del alma (como sucediese con Gamora en la película anterior), o la muerte de Tony.

Vayamos con esas incoherencias que terminan por vilipendiar toda un universo entero, no están todas aviso:
1- ¿Porque el universo se salva por la aparición de una inmunda rata? Esta es la responsable de sacar a Scott Lang del universo cuántico.

2-¿Como es posible que no solo Thanos sino que todo su ejército entero logren atravesar la barrera espacio temporal si la única cápsula que lo permitía se la llevó consigo la bad Nebula? ¿Porqué narices deciden atacar ese lugar y no la ciudad entera? Thanos si quieres destruir el mundo porque te han humillado hazlo bien.

3-¿Porque el Capitan América, símbolo de una nación entera durante decenios decide entregar el escudo a espera... EL IGNOTO FALCÓN?!!! ¿Porque? ¿A alguien le importa? ¿Qué relación tenía este con Steve Rogers que no la tuviera el propio Rogers con... Bucky, por ejemplo, no? Digo. Que encima estaba al lado. JODER. Menuda cagada.

4-¿Thor, el héroe de Asgaard, convertido en el Homer Simpson de dioses entrega la regencia de todo un Imperio a la maldita Valkiria? ¿Pero de donde narices te lo sacas? Compañero, si es porque estas como una despreciable morsa pues adelgaza, que eres el dios del trueno. Y no solo eso, sino que encima lo hace para irse ¿a donde? ¿A mendigar al monte en plan ermitaño como Luke en el episodio VII de Star Wars? Pues no, lo hace para marchar a vaya usted saber donde con los compis espaciales, compuesto por una mujer hiperactiva con antenas en la cabeza, un árbol parlante, un mapache graciosillo, Drax, y el jodido Cris Pratt, cuyo personaje esta más estirado que la saga de Transformers.

5-En una épica escena (que lo es, ojo) en la que se muestra un combate entre Iron Man, Thor y el Capi contra Thanos (sin guantelete, pues de haberlo tenido se los hubiera fumado fijo), nuestro querido Steve Rogers emplea una fuerza sin igual, casi sobrehumana, que coño una fuerza de dioses para levantar el Mjornir. ¿What? Pero vamos a ver, ¿no se supone que el Capi no podía levantar ese instrumento escupe rayos? ¿Porqué ahora si? ¿Y cómo es que encima lo domina casi mejor que el propio Thor? ¿Le dio este clases extra durante las escenas postcréditos de la película anterior?

6-¿Porqué la Nebula del futuro sigue viva después de matar a su yo del pasado? Nula comprensión de lo que se esta contando.

9- ¿Que funcionalidad ha tenido Carol Danvers en toda la película más allá de una breve aparición inicial y una inocua participación en la batalla final? Personaje desaprovechado en exceso.

10- Paper Potts con armadura, ¿en serio? La casa de las ideas se quedo sin ideas.

11- ¿Porque seguimos sin saber que hacia Kraneo Rojo flotando como un espectro en un mundo alejado de la mano de dios? No se responden a las preguntas generando más preguntas.

Para aquellos que no hayan visto Endgame, no lo hagáis, y ahorraos unos dineros, invertirlo en algo mejor, como en gominolas, que al menos las disfrutas mientras las comes. En fin, estruendoso fracaso, e infinitamente peor que su antecesora.
23 de abril de 2022
43 de 78 usuarios han encontrado esta crítica útil
The Northman es una gesta heroica, de una proporción y ambición sin igual. Es una tragedia literaria condensada en 130 minutos de cine épico. Créanme cuando les digo que no estaba preparado para una experiencia así. Recomiendo ir sin saber poco o nada de la trama, yo lo he agradecido. Una vez avisados, vayamos con la crítica.

