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Críticas ordenadas por utilidad
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7.0
9,599
9
4 de diciembre de 2013
4 de diciembre de 2013
9 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si bien abundan en el séptimo arte las historias sobre el paganismo y el cristianismo en lucha, "El hombre de mimbre" es única en cuanto al manejo teórico y filosófico que se da de los elementos que conforman el nudo de esta lucha. También es de las pocas que trastocan el contenido inicialmente moralista en el que cae más de una película que aborda esta temática o de modo contrario; un triunfalismo pagano utópico.
Por el contrario, en esta perturbadora película de Robert Hardy, elaborada con calma, gran tensión, excelencia narrativa y fluidez, las y los espectadores/as asistimos a una propuesta donde se sugiere el triunfo pagano al que en el párrafo anterior se hizo referencia, pero no de modo demagogo ni obvio, sino poniendo sobre la mesa de modo argumental, los motivos por los cuales y desde esta realidad interna de la película, el paganismo debería haber triunfado.
Por el contrario, en esta perturbadora película de Robert Hardy, elaborada con calma, gran tensión, excelencia narrativa y fluidez, las y los espectadores/as asistimos a una propuesta donde se sugiere el triunfo pagano al que en el párrafo anterior se hizo referencia, pero no de modo demagogo ni obvio, sino poniendo sobre la mesa de modo argumental, los motivos por los cuales y desde esta realidad interna de la película, el paganismo debería haber triunfado.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Un Edward Woodward magistral, así como el el resto del elenco, nos invitan a acompañarlos en la eterna dicotomía cartesiana entre el bien y el mal, pero desde un ámbito fantástico y una antropología plenamente "emic", desde las dimensiones más internas de una isla donde sus habitantes se rigen por reglas propias donde se impone una estética del ocio, del erotismo y de lo bucólico de forma muy segura, muy consolidada. Entonces, de modo gradual como ya he dicho, vemos cómo la moral cristiana intenta penetrar en este idilio, rompiendo la algarabía hedonista con la norma, el cumplimiento de la ley, la persecución, la culpa. La fotografía y la música, magistrales, son un añadido fundamental en la historia, en su acentuación de una cierta melancolía de fondo, quizás la melancolía del obligado aislamiento para conservar la felicidad...escenas como las de los/as lugareños/as cantando lánguidamente, en unión completa (la fuerza del grupo frente al individuo que impone en su terquedad) son sencillamente inolvidables. De este modo, la película avanza en un fango lleno de molestas e irritantes adversidades. Porque la grandeza de la misma es mostrarnos que nuestra médula contiene abundante religión, aunque lo ocultemos. Occidente desprende prejuicio, prepotencia, dominio, pero en el fondo no somos nadie frente al poder del gigante, el hombre de mimbre, donde arden al fuego más vivo nuestras escondidas y penosas miserias.
Rosanna Moreda
Rosanna Moreda

6.8
32,690
9
17 de marzo de 2013
17 de marzo de 2013
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los cuerpos celestes avanzan, lentamente, o a la velocidad de la luz - depende de la perspectiva - en dirección a Terra, para luego estallar brutalmente. Escuchamos la noticia mientras masticamos la cena que toca para estas crudas noches invernales. Ingesta de sopa caliente mientras de paso, nuestras impermeables retinas absorben inmunes la imagen de más de mil cuerpos humanos dañados por un cuerpo no humano. No hay parpadeo alguno, ni asimilación de la noticia, porque como le podríamos responder a Juan Perro, no quedan sueños que la caja tonta nos pueda robar cuando ya perdimos del todo la capacidad para soñar.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Entonces, nos viene a la cabeza Melancholia, el extraño planeta que Lars Von Trier hace un par de años hizo colisionar con nuestra bola gigante. Pensamos algunas, en que películas como esta, funcionan como señales apocalípticas más que como piezas de arte o episodios refinados de entretenimiento. Apabulla el hecho de estar dentro de la película, y de que esta se convierta en un metadiscurso de una realidad que desconcierta a todas las partes. Como en el llanto del androide cuando descubre la verdad. Sólo que ya escribieron acerca de esto. Acerca del estallido de las Torres Gemelas, mil y una veces, claro. Acerca del vivir la ficción hasta las últimas consecuencias, aunque esta ficción esté alimentada de pura realidad.
