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Críticas 5
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
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30 de septiembre de 2016
5 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Desde la perspectiva de este quien escribe, el cineasta que mejor ha retratado en pantalla las relaciones del hombre con la naturaleza se llama Terrence Malick, un director que con filmes como La delgada línea roja (1998) o El árbol de la vida (2011) ha dejado una huella inimitable en tanto a la simbiosis narrativa y formal experimentada por las personas y sus correspondientes entornos.

Una temática recurrente en la relación del ser humano y los ambientes naturales tiene que ver con el choque de civilizaciones. Y si antes he dicho que Malick es el cineasta naturalista por excelencia, era de esperarse que en su filmografía pudiéramos encontrar algún retrato de ciertos contrastes culturales, en su caso tomando como punto de partida la leyenda de Pocahontas a través de la cinta El nuevo mundo (2005), en donde atestiguamos un drama romántico entre un conquistador y una nativa americana en el siglo XVII.

Dicho lo anterior, añado que en el cine de las relaciones hombre/naturaleza y su variable de “encuentro de civilizaciones”, también suele estar contenida la circunstancia de los “viajes iniciáticos”, definidos como aquellas aventuras en las que un personaje habrá de cambiar su cosmovisión derivado de las experiencias vividas. En este apartado, cabe rememorar ese clásico del cine que es Dersu Uzala. El cazador (Akira Kurosawa, 1975), en donde un soldado encuentra un estado de armonía natural como consecuencia de su encuentro con un nómada de los bosques siberianos. Añadiría también al filme mexicano Cabeza de Vaca(Nicolás Echevarría, 1991), en donde el conquistador español -epónimo del relato fílmico- era tomado preso por un grupo de indígenas americanos, recogiendo las primeras observaciones etnográficas de aquellos grupos prehispánicos y manifestando alguna vuelta de tuerca existencial.
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Con una nominación al Oscar como mejor película de habla no inglesa, y habiendo sido reconocida en la Quincena de Realizadores del pasado Festival de Cannes, este año llegó a las salas mexicanas El abrazo de la serpiente (2015), tercer largometraje del cineasta colombiano Ciro Guerra.

En El abrazo de la serpiente damos cuenta de un par de viajes realizados en la amazonia colombiana: el primero, emprendido por un explorador alemán (Jan Bijvoet) y, el segundo, promovido por un etnobotánico estadounidense (Brionne Davis); en ambos casos fungirá como guía un indígena llamado Karamakate (en juventud interpretado por Nilbio Torres y en madurez por Antonio Bolivar), chamán retratado como el único sobreviviente de su tribu. En ambos periplos (principios y mediados del siglo XX, respectivamente) damos cuenta de las distintas concepciones de la vida, de la colisión que supone la imposición de religiones, sistemas económicos y la propia esencia del ser desde los extranjeros hacia los grupos indígenas, conjeturándose el clásico contraste entre el “hombre blanco” y el “hombre nativo de las américas”. El filme se mueve a partir de escalas antropológicas, filosóficas y místicas, exponiendo múltiples aristas de interpretación para quienes fungimos como espectadores.

Es en la postura del guión (autoría del propio Ciro Guerra, en compañía de Jacques Toulemonde) que encuentro una suerte de tufillo a tópico. Y es que lo que vemos en El abrazo de la serpiente, al estar contado desde el punto de vista de quienes visitan la región amazónica, tiene tintes de permanente mitificación hacia los pueblos originarios, de retomar al personaje del chamán como alguien elevado a un estado de conciencia mayor que el de los pragmáticos científicos; es justo en ese punto en el que siento una manipulación desde el relato a nivel de aquellos que ven a las culturas “diferentes”, de aquí y de allá, como excentricidades místicas.

Si bien la perspectiva del texto fílmico me pareció de algún modo fallida, encuentro harto enriquecedores los textos subyacentes de la propia cinta. Ahí están los avasalladores motivos económicos que terminan por destruir formas de vida distintas a lo “occidentalmente” correcto, en este caso retratado en la figura de Karamakate y su resistencia individual a la colonización, acercándose en ese sentido al filme españolTambién la lluvia (Icíar Bollaín, 2010), en donde a principios del siglo XXI, en la ciudad boliviana de Cochabamba, se intentó hacer algo tan demencial como privatizar el agua, explotando en aquel caso la resistencia colectiva ante el flagelo capitalista. También veo en El abrazo de la serpiente un claro referente a los viajes iniciáticos expuestos en el pasado por el cineasta alemán Werner Herzog, lo mismo en Aguirre, la ira de Dios (1972) que en Fitzcarraldo (1982); en el primer caso, ostentando similitudes en tanto a la inmersión natural y la locuaz ambición de los personajes centrales, mientras que en la segunda cinta referida, emparentándose a partir del contexto sociohistórico, el de la región del Amazonas de principios del siglo XX y sus implicaciones comerciales respecto a la explotación del caucho.

