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7.5
69,620
8
21 de abril de 2021
21 de abril de 2021
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En principio no me llaman la atención las películas que se autoimponen alguna limitación, ya sea rodar planos secuencia sempiternos -que casi nunca me parece que aporten nada-, limitar el uso del tiempo o el espacio o, como en este caso, prescindir casi por completo de los elementos físicos que rodean a los actores.
Tampoco me suelen gustar las películas en las que se verbaliza el tema central: el mensaje de la película debe ir implícito en la historia y, cuando se reproduce mediante diálogos creados ad hoc, el resultado acostumbra a ser artificial.
Esta obra comete esos dos pecados y, sin embargo, construye una historia que consigue de algún modo integrarlo todo de una manera muy orgánica. La total ausencia de paredes ayuda a crear algunas de las secuencias más interesantes de la película: el contraste que supone ver en un mismo plano las miserias morales que deberían -y lo están casi siempre- estar encerradas entre cuatro paredes y la vida aparentemente inocente del exterior se compadece muy bien con la idea del hombre corriente que lleva consigo el germen del monstruo. El tramo final, en el que Grace se enfrenta a sus propios principios, sirve como resumen y corolario de la historia y, si bien puede resultar un poco redundante y poco natural, desde luego no deja de ser interesante, a lo cual contribuye la excelente interpretación de Nicole Kidman.
En resumen, una película que consigue dos de los objetivos más complicados del cine: resulta entretenida, a pesar de una limitación de medios que la convierte casi en una obra de teatro, y consigue esa resonancia en los grandes temas que hace que dos días después te sorprendas pensando en ella.
Tampoco me suelen gustar las películas en las que se verbaliza el tema central: el mensaje de la película debe ir implícito en la historia y, cuando se reproduce mediante diálogos creados ad hoc, el resultado acostumbra a ser artificial.
Esta obra comete esos dos pecados y, sin embargo, construye una historia que consigue de algún modo integrarlo todo de una manera muy orgánica. La total ausencia de paredes ayuda a crear algunas de las secuencias más interesantes de la película: el contraste que supone ver en un mismo plano las miserias morales que deberían -y lo están casi siempre- estar encerradas entre cuatro paredes y la vida aparentemente inocente del exterior se compadece muy bien con la idea del hombre corriente que lleva consigo el germen del monstruo. El tramo final, en el que Grace se enfrenta a sus propios principios, sirve como resumen y corolario de la historia y, si bien puede resultar un poco redundante y poco natural, desde luego no deja de ser interesante, a lo cual contribuye la excelente interpretación de Nicole Kidman.
En resumen, una película que consigue dos de los objetivos más complicados del cine: resulta entretenida, a pesar de una limitación de medios que la convierte casi en una obra de teatro, y consigue esa resonancia en los grandes temas que hace que dos días después te sorprendas pensando en ella.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
El tema que plantea la película me parece absolutamente acertado. Mucha gente habla de Dogville como de la historia de la venganza de Grace sobre el pueblo que abusa de ella de todos los modos concebibles, incluyendo el estrictamente literal. Y, sin embargo, no es en absoluto una historia de venganza: es una reflexión acerca de la justicia.
Grace aparece en escena tras repudiar a su padre, una especie de gangster todopoderoso y despiadado que abusa de los débiles, puesto que ella considera que estos son víctimas de sus duras circunstancias y deben ser perdonados y ayudados, en lugar de dominados de manera tiránica, tal y como lo hace su padre. Después de todas las vejaciones a las que es sometida, hasta la traición final de Tom acudiendo a los gangsters que cree que van a quitarle de encima el problema en que ella se ha convertido, sigue sin pedir venganza: solo tras la conversación con su padre, cuando este le hace ver que no condenar la maldad es una muestra de arrogancia -es tratar a los habitantes de Dogville como perros-, decide acabar con ellos ("A los perros se les puede enseñar a hacer muchas cosas útiles, pero no si los perdonamos cada vez que obedecen a su propia naturaleza").
