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Críticas ordenadas por utilidad
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9
4 de abril de 2013
4 de abril de 2013
45 de 58 usuarios han encontrado esta crítica útil
Seré sincero. Cuando leí por primera vez la sinopsis de "Sons of Anarchy", yo no daba un duro por una serie de moteros criminales. Ya saben: prejuicios e ignorancia. Adquirí, no obstante, la primera temporada por una oferta irrechazable que encontré. Menuda bendición, pensé días más tarde. "Sons of Anarchy" resultaba ser una serie espléndida, sorprendente, intensa, bien hecha y mejor contada. Eso, a primera vista. Sin embargo, al terminar las cinco temporadas, me temo que la mera opinión debe ampliarse hacia el análisis detenido y la reflexión.
La FOX se arriesgaba considerablemente en esta apuesta: construir un drama sobre unos moteros de hoy en día que funcionaban como una auténtica banda mafiosa en California no parecía tener ningún precedente. Empero, bastarían pocos capítulos para comprobar que "Sons of Anarchy" puede fácilmente ser heredera de "Los Soprano", "El Padrino", "Godfellas" y otras grandes historias sobre los gángsters de América. El planteamiento de Kurt Sutter (Dios lo bendiga) pronto me pareció fascinante: el club motero SAMCRO era algo más que unos cuantos nostálgicos amantes de las harleys: la institución funciona como la verdadera rectora de la vida diaria de Charming, la localidad californiana que está bajo la influencia, protección y extorsión de los Sons. Nada sucede en Charming sin su consentimiento; la policía está en nómina; los negocios deben tener el beneplácito; los alcaldes son "amigos"; ninguna banda foránea puede traficar con drogas. La sede del SAMCRO reside en un taller de reparaciones mecánicas, "Teller´s & Morrow". No se echen a reír tan pronto. La tapadera esconde una provechosa fuente de ingresos: el tráfico de armas, compradas al IRA Auténtico y vendidas al resto de organizaciones criminales de la Costa Oeste: mejicanos (Mayans y cárteles como el de Galindo), negros (Niners, Bastards), rusos, italianos, neonazis, etc. Charming mira para otro lado; apenas hay delincuencia. Sus calles están en paz. No saben a qué precio. Los Sons nunca dudan en recurrir a la pólvora cuando se trata de sus negocios y su seguridad. Sus miembros son hombres violentos, crueles, impulsivos, ambiciosos y, en más de una ocasión, despiadados.
Llegados a este punto, es cuando podemos comenzar a entrever la grandeza de esta serie. Porque, tras este desolador panorama, la historia se detiene en describirte el día a día dentro del club. Sus costumbres, sus jerarquías, sus normas, la amistad de hierro que une a sus miembros, sus concepciones sobre el respeto, el honor, la tradición, la lealtad, el valor, la camaradería y la solidaridad. Los Hijos de la Anarquía constituyen una verdadera familia, como aquellos Corleone de New York o aquellos Soprano de New Jersey: el club protege por encima de todo a los que buscan refugio en él. Esposas, hijos, amantes, parientes, amigos: todos tienen cabida en SAMCRO, que velará por sus intereses frente a las amenazas exteriores y frente a los vacíos de un Estado imperfecto que se ramifica en cientos de pequeños Estados por cada una de las ciudades norteamericanas. Porque el crimen organizado no sólo es contrabando, chantaje, clientelas y control político: es también la asociación de una serie de grupos humanos para protegerse ante un Estado que no los respalda en determinados momentos. Mario Puzo y Coppola ya se encargaron de contárnoslo hace cuarenta años.
Kurt Sutter quiso, bajo estos presupuestos, hablarnos de cuestiones universales: de las luces y las sombras de los seres humanos; de cómo sobreponerse a las dificultades y las consecuencias que esto puede tener en la configuración de las mentalidades; de cómo amar por encima de todo, aunque ello te cueste el pellejo; de la redención que todo hombre llega a buscar en una vida llena de errores; de la degradación moral a la que te conducen la venganza y la violencia; de cómo el poder corrompe a quien ostenta un mazo y una silla que preside una mesa; de cómo un país se erige a base de infinitos sucesos anónimos que no pasan a la Historia y que a menudo son infames; de cómo se establecen los lazos de unión entre hombres que comparten determinadas señas de identidad; de la decadencia, en fin, de todos los seres humanos, que ven cómo su tiempo se acaba. Y, dominándolo todo, se cierne constantemente la sombra de los grandes clásicos: Edipo y Hamlet, encarnados en un Jax Teller cuyo padre, que presidía el club, murió en extrañas circunstancias, tras lo cual vino el liderazgo de Clay Morrow y el amor entre éste y la madre de Jax, Gemma. Como ven, el choque está servido.