Pese a lo original y lleno de sentido de la narrativa helicoidal de El abrazo de la serpiente, he de decir también que en algún momento me fatigó su redundancia en reflexiones e imágenes, no encontrando la simbiosis necesaria (que ubico perfectamente en un director como el ya mencionado Terrence Malick) como para considerar a la cinta en cuestión una obra mayor, lo que tampoco significa que sea una película fallida. En el último de los casos, encuentro un relato correcto que retrata adecuadamente la relación del hombre con la naturaleza, el choque de culturas y los viajes iniciáticos.

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30 de septiembre de 2016 3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
En un universo cinematográfico en el que los nuevos realizadores generalmente buscan irrumpir con sorpresivas obras que terminan por no sorprender a nadie, es oxigenante el que alguna película de la cual no se tienen muchas expectativas termine cautivando a uno como escéptico espectador.

Fue el caso de la cinta 'Una chica regresa sola a casa de noche' ('A Girl Walks Home Alone at Night'. Ana Lily Amirpour. Estados Unidos, 2014).

El filme nos ubica en la ficticia ciudad iraní de Bad City, en donde un joven (Arash Marandi), tras meterse en líos económicos con un traficante (Dominic Rains), conoce a una misteriosa mujer de “vampiresas características” (Sheila Vand), con quien eventualmente quedará enganchado.

La trama de la cinta resulta más que sencilla desde el punto de vista de lo que se cuenta, pudiendo ser observada como la condensación de aquellas dificultades que impiden la realización del amor entre dos jóvenes. Sin embargo, en un pulcro cuan conciso ejercicio narrativo, la también guionista Amirpour suelta una serie de subtextos que enriquecen al filme. Ahí está la incomprensión existencial subyacente en los personajes principales, quienes prácticamente viven apartados de la sociedad, que es retratada en la cinta a partir de un universo mínimo de actantes, apenas exponiéndose a un número de personas que se cuentan con los dedos de las manos, entre quienes destacan una prostituta, el padre enfermo y adicto del protagonista masculino, además un niño que fungirá como testigo; y poco más. Asimismo, se devela un carácter justiciero cuasi inédito en lo que tiene que ver con la figura del vampiro que, si bien es cierto requiere de sangre para subsistir, decide alimentarse en este caso de manera selectiva, chupando los cuerpos de aquellos quienes fungen como opresores, dejando con vida a los perpetuos mártires de la sociedad.

En el plano estrictamente formal, Una chica regresa sola a casa de noche tiene vastos referentes: su protagonista femenina se asemeja mucho en lo físico a quien fuera la musa de Jean-Luc Godard en la década del 60, Anna Karina ('Banda aparte', 1964), además de que también le es asignado el rol de femme fatal protagónica (de quien tomará parte el espectador) a la usanza del propio cineasta francés; igualmente, Ana Lily Amirpour parece suscribirse a los seguidores de la “nueva ola francesa” en cuanto al tempo” y feeling de la narración, emparentándose en la economía fílmica con Jim Jarmusch ('Extraños en el paraíso', 1984) y con DavidLynch ('Mulholland Drive', 2001) a partir de los límites del misterio y del surrealismo expuestos. Siguiendo en el apartado de las hechuras, hay también un halo que remite a ciertas películas del oeste, muy cercano al subgénero del spaghetti western ('Por un puñado de dólares'. Sergio Leone, 1964), con protagonistas antihéroes de moral difusa que caminan por pueblos semidesérticos, sosteniendo encuentros violentos con los respectivos antagonistas; en el caso de la cinta en cuestión, “duelos” que tienen que ver más con el género del terror (concretamente los vampiros como ente activo).

Mención aparte a la fotografía: por un lado, un cuidadísimo blanco y negro que abona en mucho a la construcción de atmósferas sugestivas, que resaltan momentos de soledad, de extravío y de temor. Y está también la exhaustiva composición de los planos, en donde cada imagen proyectada transpira una precisión que nunca salta a los lares del “cine de diseño”, al contrario, denota una seriedad por parte de la directora para decirnos qué cosa debe estar iluminada, qué otra debe estar en foco y cuál ha de ser la intencionalidad de los distintos objetos y personajes filmados.

