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8.1
138,956
8
30 de abril de 2023
30 de abril de 2023
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es imposible, imposible, señoras y señores. Lo he intentado con todo mi alma y aun así no he sido capaz de convencer a mi padre de que Blade Runner es la mejor obra de ciencia ficción del siglo XX.
No sé por qué sigue obcecado en que la primera entrega de una de las franquicias más corrompidas de la historia del cine es mejor que esta joya, sobrevalorada por muchos e incomprendida por muy pocos.
Quizá esa oscura y claustrofóbica atmósfera, cargada de una atractiva tortura cognitiva en cada rincón del Nostromo sea la clave para enlazar cada una de las poco objetivas argumentaciones que sitúan a Alien varias posiciones delante de Blade Runner. Sin embargo, esta despreciable comparativa (como todas las existentes) ha hecho, no tan solo que me dé cuenta de la inusual maestría de Ridley Scott, sino también de una contrapuesta duología la cual conforman estas dos intrincadas películas.
En comparativa, Blade Runner es una película que a simple vista podría parecer mucho más amplia en relación con el universo presentado. Este argumento es reforzado por la amplia mitología presentada en la película y una cantidad de planos abiertos de la ciudad muy a tener en cuenta.
Por otro lado, Alien es una película centrada, casi en su totalidad, en el terror claustrofóbico, más asociada a lo que parecería ser una demostración del gran manejo de cámara de nuestro amigo Ridley.
Sin embargo, después de una breve introspección resulta que no todo es como parecería ser.
Cada uno de los planos en los que se muestra tan abiertamente la ciudad de los Ángeles solo disminuyen la importancia del protagonista en el ecosistema que lo rodea. Incluso el villano expone su nostálgico recuerdo de un pasado que, aun habiendo sido bellamente vivido desde su experiencia, se perderá cuál lágrima en la lluvia. Esto, por supuesto, solo hace que realzar la magnitud de su inevitable caída, una caída que intentara por todos los medios evitar a lo largo de la película, pero que, sin embargo, acabara devorando a todo aquel que sea consciente de su propia desdicha. Esa irrefrenable caída será su proceso de madurez y su brusco encontronazo con una verdad que atormenta al protagonista cada vez que este fija su atención en las vallas publicitarias de neón o en las embarulladas calles llenas de un absorbente y melancólico individualismo, pero también llena de supuestos dioses y héroes que solo conocen lo correspondiente a un palmo de su nariz. Y parece ser que Roy tiene una nariz demasiado pequeña en proporción a lo que sin prestar atención sus ojos han sido capaces de ver.
Blade Runner no incita al espectador a curiosear más allá de los horizontes dispuestos por el director, sino a centrarse en la triste y lúgubre atmósfera que acompaña al protagonista y la melancólica vivencia de los personajes que lo rodean.
Alien, por su parte, abre nuevas fronteras en lo conocido e invita al espectador a imaginar los misterios que deparan todas y cada una de esas estrellas que están presentes cuando el Xenomorpho actúa despiadadamente. De hecho, es el alienígena y todo su proceso de incubación y desarrollo, el cual abren una puerta a la imaginación del espectador. Es una verdadera lástima que no se haya profundizado de forma correcta en la mitología de Alien en sus posteriores secuelas y que en vez de eso se haya optado por continuar la casi inexistente trama de una Reaply que a partir de la segunda entrega dejó de tener importancia.
En lo que se refiere a la verdadera protagonista de la crítica, puntualizar la gran labor de dirección por parte de Ridley Scott, un ejemplo de ello sería la magistral escena de persecución entre Roy Batty y Rick Deckard, la cual presenta la dualidad entre dos personajes de vivencias contrarias pero con destinos ya definidos (Rutger Hauer y Harrison Ford regalando actuaciones memorables en cada una de sus apariciones). También remarcar el impresionante uso de efectos especiales, un romance que no solo emociona por el significado simbólico de este, sino también por una generalmente desaprovechada Sean Young y por último una notable participación de William Sanderson, que gracias a todas sus macabras marionetas y a su extraña forma de ser, ejemplifica muy bien el concepto de los replicantes y el deterioro de una gran parte de la población, que como él, vive al margen de la sociedad sin un perfil psicológico claro y con un objetivo en la trama ciertamente estimulante. Un perfil que seguramente se haya servido de este solitario personaje para poder ser desarrollado y que cuenta con un final muy representativo para alguien al que ha dedicado su vida a creaciones genéticas.
En cuanto a aspectos negativos, se refiere, comentar la brusquedad atribuida al desenlace de la película. Este atropello agiliza la trama, pero desaprovecha un enriquecimiento sensorial y narrativo que podría haber sido sustancial para el desarrollo de la mitología sobre la intrincada ciudad de Los Ángeles. Acorta de manera poco natural lo que podría haber sido más sustancioso para el espectador.