[sigo en spoiler sin desvelar nada]
La FOX se arriesgaba considerablemente en esta apuesta: construir un drama sobre unos moteros de hoy en día que funcionaban como una auténtica banda mafiosa en California no parecía tener ningún precedente. Empero, bastarían pocos capítulos para comprobar que "Sons of Anarchy" puede fácilmente ser heredera de "Los Soprano", "El Padrino", "Godfellas" y otras grandes historias sobre los gángsters de América. El planteamiento de Kurt Sutter (Dios lo bendiga) pronto me pareció fascinante: el club motero SAMCRO era algo más que unos cuantos nostálgicos amantes de las harleys: la institución funciona como la verdadera rectora de la vida diaria de Charming, la localidad californiana que está bajo la influencia, protección y extorsión de los Sons. Nada sucede en Charming sin su consentimiento; la policía está en nómina; los negocios deben tener el beneplácito; los alcaldes son "amigos"; ninguna banda foránea puede traficar con drogas. La sede del SAMCRO reside en un taller de reparaciones mecánicas, "Teller´s & Morrow". No se echen a reír tan pronto. La tapadera esconde una provechosa fuente de ingresos: el tráfico de armas, compradas al IRA Auténtico y vendidas al resto de organizaciones criminales de la Costa Oeste: mejicanos (Mayans y cárteles como el de Galindo), negros (Niners, Bastards), rusos, italianos, neonazis, etc. Charming mira para otro lado; apenas hay delincuencia. Sus calles están en paz. No saben a qué precio. Los Sons nunca dudan en recurrir a la pólvora cuando se trata de sus negocios y su seguridad. Sus miembros son hombres violentos, crueles, impulsivos, ambiciosos y, en más de una ocasión, despiadados.
Llegados a este punto, es cuando podemos comenzar a entrever la grandeza de esta serie. Porque, tras este desolador panorama, la historia se detiene en describirte el día a día dentro del club. Sus costumbres, sus jerarquías, sus normas, la amistad de hierro que une a sus miembros, sus concepciones sobre el respeto, el honor, la tradición, la lealtad, el valor, la camaradería y la solidaridad. Los Hijos de la Anarquía constituyen una verdadera familia, como aquellos Corleone de New York o aquellos Soprano de New Jersey: el club protege por encima de todo a los que buscan refugio en él. Esposas, hijos, amantes, parientes, amigos: todos tienen cabida en SAMCRO, que velará por sus intereses frente a las amenazas exteriores y frente a los vacíos de un Estado imperfecto que se ramifica en cientos de pequeños Estados por cada una de las ciudades norteamericanas. Porque el crimen organizado no sólo es contrabando, chantaje, clientelas y control político: es también la asociación de una serie de grupos humanos para protegerse ante un Estado que no los respalda en determinados momentos. Mario Puzo y Coppola ya se encargaron de contárnoslo hace cuarenta años.
Kurt Sutter quiso, bajo estos presupuestos, hablarnos de cuestiones universales: de las luces y las sombras de los seres humanos; de cómo sobreponerse a las dificultades y las consecuencias que esto puede tener en la configuración de las mentalidades; de cómo amar por encima de todo, aunque ello te cueste el pellejo; de la redención que todo hombre llega a buscar en una vida llena de errores; de la degradación moral a la que te conducen la venganza y la violencia; de cómo el poder corrompe a quien ostenta un mazo y una silla que preside una mesa; de cómo un país se erige a base de infinitos sucesos anónimos que no pasan a la Historia y que a menudo son infames; de cómo se establecen los lazos de unión entre hombres que comparten determinadas señas de identidad; de la decadencia, en fin, de todos los seres humanos, que ven cómo su tiempo se acaba. Y, dominándolo todo, se cierne constantemente la sombra de los grandes clásicos: Edipo y Hamlet, encarnados en un Jax Teller cuyo padre, que presidía el club, murió en extrañas circunstancias, tras lo cual vino el liderazgo de Clay Morrow y el amor entre éste y la madre de Jax, Gemma. Como ven, el choque está servido.
[sigo en spoiler sin desvelar nada]
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
"Sons of Anarchy" nos ofrece un sólido y altísimo nivel de continuidad durante sus cinco temporadas, con un culmen incuestionable que recae en la tercera. El taller, el hospital (y su capilla), la comisaría, la cárcel de Stockton, los desoladores paisajes urbanos, la poética de la carretera: son lugares comunes donde se gestan los caminos que va tomando la historia. Todas las temporadas contienen innumerables momentos de gran emoción; pasajes llenos de adrenalina entre tiroteos y persecuciones; tramas muy bien trenzadas, en la mejor línea de las grandes series norteamericanas, que nos mantendrán en vilo gracias a finales de episodios muy abiertos; escenas llenas de tensión; diálogos sensacionales que sólo se pueden apreciar en versión original; situaciones plagadas de un humor negro desternillante; secuencias memorables que brillan generalmente por la conjunción entre un perfecto uso de la música (qué inolvidables temas de rock) y un calculado trabajo técnico, donde montaje y movimientos de cámara son manejados con sabiduría para narrar momentos paralelos en muchos finales de capítulo.
“Sons of Anarchy” quiere reflexionar, el última instancia, sobre dos cuestiones capitales excepcionalmente conjugadas en la serie: lo irreversible del destino y la dialéctica entre el bien y el mal. Hace años, unos jóvenes con ansias de libertad se embarcaron en la realización de un viejo sueño: una agrupación al margen del Estado que les respaldase y que conformase sus señas de identidad; una familia que les ofreciera protección mutua dentro de un país que les había enviado a una guerra estúpida y especialmente sangrienta. Pero todo se degrada. Los Sons cada vez más fueron demostrando cómo la corrupción, la ambición, la violencia y el ansia de poder son innatos al ser humano. El viejo sueño de John Teller y sus ocho camaradas fundadores pronto se hizo añicos, y éste terminó siendo destruido por la traición y la codicia.