Después de todo, no se le puede culpar a nadie de buscar el neón en pleno abismo. No se le puede culpar a nadie el buscar el cálido refugio del electroduende.
No nos resulta extraña entonces esta parábola, cuando el propósito de desensibilización de la noticia, ha obtenido sus frutos, ofreciendo el cerebro generador de dicha noticia, una cadena de masacres perfectamente elegidas, como modelos antes de salir a pasarela y a la hora exacta: la de cenar. Diana pornoterrorista afirma que es ahí donde reside el esperpento, no en la desnudez o en el acto sexual explícito, por más que éste nos pueda llegar a chocar.
Nuevamente, no se equivoca.
Con este idéntico dar cuerda, algunos quizás, si hay tiempo, si cabe decir algo entre bocado y bocado, entre imagen nefasta y más nefasta, sorprendidos de repente por un imprevisto parpadeo, nos preguntemos: ¿Cómo puede ser que la explosión de este reciente meteoro aterrizado en tierras rusas, que liberó la energía de treinta bombas atómicas, el más grande registrado en un siglo, y que dañó a tantísimas almas, nos resulte tan trivial?
Renombrados astrónomos aseguran que los NEO (Near Earth Object) no suponen un peligro real para la humanidad pues poseemos la tecnología suficiente para poder evitar estas colisiones. Sin embargo ocurrió. Con tecnología punta y todo. Preferimos ignorar que incluso la bola tendrá un día, un fin. Quizás porque la conciencia de tal vulnerabilidad cósmica superaría con creces hasta el más último interés por el relleno, por las cosas, por lo perecedero: las vestiduras de la bola.
Más allá de lo fallido del medio que nos transmite la noticia, algo más no anda bien. Aquello que en la obra maestra de Von Trier, nos aterroriza; (la intromisión de un planeta que ponga fin al nuestro, que ponga fin de repente y sin aviso a nosso colectivo estofado de egos en un cosmos que pensábamos nos pertenecía) parafraseado por otra parte en nuestra realidad pesada (no ficticia), puede llegar a aturdir, a asombrar. Pero estirado hasta el máximo el chicle de nuestra capacidad para sorprendernos, con el consecuente deglutir que dicho verbo implica; caemos de bruces por enésima vez, en la pista accidentada del autoengaño. Necesitamos que así sea. Con la misma liviandad que la inescrutable blonda Dunst cuando manda al diablo a su atónito esposo en plena boda, porque sabe que eso no es nada comparado con lo que muy pronto se le vendrá encima-nunca mejor dicho-.
Comprometerse, agradar, cumplir con las formas y las normas, incluso mantener la cordura, sólo tiene sentido dentro de una línea de mínima eternidad. El problema es que esta engañifa no se sostiene por demasiado tiempo, y que sólo algo tan radical y poco frecuente como la explosión de un cuerpo celeste contra la Tierra, podrá despertarnos de golpe de un embotamiento que construimos involuntaria pero concienzudamente, gen a gen y ladrillo a ladrillo, bajo la promesa impuesta de felicidad desde el primer día de los tiempos. Puede que mereciera la pena, al fin de al cabo y después de todo… si los fragmentos cósmicos de Heráclito nos devolvieran la capacidad de soñar.
Deunavezyparasiempre.
Rosanna Moreda
Después de todo, no se le puede culpar a nadie de buscar el neón en pleno abismo. No se le puede culpar a nadie el buscar el cálido refugio del electroduende.