No sé si esta obra pasara a la historia o se perderá en las interminables publicidades de neón que abordarán nuestro futuro. Lo que sí es seguro es que sus personajes se esfumaran con el tiempo como lágrimas en el gran y solitario diluvio universal que nos aguarda.
No sé por qué sigue obcecado en que la primera entrega de una de las franquicias más corrompidas de la historia del cine es mejor que esta joya, sobrevalorada por muchos e incomprendida por muy pocos.
Quizá esa oscura y claustrofóbica atmósfera, cargada de una atractiva tortura cognitiva en cada rincón del Nostromo sea la clave para enlazar cada una de las poco objetivas argumentaciones que sitúan a Alien varias posiciones delante de Blade Runner. Sin embargo, esta despreciable comparativa (como todas las existentes) ha hecho, no tan solo que me dé cuenta de la inusual maestría de Ridley Scott, sino también de una contrapuesta duología la cual conforman estas dos intrincadas películas.
En comparativa, Blade Runner es una película que a simple vista podría parecer mucho más amplia en relación con el universo presentado. Este argumento es reforzado por la amplia mitología presentada en la película y una cantidad de planos abiertos de la ciudad muy a tener en cuenta.
Por otro lado, Alien es una película centrada, casi en su totalidad, en el terror claustrofóbico, más asociada a lo que parecería ser una demostración del gran manejo de cámara de nuestro amigo Ridley.
Sin embargo, después de una breve introspección resulta que no todo es como parecería ser.
Cada uno de los planos en los que se muestra tan abiertamente la ciudad de los Ángeles solo disminuyen la importancia del protagonista en el ecosistema que lo rodea. Incluso el villano expone su nostálgico recuerdo de un pasado que, aun habiendo sido bellamente vivido desde su experiencia, se perderá cuál lágrima en la lluvia. Esto, por supuesto, solo hace que realzar la magnitud de su inevitable caída, una caída que intentara por todos los medios evitar a lo largo de la película, pero que, sin embargo, acabara devorando a todo aquel que sea consciente de su propia desdicha. Esa irrefrenable caída será su proceso de madurez y su brusco encontronazo con una verdad que atormenta al protagonista cada vez que este fija su atención en las vallas publicitarias de neón o en las embarulladas calles llenas de un absorbente y melancólico individualismo, pero también llena de supuestos dioses y héroes que solo conocen lo correspondiente a un palmo de su nariz. Y parece ser que Roy tiene una nariz demasiado pequeña en proporción a lo que sin prestar atención sus ojos han sido capaces de ver.
Blade Runner no incita al espectador a curiosear más allá de los horizontes dispuestos por el director, sino a centrarse en la triste y lúgubre atmósfera que acompaña al protagonista y la melancólica vivencia de los personajes que lo rodean.
Alien, por su parte, abre nuevas fronteras en lo conocido e invita al espectador a imaginar los misterios que deparan todas y cada una de esas estrellas que están presentes cuando el Xenomorpho actúa despiadadamente. De hecho, es el alienígena y todo su proceso de incubación y desarrollo, el cual abren una puerta a la imaginación del espectador. Es una verdadera lástima que no se haya profundizado de forma correcta en la mitología de Alien en sus posteriores secuelas y que en vez de eso se haya optado por continuar la casi inexistente trama de una Reaply que a partir de la segunda entrega dejó de tener importancia.
En lo que se refiere a la verdadera protagonista de la crítica, puntualizar la gran labor de dirección por parte de Ridley Scott, un ejemplo de ello sería la magistral escena de persecución entre Roy Batty y Rick Deckard, la cual presenta la dualidad entre dos personajes de vivencias contrarias pero con destinos ya definidos (Rutger Hauer y Harrison Ford regalando actuaciones memorables en cada una de sus apariciones). También remarcar el impresionante uso de efectos especiales, un romance que no solo emociona por el significado simbólico de este, sino también por una generalmente desaprovechada Sean Young y por último una notable participación de William Sanderson, que gracias a todas sus macabras marionetas y a su extraña forma de ser, ejemplifica muy bien el concepto de los replicantes y el deterioro de una gran parte de la población, que como él, vive al margen de la sociedad sin un perfil psicológico claro y con un objetivo en la trama ciertamente estimulante. Un perfil que seguramente se haya servido de este solitario personaje para poder ser desarrollado y que cuenta con un final muy representativo para alguien al que ha dedicado su vida a creaciones genéticas.
En cuanto a aspectos negativos, se refiere, comentar la brusquedad atribuida al desenlace de la película. Este atropello agiliza la trama, pero desaprovecha un enriquecimiento sensorial y narrativo que podría haber sido sustancial para el desarrollo de la mitología sobre la intrincada ciudad de Los Ángeles. Acorta de manera poco natural lo que podría haber sido más sustancioso para el espectador.
No sé si esta obra pasara a la historia o se perderá en las interminables publicidades de neón que abordarán nuestro futuro. Lo que sí es seguro es que sus personajes se esfumaran con el tiempo como lágrimas en el gran y solitario diluvio universal que nos aguarda.
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