Ahora, veinte años después, Jax observa cómo los derroteros de sangre, crueldad y peligros no hacen más que acechar a la gran familia que es el SAMCRO. Jax intentará abandonar la ilegalidad, volver a la concordia, que sus hijos no vean en un club de moteros a una banda de criminales y asesinos.
Pero Jax no hará más que repetir los pasos de su padre; verse continuamente arrastrado por la vorágine de acontecimientos, de ira, odio y negocios sucios que Clay Morrow pretende perpetuar. Ahí llegará el estallido, pues el joven Teller pasará por una evolución paulatina que se acentúa definitivamente en la quinta temporada, cuando veremos a un Jax convertido en presidente. Este cargo le hará ver las cosas de otra manera y a modificar su forma de actuar, pues la crueldad y el rencor le llevarán por caminos insospechadamente diabólicos, como se demuestra en su intento de anular a Wendy o en las numerosas venganzas y ejecuciones. Ese reverso oscuro tendrá su contrapunto en un Jax cada vez más líder, sabio y con gran sentido político, capaz de llevar la pesada carga que supone dirigir y proteger al club hasta el punto de mantener el delicado equilibrio entre las potencias que atenazan al SAMCRO: el cártel mexicano, el IRA, las amenazas internas, y el amenazador Pope. Sin embargo, Jax ya habrá visto de primera mano cómo, por mucho que se empeñe, siempre estará atrapado en la propia dinámica autodestructiva de los Hijos de la Anarquía.
Pues, al fin y al cabo, esa es la gran enseñanza de esta serie: el hombre está predestinado a vivir y cometer los mismos errores que condenan a su raza. Tenemos una existencia ligada a sucumbir ante los males que acechan a toda sociedad humana. ¿Es posible escapar de esta condición? ¿Puede un hombre modificar la estructura de una agrupación (su tendencia y su degeneración) cuando es él mismo el que tropieza una y otra vez en los obstáculos que nos convierten en lobos? Ahí puede residir la grave complejidad de "Sons of Anarchy".
“Sons of Anarchy” quiere reflexionar, el última instancia, sobre dos cuestiones capitales excepcionalmente conjugadas en la serie: lo irreversible del destino y la dialéctica entre el bien y el mal. Hace años, unos jóvenes con ansias de libertad se embarcaron en la realización de un viejo sueño: una agrupación al margen del Estado que les respaldase y que conformase sus señas de identidad; una familia que les ofreciera protección mutua dentro de un país que les había enviado a una guerra estúpida y especialmente sangrienta. Pero todo se degrada. Los Sons cada vez más fueron demostrando cómo la corrupción, la ambición, la violencia y el ansia de poder son innatos al ser humano. El viejo sueño de John Teller y sus ocho camaradas fundadores pronto se hizo añicos, y éste terminó siendo destruido por la traición y la codicia.
Ahora, veinte años después, Jax observa cómo los derroteros de sangre, crueldad y peligros no hacen más que acechar a la gran familia que es el SAMCRO. Jax intentará abandonar la ilegalidad, volver a la concordia, que sus hijos no vean en un club de moteros a una banda de criminales y asesinos.
Pero Jax no hará más que repetir los pasos de su padre; verse continuamente arrastrado por la vorágine de acontecimientos, de ira, odio y negocios sucios que Clay Morrow pretende perpetuar. Ahí llegará el estallido, pues el joven Teller pasará por una evolución paulatina que se acentúa definitivamente en la quinta temporada, cuando veremos a un Jax convertido en presidente. Este cargo le hará ver las cosas de otra manera y a modificar su forma de actuar, pues la crueldad y el rencor le llevarán por caminos insospechadamente diabólicos, como se demuestra en su intento de anular a Wendy o en las numerosas venganzas y ejecuciones. Ese reverso oscuro tendrá su contrapunto en un Jax cada vez más líder, sabio y con gran sentido político, capaz de llevar la pesada carga que supone dirigir y proteger al club hasta el punto de mantener el delicado equilibrio entre las potencias que atenazan al SAMCRO: el cártel mexicano, el IRA, las amenazas internas, y el amenazador Pope. Sin embargo, Jax ya habrá visto de primera mano cómo, por mucho que se empeñe, siempre estará atrapado en la propia dinámica autodestructiva de los Hijos de la Anarquía.
Pues, al fin y al cabo, esa es la gran enseñanza de esta serie: el hombre está predestinado a vivir y cometer los mismos errores que condenan a su raza. Tenemos una existencia ligada a sucumbir ante los males que acechan a toda sociedad humana. ¿Es posible escapar de esta condición? ¿Puede un hombre modificar la estructura de una agrupación (su tendencia y su degeneración) cuando es él mismo el que tropieza una y otra vez en los obstáculos que nos convierten en lobos? Ahí puede residir la grave complejidad de "Sons of Anarchy".