No nos resulta extraña entonces esta parábola, cuando el propósito de desensibilización de la noticia, ha obtenido sus frutos, ofreciendo el cerebro generador de dicha noticia, una cadena de masacres perfectamente elegidas, como modelos antes de salir a pasarela y a la hora exacta: la de cenar. Diana pornoterrorista afirma que es ahí donde reside el esperpento, no en la desnudez o en el acto sexual explícito, por más que éste nos pueda llegar a chocar.
Nuevamente, no se equivoca.
Con este idéntico dar cuerda, algunos quizás, si hay tiempo, si cabe decir algo entre bocado y bocado, entre imagen nefasta y más nefasta, sorprendidos de repente por un imprevisto parpadeo, nos preguntemos: ¿Cómo puede ser que la explosión de este reciente meteoro aterrizado en tierras rusas, que liberó la energía de treinta bombas atómicas, el más grande registrado en un siglo, y que dañó a tantísimas almas, nos resulte tan trivial?
Renombrados astrónomos aseguran que los NEO (Near Earth Object) no suponen un peligro real para la humanidad pues poseemos la tecnología suficiente para poder evitar estas colisiones. Sin embargo ocurrió. Con tecnología punta y todo. Preferimos ignorar que incluso la bola tendrá un día, un fin. Quizás porque la conciencia de tal vulnerabilidad cósmica superaría con creces hasta el más último interés por el relleno, por las cosas, por lo perecedero: las vestiduras de la bola.
Más allá de lo fallido del medio que nos transmite la noticia, algo más no anda bien. Aquello que en la obra maestra de Von Trier, nos aterroriza; (la intromisión de un planeta que ponga fin al nuestro, que ponga fin de repente y sin aviso a nosso colectivo estofado de egos en un cosmos que pensábamos nos pertenecía) parafraseado por otra parte en nuestra realidad pesada (no ficticia), puede llegar a aturdir, a asombrar. Pero estirado hasta el máximo el chicle de nuestra capacidad para sorprendernos, con el consecuente deglutir que dicho verbo implica; caemos de bruces por enésima vez, en la pista accidentada del autoengaño. Necesitamos que así sea. Con la misma liviandad que la inescrutable blonda Dunst cuando manda al diablo a su atónito esposo en plena boda, porque sabe que eso no es nada comparado con lo que muy pronto se le vendrá encima-nunca mejor dicho-.
Comprometerse, agradar, cumplir con las formas y las normas, incluso mantener la cordura, sólo tiene sentido dentro de una línea de mínima eternidad. El problema es que esta engañifa no se sostiene por demasiado tiempo, y que sólo algo tan radical y poco frecuente como la explosión de un cuerpo celeste contra la Tierra, podrá despertarnos de golpe de un embotamiento que construimos involuntaria pero concienzudamente, gen a gen y ladrillo a ladrillo, bajo la promesa impuesta de felicidad desde el primer día de los tiempos. Puede que mereciera la pena, al fin de al cabo y después de todo… si los fragmentos cósmicos de Heráclito nos devolvieran la capacidad de soñar.
Deunavezyparasiempre.
Rosanna Moreda

5.9
297
8
5 de noviembre de 2014
5 de noviembre de 2014
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es casi un alivio encontrarse con una película donde sin demasiado ruido, sin demasiado bombo, quede reflejado el abuso del aparato médico-jurídico, laboral, cotidiano, educativo, familiar, afectivo…hacia un gran número de mujeres en la actualidad. Quizás ese alivio no tenga tanto que ver con encontrar muchas de las respuestas a las injusticias en lo que respecta a la vida que lleva la mitad de la población mundial, sino con el entendimiento de cómo funciona el engranaje putrefacto del sistema.