'Una chica regresa sola a casa' de noche podría definirse como una película circunscrita en la posmodernidad, pero en el mejor sentido del término, encaramándose todos sus componentes en una armonía tal que terminan propiciando una cinta harto disfrutable, lo mismo para sesudos críticos que para espectadores medios (entre los que me incluyo).

Como acotación, vale resaltar que hay un juego de nacionalidades explícitas e implícitas en la configuración del filme. Primeramente, está la manufactura estadounidense que en su origen tiene la producción, no pudiéndose soslayar –por otra parte— las esencias iraníes que contiene la propia película (el reparto es oriundo de Irán; la película está hablada en persa), finalmente emparentándose por sus atributos rupturistas en términos genéricos –siempre desde el lado formal— con la ya citada vanguardia francesa (la nouvelle vague).

Ana Lily Amirpour no esconde sus referentes fílmicos con 'Una chica regresa sola a casa de noche', al contrario, los pone en la primera línea, destilando a partir de esto un sello propio que, sobre todo, denota honestidad en la creación de la película, transmitida acertadamente en un filme que resulta tan diáfano como entretenido.
30 de septiembre de 2016 3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nunca he sido adepto al subgénero cinematográfico catastrofista. Son escasas las experiencias de esta vertiente fílmica que puedo señalar como “memorables”. Me vienen a la cabeza un par de prodigiosos ejercicios técnicos filmados en los respectivos arranques de las cintas 'Más allá de la vida' (Clint Eastwood, 2010) y 'Lo imposible' (J.A. Bayona, 2012), mismos que recreaban de manera trepidante y temible el tsunami que afectó áreas importantes del sudeste asiático en 2004.

También tengo presente '¡Viven!' (Frank Marshall, 1993), obra que repetían hasta el cansancio en la televisión durante mi infancia, en la que se retrataba adecuadamente –a secas– el avionazo en Los Andes, exponiéndose las vicisitudes experimentadas por los sobrevivientes.

Si hay un acontecimiento que en la historia reciente de México ha marcado a la sociedad en términos trágicos y de cohesión es sin duda el terremoto del 19 de septiembre de 1985, catástrofe que cobró la vida de al menos 10 mil personas en la capital.
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Este año, el cineasta mexicano Jorge Michel Grau estrenó en pantalla grande '7:19', tercer largometraje de una filmografía inaugurada con el relato criminal Somos lo que hay (2010).

En '7:19' atestiguamos el drama de un par de personajes que quedan atrapados bajo los escombros de algún edificio público luego de ocurrido el movimiento telúrico: un alto funcionario de nombre Fernando Pellicer (Demián Bichir) y el conserje Martín Soriano (Héctor Bonilla). El filme casi en su totalidad busca retratar los estados de ánimo, padecimientos y diferencias entre los protagonistas, quienes son acompañados –fuera de campo– por otros personajes que complementan la narración.

La cinta se torna plana y se hace cansada. El director y coguionista (el libro cinematográfico también está firmado por Alberto Chimal) busca darle fluidez al relato a partir de chascos y pequeños dramas adicionales que resultan fallidos, pareciéndole a este quien escribe tanto el prólogo como el epílogo los momentos más rescatables; principalmente el primero, en el que Michel Grau demuestra una destreza técnica notable al retratar a través de un plano secuencia la cotidianeidad en un sitio que, a la postre, sería afectado por el desastre natural, denotando también una acertada economía fílmica al no registrar de forma aparatosa el incidente.

Me da la impresión de que '7:19' no fue concebida con el ánimo de que contar una historia o verter la cosmovisión de un autor sobre un tema en específico, más bien luce como un ejercicio de reto y destreza cinematográfica que pretendía conseguir eficacia en una narración comprendida básicamente por dos personajes en soledad, quedándose unos pasos por detrás del filme español 'Enterrado' (Rodrigo Cortés, 2010), en el que se atendía entretenidamente –durante hora y media- a un hombre (Ryan Reynolds) encerrado en un ataúd. Ya no digamos cualquier ejercicio fílmico propuesto por Alfred Hitchcock ('Náufragosde' de 1944, por mencionar).

En el rubro histriónico, quedan a deber tanto Bichir como Bonilla, con diálogos forzados y cambios en sus estados de ánimo poco consistentes, no pudiendo ser sostenidos sus papeles dada la débil premisa argumental sustentada a partir de las diferencias socioeconómicas de los involucrados.

Acaso el apartado de la mezcla de sonido tiene un “sobresaliente” pues mucho abonó a la sensación límite propuesta por el director.