7.4
26,835
9
21 de agosto de 2009
21 de agosto de 2009
33 de 34 usuarios han encontrado esta crítica útil
Algunos sólo quieren o alcanzan a ver aquí un remake de “Los siete samuráis” de Kurosawa, pero este western nada más que toma la raíz de su argumento, y Sturges consigue darle una personalidad propia ofreciéndonos otras cosas.
Las motivaciones de los protagonistas son sólo en parte altruistas, pero en el fondo los siete buscan una digna redención a sus vidas, que conseguirán únicamente mediante el ritual válido, efectivo y determinante en el Oeste: la violencia, la dialéctica de la pólvora.
También vemos cómo se toca el tema del racismo que imperó (y ha seguido imperando hasta hace poco relativamente) en todo Estado Unidos. El exterminio del indio americano fue un crimen totalmente planeado y calculado por parte del hombre blanco. Ya lo decía el general Sherman: “Sólo conozco a un indio bueno: el indio muerto”. En esta película asistimos a una escena de gran tensión, al principio, que empieza así:
Viajero: ¿Desde cuándo no dejan aquí enterrar a los indios en el cementerio?
Enterrador: Desde que el pueblo se civilizó.
Todos los personajes están en esta obra admirablemente dibujados: Brynner y Mcqueen son personas errantes, de pasado desconocido, lacónicos, dos hombres de ninguna parte:
Mcqueen: ¿Adónde se dirige usted?
Brynner: Al norte. ¿Y usted?
Mcqueen: A la deriva.
Bronson y Coburn, herméticos y rudos, pretenden e intentan reintegrarse y adaptarse a los nuevos tiempos mediante trabajos honestos (cortador de leña y vaquero) pero ambos están insatisfechos, casi amargados, deseando volver a empuñar un arma, deseando volver a la acción. Vaughn es un antiguo y otrora habilidoso pistolero, ahora embarrado en el mundo del juego, frustrado y atormentado por su cobardía e indecisión: de nuevo otro que necesitará el estallido de violencia para su redención. Brad Dexter es un soñador, deseoso de encontrar una promesa de una mina de oro que se obceca en imaginar una vez termine su trabajo en el poblado mexicano. Buchholz es casi un niño aún, que anhela ansioso poder disparar su revólver para alcanzar una mayoría de edad que en el Oeste nada tiene que ver con una edad determinada y oficial: antes bien, esta mayoría se traduce en el hecho de saber disparar y saber matar.
Eli Wallach ofrece un recital e interioriza su personaje de forma impresionante.
Lo peor, la escena del toreo de la vaca. Es ridícula. Pero, por otra parte, la música es genial, y Sturges se mueve con comodidad y sabe manejar los tempos tanto en los momentos pausados como en las secuencias más agitadas, ofreciéndonos buenas escenas como la del tiroteo final, la despedida de Bronson con los niños o la llegada de Calvera (Wallach).
Magnífica película, una de las grandes y últimas del clasicismo westerniano, que ya veía su ocaso a partir de los sesenta. Por cierto, Kurosawa le dio las gracias y felicitó a J.Sturges con una espada ceremonial japonesa.
Las motivaciones de los protagonistas son sólo en parte altruistas, pero en el fondo los siete buscan una digna redención a sus vidas, que conseguirán únicamente mediante el ritual válido, efectivo y determinante en el Oeste: la violencia, la dialéctica de la pólvora.
También vemos cómo se toca el tema del racismo que imperó (y ha seguido imperando hasta hace poco relativamente) en todo Estado Unidos. El exterminio del indio americano fue un crimen totalmente planeado y calculado por parte del hombre blanco. Ya lo decía el general Sherman: “Sólo conozco a un indio bueno: el indio muerto”. En esta película asistimos a una escena de gran tensión, al principio, que empieza así:
Viajero: ¿Desde cuándo no dejan aquí enterrar a los indios en el cementerio?
Enterrador: Desde que el pueblo se civilizó.
Todos los personajes están en esta obra admirablemente dibujados: Brynner y Mcqueen son personas errantes, de pasado desconocido, lacónicos, dos hombres de ninguna parte:
Mcqueen: ¿Adónde se dirige usted?
Brynner: Al norte. ¿Y usted?
Mcqueen: A la deriva.
Bronson y Coburn, herméticos y rudos, pretenden e intentan reintegrarse y adaptarse a los nuevos tiempos mediante trabajos honestos (cortador de leña y vaquero) pero ambos están insatisfechos, casi amargados, deseando volver a empuñar un arma, deseando volver a la acción. Vaughn es un antiguo y otrora habilidoso pistolero, ahora embarrado en el mundo del juego, frustrado y atormentado por su cobardía e indecisión: de nuevo otro que necesitará el estallido de violencia para su redención. Brad Dexter es un soñador, deseoso de encontrar una promesa de una mina de oro que se obceca en imaginar una vez termine su trabajo en el poblado mexicano. Buchholz es casi un niño aún, que anhela ansioso poder disparar su revólver para alcanzar una mayoría de edad que en el Oeste nada tiene que ver con una edad determinada y oficial: antes bien, esta mayoría se traduce en el hecho de saber disparar y saber matar.