En el caso de esta necesaria película de Anahí Berneri, vemos mediante la sobriedad escénica, casi solemnidad en lo que respecta a la crudeza con que representa los primeros planos, siempre nerviosos, tensos; el día a día de una madre argentina (Erica Rivas) de clase media, trabajadora y separada, con sus dos pequeños. Pero no lo vemos desde la lejana ventana indiscreta del voyeur que no se inmiscuye, sino que asistimos a este “día a día” con todos los sentidos puestos, pues podría ser el de cualquiera de nosotras. Los pequeños detalles de esta cotidianeidad se ofrecen con un desparpajo tan espontáneo como violento, jugando con el límite difuso entre el crimen y el juego. Principalmente jugando con el criterio de este amplísimo aparato de poder que decide arbitrariamente cuando se trata de maltrato o no. Ya desde el comienzo, presenciamos una “guerra” entre la madre y sus hijos en la cama, y precisamente es esta guerra el eje de toda la película. Guerra impuesta, ante lo cual, la única defensa es la vulnerabilidad. La violencia no es explícita. Lo que aquí se refleja es la violencia institucional que decide sobre cuerpos, sentimientos, afectos, sobre lo que consideramos equivocadamente más nuestro (porque en realidad todo, hasta lo más íntimo, pertenece al Estado, al poder).
En el caso de esta necesaria película de Anahí Berneri, vemos mediante la sobriedad escénica, casi solemnidad en lo que respecta a la crudeza con que representa los primeros planos, siempre nerviosos, tensos; el día a día de una madre argentina (Erica Rivas) de clase media, trabajadora y separada, con sus dos pequeños. Pero no lo vemos desde la lejana ventana indiscreta del voyeur que no se inmiscuye, sino que asistimos a este “día a día” con todos los sentidos puestos, pues podría ser el de cualquiera de nosotras. Los pequeños detalles de esta cotidianeidad se ofrecen con un desparpajo tan espontáneo como violento, jugando con el límite difuso entre el crimen y el juego. Principalmente jugando con el criterio de este amplísimo aparato de poder que decide arbitrariamente cuando se trata de maltrato o no. Ya desde el comienzo, presenciamos una “guerra” entre la madre y sus hijos en la cama, y precisamente es esta guerra el eje de toda la película. Guerra impuesta, ante lo cual, la única defensa es la vulnerabilidad. La violencia no es explícita. Lo que aquí se refleja es la violencia institucional que decide sobre cuerpos, sentimientos, afectos, sobre lo que consideramos equivocadamente más nuestro (porque en realidad todo, hasta lo más íntimo, pertenece al Estado, al poder).
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
No es casualidad que el trabajo que realiza esta madre tenga relación con los “estudios de mercado”, y que intente salir adelante en su papel asumido de “super woman”, agotada, frente a su pantalla, a altas horas de la noche, mientras vigila a sus niños que no son angelitos precisamente. La destreza con que la directora presenta esta violencia de los detalles pequeños, el hastío tanto de unos como de otra, aunque hilvanados por el esfuerzo y las cosechas del amor familiar, es insuperable. Cotidianeidad que apabulla con su peso de bondad y sacrificio, hasta que el niño más pequeño, en una caída fatal derivada del juego, se fractura el antebrazo. A partir de aquí, presenciamos una especie de corte terrible o momento fatídico del film que irá in crescendo. Porque ella es consciente de que la conjura de “mala madre” se irá tejiendo ella sola, gracias al aporte inquisidor, desconfiado, inmiscuido, hipócrita en un falso cuidado que señala con el dedo en lugar de ayudar, de curar, del cuerpo médico-judicial, que acertadamente en este texto visual, vienen a ser la misma cosa.
Ya la teórica Antonella Picchio dejó muy claro que no habrá completa igualdad entre unas y otros hasta que el difícil y menospreciado trabajo de “cuidar a otras personas” no sea reconocido como corresponde. Esta película es un reflejo doloroso de esta ceguera, que se hace patente en escenas claves como cuando la madre se encuentra con su ex en el Hospital, en el momento que internan al pequeño, y lo primero que le pregunta no es ¿Qué pasó? Sino:
-¿Qué hiciste?