En su tercer largometraje (sí, sólo tres películas, pero qué tres) Eggers aparca su reputada identidad de autor, así como su inclinación por el género del terror/horror (folclórico, -The Witch-, 2015, y psicológico, -The Lighthouse-, 2019) para, y ahora sí, 90 millones de dólares mediante, construir una epopeya mítica, que tiene lugar en los confines dónde se forjan las leyendas, bajo el acero y la sangre. Francamente, me ha resultado fascinante el punto de partida de la cinta: mostrar la odisea homérica de Amleth, su protagonista, desde la gestación, pasando por las distintas pruebas, hasta llegar, exhaustos, al filo de un clímax vital. Es una premisa de largo recorrido narrativo (abarca la existencia casi total de un personaje), que en manos inexpertas habría resultado en un caos estructural lleno de nudos en una trama que se extendería hasta el tedio y la autocomplacencia. No es el caso. The Northman tiene ritmo, posee vigor y fuerza, una energía cinética que hacen del viaje toda una vivencia. Vamos, que dura 2h y 15 y no he mirado al reloj ni una sola vez. Inmersión absoluta. Aunque huelga decir que mi experiencia ha sido, a pesar del resultado, extraña. Acudí al cine con ganas, sí, pero también con algo de escepticismo. ¿Podría Eggers sobrevivir a las exigencias comerciales de un estudio como Universal? ¿Qué obra quedaría después de tanto desembolso? Os seré sincero, no vengáis en busca de la nueva “La bruja”, y por supuesto podéis olvidaros de “el Faro”. The Northman marca su propio camino. Es algo distinto, pero familiar. Algunos incluso la disfrutaréis más, ya que es sin duda la más accesible de las tres. Si en The Witch y The Lighthouse Eggers se comunica mediante planos fijos, extrayendo la información y la descripciones de la propia composición y haciendo que el fondo, con su carga expresiva y profundo sentido simbólico, transfiera su prevalencia a la forma (eliminando cualquier posible rasgo expositivo), aquí libera la cámara de dicha rigidez. La dirección es continua. Las tomas se realizan en su mayoría mediante travellings que aportan mayor dinamismo a las secuencias de acción. Así con todo, la película pierde parte de su densidad y sutileza temática (que no belleza estética) pero gana en impulso narrativo y continuidad, algo necesario debido a la longitud de la cinta y la duración de la propia trama (varios años).

Además, este cambio de rumbo en la dirección tiene bastante que ver con el guión. Viviremos una sangrienta historia de venganza con una ambientación medieval, y serán los hilos del hado quienes guíen el fatídico sino de nuestro héroe. Por tanto, el movimiento casi constante de la cámara refuerza esta presencia de inevitabilidad (“todo está escrito, y el destino es inalterable”). La naturaleza determinista de la historia tiene también mucho que ver con el punto de vista (la película guarda semejanzas con las narraciones más clásicas/renacentistas -parábolas, leyendas-, de autores como William Shakespeare, con su Hamlet, u obras trágicas de la Antigua Grecia), y apunta hacia la búsqueda de un tono realista (diálogos, diseño de producción) tanto que por momentos consigue que te creas lo que estás viendo, aún a pesar de contar con ciertos elementos sobrenaturales (las deidades tienen un protagonismo constante, ya sea a través de la naturaleza, el clima o la BSO). Por otro lado, su diseño episódico me hizo rememorar el reciente film el Caballero Verde (David Lowery, 2021), lo físico de sus coreografías y la profundidad de su mundo son herederas de George R.R. Martin y Robert E. Howard (Conan el Bárbaro), y muchos incluso verán en sus retóricas composiciones ecos del Gladiator de Ridley Scott, con Amleth siendo el nuevo Máximo Décimo. Pero una cosa es la copia, y otra la influencia. Con la primera opción la película no pasaría de un simple homenaje, mientras que la segunda alternativa nos permite disfrutar de una nueva y original historia al mismo tiempo que los cánones y convenciones del género contribuyen a su rápida familiaridad.