Eli Wallach ofrece un recital e interioriza su personaje de forma impresionante.
Lo peor, la escena del toreo de la vaca. Es ridícula. Pero, por otra parte, la música es genial, y Sturges se mueve con comodidad y sabe manejar los tempos tanto en los momentos pausados como en las secuencias más agitadas, ofreciéndonos buenas escenas como la del tiroteo final, la despedida de Bronson con los niños o la llegada de Calvera (Wallach).
Magnífica película, una de las grandes y últimas del clasicismo westerniano, que ya veía su ocaso a partir de los sesenta. Por cierto, Kurosawa le dio las gracias y felicitó a J.Sturges con una espada ceremonial japonesa.
15 de septiembre de 2008
15 de septiembre de 2008
33 de 39 usuarios han encontrado esta crítica útil
Estamos ante un film de los que se merecen que se vea más de una vez y que se ha ganado mi más alta calificación. Todo es tan armonioso en esta película que cuando, al final, el capitán ordena seguir al navío capturado y suena la sublime melodía de Boccherini interpretada por el violín de J.Aubrey y el violoncelo de S.Maturin, mientras un infante de marina, mediante el tradicional redoble de un tambor avisa a la dotación de zafarrancho de combate, uno no puede reprimir una sonrisa y unas ganas de formar parte de ese complejo y a la vez simple mundo dentro del barco, o bien de querer que la peli continúe para poder presenciar otra batalla tan hábilmente rodada como las dos que aparecen, o incluso de leerse una de las veinte novelas de Patrick O´brian acerca de la vida de Jack y Stephen, de las cuales tengo la suerte de haberme leído varias y aseguro que son muy buenas.
Retrato exactísimo de cómo era la vida en una fragata británica en la lucha contra Napoleón: suenan unas cuantas campandas al amanecer, los hombres, silenciosos y algo resignados, suben a la jarcia, limpian y hasta le sacan brillo al barco, hacen guardia, reparan los desperfectos mientras el contramaestre les pita y les grita, comen, charlan en un mundo sólo de hombres, los guardiamarinas aprenden a calcular el movimientos de los astros, a gobernar un barco, a comportarse como oficiales y caballeros del Imperio Británico,los oficiales brindan en honor de Horacio Nelson, cuentan chistes machistas, narran antiguas anécdotas y gloriosas batallas, todos pelean contra los gabachos con sosprendente valentía cuando Inglaterra espera que cada uno cumpla con su deber...
Actores inmensos, desde el contramaestre hasta el piloto de derrota, destacándose sin duda un inconmensurable Paul Bettany y un Russell Crowe que parece que lo hayan sacado de los libros del autor irlandés, tanto en el arrojo en la batalla como en su carácter fuera de ella; guión adaptado con maestría, las conversaciones entre el capitán y el cirujano naval acerca de la psicología de los hombres o sobre la tiranía en el mundo son para disfrutarlas.
Escenas memorables como el suicidio del pobre guardiamarina, el castigo a latigazos del marinero insubordinado, las cenas entre los oficiales entonando viejas canciones de mar, la “autocuración” de Stephen poco después de que le disparasen accidentalmente (Bettany lo borda ahí), las escalofriantes miradas de los marineros supersticiosos que creen que hay un gafe en el barco,la ceremonia al acabar la última batalla acompañada de unas tristes y conmovedoras notas del compositor Eduard Grieg, la corta pero preciosa estancia en las Galápagos…
Una película de una belleza visual indudable, con una bso realmente magnífica, he hecho no pude evitar comprarme el CD de la misma. Está claro que P. Weir es uno de los mejores directores que hay en la actualidad, como demostró en “El show de Truman” o “El club de los poetas muertos”.
Un 9´7.
Retrato exactísimo de cómo era la vida en una fragata británica en la lucha contra Napoleón: suenan unas cuantas campandas al amanecer, los hombres, silenciosos y algo resignados, suben a la jarcia, limpian y hasta le sacan brillo al barco, hacen guardia, reparan los desperfectos mientras el contramaestre les pita y les grita, comen, charlan en un mundo sólo de hombres, los guardiamarinas aprenden a calcular el movimientos de los astros, a gobernar un barco, a comportarse como oficiales y caballeros del Imperio Británico,los oficiales brindan en honor de Horacio Nelson, cuentan chistes machistas, narran antiguas anécdotas y gloriosas batallas, todos pelean contra los gabachos con sosprendente valentía cuando Inglaterra espera que cada uno cumpla con su deber...
Actores inmensos, desde el contramaestre hasta el piloto de derrota, destacándose sin duda un inconmensurable Paul Bettany y un Russell Crowe que parece que lo hayan sacado de los libros del autor irlandés, tanto en el arrojo en la batalla como en su carácter fuera de ella; guión adaptado con maestría, las conversaciones entre el capitán y el cirujano naval acerca de la psicología de los hombres o sobre la tiranía en el mundo son para disfrutarlas.