O cuando ella le pide a su madre (una muy oportuna en su papel, la mítica Marta Bianchi) que “por una vez” en la vida haga algo por ella.
Que en una película sobre la privacidad de una mujer separada con sus hijos, no prime la endiosada maternidad como una panacea, y que en su lugar se muestren todas las aristas, las ranuras, las imperfecciones de esa maternidad; es tremendamente necesario desde el discurso y el cine, pues el cuestionamiento de esta decisión de la vida de las mujeres, continúa siendo tabú.
Todo esto con esa sobriedad a la que antes nos referimos que no precisa de musicalización alguna (salvo la golosina final que rescata a la dureza hasta cierto punto, esa melancólica musiquilla que parece salida de una cajita). Y las palpitaciones, las palpitaciones de la madre desde el momento que se cae el niño hasta que llega el Hospital. Esos sonidos internos que nadie escucha, y que tememos que nos delaten en todos los momentos de opresión. Sonidos que van en aumento hasta que se produce el primer giro brusco a la tensión. La sombra del maltrato de la madre debido a “otros golpes” que el médico ha visto en el niño, es suficiente para generar el caos general, el colmo de una pesadilla de recriminaciones que no recaen en nadie que no sea ella.
Y luego el amargo final, donde se suceden si prisa, ya saliendo del Hospital, más reproches del ex que suele estar ausente, pero que igualmente se da el lujo de juzgar, de castigar. Pero, si se me permite una licencia crítica hacia los ecos (palabras, artículos, opiniones) que toda película genera, también gran desazón. Desazón por corroborar que todavía para muchas mentes estrechas, el feminismo no se justifica ni como teoría ni como práctica. En un mundo donde los feminicidios están a la orden del día; que no nos permitan aferrarnos a una filosofía de pensamiento y de (re) acción hacia las cuestiones más aberrantes, y que se asocie todavía con una fácil demagogia, desconociendo su significado (que no es otro que reforzar, empoderar, visibilizar a las mujeres) es una triste, tristísima e inoportuna ironía.
Rosanna Moreda
Ya la teórica Antonella Picchio dejó muy claro que no habrá completa igualdad entre unas y otros hasta que el difícil y menospreciado trabajo de “cuidar a otras personas” no sea reconocido como corresponde. Esta película es un reflejo doloroso de esta ceguera, que se hace patente en escenas claves como cuando la madre se encuentra con su ex en el Hospital, en el momento que internan al pequeño, y lo primero que le pregunta no es ¿Qué pasó? Sino:
-¿Qué hiciste?
O cuando ella le pide a su madre (una muy oportuna en su papel, la mítica Marta Bianchi) que “por una vez” en la vida haga algo por ella.
Que en una película sobre la privacidad de una mujer separada con sus hijos, no prime la endiosada maternidad como una panacea, y que en su lugar se muestren todas las aristas, las ranuras, las imperfecciones de esa maternidad; es tremendamente necesario desde el discurso y el cine, pues el cuestionamiento de esta decisión de la vida de las mujeres, continúa siendo tabú.
Todo esto con esa sobriedad a la que antes nos referimos que no precisa de musicalización alguna (salvo la golosina final que rescata a la dureza hasta cierto punto, esa melancólica musiquilla que parece salida de una cajita). Y las palpitaciones, las palpitaciones de la madre desde el momento que se cae el niño hasta que llega el Hospital. Esos sonidos internos que nadie escucha, y que tememos que nos delaten en todos los momentos de opresión. Sonidos que van en aumento hasta que se produce el primer giro brusco a la tensión. La sombra del maltrato de la madre debido a “otros golpes” que el médico ha visto en el niño, es suficiente para generar el caos general, el colmo de una pesadilla de recriminaciones que no recaen en nadie que no sea ella.