Dogville es nuestro barrio, nuestro pueblo, nuestro país... nuestra sociedad. La película nos recuerda que dentro de este mundo, aparentemente domesticado por la civilización, existe la maldad; una maldad que no se reconoce a sí misma y puede convertir a Grace (y, quien dice Grace, dice los judíos, los pobres o los inmigrantes) en una mercancía deshumanizada de la que se puede hacer uso y abuso. Y Grace comprende que yo soy yo y mi circunstancia, pero que la circunstancia puede explicar, nunca justificar mis actos; y que una indulgencia colectiva es injusta con la bondad y favorece el triunfo del mal.
Y los ciudadanos de Dogville somos cada uno de nosotros: seamos el abusador que entra a hurtadillas en su casa por la noche o el niño que lo celebra con una risa y un tañido de campana, somos parte del mismo problema. Incluso aunque tengamos una brújula moral impecable y no participemos de la fiesta del mal: en el mejor de los casos somos observadores indolentes, que no por ser pasivos dejan de ser cómplices. Por eso Grace se reserva la muerte de Tom para ella, porque en cierto modo es el peor de los malvados: el que no es un malvado; el que es capaz de reconocer el bien, pero con su inacción se convierte en colaborador necesario de los malvados.
Por último, una advertencia que nadie le hizo a Breivik (https://elpais.com/cultura/2011/07/30/actualidad/1311976803_850215.html): las metáforas son muy interesantes, pero cuidado con estirarlas hasta la literalidad.
Grace aparece en escena tras repudiar a su padre, una especie de gangster todopoderoso y despiadado que abusa de los débiles, puesto que ella considera que estos son víctimas de sus duras circunstancias y deben ser perdonados y ayudados, en lugar de dominados de manera tiránica, tal y como lo hace su padre. Después de todas las vejaciones a las que es sometida, hasta la traición final de Tom acudiendo a los gangsters que cree que van a quitarle de encima el problema en que ella se ha convertido, sigue sin pedir venganza: solo tras la conversación con su padre, cuando este le hace ver que no condenar la maldad es una muestra de arrogancia -es tratar a los habitantes de Dogville como perros-, decide acabar con ellos ("A los perros se les puede enseñar a hacer muchas cosas útiles, pero no si los perdonamos cada vez que obedecen a su propia naturaleza").
Dogville es nuestro barrio, nuestro pueblo, nuestro país... nuestra sociedad. La película nos recuerda que dentro de este mundo, aparentemente domesticado por la civilización, existe la maldad; una maldad que no se reconoce a sí misma y puede convertir a Grace (y, quien dice Grace, dice los judíos, los pobres o los inmigrantes) en una mercancía deshumanizada de la que se puede hacer uso y abuso. Y Grace comprende que yo soy yo y mi circunstancia, pero que la circunstancia puede explicar, nunca justificar mis actos; y que una indulgencia colectiva es injusta con la bondad y favorece el triunfo del mal.
Y los ciudadanos de Dogville somos cada uno de nosotros: seamos el abusador que entra a hurtadillas en su casa por la noche o el niño que lo celebra con una risa y un tañido de campana, somos parte del mismo problema. Incluso aunque tengamos una brújula moral impecable y no participemos de la fiesta del mal: en el mejor de los casos somos observadores indolentes, que no por ser pasivos dejan de ser cómplices. Por eso Grace se reserva la muerte de Tom para ella, porque en cierto modo es el peor de los malvados: el que no es un malvado; el que es capaz de reconocer el bien, pero con su inacción se convierte en colaborador necesario de los malvados.
Por último, una advertencia que nadie le hizo a Breivik (https://elpais.com/cultura/2011/07/30/actualidad/1311976803_850215.html): las metáforas son muy interesantes, pero cuidado con estirarlas hasta la literalidad.
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