Robert Eggers continúa aquí su análisis formal y temático sobre la influencia de las leyendas, los mitos y las historias en la propia narrativa literaria, desde Aristóteles hasta Shakespeare. Ahonda en la construcción de un inconsciente colectivo, con sus propios arquetipos jungianos, y se adentra en el origen, en el germen de las tradiciones culturales de cada pueblo, sociedad y tribu (en este caso del folclore y paganismo nórdico). Si buscas al Eggers de La Bruja y el Faro lo encontrarás precisamente aquí. The Witch tenía su propio pandemonium: aquelarres, brujas siniestras y cabríos demoníacos. El Faro (su mejor obra) unía las leyendas del mar (sirenas, tritones, leviatanes) con Edgar Allan Poe, Herman Melville y E.T.A Hoffman. Pues bien, en The Northman tenemos a Odín, Freya, las Valkirias, o las nornas del destino (habrá quien saque algún que otro parecido con las brujas de la profecía de Macbeth), y tomando la forma de símbolos naturales (lobos, cuervos) interactúan de forma constante aunque inefable con el protagonista (un Alexander Skarsgård desatado).

Con todo lo dicho, que no es poco (y eso que me dejo muchas más cosas), YO no me salgo del barco de Robert Eggers. Lejos del sello A24 el director ha vuelto a hacer gala de su desbordante y fecunda creatividad, un ingenio artístico que ni 90 millones de dólares ni cientos de detractores son capaces de enterrar. The Northman es la película que reivindica la idiosincrasia de un estilo único, la nueva ¿obra maestra? (probablemente no llegue a tanto, aunque notable es un rato) del que es a día de hoy uno de los artistas más trascendentes de su generación.
4 de diciembre de 2019
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una semana ha transcurrido desde que Martin Scorsese estrenara en Netflix su última película, el Irlandés, por lo que, y antes de que esta comience a perder brío entre la prensa y el público, expondré los argumentos que bajo mi punto de vista hacen de The Irishman una de las obras más importantes de lo que va de año. Sin embargo, y aún a riesgo de que se me ninguneé por ello, me veo en la necesidad de aclarar un aspecto que ha sembrado la discordia entre los muy puristas del cine y aquellos que por lo visto no saben ni sacar punta a un lápiz (creo que ahora a estos últimos se los llama fanáticos radicales). El Irlandés NO presenta una idea generalista, tampoco sus personajes hacen bailes randoms mientras se fuman un cigarrillo (no podrían aunque quisieran), y ni mucho menos tiene como fin arraigar en el espectador promedio una exaltación que vaya más allá de lo meramente establecido. En contra, Scorsese basa su historia en la marcada profundidad hacía unos personajes que representan el final agónico de sus vidas, y todo ello enmarcado dentro de un género de hegemónica trayectoria fílmica. El prominente director conoce de antemano las limitaciones artísticas y creativas que su obra posee de cara al público actual, y ni por asomo tiene la intención de asemejarse a cintas de existencia reciente, por lo que cualquier comparación entre está película y otras estrenadas durante el presente curso carece de rigor, y por tanto se encuentra, creo yo, fuera de toda discusión. Aún con todo, The Irishman nos invita a pensar, nos hacer replantear sentimientos y encuentra en nuestras mentes la fuerza más auténtica del séptimo arte, y todo ello sin ser la quinta avenida de cristo.

Aclarado el tema, vayamos al meollo del asunto. Primero de todo aplaudir la osadía de Scorsese por lograr algo inimaginable, y es el llevar a escena una obra monumental que con 3 horas y media de duración se convierte en la más extensa de toda su filmografía. Aunque lo meritorio no es el hecho en si, sino las consecuencias que deja, y la forma tan genuina con la que lo hace. Estas tres horas y pico no resultan para nada reiterativas ni redundantes, en parte gracias a la fina composicion del metraje, el cual nos obliga a mantener la mirada puesta en la pantalla de forma permanente, y por otra a las descomunales interpetaciones de sus tres figuras principales. Conmovedora y llena de lirismo, El Irlandés nos retrotrae a esas baladas crepusculares de wésterns como Hasta que Llegó su Hora o Sin Perdón, de la misma forma que hereda las costumbres y técnicas profundamente arraigadas del género mafioso. Si bien las comparaciones son odiosas, y en nuestro caso más aún, la presencia de Uno de los Nuestros y Casino empapa la obra lo suficiente para saciar nuestro apetito, pero no abusa de ello a fin de producirnos un empacho desmesurado y contraproducente. Continúan esas formalidades técnicas que solamente Martin es capaz de lograr con una cámara, de igual manera, las múltiples digresiones narrativas que nos sacan fuera del plano espacio-tiempo, y que sirven para que el protagonista le hable a la cámara cómo si de una charla interpersonal se tratase, no restan méritos a la autenticidad y la innovación de la película. Porque es Scorsese, y aún con todo lo logrado, se vale de su experiencia para seguir haciendo magia. No es un burdo plagio, sino un pastiche de formas que entonan un último y lúgubre mensaje: el final de la mafia ha llegado.