Y luego el amargo final, donde se suceden si prisa, ya saliendo del Hospital, más reproches del ex que suele estar ausente, pero que igualmente se da el lujo de juzgar, de castigar. Pero, si se me permite una licencia crítica hacia los ecos (palabras, artículos, opiniones) que toda película genera, también gran desazón. Desazón por corroborar que todavía para muchas mentes estrechas, el feminismo no se justifica ni como teoría ni como práctica. En un mundo donde los feminicidios están a la orden del día; que no nos permitan aferrarnos a una filosofía de pensamiento y de (re) acción hacia las cuestiones más aberrantes, y que se asocie todavía con una fácil demagogia, desconociendo su significado (que no es otro que reforzar, empoderar, visibilizar a las mujeres) es una triste, tristísima e inoportuna ironía.
Rosanna Moreda

7.9
8,564
9
18 de enero de 2013
18 de enero de 2013
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
El dúo Hepburn/MacLaine en esta película que entra de cajón en la categoría de "obligadas", es memorable. Ver como ambas, aunque principalmente la segunda, se dejan la piel en sus respectivos personajes, es por otra parte conmovedor.
Pero conmueve más aún la trama, sentir cómo ésta va creciendo y tomando la forma de todo drama cuando es llevado con brillantez y una muy poderosa crítica a la hipocresía de una sociedad burguesa occidental a principios de los años 60, perfectamente extrapolable a nuestros temibles años actuales.
Pero conmueve más aún la trama, sentir cómo ésta va creciendo y tomando la forma de todo drama cuando es llevado con brillantez y una muy poderosa crítica a la hipocresía de una sociedad burguesa occidental a principios de los años 60, perfectamente extrapolable a nuestros temibles años actuales.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Otro gran atino de la historia, es que Wyler introduce un elemento que no es para nada frecuente en el cine, y se trata de la atracción lesbiana, más allá del manido morbo erótico que tanto éxito parece tener en una amplia camada del público masculino. Wyler cae a años luz de esta tentación, y se concentra básicamente en que esa punzante crítica se focalice en la repulsión que el prolijo colectivo "family land" de antes y ahora, de acá y acullá, parece sentir por las parejas de lesbianas. Doblemente si éstas son maestras. Quizás esa carencia de ingredientes lesbo-eróticos en la película, sea el motivo por el que no haya tenido la repercusión mediática esperada; lo cual convierte al director en un ídolo. Porque en esta historia no hay ni un beso, ni toqueteo alguno. Eso sí, hay abrazos. El intenso y prolongado abrazo de Martha (MacLaine) y Karen (Hepburn) es no obstante, todo menos erótico.
Porque lo que se pone en juego en esta obra maestra es una de las realidades que más duelen: la soledad que nos invade cuando decidimos ser lo que queremos ser. Pero Wyler nuevamente se atreve a ir más lejos, maneja las riendas del tema de la guerra entre poder y vulnerabilidad humanos a la perfección, sabe muy bien cómo hacerlo. Va más allá poniendo en Martha una pieza clave en el macro proceso del-ser-robot que la sociedad reclama para cada uno de los seres vivientes: el autocastigo, la autocensura a su condición de lesbiana. He aquí la encrucijada: una alumna maliciosa del internado femenino donde las mencionadas mujeres son maestras, decide “inventar” que ambas son pareja y que practican sexo en el colegio.
De modo que sin comerlo ni beberlo, desde una calma sobrellevadera que permite al menos poner el careto esperado y hacer el papel, la mentira funciona como el elemento discordante, la turba caótica, el disparador de una verdad que Martha nunca se había permitido enfrentar. Una verdad por otro lado, muy insolente, muy afín a la mentira, un espejo, casi un igual. Solo en las buenas representaciones de la realidad, vemos fundirse a la una junto a la otra, y La calumnia es una de estas representaciones.