'7:19' es una película regular que supera a Trágico terremoto en México (Francisco Guerrero, 1987), su predecesora temática, aunque los espectadores quedamos todavía a la espera de la cinta definitiva sobre el terremoto de 1985.
30 de septiembre de 2016 1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Son innumerables las películas sobre las cuales uno llega a pensar que sus resultados hubieran podido ser mayores de haber tomado tal o cual camino en su desarrollo.

Esto me ha ocurrido generalmente cuando advierto que se trata de embonar alguna historia interesante en estructuras más cercanas a la complacencia con el espectador; es decir, cuando una película posee una propuesta interesante pero que, para ajustarse a los estándares del público de masas, se apela a utilizar fórmulas funcionales que terminan por cargarse parcial o totalmente al filme en su conjunto.

El primer ejemplo que se me viene a la cabeza de lo anterior lo retomo de la película 'Whiplash' (Damien Chazelle, 2014), en donde un argumento sugestivo en el que un joven demuestra cierta obsesión con la ejecución de las percusiones pudo haberse conducido por derroteros más tendientes a la complejidad del personaje central, pero que, a final de cuentas, termina manchándose el relato con aires de superación personal, muy a la manera de los más dúctiles dramas deportivos estadounidenses, quedándose la cinta a muy corta en cuanto a los alcances que desde mi visión pudo haber conseguido.
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La cinta cuenta la historia de una pareja entrada en los 40 años de edad, protagonizada por Ben Stiller y Naomi Watts, quienes demuestran una suerte de desadaptación existencial, desde el rubro profesional hasta en sus propias implicaciones personales, acentuándose esto último principalmente porque sus allegados coetáneos demuestran preocupaciones ligadas directamente a la crianza de sus bebés, lo cual sugiere una suerte de desvinculación pues ellos no tienen hijos. Sin embargo, durante una cátedra de cine que imparte el personaje de Stiller, una joven pareja (compuesta por Adam Driver y Amanda Seyfried) comienza a adentrarse en sus vidas, suponiendo una especie de revitalización para los protagonistas. La cercanía entre ambas parejas es tal que deciden emprender juntos el rodaje de un documental. Sin embargo, será el propio personaje de Stiller el que comenzará a sospechar sobre un posible trasfondo que pudiera haber en el interés mostrado por los jóvenes para con él y su mujer.

'Mientras seamos jóvenes' tiene virtudes y fallas muy acentuadas. En el aspecto que recojo como “positivo”, se encuentran rasgos de lo que llamaría un “humor fino”, que apela más a diálogos y circunstancias ingeniosas; igualmente, se hacen planteamientos sobre la ética al realizar filmes documentales, planteándose en oposición un par ideas morales, mismas que básicamente tienen que ver con el conseguir el éxito por encima de todo o sustentarlo a partir de prácticas legítimas. En tanto, los aspectos “negativos” de la película tienen que ver con irrupciones de humor más tendiente a lo visual y escatológico, incluida alguna secuencia en la que varios de los personajes se la pasan vomitando durante 10 minutos –literalmente.

Aunque el filme en cuestión me dejó en términos generales buenas sensaciones, también he de señalar como el principal “grano en el arroz” la selección en el casting de la muy buena actriz que es Naomi Watts, en este caso en un papel en el que muchas veces llegó a lucir hasta ridícula, desaprovechándose su virtuosismo y disposición para la comedia que años atrás había demostrado de la mano del genio Woody Allen en la cinta 'Conocerás al hombre de tus sueños' (2010), en aquel caso con una actitud más tendiente al melodrama, circunscrita al género cómico a partir del contexto en el que se desenvolvía, sin apelar al gag visual como ocurre en Mientras seamos jóvenes. En contraparte, la película parece estar más hecha a la medida de Ben Stiller, aproximándose la disposición del relato más a las virtudes de este intérprete, haciéndome recordar la mejor versión que le recuerdo: aquella primera media hora de la cinta 'La familia de mi novia' (2000), haciéndose en este caso más gozosas sus intervenciones a partir de un documental que se encuentra postproduciendo, del que sólo él entiende su significado.

Noah Baumbach es un cineasta que me había arrancado las máximas alabanzas con la cinta 'Una historia de Brooklyn' (2005), en la cual resaltaban sus buenas hechuras como narrador, su capacidad para embonar el melodrama con la comedia y, en aquel caso, cierta gracia sutil que funcionaba bastante bien.Mientras seamos jóvenes representa una confirmación del realizador en tanto a su capacidad para contar historias de manera solvente –que no es poca cosa—, aunque también supone un retroceso dadas las múltiples secuencias de comedia que buscan hacer reír al público a través de estructuras fáciles, dejando intermitentemente elementos de construcción humorística que apelan más a la inteligencia (del propio director/guionista y del público).