Otro de los grandes aciertos es la ruptura del personaje prototipo, ese mafioso imbuido en el arquetipo de malo malote. Porque la mafia no siempre va de pegar tiros y asesinar a sangre fría. Como ya nos mostró el Padrino en su día, las jerarquías de poder dentro de una familia criminal se basan en las estructuras del honor y en un profundo e inmisericorde respeto. Junto a estas dos facetas ya existentes, aunque tan infrecuentemente utilizadas, Scorsese se toma el placer de añadir dos nuevos y rompedores componentes, que resultarán esenciales para establecer la evolución en los arcos narrativos de los tres protagonistas. Por una parte está el amor o la amistad fraternal, la cual ejerce de balancín mientras su contraparte, la traición, desdibuja las voluntades más inhumanas del hombre, las cuales quedan al desnudo en el preciso instante en el que este se ve sumido en una situación de difícil elección. Así, los tres motores se ponen en funcionamiento para crear un trinomio de personalidades muy humanas y realistas, y que a pesar de lo forzado de lo situación, terminan encontrando en su soledad la verdadera naturaleza de sus actos.

Ya para finalizar, hay que aplaudir las brillantes actuaciones de Robert de Niro, Al Pacino y Joe Pesci, tres leyendas sempiternas del cine que son los encargados de llevar la batuta de toda una masterclass interpretativa. Dejando a un lado la faceta técnica de la película, donde la pobre ejecución del rejuvenecimiento digital termina, en contadas ocasiones, generando una sensación ruborizante de displicencia hacia lo visto en pantalla, la viveza y soltura con la que estas viejas glorias se mueven por el escenario resulta increíble. Honor especial merece Joe Pesci, un actor que hasta la fecha había realizado papeles de enaltecido lunático, la mayoría de ellos bajo las ordenes de Martin Scorsese, y que en esta ocasión cambia diametralmente de estilo para representar el papel del líder de la familia Bufalino. Al Pacino por su parte, irradia una mayestática forma de actuar que si bien por momentos parece salirse forzosamente del guión, termina engullendo al personaje al cual da vida (el famoso líder sindicalista Jimmy Hoffa), llevándolo hacía un plano mucho más humano y familiar. En última instancia tenemos a Robert de Niro, el cual se marca uno de los papeles más sórdidos y emocionalmente desgarradores de toda su boyante carrera, ofreciendo la que previsiblemente será su última incursión en el género que lo vio nacer.

En análisis concluye en la zona spoilers.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
El tramo final de la historia respira un aura de desesperanza moribunda que suscita en el espectador una sensación de desasosiego interior. La visión imperfecta y moralmente derruida de un anciano Frank Sheeran sirve, de la misma forma que Michael Corleone en el Padrino 3, para demostrar la soledad y el destierro de un hombre desprovisto de compañia humana. Un paralelismo entre obras acertado y bastante emocional.

Finalmente, la escena de la muerte de Hoffa a manos de Frank se encumbra, a mi parecer, como la mejor de todo el film. Desde la disparidad de emociones que refleja el rostro de De Niro, hasta lo hediondo del asesinato, todo vale para representar la sublimación de toda una evolución narrativa.

En definitiva, y a pesar de no ser la mejor película de gángster de la historia, ni tan siquiera la mejor obra de su director, The Irishman alcanza la meta más difícil, darle al género un final inolvidable. Acompasado por una fuerza actoral titánica y una amalgama de recursos cinematográficos que homenajean a sus predecesoras con enorme acierto, la última pieza de Martin Scorsese termina siendo una genialidad absolutamente memorable y de obligado visionado, que fácilmente podríamos situar como una de las tres mejores películas de un irregular año 2019. Gracias Martin.
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