Escenas memorables como el suicidio del pobre guardiamarina, el castigo a latigazos del marinero insubordinado, las cenas entre los oficiales entonando viejas canciones de mar, la “autocuración” de Stephen poco después de que le disparasen accidentalmente (Bettany lo borda ahí), las escalofriantes miradas de los marineros supersticiosos que creen que hay un gafe en el barco,la ceremonia al acabar la última batalla acompañada de unas tristes y conmovedoras notas del compositor Eduard Grieg, la corta pero preciosa estancia en las Galápagos…
Una película de una belleza visual indudable, con una bso realmente magnífica, he hecho no pude evitar comprarme el CD de la misma. Está claro que P. Weir es uno de los mejores directores que hay en la actualidad, como demostró en “El show de Truman” o “El club de los poetas muertos”.
Un 9´7.

7.2
2,097
9
27 de julio de 2010
27 de julio de 2010
26 de 26 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Hay una ley más fuerte que todas las demás: la ley de la tierra”. Esta frase resume toda la película. Con los dedos de una mano podríamos contar las películas en las que se realiza un acercamiento a la trágica Irlanda tan lúcido y certero como el que presenciamos en “El prado”, un filme intenso y durísimo que a pocos dejará indiferentes, a muchos impresionados, a casi todos, a buen seguro, con la sensación de que se trata de un trabajo fabulosamente hecho.
Perfectamente ambientada, la película trata sobre la pertenencia a la tierra, sobre el afán de conservación de la misma para su perduración en las generaciones venideras, sentimiento perpetuo del hombre desde hace miles de años, antes incluso de que la propiedad del campo encontrase organización y distribución entre sus cultivadores, pues el hombre siempre sintió afecto por la tierra de sus mayores.
Sheridan aglutina con buena mano un conjunto de elementos, todos bien empleados, para conformar una historia oscura y demoledora; sabe valerse inteligentemente de la belleza austera y sobrecogedora del paisaje irlandés para regalarnos encuadres de una exquisitez visual indudable; aprovecha la grandeza interpretativa de Richard Harris para centrarse en su personaje, resaltar su fuerza dramática y, así, convertirlo en el mayor atractivo (por méritos propios) del filme.
Pero no sólo Harris sobresale, pues la actuación de John Hurt es de las que no se olvidan, dándole a su personaje (que nos puede recordar, al igual que la película en general, a la magnífica “La hija de Ryan” de D. Lean) un realismo y una exactitud inusuales. El resto está a mi modesto entender bastante por debajo, salvo un personaje escondido: la esposa de Harris, esa mujer silenciosa, sufridora y apenada, a la que se le debería haber dado algo más de importancia.
[continúo spoiler sin desvelar partes del argumento]
Perfectamente ambientada, la película trata sobre la pertenencia a la tierra, sobre el afán de conservación de la misma para su perduración en las generaciones venideras, sentimiento perpetuo del hombre desde hace miles de años, antes incluso de que la propiedad del campo encontrase organización y distribución entre sus cultivadores, pues el hombre siempre sintió afecto por la tierra de sus mayores.
Sheridan aglutina con buena mano un conjunto de elementos, todos bien empleados, para conformar una historia oscura y demoledora; sabe valerse inteligentemente de la belleza austera y sobrecogedora del paisaje irlandés para regalarnos encuadres de una exquisitez visual indudable; aprovecha la grandeza interpretativa de Richard Harris para centrarse en su personaje, resaltar su fuerza dramática y, así, convertirlo en el mayor atractivo (por méritos propios) del filme.
Pero no sólo Harris sobresale, pues la actuación de John Hurt es de las que no se olvidan, dándole a su personaje (que nos puede recordar, al igual que la película en general, a la magnífica “La hija de Ryan” de D. Lean) un realismo y una exactitud inusuales. El resto está a mi modesto entender bastante por debajo, salvo un personaje escondido: la esposa de Harris, esa mujer silenciosa, sufridora y apenada, a la que se le debería haber dado algo más de importancia.
[continúo spoiler sin desvelar partes del argumento]
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
No he leído la novela, pero hay mucho acierto en el guión y en la dirección al transmitirnos las claves de esta historia tan cruda y trágica.
El campesino que encarna Richard Harris contiene una fuerza y una trascendencia capaz de estremecer, horrorizar, conmover, turbar e inquietar al más frío de los espectadores. Su drama es el de los hombres abocados a la perdición, a la derrota ante la llegada de los nuevos tiempos, pero se agarran a sus bazas para luchar hasta la extenuación por conservar el legado de sus padres y abuelos. La herencia de la tierra de sus ancestros le hace sacrificarse a cualquier precio, puesto que se trata de la única pertenencia a la que está unido por lazos invisibles pero irrompibles, y la aparición de un hombre rico que amenaza con destruir la obra, por humilde que sea, que sus predecesoras generaciones se esforzaron en trabajar, despierta en él un torrente de violencia y pugna; un torrente tan fuerte que lo cegará, ya que no verá por sí solo (hasta que es demasiado tarde) que, aunque consiga imponerse sobre quien pretende dejarlo sin el terrazgo, su hijo no ha nacido con el mismo afán de su padre y, por lo tanto, la herencia de la tierra (que es la perpetuación del trabajo y el sacrificio de generaciones pasadas) será en vano.