Aquello que enterramos es lo que deseamos, y lo otro ¿qué es? Puro abismo interior. El tipo de abismo interior que pasa factura cuando obliga a Martha a cometer suicidio. Ya va siendo hora de crear otra palabra para el crimen que implica que un caprichoso juicio social (cocinado a fuego lento de milenio en milenio, de cultura en cultura) sobre algo tan intocable como la preferencia sexual de una persona; lleve a la misma a fugarse de este gran anatema al que nos referimos con tiento como “mundo”.
Rosanna Moreda
Porque lo que se pone en juego en esta obra maestra es una de las realidades que más duelen: la soledad que nos invade cuando decidimos ser lo que queremos ser. Pero Wyler nuevamente se atreve a ir más lejos, maneja las riendas del tema de la guerra entre poder y vulnerabilidad humanos a la perfección, sabe muy bien cómo hacerlo. Va más allá poniendo en Martha una pieza clave en el macro proceso del-ser-robot que la sociedad reclama para cada uno de los seres vivientes: el autocastigo, la autocensura a su condición de lesbiana. He aquí la encrucijada: una alumna maliciosa del internado femenino donde las mencionadas mujeres son maestras, decide “inventar” que ambas son pareja y que practican sexo en el colegio.
De modo que sin comerlo ni beberlo, desde una calma sobrellevadera que permite al menos poner el careto esperado y hacer el papel, la mentira funciona como el elemento discordante, la turba caótica, el disparador de una verdad que Martha nunca se había permitido enfrentar. Una verdad por otro lado, muy insolente, muy afín a la mentira, un espejo, casi un igual. Solo en las buenas representaciones de la realidad, vemos fundirse a la una junto a la otra, y La calumnia es una de estas representaciones.
Aquello que enterramos es lo que deseamos, y lo otro ¿qué es? Puro abismo interior. El tipo de abismo interior que pasa factura cuando obliga a Martha a cometer suicidio. Ya va siendo hora de crear otra palabra para el crimen que implica que un caprichoso juicio social (cocinado a fuego lento de milenio en milenio, de cultura en cultura) sobre algo tan intocable como la preferencia sexual de una persona; lleve a la misma a fugarse de este gran anatema al que nos referimos con tiento como “mundo”.
Rosanna Moreda

5.6
533
4
1 de enero de 2013
1 de enero de 2013
8 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
En esta extraña película de Wagner de Assis, se combinan elementos de religiones y creencias varias, siendo el resultado un potpourri redundante para animar a aquellos espíritus todavía descreyentes de otras vidas paralelas. Sin embargo, son numerosos los obstáculos que impiden que el film fluya, y que sea mínimamente creíble.
Por un lado vemos a un Renato Prieto nada natural y regado de la creencia ciega en la cúspide de la felicidad, que riega por otra parte, de manera sobredimensionada toda la película en general. Esto es precisamente lo que convierte a la misma en un discurso visual propio del panfleto o del proselitismo espiritista más que de un discurso fílmico como se supone que debiera ser. El segundo e importante obstáculo es la dicotomía bondad-maldad que recuerda a las películas que de haber podido, nos hubieran puesto en nuestra infancia los adiestradores de Dios, o buenos espíritus o como se le quiera llamar a esta "poderosa fuerza del bien".
Por un lado vemos a un Renato Prieto nada natural y regado de la creencia ciega en la cúspide de la felicidad, que riega por otra parte, de manera sobredimensionada toda la película en general. Esto es precisamente lo que convierte a la misma en un discurso visual propio del panfleto o del proselitismo espiritista más que de un discurso fílmico como se supone que debiera ser. El segundo e importante obstáculo es la dicotomía bondad-maldad que recuerda a las películas que de haber podido, nos hubieran puesto en nuestra infancia los adiestradores de Dios, o buenos espíritus o como se le quiera llamar a esta "poderosa fuerza del bien".