El cine de Baumbach, como el de Alexander Payne ('Los descendientes', 2011), cineasta de su generación, siempre será digno de verse, principalmente por su atingencia narrativa

'Mientras seamos jóvenes' es de esos filmes que, dado su planteamiento y ciertos momentos de grandeza que se advierten, pudo dar para mucho más.

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30 de septiembre de 2016 Sé el primero en valorar esta crítica
Hacía tiempo que la experiencia cinematográfica no me provocaba sensaciones de cabreo tan extremas.

Y es que cuando uno es asiduo consumidor de productos cinematográficos, irremediablemente está expuesto a apreciar trabajos buenos, malos y regulares. Sin embargo, pese a que una cinta pueda ser digna del calificativo “porquería”, casi nunca la sensación negativa tiene efectos de enojo fehaciente, de pesadez propiciada desde la gran pantalla.

Hace unos días (octubre de 2015) causó polémica el estreno en pantallas de cine el docudrama 'La noche de Iguala' (Raúl Quintanilla, 2015), filme que retoma la desaparición de los 43 normalistas procedentes de Ayotzinapa el pasado 26 de septiembre de 2014.
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'La noche de Iguala' sustenta la desaparición de los estudiantes en el municipio de Iguala, Guerrero, a partir de la versión oficial brindada por la Procuraduría General de la República (PGR). Así, se sucede una narrativa que indica la disputa de un par de cárteles del narcotráfico, quienes habrían confundido a los educandos con enemigos del hampa, lo que les llevó a asesinarlos y a incinerar sus cuerpos.

Dadas las implicaciones políticas que suscita el tema en cuestión, es evidente que cada filmación sobre el mencionado hecho habría de tener una intencionalidad concreta. Sin embargo, la cosa se vuelve rancia cuando el proyecto cinematográfico busca lavarle las manos de forma torpe y descarada a las instancias que han fungido como obstáculos reales en el desahogo de la investigación y su posterior impartición de justicia.

Y es que 'La noche de Iguala' va más allá de pretender fungir de “abogado del diablo” con las instancias oficiales. Es hiriente su discurso en tanto que trata de generar percepciones sobre las víctimas a partir del sensacionalismo más vacuo, luciendo la producción mencionada como un trabajo de encargo; el dicho de la PGR es potenciado por dramatizaciones lo mismo estúpidas que reduccionistas.

Al margen de que 'La noche de Iguala' se postra en perspectivas totalmente oficialistas, aún más grave resulta su engaño al espectador; la cinta es presentada como derivación de una investigación “periodística” realizada por el comunicador Jorge Fernández Menéndez. Pero el docudrama nada tiene de periodístico: simplemente se da una versión de los hechos aderezada por el ya consabido problema del narcotráfico que azota al estado de Guerrero (y al país en general), utilizándose esta situación para mancillar el nombre de los normalistas desaparecidos, como para aminorar el golpe propinado a la salvaguarda de los derechos humanos en el país, sin presentarse contrastes de información, testimonios de primera mano y acercamiento con las víctimas directas del lesivo caso.

Está por demás referirse a los valores técnicos que la película pudiera o no tener, limitándome sólo a reseñar el hecho de que posee seguramente las peores dramatizaciones que se puedan haber filmado (efectistas, mal interpretadas), aunado a un permanente descuido de detalles cinematográficos tan primarios como la continuidad en las imágenes mostradas (y tienen la desvergüenza de presentar al director del filme como “Maestro”).

Pues eso, que La noche de Iguala es un panfleto oficialista con tufo a terrorismo mediático.

En todo caso, recomendaría que aquellos que buscan tener más información sobre el “caso Iguala” se acercaran a un documental en toda regla como es 'Ayotzinapa: crónica de un crimen de Estado' (Xavier Robles, 2015), producción en la que al menos tuvieron la decencia de acercarse al mencionado poblado de Ayotzinapa y a los padres que aún buscan dar con el paradero de sus 43 desaparecidos, documental en el que se da fe de la versión oficial del Gobierno pero, más importante aún, se le contrasta, poniéndola en entredicho a partir de sus propias contradicciones y de las inexistentes pruebas científicas resolutivas que den veracidad a lo que perversamente se explicita en 'La noche de Iguala'.
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