Es, por otra parte, un hombre indomable, de carácter impetuoso, tenaz ante las adversidades, atormentado por la muerte de un hijo, enemistado con su esposa, curtido por los golpes que la Irlanda pobre le ha dado a lo largo de la vida: las hambrunas, la dureza de la tierra, a lo que se suma su resentimiento ante los que se fueron, los que emigraron en tiempos difíciles a América en busca de mejor fortuna, cuando otros como él persistieron obstinados en mantener el vínculo con sus antepasados, aunque para ello tenga que ofender al mismísimo Dios: es la ley de la tierra.
El campesino que encarna Richard Harris contiene una fuerza y una trascendencia capaz de estremecer, horrorizar, conmover, turbar e inquietar al más frío de los espectadores. Su drama es el de los hombres abocados a la perdición, a la derrota ante la llegada de los nuevos tiempos, pero se agarran a sus bazas para luchar hasta la extenuación por conservar el legado de sus padres y abuelos. La herencia de la tierra de sus ancestros le hace sacrificarse a cualquier precio, puesto que se trata de la única pertenencia a la que está unido por lazos invisibles pero irrompibles, y la aparición de un hombre rico que amenaza con destruir la obra, por humilde que sea, que sus predecesoras generaciones se esforzaron en trabajar, despierta en él un torrente de violencia y pugna; un torrente tan fuerte que lo cegará, ya que no verá por sí solo (hasta que es demasiado tarde) que, aunque consiga imponerse sobre quien pretende dejarlo sin el terrazgo, su hijo no ha nacido con el mismo afán de su padre y, por lo tanto, la herencia de la tierra (que es la perpetuación del trabajo y el sacrificio de generaciones pasadas) será en vano.
Es, por otra parte, un hombre indomable, de carácter impetuoso, tenaz ante las adversidades, atormentado por la muerte de un hijo, enemistado con su esposa, curtido por los golpes que la Irlanda pobre le ha dado a lo largo de la vida: las hambrunas, la dureza de la tierra, a lo que se suma su resentimiento ante los que se fueron, los que emigraron en tiempos difíciles a América en busca de mejor fortuna, cuando otros como él persistieron obstinados en mantener el vínculo con sus antepasados, aunque para ello tenga que ofender al mismísimo Dios: es la ley de la tierra.

6.1
525
8
15 de septiembre de 2010
15 de septiembre de 2010
27 de 29 usuarios han encontrado esta crítica útil
Filme desconocidísimo entre cinéfilos y amantes del western, “Una vida por otra” (cuyo título original fue “Ride Vaquero”) constituyó para mí una muy grata sorpresa, de esas sorpresas alegres sólo pertenecientes a momentos en que te sientas a verla porque no tienes nada que hacer y, de repente, terminas pensando que estás pasando las dos mejores horas del día sin esperarlo siquiera. Por lo tanto, me incluyo, evidentemente, entre los desconocedores de esta cinta, hasta que me la recomendaron en un foro (agradezco al usuario alfie).
Se trata de un buen western, consistente y en ningún momento pretencioso, rodado y narrado de forma sencilla y clásica, que contiene en algunos de sus fotogramas ese romanticismo encantador de los míticos bandoleros “outlaw”, cuando vemos el escondrijo de José Esqueda, una suerte de pequeña aldea poblada de indeseables y vándalos siempre borrachos tocando música mexicana.
“Ride Vaquero”, es, a primera vista, la historia eterna del emprendedor que se lanzó al Oeste en busca de prosperidad, en busca de una nueva vida; en este caso, tras acabar la Guerra de Secesión, un hombre con (quizá demasiada) fe en sus posibilidades llega a una tierra dominada por una suerte de cacique fuera de la ley (el mencionado Esqueda), una especie de caudillo de una turba de pobres diablos, bandidos y truhanes, a los que, en un remanso humorístico, les increpará el inconmensurable Anthony Quinn cuando asaltan el banco (de una forma inédita y cómica al mismo tiempo) y una señora reclama su dinero para invertirlo en una escuela, a lo que responde Esqueda:
"Señora, con mis respetos (devolviéndole el dinero); Burton (a su esbirro), aprende educación, qué gran cosa es, ¡si alguien hubiera hecho ésto por vosotros, hoy no seríais lo que sois!".
La lucha por la propiedad rural que, sólo en primera instancia, es el trasfondo temático, la defenderá el rebelde José Esqueda alegando que es la lucha de los fuertes contra los débiles: “¿Los débiles no poseerán nunca la tierra?”, le pregunta la bellísima Ava Gardner; a lo que responde resolutivamente el bandido: “Sólo diez palmos de ella”.
Pero esa tierra, a la que poco a poco va llegando el orden y la civilización, se tornará hostil, peligrosa e imprevisible para los nuevos ganaderos que en ella se quieran asentar: “En esta tierra, señora, lo único cierto respecto al mañana es que ha de llegar”, le dirá el protagonista a la esposa del ganadero.