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
La escena en que una mujer se cuestiona si realmente aquello que la rodea es "el bien" y decide ir más allá, es muy clarificadora de la tónica general de este paraíso-mercancía, donde las criaturas curiosas serán severamente castigadas. Ohh Eva pecadora!...
Doblemente bíblica y perversa. El tercer obstáculo lo conforman un marketing y perfeccionamiento extraordinariamente falsos ofrecidos como el sumun de la felicidad. Se sabe que en tiempos donde los relatos se comen a sí mismos pues ya se han terminado, el diseño de una película donde se confunden religiones que en teoría son opuestas, pareciera ser la clave para calmar nuestros vacíos corazones, sedientos de mezclas sanadoras eficaces y explosivas. Quizás por ello "Nosso lar" fue una de las películas más vistas en Brasil en el año 2010.
Casi una total decepción, si no fuera por estos cuatro puntos que no alcanzan de todos modos a ser salvadores:
1- El humor inevitable surgido de las malas películas, de los mensajes dirigidos a adultos/as con la estrategia facilona del acercamiento a infantes. En otras palabras, la risa frente a lo que es propuesto con aparatosa seriedad.
2- La puesta en escena. Es indudable que hay dinero vertido en la de Wagner, y mucho. De no ser por azules cegadores, blancos y pasteles estridentes hasta lo insoportable; por momentos sentimos habitar el mismísimo cielo, ángeles y nubes de algodón goloso incluidos.
3- El optimismo obvio pero dolorosamente necesario del mensaje más crucial: que hay otra vida después de la muerte, que no existe la nada a secas. Para aquellas almas que vivimos para la fantasía y la ciencia ficción, esto, reconocido con la cabeza alta, no deja de ser una mano en el hombro en la plena caída hacia el vacío, como diría una amiga.
4- Lo necesario de la recreación de estadios álmicos, o como mínimo no terrenales, desde un punto de mira espiritual.
Lástima que las habas no hayan crecido bien en su vaina, pues es poco lo que realmente se queda en el cuerpo y en la mente luego de deglutir a boca abierta el afamado Nosso lar.
Rosanna Moreda
Doblemente bíblica y perversa. El tercer obstáculo lo conforman un marketing y perfeccionamiento extraordinariamente falsos ofrecidos como el sumun de la felicidad. Se sabe que en tiempos donde los relatos se comen a sí mismos pues ya se han terminado, el diseño de una película donde se confunden religiones que en teoría son opuestas, pareciera ser la clave para calmar nuestros vacíos corazones, sedientos de mezclas sanadoras eficaces y explosivas. Quizás por ello "Nosso lar" fue una de las películas más vistas en Brasil en el año 2010.
Casi una total decepción, si no fuera por estos cuatro puntos que no alcanzan de todos modos a ser salvadores:
1- El humor inevitable surgido de las malas películas, de los mensajes dirigidos a adultos/as con la estrategia facilona del acercamiento a infantes. En otras palabras, la risa frente a lo que es propuesto con aparatosa seriedad.
2- La puesta en escena. Es indudable que hay dinero vertido en la de Wagner, y mucho. De no ser por azules cegadores, blancos y pasteles estridentes hasta lo insoportable; por momentos sentimos habitar el mismísimo cielo, ángeles y nubes de algodón goloso incluidos.
3- El optimismo obvio pero dolorosamente necesario del mensaje más crucial: que hay otra vida después de la muerte, que no existe la nada a secas. Para aquellas almas que vivimos para la fantasía y la ciencia ficción, esto, reconocido con la cabeza alta, no deja de ser una mano en el hombro en la plena caída hacia el vacío, como diría una amiga.
4- Lo necesario de la recreación de estadios álmicos, o como mínimo no terrenales, desde un punto de mira espiritual.
Lástima que las habas no hayan crecido bien en su vaina, pues es poco lo que realmente se queda en el cuerpo y en la mente luego de deglutir a boca abierta el afamado Nosso lar.
Rosanna Moreda
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