[sigo en spoiler sin desvelar nada]
Se trata de un buen western, consistente y en ningún momento pretencioso, rodado y narrado de forma sencilla y clásica, que contiene en algunos de sus fotogramas ese romanticismo encantador de los míticos bandoleros “outlaw”, cuando vemos el escondrijo de José Esqueda, una suerte de pequeña aldea poblada de indeseables y vándalos siempre borrachos tocando música mexicana.
“Ride Vaquero”, es, a primera vista, la historia eterna del emprendedor que se lanzó al Oeste en busca de prosperidad, en busca de una nueva vida; en este caso, tras acabar la Guerra de Secesión, un hombre con (quizá demasiada) fe en sus posibilidades llega a una tierra dominada por una suerte de cacique fuera de la ley (el mencionado Esqueda), una especie de caudillo de una turba de pobres diablos, bandidos y truhanes, a los que, en un remanso humorístico, les increpará el inconmensurable Anthony Quinn cuando asaltan el banco (de una forma inédita y cómica al mismo tiempo) y una señora reclama su dinero para invertirlo en una escuela, a lo que responde Esqueda:
"Señora, con mis respetos (devolviéndole el dinero); Burton (a su esbirro), aprende educación, qué gran cosa es, ¡si alguien hubiera hecho ésto por vosotros, hoy no seríais lo que sois!".
La lucha por la propiedad rural que, sólo en primera instancia, es el trasfondo temático, la defenderá el rebelde José Esqueda alegando que es la lucha de los fuertes contra los débiles: “¿Los débiles no poseerán nunca la tierra?”, le pregunta la bellísima Ava Gardner; a lo que responde resolutivamente el bandido: “Sólo diez palmos de ella”.
Pero esa tierra, a la que poco a poco va llegando el orden y la civilización, se tornará hostil, peligrosa e imprevisible para los nuevos ganaderos que en ella se quieran asentar: “En esta tierra, señora, lo único cierto respecto al mañana es que ha de llegar”, le dirá el protagonista a la esposa del ganadero.
[sigo en spoiler sin desvelar nada]
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Resultó especialmente gratificante, un deleite sin lugar a dudas, asistir a la prodigiosa composición de Anthony Quinn (que se alza en el más destacable baluarte del filme), enérgica e intensísima pero sin histrionismos efectistas; el prototipo de legendario bandido que, como lo serían años después Liberty Valance o Billy the Kid, se nos antoja trágico y romántico al ver cómo su mundo llega a su fin por la aparición de la ley y la civilización, ante lo cual no se rinde (como, por el contrario, sí hace su amigo/hermano Río, y como harían Tom Doniphon o Pat Garrett) y se agarra como a un clavo ardiendo a esa vorágine de violencia y libertinaje para reafirmar lo que, en poco tiempo, dejará de ser irremisiblemente.
El protagonista, Río (ese Robert Taylor siempre sobrio y correcto), es un hombre sin hogar ni motivaciones, que siente un gran apego por su amigo José, con el que está endeudado por ser su madre quien lo recogió, siendo bebé, al quedarse huérfano; pero mantiene una lucha interior por no compartir el carácter cruel y avasallador (despótico, si se quiere) del que es como un hermano para él. La llegada, más que del nuevo ganadero, de la esposa de éste (de la que se enamora) será para él la razón por la que abandona a José.
Sin ofrecer ni temática ni formalmente nada especialmente nuevo, “Ride Vaquero” es una de esas joyas desconocidas (de solidez y calidad en todos sus apartados), donde los personajes, sobre todo Río y José Esqueda, quedan perfectamente retratados en su confrontación y en su choque emocional. Río, personaje condenado a la vida errante (“Jamás vuelvo a ninguna parte”), se verá obligado a acabar con el torbellino de salvajismo y atrocidades de su hermano, aun estando latente el amor que se tienen mutuamente, hasta desembocar en un final trágico y memorable, presagiado ya por el mismo protagonista cuando habla con el fraile (personaje enriquecedor del drama): “Es extraño, padre, que la cosa más valiosa del mundo sea la menos estimada: la vida”.
El protagonista, Río (ese Robert Taylor siempre sobrio y correcto), es un hombre sin hogar ni motivaciones, que siente un gran apego por su amigo José, con el que está endeudado por ser su madre quien lo recogió, siendo bebé, al quedarse huérfano; pero mantiene una lucha interior por no compartir el carácter cruel y avasallador (despótico, si se quiere) del que es como un hermano para él. La llegada, más que del nuevo ganadero, de la esposa de éste (de la que se enamora) será para él la razón por la que abandona a José.
Sin ofrecer ni temática ni formalmente nada especialmente nuevo, “Ride Vaquero” es una de esas joyas desconocidas (de solidez y calidad en todos sus apartados), donde los personajes, sobre todo Río y José Esqueda, quedan perfectamente retratados en su confrontación y en su choque emocional. Río, personaje condenado a la vida errante (“Jamás vuelvo a ninguna parte”), se verá obligado a acabar con el torbellino de salvajismo y atrocidades de su hermano, aun estando latente el amor que se tienen mutuamente, hasta desembocar en un final trágico y memorable, presagiado ya por el mismo protagonista cuando habla con el fraile (personaje enriquecedor del drama): “Es extraño, padre, que la cosa más valiosa del mundo sea la menos estimada: la vida”.
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